¿Y después de El Asad?
La oposición está fragmentada y los cristianos se han mantenido al margen
A Estados Unidos le preocupa el arsenal de armas químicas del régimen
Juan Miguel Muñoz
Madrid, El País
Se tambalea el régimen del hombre que no podía ser “completamente malo porque protege a los cristianos y tiene una esposa tan moderna”, en palabras pronunciadas por el expresidente francés Nicolas Sarkozy semanas antes de que miles de sirios se rebelaran, en marzo de 2011, contra Bachar el Asad. Se hunde tras el devastador golpe asestado el miércoles a la élite militar en un cuartel en el corazón de Damasco. “Esta es la dinámica que derroca Gobiernos, cuando la gente pierde la confianza en la capacidad del régimen para protegerse a sí mismo”, afirmaba el jueves el analista Rami Khoury. Y se desvanecen el Gobierno de un partido, el Baaz, y una dinastía que —retórica furibunda al margen— había impuesto, mediante una brutal represión, cierta estabilidad en Oriente Próximo. Ahora todo es incertidumbre. Las incógnitas, infinitas. Y los gobernantes de países vecinos atisban los efectos de la desaparición de la estirpe que ha gobernado Siria desde 1970.
Si el régimen se precipita, el día después difícilmente dejará de ser caótico. Las tentaciones para proceder a algún tipo de desbaazificación, como la ejecutada en Irak en 2003 con efectos desastrosos, será difícil de superar. Por no hablar de una eventual revancha —se conocen ya atrocidades perpetradas por los insurrectos del Ejército Sirio Libre— de los suníes contra los alauíes, la secta del presidente. ¿Y si, como apuntan varios indicios, Al Qaeda se instala y refuerza en territorio sirio?
Si en Libia se organizó desde los primeros días de la revuelta un Consejo de Transición que ha sido capaz de encarrilar el proceso político, en Siria la oposición está fragmentadísima —han acabado a puñetazos en alguna reunión—, la comunidad cristiana (10% de la población) se ha mantenido al margen del alzamiento, actitud idéntica a la seguida por los kurdos asentados en el norte del país.
Muy improbable una intervención occidental —encubiertamente Catar y Arabia Saudí proporcionan armas a los rebeldes, tal como hicieran el año pasado en Libia—, a los vecinos y en las capitales occidentales inquieta, y mucho, lo imprevisible. Y en Siria, desaparecida la saga gobernante, el futuro sería ciertamente incierto porque en el corazón del mundo árabe, en Damasco, confluyen intereses vitales de Irán, Arabia Saudí, Rusia, Líbano... Y también de Occidente. Cada loco con su tema.
A corto plazo, a Estados Unidos le preocupa el arsenal de armas químicas, y a Turquía, Líbano, Jordania e Irak —que el viernes selló un puesto fronterizo con Siria tras ser conquistado por los insurgentes— el flujo de decenas de miles de refugiados.
A medio plazo, sin embargo, los beneficios para alguno de los actores en juego resultan más evidentes. Arabia Saudí, enemigo jurado de Irán y de El Asad —mucho más desde el magnicidio en Beirut, en 2005, del magnate suní y ex primer ministro libanés, Rafik Hariri— confía en disfrutar de un nuevo socio en Damasco, un Gobierno suní encabezado en el futuro por el partido que creen los Hermanos Musulmanes, muy activos en el alzamiento. Sería un severísimo varapalo al proyecto de Teherán de extender su influencia por Oriente Medio. Un proyecto que ya tiene grietas: el Movimiento islamista palestino Hamás, refugiado en Damasco desde hace 15 años, se pronunció a favor de los rebeldes y se distanció del regimen sirio ipso facto. El prestigio que Irán pudiera atesorar entre las masas árabes se diluye rápidamente.
Para Israel, la óptica es diferente. Las rebeliones contra los tiranos árabes desagradan. El exministro de Defensa y dirigente laborista Benjamín Ben Eliezer llegó a decir que debía ofrecerse asilo político al rais egipcio Hosni Mubarak, cuando este fue depuesto. Desde la guerra de Yom Kipur, en 1973, la meseta siria del Golán ocupada por Israel es una balsa de aceite, incluso más que el Sinaí egipcio. Pero nadie ofrecerá asilo a El Asad en Israel. Cuando Damasco ha decidido hostigar a Israel, siempre utilizó otros canales: principalmente a Hezbolá. Si el régimen damasceno se derrumba definitivamente, la milicia chií libanesa va a sufrir. No lo pudo expresar esta semana con más claridad Hasán Nasralá, el carismático líder de Hezbolá: “Siria es un camino para la resistencia y el puente de comunicación entre la resistencia e Irán”. El derrumbe de ese puente, ya frágil, parece inminente. ¿Cómo se va a pertrechar la milicia? ¿Quién y cómo le suministrará los cohetes? La ruptura de la alianza entre Irán y Siria suena a música celestial en Tel Aviv. Ya se verá en el porvenir cómo se comporta un Gobierno que probablemente tendrá tintes islamistas. En el futuro inminente no parece que este tipo de movimientos tengan excesiva prisa por arremeter contra el Estado judío. El ejemplo de Egipto, donde los Hermanos Musulmanes prometen cumplir los acuerdos de paz con Israel si este país los respeta, puede servir de modelo. Redactar una Constitución; negociar la entrega del poder con la junta militar; la rehabilitación de una economía ruinosa... El Cairo tiene ahora otras prioridades.
¿Y Turquía qué piensa? Ankara fue tajante el miércoles. En conferencia de prensa junto al presidente ruso, Vladímír Putin, ambos con semblante circunspecto tras conocer el atentado que sacudió la cúpula del poder en Damasco, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, aseguró: “Estoy categóricamente en contra de la violación de la integridad territorial de Siria”. Las líneas sectarias y religiosas cuentan, y mucho. Y Erdogan, que combate la insurgencia kurda en Turquía oriental, contempla inquieta cómo a la comunidad kurda del norte de Siria se le ha otorgado cierta autonomía a cambio de no sumarse a la rebelión contra El Asad. Preferiría también Erdogan no contemplar el escenario del Kurdistán iraquí, región independiente en la práctica: firma contratos con compañías como la petroleras ExxonMobil sin consultar a Bagdad.
No hay vecino que duerma tranquilo. Al rey Abdulá de Jordania le crecen los enanos. Los continuos cambios de Gobierno no satisfacen a una población harta de corrupción. Hasta los hinchas del equipo de fútbol apoyado por las tribus que sustentan al trono han insultado gravemente a la reina Rania, mientras el activismo del Frente de Acción Islámica, franquicia de la Hermandad, crece día a día. No digamos si se afianzaran los islamistas en Damasco.
A Estados Unidos le preocupa el arsenal de armas químicas del régimen
Juan Miguel Muñoz
Madrid, El País
Se tambalea el régimen del hombre que no podía ser “completamente malo porque protege a los cristianos y tiene una esposa tan moderna”, en palabras pronunciadas por el expresidente francés Nicolas Sarkozy semanas antes de que miles de sirios se rebelaran, en marzo de 2011, contra Bachar el Asad. Se hunde tras el devastador golpe asestado el miércoles a la élite militar en un cuartel en el corazón de Damasco. “Esta es la dinámica que derroca Gobiernos, cuando la gente pierde la confianza en la capacidad del régimen para protegerse a sí mismo”, afirmaba el jueves el analista Rami Khoury. Y se desvanecen el Gobierno de un partido, el Baaz, y una dinastía que —retórica furibunda al margen— había impuesto, mediante una brutal represión, cierta estabilidad en Oriente Próximo. Ahora todo es incertidumbre. Las incógnitas, infinitas. Y los gobernantes de países vecinos atisban los efectos de la desaparición de la estirpe que ha gobernado Siria desde 1970.
Si el régimen se precipita, el día después difícilmente dejará de ser caótico. Las tentaciones para proceder a algún tipo de desbaazificación, como la ejecutada en Irak en 2003 con efectos desastrosos, será difícil de superar. Por no hablar de una eventual revancha —se conocen ya atrocidades perpetradas por los insurrectos del Ejército Sirio Libre— de los suníes contra los alauíes, la secta del presidente. ¿Y si, como apuntan varios indicios, Al Qaeda se instala y refuerza en territorio sirio?
Si en Libia se organizó desde los primeros días de la revuelta un Consejo de Transición que ha sido capaz de encarrilar el proceso político, en Siria la oposición está fragmentadísima —han acabado a puñetazos en alguna reunión—, la comunidad cristiana (10% de la población) se ha mantenido al margen del alzamiento, actitud idéntica a la seguida por los kurdos asentados en el norte del país.
Muy improbable una intervención occidental —encubiertamente Catar y Arabia Saudí proporcionan armas a los rebeldes, tal como hicieran el año pasado en Libia—, a los vecinos y en las capitales occidentales inquieta, y mucho, lo imprevisible. Y en Siria, desaparecida la saga gobernante, el futuro sería ciertamente incierto porque en el corazón del mundo árabe, en Damasco, confluyen intereses vitales de Irán, Arabia Saudí, Rusia, Líbano... Y también de Occidente. Cada loco con su tema.
A corto plazo, a Estados Unidos le preocupa el arsenal de armas químicas, y a Turquía, Líbano, Jordania e Irak —que el viernes selló un puesto fronterizo con Siria tras ser conquistado por los insurgentes— el flujo de decenas de miles de refugiados.
A medio plazo, sin embargo, los beneficios para alguno de los actores en juego resultan más evidentes. Arabia Saudí, enemigo jurado de Irán y de El Asad —mucho más desde el magnicidio en Beirut, en 2005, del magnate suní y ex primer ministro libanés, Rafik Hariri— confía en disfrutar de un nuevo socio en Damasco, un Gobierno suní encabezado en el futuro por el partido que creen los Hermanos Musulmanes, muy activos en el alzamiento. Sería un severísimo varapalo al proyecto de Teherán de extender su influencia por Oriente Medio. Un proyecto que ya tiene grietas: el Movimiento islamista palestino Hamás, refugiado en Damasco desde hace 15 años, se pronunció a favor de los rebeldes y se distanció del regimen sirio ipso facto. El prestigio que Irán pudiera atesorar entre las masas árabes se diluye rápidamente.
Para Israel, la óptica es diferente. Las rebeliones contra los tiranos árabes desagradan. El exministro de Defensa y dirigente laborista Benjamín Ben Eliezer llegó a decir que debía ofrecerse asilo político al rais egipcio Hosni Mubarak, cuando este fue depuesto. Desde la guerra de Yom Kipur, en 1973, la meseta siria del Golán ocupada por Israel es una balsa de aceite, incluso más que el Sinaí egipcio. Pero nadie ofrecerá asilo a El Asad en Israel. Cuando Damasco ha decidido hostigar a Israel, siempre utilizó otros canales: principalmente a Hezbolá. Si el régimen damasceno se derrumba definitivamente, la milicia chií libanesa va a sufrir. No lo pudo expresar esta semana con más claridad Hasán Nasralá, el carismático líder de Hezbolá: “Siria es un camino para la resistencia y el puente de comunicación entre la resistencia e Irán”. El derrumbe de ese puente, ya frágil, parece inminente. ¿Cómo se va a pertrechar la milicia? ¿Quién y cómo le suministrará los cohetes? La ruptura de la alianza entre Irán y Siria suena a música celestial en Tel Aviv. Ya se verá en el porvenir cómo se comporta un Gobierno que probablemente tendrá tintes islamistas. En el futuro inminente no parece que este tipo de movimientos tengan excesiva prisa por arremeter contra el Estado judío. El ejemplo de Egipto, donde los Hermanos Musulmanes prometen cumplir los acuerdos de paz con Israel si este país los respeta, puede servir de modelo. Redactar una Constitución; negociar la entrega del poder con la junta militar; la rehabilitación de una economía ruinosa... El Cairo tiene ahora otras prioridades.
¿Y Turquía qué piensa? Ankara fue tajante el miércoles. En conferencia de prensa junto al presidente ruso, Vladímír Putin, ambos con semblante circunspecto tras conocer el atentado que sacudió la cúpula del poder en Damasco, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, aseguró: “Estoy categóricamente en contra de la violación de la integridad territorial de Siria”. Las líneas sectarias y religiosas cuentan, y mucho. Y Erdogan, que combate la insurgencia kurda en Turquía oriental, contempla inquieta cómo a la comunidad kurda del norte de Siria se le ha otorgado cierta autonomía a cambio de no sumarse a la rebelión contra El Asad. Preferiría también Erdogan no contemplar el escenario del Kurdistán iraquí, región independiente en la práctica: firma contratos con compañías como la petroleras ExxonMobil sin consultar a Bagdad.
No hay vecino que duerma tranquilo. Al rey Abdulá de Jordania le crecen los enanos. Los continuos cambios de Gobierno no satisfacen a una población harta de corrupción. Hasta los hinchas del equipo de fútbol apoyado por las tribus que sustentan al trono han insultado gravemente a la reina Rania, mientras el activismo del Frente de Acción Islámica, franquicia de la Hermandad, crece día a día. No digamos si se afianzaran los islamistas en Damasco.