ANÁLISIS / Breivik, un fanático que sabía lo que hacía
Lola Morón Nozaleda, El País
La línea que separa la mente sana de la enferma puede parecer difícil de determinar. Sin embargo, para un profesional entrenado suele ser una tarea relativamente sencilla delimitar cuándo una persona actúa “en plena posesión de sus facultades mentales” y cuándo está mediada no por sí mismo, sino fruto de un estado de “psicosis”, es decir, alucinaciones o delirios. El caso de Anders Breivik parece haber sido complejo para los especialistas. En un principio le atribuyen padecer una enfermedad mental cuyo diagnóstico ha sido revisado, concluyendo que se trata de un fanático.
Ahora bien, al valorar la imputabilidad se deben tener en consideración varios factores: si el sujeto tiene una alteración del criterio de realidad, su capacidad para distinguir el bien del mal, calcular las consecuencias de sus actos y valorar acciones alternativas. Cuando un enfermo comete un acto criminal, es arrastrado por una fuerza mayor, insuperable, que le obliga a ejecutar esa acción. En el caso de los fanáticos, estos no valoran otra realidad más que la que ellos defienden, su realidad, que al ser subjetiva podemos considerar parcial por no tener en cuenta el valor de las creencias alternativas. Sin embargo, la capacidad para distinguir el bien del mal, el cálculo de las consecuencias y el cálculo de alternativas de actuación están indemne, aunque sometidos a su criterio individual.
Breivik encontró en el nazismo un ideal con el que identificarse
Tanto el fanatismo como el delirio se basan en la creencia. Pero existen diferencias notables porque en el delirio la creencia es falsa mientras que en el fanático se trata de una creencia aprendida y llevada al límite. En el enfermo delirante la idea convertida en creencia es espontánea. Al decir espontánea no hablamos de inmediatez, sino de su origen involuntario y hasta ahora inexplicable. En los casos de los fanáticos la creencia es aprendida, sometida a la voluntad individual (aprendemos lo que queremos aprender). La voluntariedad puede ser cuestionable cuando el aprendizaje comienza en la infancia y en situaciones sociales extremas, en las que el individuo se ve imbuido de una creencia generalizada que le ayuda a convivir consigo mismo y con un contexto social difícil de manejar. Aún en estos casos, pesa el criterio de voluntariedad, ya que todo lo aprendido debe ser cuestionable y cuestionado. En resumen, al fanático no le interesa la verdad, su pasión está al servicio de su fidelidad a la idea. En cambio, al enfermo delirante no le falta interés, sino capacidad para valorar y contextualizar la verdad.
El noruego Breivik tenía serios problemas con su imagen que le llevaron a luchar, primero contra ésta (la suya propia) y después contra su imagen de Europa, mancillada a su juicio por la inmigración de las últimas décadas. Breivik encontró en el nazismo y la ultraderecha un ideal con el que identificarse. Simplemente cambió el objeto de su rabia; de los judíos a los musulmanes. Desde su adolescencia y fruto de sus vivencias, se observan en Breivik rasgos de personalidad narcisista y una más que probable homosexualidad reprimida (por sus propias ideas). Pero se trata de una manera de ser que no impide tener un criterio de adecuación a las normas sociales. Ello le convierte en imputable.
Lola Morón Nozaleda es experta en psiquiatría forense.
La línea que separa la mente sana de la enferma puede parecer difícil de determinar. Sin embargo, para un profesional entrenado suele ser una tarea relativamente sencilla delimitar cuándo una persona actúa “en plena posesión de sus facultades mentales” y cuándo está mediada no por sí mismo, sino fruto de un estado de “psicosis”, es decir, alucinaciones o delirios. El caso de Anders Breivik parece haber sido complejo para los especialistas. En un principio le atribuyen padecer una enfermedad mental cuyo diagnóstico ha sido revisado, concluyendo que se trata de un fanático.
Ahora bien, al valorar la imputabilidad se deben tener en consideración varios factores: si el sujeto tiene una alteración del criterio de realidad, su capacidad para distinguir el bien del mal, calcular las consecuencias de sus actos y valorar acciones alternativas. Cuando un enfermo comete un acto criminal, es arrastrado por una fuerza mayor, insuperable, que le obliga a ejecutar esa acción. En el caso de los fanáticos, estos no valoran otra realidad más que la que ellos defienden, su realidad, que al ser subjetiva podemos considerar parcial por no tener en cuenta el valor de las creencias alternativas. Sin embargo, la capacidad para distinguir el bien del mal, el cálculo de las consecuencias y el cálculo de alternativas de actuación están indemne, aunque sometidos a su criterio individual.
Breivik encontró en el nazismo un ideal con el que identificarse
Tanto el fanatismo como el delirio se basan en la creencia. Pero existen diferencias notables porque en el delirio la creencia es falsa mientras que en el fanático se trata de una creencia aprendida y llevada al límite. En el enfermo delirante la idea convertida en creencia es espontánea. Al decir espontánea no hablamos de inmediatez, sino de su origen involuntario y hasta ahora inexplicable. En los casos de los fanáticos la creencia es aprendida, sometida a la voluntad individual (aprendemos lo que queremos aprender). La voluntariedad puede ser cuestionable cuando el aprendizaje comienza en la infancia y en situaciones sociales extremas, en las que el individuo se ve imbuido de una creencia generalizada que le ayuda a convivir consigo mismo y con un contexto social difícil de manejar. Aún en estos casos, pesa el criterio de voluntariedad, ya que todo lo aprendido debe ser cuestionable y cuestionado. En resumen, al fanático no le interesa la verdad, su pasión está al servicio de su fidelidad a la idea. En cambio, al enfermo delirante no le falta interés, sino capacidad para valorar y contextualizar la verdad.
El noruego Breivik tenía serios problemas con su imagen que le llevaron a luchar, primero contra ésta (la suya propia) y después contra su imagen de Europa, mancillada a su juicio por la inmigración de las últimas décadas. Breivik encontró en el nazismo y la ultraderecha un ideal con el que identificarse. Simplemente cambió el objeto de su rabia; de los judíos a los musulmanes. Desde su adolescencia y fruto de sus vivencias, se observan en Breivik rasgos de personalidad narcisista y una más que probable homosexualidad reprimida (por sus propias ideas). Pero se trata de una manera de ser que no impide tener un criterio de adecuación a las normas sociales. Ello le convierte en imputable.
Lola Morón Nozaleda es experta en psiquiatría forense.