ANÁLISIS / La Convención de Clint Eastwood
La convención republicana será recordada, ante todo, por la intervención del actor y director
Antonio Caño
Tampa, El País
Lo más destacado de la intervención de Clint Eastwood en la noche del jueves en Tampa es que, probablemente, es lo único que va a ser recordado de esta convención republicana.
Eso habla del enorme tirón de uno de los gigantes de Hollywood, así como de su capacidad interpretativa, pero también de la pobreza de otros que se subieron al mismo escenario a lo largo de tres días. Al programar antes de él a una figura de esa dimensión, Mitt Romney corría el peligro de que, como ha ocurrido, la luz de la gran estrella opacara todo lo demás.
Clint Eastwood es la más alta celebridad del espectáculo que ha ocupado jamás un espacio tan privilegiado de una convención política. Esa era justo la hora en la que los principales canales de televisión conectaban con Tampa para su retransmisión en directo. Romney podía haber escogido cualquier cosa que hubiera querido contar a los norteamericanos. El emotivo vídeo sobre su vida que se pasó en la convención un rato antes, por ejemplo. No. Escogió a Eastwood y, por tanto, de Eastwood estamos escribiendo ahora.
Nunca se había producido semejante conexión entre la política y el espectáculo, dos mundos que frecuentemente se mezclan, en este y en otros países, pero cuya colaboración suele provocar roces, algunas insidias y muchos malos entendidos. La proximidad de los famosos tiene el beneficio de contagiar algo de fama también a los políticos, pero a cambio los hace parecer elitistas, frívolos y desconectados de la realidad del oscuro ciudadano de a pié. Precisamente el Partido Republicano tiene una larga tradición de criticar a los demócratas, muy especialmente a Barack Obama, por su frecuente cortejo a los círculos de Hollywood, claramente decantados hacia la izquierda.
Encontrar un actor famoso de derechas se ha convertido en una rareza, y cuando eso se produce, se difunde a los cuatro vientos. ¡Jon Voight es republicano!, publican las revistas para remarcar la excepcionalidad. Por esa razón, cuando Eastwood hizo público su apoyo a Romney, seguramente se convirtió en una tentación muy difícil de resistir para los organizadores de esta convención. La idea de un mito de tal estatura dedicando 15 minutos de lo que mejor sabe hacer a una candidatura, suena maravillosa desde la visión del marketing político de estos días.
Defendió su posición política de forma correcta pero rompió el tono de la convención y desacomodó el plan previsto por Romney, en cuyo discurso nadie pudo olvidar aquella silla vacía
Y, ciertamente, cuando Eastwood se puso frente a aquellos focos y comenzó a hablarle a una silla vacía que representaba a Obama, consiguió risas, aplausos y éxito, mucho éxito. Tanto éxito que es de lo que hoy se habla. Todos los programas de televisión le han pedido entrevistas, la mayoría de los comentaristas le dedican columnas y, en Internet, que es donde se mide hoy la verdadera repercusión de un acontecimiento, se han batido ya récords en las redes sociales, con cuentas y páginas a favor o en contra de esto o de aquello. Con seguridad, la actuación de Eastwood en Tampa será parodiada en decenas de programas, servirá de inspiración para los cómicos y estará vigente durante mucho tiempo.
Enhorabuena para Eastwood, que confirma su relevancia. Pero, ¿y para Romney? Para Romney ya es distinto. Quizá, aunque el efecto hubiera sido menor, las consecuencias no hubiera sido tan apreciables en el caso de que la estrella invitada no hubiera sido tan rutilante. Pero, claro, Eastwood es mucho, y, a sus 82 años, no es sencillo pedirle que se adapte a un guión. Salió por donde quiso. Se puso a hablar con una silla vacía como podía haberse bajado los pantalones en pleno escenario. Defendió su posición política de forma correcta –es, esencialmente, un libertario-, pero rompió el tono de la convención y desacomodó el plan previsto por Romney, en cuyo discurso nadie pudo olvidar aquella silla vacía.
Antonio Caño
Tampa, El País
Lo más destacado de la intervención de Clint Eastwood en la noche del jueves en Tampa es que, probablemente, es lo único que va a ser recordado de esta convención republicana.
Eso habla del enorme tirón de uno de los gigantes de Hollywood, así como de su capacidad interpretativa, pero también de la pobreza de otros que se subieron al mismo escenario a lo largo de tres días. Al programar antes de él a una figura de esa dimensión, Mitt Romney corría el peligro de que, como ha ocurrido, la luz de la gran estrella opacara todo lo demás.
Clint Eastwood es la más alta celebridad del espectáculo que ha ocupado jamás un espacio tan privilegiado de una convención política. Esa era justo la hora en la que los principales canales de televisión conectaban con Tampa para su retransmisión en directo. Romney podía haber escogido cualquier cosa que hubiera querido contar a los norteamericanos. El emotivo vídeo sobre su vida que se pasó en la convención un rato antes, por ejemplo. No. Escogió a Eastwood y, por tanto, de Eastwood estamos escribiendo ahora.
Nunca se había producido semejante conexión entre la política y el espectáculo, dos mundos que frecuentemente se mezclan, en este y en otros países, pero cuya colaboración suele provocar roces, algunas insidias y muchos malos entendidos. La proximidad de los famosos tiene el beneficio de contagiar algo de fama también a los políticos, pero a cambio los hace parecer elitistas, frívolos y desconectados de la realidad del oscuro ciudadano de a pié. Precisamente el Partido Republicano tiene una larga tradición de criticar a los demócratas, muy especialmente a Barack Obama, por su frecuente cortejo a los círculos de Hollywood, claramente decantados hacia la izquierda.
Encontrar un actor famoso de derechas se ha convertido en una rareza, y cuando eso se produce, se difunde a los cuatro vientos. ¡Jon Voight es republicano!, publican las revistas para remarcar la excepcionalidad. Por esa razón, cuando Eastwood hizo público su apoyo a Romney, seguramente se convirtió en una tentación muy difícil de resistir para los organizadores de esta convención. La idea de un mito de tal estatura dedicando 15 minutos de lo que mejor sabe hacer a una candidatura, suena maravillosa desde la visión del marketing político de estos días.
Defendió su posición política de forma correcta pero rompió el tono de la convención y desacomodó el plan previsto por Romney, en cuyo discurso nadie pudo olvidar aquella silla vacía
Y, ciertamente, cuando Eastwood se puso frente a aquellos focos y comenzó a hablarle a una silla vacía que representaba a Obama, consiguió risas, aplausos y éxito, mucho éxito. Tanto éxito que es de lo que hoy se habla. Todos los programas de televisión le han pedido entrevistas, la mayoría de los comentaristas le dedican columnas y, en Internet, que es donde se mide hoy la verdadera repercusión de un acontecimiento, se han batido ya récords en las redes sociales, con cuentas y páginas a favor o en contra de esto o de aquello. Con seguridad, la actuación de Eastwood en Tampa será parodiada en decenas de programas, servirá de inspiración para los cómicos y estará vigente durante mucho tiempo.
Enhorabuena para Eastwood, que confirma su relevancia. Pero, ¿y para Romney? Para Romney ya es distinto. Quizá, aunque el efecto hubiera sido menor, las consecuencias no hubiera sido tan apreciables en el caso de que la estrella invitada no hubiera sido tan rutilante. Pero, claro, Eastwood es mucho, y, a sus 82 años, no es sencillo pedirle que se adapte a un guión. Salió por donde quiso. Se puso a hablar con una silla vacía como podía haberse bajado los pantalones en pleno escenario. Defendió su posición política de forma correcta –es, esencialmente, un libertario-, pero rompió el tono de la convención y desacomodó el plan previsto por Romney, en cuyo discurso nadie pudo olvidar aquella silla vacía.