Ann Romney, el pilar de una genuina familia conservadora
La mujer del candidato republicano protagoniza la primera jornada de la Convención
Antonio Caño
Tampa, El País
Dentro del esfuerzo de la Convención republicana para mostrar al país al auténtico Mitt Romney, la estrella de la primera sesión es su esposa, Ann Romney, cuyo papel, como pilar de una familia genuinamente conservadora, resulta fundamental para marcar el contraste con los actuales inquilinos de la Casa Blanca y para comprender la trayectoria personal y profesional del candidato a la presidencia.
Barack Obama conoció a su esposa, Michelle, en el despacho de abogados en el que ambos trabajaban. Romney conoció a Ann en el instituto, cuando ella no había cumplido aún los 16 años y él los 18. Llevan juntos, por tanto, 47 años, que ella ha dedicado exclusivamente a potenciar la carrera de su marido, por quien se convirtió al mormonismo en 1966, y a criar una familia de cinco hijos y 18 nietos conforme a las enseñanzas de su iglesia, que predica que “las madres son el maquinaria que da ánimo al conjunto del hombre y que guía el destino y las vidas de los hombres sobre la Tierra”.
Ann se ha mostrado siempre orgullosa de la dedicación plena a su hogar y ha tenido en ocasiones que enfrentarse a la incomprensión de otras mujeres por defender la labor sacrificada de un ama de casa. Ya durante esta campaña presidencial, Ann estuvo en el primer plano de la actualidad tras la críticas de un comentarista que dudaba de su sensibilidad hacia los problemas económicos por el hecho de no haber trabajado un solo día en toda su vida. El matrimonio Romney aprovechó para reivindicar el papel de las mujeres que renuncian a su éxito personal en beneficio de sus hijos.
“Ann ha dejado de lado lo que podría haber sido una interesante carrera porque decidió, nosotros decidimos, que queríamos tener hijos, y muchos, y ella se entregó a ellos, les dio todo su tiempo, y ha hecho un gran trabajo”, manifestó hace poco Romney en un programa de la cadena CNN.
En realidad, no fue todo su tiempo. Hija de un millonario de Michigan, Ann ha encontrado espacio para su afición preferida, los caballos, y, sobre todo, para acompañar a su marido en sus aventuras políticas. Siempre ha tenido cuidado de no manifestar sus puntos de vista personales en esa materia –si hay algo que odian los republicanos es el papel de Hillary Clinton durante la presidencia de su marido-, pero ha sido muy importante para humanizar al candidato y transmitir confianza en él.
En las pocas entrevistas que ha concedido, Ann habla de algunos momentos privados de Mitt, cuando éste se muestra, sorprendentemente, divertido y, más inconcebible aún, despeinado, y destaca la fe ciega en sus cualidades. Ann ha declarado que su esposo estaba destinado a la política y que “todo el país será muy afortunado si es presidente y lo lamentará si no lo es”.
Nadie debe confundir esa entrega a su esposo y familia con un signo de debilidad. Ann Romney es una mujer fuerte y lo ha demostrado en varias ocasiones, en especial cuando en 1998 tuvo que hacer frente a un terrible diagnóstico médico de esclerosis múltiple y cuando, diez años más tarde, sufrió un cáncer de mama.
También es enérgica en sus apariciones públicas. Este verano desató algunos comentarios cuando se la vio en una foto conduciendo la moto acuática en la que navegaba con su marido en el asiento trasero. Cuando aparece junto al candidato en los mítines, no es como la sumisa compañera que calla y otorga –como era el caso de la esposa de Newt Gingrich, por ejemplo-, sino como la leona dispuesta a proteger a su macho y a su camada a cualquier precio.
En 1998 tuvo que hacer frente a un terrible diagnóstico médico de esclerosis múltiple y, diez años más tarde, sufrió un cáncer de mama
Esa camada es parte de su orgullo y de sus argumentos en su discurso de Tampa, el más importante de su vida. Los cinco hijos de Mitt y Ann Romney son la máxima expresión del triunfo de esta pareja. Altos, fuertes, guapos, ricos, todos con alta educación y todos menos uno padres de familia, Tagg, Ben, Matt, Craig y Josh son como cinco gotas de agua del manantial de perfección que brota de la iglesia mormona.
Los Romney son una familia de la que esta convención puede sentirse orgullosa, un ejemplo para todos y, según las creencias de sus patriarcas, una razón de por qué Dios eligió a esta nación para el nacimiento de su profeta. No en las antípodas, pero sí a un buena distancia de los Obama. De acuerdo a la biografía de Irin Carmon para Salon, en su primera cita los Obama vieron la película de Spike Lee Do the Right Thing. Los Romney vieron el musical de Julie Andrews The Sound of Music.
Antonio Caño
Tampa, El País
Dentro del esfuerzo de la Convención republicana para mostrar al país al auténtico Mitt Romney, la estrella de la primera sesión es su esposa, Ann Romney, cuyo papel, como pilar de una familia genuinamente conservadora, resulta fundamental para marcar el contraste con los actuales inquilinos de la Casa Blanca y para comprender la trayectoria personal y profesional del candidato a la presidencia.
Barack Obama conoció a su esposa, Michelle, en el despacho de abogados en el que ambos trabajaban. Romney conoció a Ann en el instituto, cuando ella no había cumplido aún los 16 años y él los 18. Llevan juntos, por tanto, 47 años, que ella ha dedicado exclusivamente a potenciar la carrera de su marido, por quien se convirtió al mormonismo en 1966, y a criar una familia de cinco hijos y 18 nietos conforme a las enseñanzas de su iglesia, que predica que “las madres son el maquinaria que da ánimo al conjunto del hombre y que guía el destino y las vidas de los hombres sobre la Tierra”.
Ann se ha mostrado siempre orgullosa de la dedicación plena a su hogar y ha tenido en ocasiones que enfrentarse a la incomprensión de otras mujeres por defender la labor sacrificada de un ama de casa. Ya durante esta campaña presidencial, Ann estuvo en el primer plano de la actualidad tras la críticas de un comentarista que dudaba de su sensibilidad hacia los problemas económicos por el hecho de no haber trabajado un solo día en toda su vida. El matrimonio Romney aprovechó para reivindicar el papel de las mujeres que renuncian a su éxito personal en beneficio de sus hijos.
“Ann ha dejado de lado lo que podría haber sido una interesante carrera porque decidió, nosotros decidimos, que queríamos tener hijos, y muchos, y ella se entregó a ellos, les dio todo su tiempo, y ha hecho un gran trabajo”, manifestó hace poco Romney en un programa de la cadena CNN.
En realidad, no fue todo su tiempo. Hija de un millonario de Michigan, Ann ha encontrado espacio para su afición preferida, los caballos, y, sobre todo, para acompañar a su marido en sus aventuras políticas. Siempre ha tenido cuidado de no manifestar sus puntos de vista personales en esa materia –si hay algo que odian los republicanos es el papel de Hillary Clinton durante la presidencia de su marido-, pero ha sido muy importante para humanizar al candidato y transmitir confianza en él.
En las pocas entrevistas que ha concedido, Ann habla de algunos momentos privados de Mitt, cuando éste se muestra, sorprendentemente, divertido y, más inconcebible aún, despeinado, y destaca la fe ciega en sus cualidades. Ann ha declarado que su esposo estaba destinado a la política y que “todo el país será muy afortunado si es presidente y lo lamentará si no lo es”.
Nadie debe confundir esa entrega a su esposo y familia con un signo de debilidad. Ann Romney es una mujer fuerte y lo ha demostrado en varias ocasiones, en especial cuando en 1998 tuvo que hacer frente a un terrible diagnóstico médico de esclerosis múltiple y cuando, diez años más tarde, sufrió un cáncer de mama.
También es enérgica en sus apariciones públicas. Este verano desató algunos comentarios cuando se la vio en una foto conduciendo la moto acuática en la que navegaba con su marido en el asiento trasero. Cuando aparece junto al candidato en los mítines, no es como la sumisa compañera que calla y otorga –como era el caso de la esposa de Newt Gingrich, por ejemplo-, sino como la leona dispuesta a proteger a su macho y a su camada a cualquier precio.
En 1998 tuvo que hacer frente a un terrible diagnóstico médico de esclerosis múltiple y, diez años más tarde, sufrió un cáncer de mama
Esa camada es parte de su orgullo y de sus argumentos en su discurso de Tampa, el más importante de su vida. Los cinco hijos de Mitt y Ann Romney son la máxima expresión del triunfo de esta pareja. Altos, fuertes, guapos, ricos, todos con alta educación y todos menos uno padres de familia, Tagg, Ben, Matt, Craig y Josh son como cinco gotas de agua del manantial de perfección que brota de la iglesia mormona.
Los Romney son una familia de la que esta convención puede sentirse orgullosa, un ejemplo para todos y, según las creencias de sus patriarcas, una razón de por qué Dios eligió a esta nación para el nacimiento de su profeta. No en las antípodas, pero sí a un buena distancia de los Obama. De acuerdo a la biografía de Irin Carmon para Salon, en su primera cita los Obama vieron la película de Spike Lee Do the Right Thing. Los Romney vieron el musical de Julie Andrews The Sound of Music.