Baloncesto: España venció a Rusia y tiene cita en la final
Londres, EFE
Old champs die hard: “Es difícil matar a los viejos campeones”. Le tomo la frase prestada a Marc Stein, uno de los gurús mediáticos del entorno NBA, que dejó esa muestra de admiración tras la jornada de cuartos y después de ver cómo España y Argentina superaban a Francia y Brasil con el espíritu y la jerarquía del viejo campeón como principal arma: a dentelladas. España, esta España que por momentos ha enseñado su peor versión en muchos años, regresa a la final olímpica, cuatro años después de protagonizar un partido para la historia en Pekín. Ahora jugará otro en Londres. Y quien no comprenda la trascendencia puede repasar el historial olímpico del baloncesto español antes de esta edad de oro.
El triunfo de España tiene la impronta del viejo campeón que nunca se rinde, del oso arrinconado que se revuelve a zarpazo limpio. En cierto sentido sabe mejor que otros en los que la selección fue tan dulce y tan superior, cuando parecía que jugar al baloncesto era muy fácil y los rivales muy pequeños. Esta victoria tiene mística, épica, una pasión que se anuda en la garganta. Sangre, sudor, lágrimas y baloncesto. Conviene recordarlo porque apelar sólo a la furia haría poca justicia a la realidad del juego, desde los patios de colegio a una semifinal olímpica: ganó el que jugó mejor. Esta generación no podía entregar el pellejo sin hacer un gran partido, un penúltimo ejercicio titánico. Bastó con la mitad, dos cuartos de nivel apabullante en plena resurrección. Del fango al olimpo, de gatear a caminar y de ahí a correr, a volar. Y volar, y volar, y volar…
La primera fase, el trance ante Brasil, las lagunas defensivas, los ataques desnortados, los tiros fallados en catarata… ¿dónde queda todo eso? El segundo tiempo ante Rusia marca un antes y después de tal calibre que parece que todo lo anterior sucedió en el Pleistoceno, incluida esta traumática primera parte en semifinales. De dónde salen las fuerzas cuando el depósito está tan claramente en reserva es una de esas incógnitas maravillosas que escriben la historia del deporte. De la unión, del carácter, de la fe en que no hay muro que no pueda ser derribado. Todo eso es espíritu olímpico y todo eso tuvo España ante Rusia. Todo eso y, repito para hacer justicia, dos cuartos jugados al nivel al que esta selección puede jugar, el que le separa de casi todos los demás y almacenas récords, títulos e historias maravillosas en el desván del deporte español, que es mucho más grande gracias a esta generación de irrepetibles, tan cerca y tan lejos, juniors de oro. Los chicos de 1980, algo que el baloncesto nunca olvidará. El nuestro por supuesto, el del mundo también. España es la versión 2.0 de esa Unión Soviética o aquella Yugoslavia con las que crecimos sintiéndolas tan superiores. Tan altas, tan fuertes, tan imposibles de derribar. Eso es ahora España, al menos en Europa. El reto, a 48 horas vista, es serlo a nivel global. La puerta del Olimpo es la última barrera.
España cerró el primer tiempo con 20 puntos, seis canastas en juego y 2/11 en triples. Encajando los habituales puntos bajo su aro producto de la mala defensa de los bloqueos y el dos contra dos, llegó a remar a años luz (16-29, minuto 18) del ogro ruso ante el que se acumulaban los complejos. La emboscada rusa funcionaba y la sensación era que España había llegado a su techo en los Juegos. De ahí, 20-31 al descanso, se pasó al 67-59 final, 47-28 en el primer tiempo: una monstruosidad. Cuando saboreó la derrota España se negó a aceptarla, la escupió y desde la miseria construyó veinte minutos de puro baloncesto, una sinfonía que pareció tan natural, tan sencilla, que de repente todo lo anterior dejó de existir. Como si España hubiera aterrizado en Londres justo a tiempo. La defensa se convirtió en cemento ante una Rusia que se desmadejó y acumuló pérdidas y malos tiros. Shved anotó 2 puntos, Khryapa otros 2 y Kirilenko firmó 10 con 1/12 en tiros de campo y 5/10 en tiros libres. Fridzon no fue esta vez determinante y Ponkrashov se encontró de repente sin orquesta que dirigir, todos huyendo a la carrera.
La Selección firmó sus mejores minutos con Felipe y Llull poniendo energía, defensa y fe fanática y con Pau y Navarro en el banquillo. Así remontó gracias a los destellos de Rudy y los triples de Calderón, otro que se negó a entregar un mal ejercicio en el mayor de los exámenes. Los tiros entraron porque creció la confianza pero sobre todo porque España empezó a circular con velocidad, a encontrar buenas posiciones abiertas y jugar en transición desde la defensa. Hasta los Gasol fueron finalmente importantes a pesar del cepo de Blatt: 11+6 Marc y 16+12 Pau. El último cuarto fue explosivo, hirviente, del 46-46 que lo abrió al 60-50 que había descalabrado a Rusia al paso por el ecuador. Como ante Francia, lo mejor para el final pero esta vez sumando destellos de magia a la defensa, la energía, la extraordinaria gestión de los minutos decisivos: la responsabilidad convertida en alas, la presión en gasolina. España ganó, fue mejor y puede decirse que llega a la final olímpica en el mejor momento del campeonato, veinte minutos heroicos después. España, conviene recordarlo, y pararse un segundo a valorarlo y saborearlo, vuelve a la final olímpica. Marc Stein sabía lo que decía: old champs die hard. Nunca, nunca mates al viejo campeón.
España (9+11+26+21): Pau Gasol (16), Rudy Fernández (11), Navarro (4), Calderón (14) y Marc Gasol (11) -equipo inicial-, Sergio Rodríguez, Reyes (2), San Emeterio, Llull (7) e Ibaka (2).
Rusia (12+19+15+13): Shved (2), Kaun (14), Khryapa (2), Ponkrashov (10) y Kirilenko (10) -equipo inicial-, Mozgov (4), Fridzon (8), Antonov y Monya (9).
Árbitros: Luigi Lamonica (ITA), Ilija Belosevic (SRB) y Marcos Benito (BRA). Rudy Fernández fue eliminado por cinco personales en el minuto 37.
Incidencias: Partido correspondiente a las semifinales del torneo olímpico de baloncesto disputado en el North Greenwich Arena ante 13.215 espectadores.
Old champs die hard: “Es difícil matar a los viejos campeones”. Le tomo la frase prestada a Marc Stein, uno de los gurús mediáticos del entorno NBA, que dejó esa muestra de admiración tras la jornada de cuartos y después de ver cómo España y Argentina superaban a Francia y Brasil con el espíritu y la jerarquía del viejo campeón como principal arma: a dentelladas. España, esta España que por momentos ha enseñado su peor versión en muchos años, regresa a la final olímpica, cuatro años después de protagonizar un partido para la historia en Pekín. Ahora jugará otro en Londres. Y quien no comprenda la trascendencia puede repasar el historial olímpico del baloncesto español antes de esta edad de oro.
El triunfo de España tiene la impronta del viejo campeón que nunca se rinde, del oso arrinconado que se revuelve a zarpazo limpio. En cierto sentido sabe mejor que otros en los que la selección fue tan dulce y tan superior, cuando parecía que jugar al baloncesto era muy fácil y los rivales muy pequeños. Esta victoria tiene mística, épica, una pasión que se anuda en la garganta. Sangre, sudor, lágrimas y baloncesto. Conviene recordarlo porque apelar sólo a la furia haría poca justicia a la realidad del juego, desde los patios de colegio a una semifinal olímpica: ganó el que jugó mejor. Esta generación no podía entregar el pellejo sin hacer un gran partido, un penúltimo ejercicio titánico. Bastó con la mitad, dos cuartos de nivel apabullante en plena resurrección. Del fango al olimpo, de gatear a caminar y de ahí a correr, a volar. Y volar, y volar, y volar…
La primera fase, el trance ante Brasil, las lagunas defensivas, los ataques desnortados, los tiros fallados en catarata… ¿dónde queda todo eso? El segundo tiempo ante Rusia marca un antes y después de tal calibre que parece que todo lo anterior sucedió en el Pleistoceno, incluida esta traumática primera parte en semifinales. De dónde salen las fuerzas cuando el depósito está tan claramente en reserva es una de esas incógnitas maravillosas que escriben la historia del deporte. De la unión, del carácter, de la fe en que no hay muro que no pueda ser derribado. Todo eso es espíritu olímpico y todo eso tuvo España ante Rusia. Todo eso y, repito para hacer justicia, dos cuartos jugados al nivel al que esta selección puede jugar, el que le separa de casi todos los demás y almacenas récords, títulos e historias maravillosas en el desván del deporte español, que es mucho más grande gracias a esta generación de irrepetibles, tan cerca y tan lejos, juniors de oro. Los chicos de 1980, algo que el baloncesto nunca olvidará. El nuestro por supuesto, el del mundo también. España es la versión 2.0 de esa Unión Soviética o aquella Yugoslavia con las que crecimos sintiéndolas tan superiores. Tan altas, tan fuertes, tan imposibles de derribar. Eso es ahora España, al menos en Europa. El reto, a 48 horas vista, es serlo a nivel global. La puerta del Olimpo es la última barrera.
España cerró el primer tiempo con 20 puntos, seis canastas en juego y 2/11 en triples. Encajando los habituales puntos bajo su aro producto de la mala defensa de los bloqueos y el dos contra dos, llegó a remar a años luz (16-29, minuto 18) del ogro ruso ante el que se acumulaban los complejos. La emboscada rusa funcionaba y la sensación era que España había llegado a su techo en los Juegos. De ahí, 20-31 al descanso, se pasó al 67-59 final, 47-28 en el primer tiempo: una monstruosidad. Cuando saboreó la derrota España se negó a aceptarla, la escupió y desde la miseria construyó veinte minutos de puro baloncesto, una sinfonía que pareció tan natural, tan sencilla, que de repente todo lo anterior dejó de existir. Como si España hubiera aterrizado en Londres justo a tiempo. La defensa se convirtió en cemento ante una Rusia que se desmadejó y acumuló pérdidas y malos tiros. Shved anotó 2 puntos, Khryapa otros 2 y Kirilenko firmó 10 con 1/12 en tiros de campo y 5/10 en tiros libres. Fridzon no fue esta vez determinante y Ponkrashov se encontró de repente sin orquesta que dirigir, todos huyendo a la carrera.
La Selección firmó sus mejores minutos con Felipe y Llull poniendo energía, defensa y fe fanática y con Pau y Navarro en el banquillo. Así remontó gracias a los destellos de Rudy y los triples de Calderón, otro que se negó a entregar un mal ejercicio en el mayor de los exámenes. Los tiros entraron porque creció la confianza pero sobre todo porque España empezó a circular con velocidad, a encontrar buenas posiciones abiertas y jugar en transición desde la defensa. Hasta los Gasol fueron finalmente importantes a pesar del cepo de Blatt: 11+6 Marc y 16+12 Pau. El último cuarto fue explosivo, hirviente, del 46-46 que lo abrió al 60-50 que había descalabrado a Rusia al paso por el ecuador. Como ante Francia, lo mejor para el final pero esta vez sumando destellos de magia a la defensa, la energía, la extraordinaria gestión de los minutos decisivos: la responsabilidad convertida en alas, la presión en gasolina. España ganó, fue mejor y puede decirse que llega a la final olímpica en el mejor momento del campeonato, veinte minutos heroicos después. España, conviene recordarlo, y pararse un segundo a valorarlo y saborearlo, vuelve a la final olímpica. Marc Stein sabía lo que decía: old champs die hard. Nunca, nunca mates al viejo campeón.
España (9+11+26+21): Pau Gasol (16), Rudy Fernández (11), Navarro (4), Calderón (14) y Marc Gasol (11) -equipo inicial-, Sergio Rodríguez, Reyes (2), San Emeterio, Llull (7) e Ibaka (2).
Rusia (12+19+15+13): Shved (2), Kaun (14), Khryapa (2), Ponkrashov (10) y Kirilenko (10) -equipo inicial-, Mozgov (4), Fridzon (8), Antonov y Monya (9).
Árbitros: Luigi Lamonica (ITA), Ilija Belosevic (SRB) y Marcos Benito (BRA). Rudy Fernández fue eliminado por cinco personales en el minuto 37.
Incidencias: Partido correspondiente a las semifinales del torneo olímpico de baloncesto disputado en el North Greenwich Arena ante 13.215 espectadores.