Olimpiadas: Más fibra que músculo
Londres evoca el pasado en una inauguración realista que no intentó apabullar como Pekín
Walter Oppenheimer
Londres, El País
Gran Bretaña se ofreció al mundo tal como es: un país con más pasado que futuro. En un ejercicio de realismo, Londres 2012 no apostó por apabullar con el despliegue tecnológico y de poderío de Pekín hace cuatro años. Optó por tocar la fibra sensible del espectador. De los miles que abarrotaban el estadio olímpico de Stratford, en el deprimido Este de Londres, y de los miles de millones que lo veían por televisión en el mundo entero. Humanidad frente a tecnología. Pasado frente a futuro.
Entre música, cine, danza y evocaciones bucólicas, atrás quedaron siete años de dudas sobre el sentido de organizar estos Juegos Olímpicos. Y también sobre la capacidad para hacerlo bien de una ciudad y un país que habían fracasado en empresas mucho menores, como el nuevo Wembley, o como el Millenium, ese templo a la modernidad erigido para recibir al año 2000 en North Greenwich, frente a Canary Wharf, la antigua zona portuaria reconvertida en centro financiero. Pero hay pocos pueblos tan capaces como el británico de rechazar y encumbrar la misma cosa. Las dudas se han borraron, al menos durante unas horas, con una ceremonia de apertura que quiso, sobre todo, hacer un cántico a lo que Gran Bretaña le ha dado al mundo, desde su literatura y su música a la revolución industrial. Se echaron en ese recuento contribuciones menos nobles, como la vocación imperial de un país que dominaba el mundo hace no tanto tiempo.
A falta del apabullante despliegue tecnológico de Pekín 2008, con el que China lanzó el mensaje de su poderío actual y futuro, Londres 2012 echó mano de 15.000 voluntarios para llegar allí donde no llegaba la tecnología. Aquí no hubo atletas corriendo en paralelo al suelo a decenas de metros de altura —aunque a última hora un ciclista atravesó el estadio por los aires— pero sí hubo cientos de figurantes desmontando con sus manos y transportando a pie el gigantesco escenario bucólico de la apertura: una evocación del río Támesis, ese que representa al mismo tiempo la campiña del centro de Inglaterra y el poderío económico de la capital.
En estos tiempos de austeridad, la apertura de Londres 2012 echó mano de su inventario intelectual, su rica herencia cultural y su innegable tendencia al espectáculo. A fin de cuentas, ¿hay mejor teatro en el mundo que el británico? ¿Acaso no es teatro en estado puro su manera de hacer política, con el griterío de las sesiones de preguntas al primer ministro? ¿No es teatral la exuberancia de la puesta en escena de su monarquía?
Teatro, sí, pero también cine. Y música, mucha música. Clásica, pero sobre todo moderna, un terreno en el que solo Estados Unidos le puede disputar la medalla de oro. El escenario se fue trasformando poco a poco en una gigantesca pista de baile mientras la música atronaba en el estadio.
Por la ceremonia fueron desfilando, a veces sobre el terreno, a menudo solo en la pantalla, muchos de los mitos culturales que este país ha dado al mundo, desde Mary Poppins a la película Carros de fuego, siempre oportuna en un evento olímpico. No podía faltar James Bond, acompañando en la pantalla a Isabel II y sus perritos por los pasillos del palacio de Buckingham antes de coger un helicóptero que se paseó en la pantalla por el Londres olímpico como prólogo de la llegada de la Reina en carne y hueso al estadio.
Su presencia dio paso al inevitable homenaje a las fuerzas armadas, portadoras de la Union Jack con hombres y mujeres de los distintos cuerpos militares, izada a los sones del Dios Salve a la reina entonado por un coro infantil.
De mito a mito, llegó la hora de homenajear al NHS, el servicio nacional de salud, con la divertida salida a escena de docenas de enfermeras empujando camas con supuestos enfermos en un número que bien podría haber formado parte de un musical del West End. El actor Rowan Atkinson, conocido en España como Míster Bean, hizo reír al público con una de sus geniales interpretaciones sin palabras.
Y así, entre homenajes a los Beatles, a los Rollings, a Charles Chaplin, a David Bowie, a Queen, y a muchos otros, la apertura fue transitando hacia el momento culminante de siempre, el ceremonial de desfile, en el que la euforia desatada por la aparición del equipo británico contrastó con la parsimonia con la que la Reina se arreglaba las uñas en ese momento.
Luego, los discursos, la Reina inaugurando los Juegos, la llegada de la bandera, con la voluntariosa ayuda de un avejentado Muhammad Ali, el himno olímpico, el juramento. Por fin, la siempre emocionante llegada de la antorcha. Al final fueron un grupo de jóvenes deportistas quienes encendieron un hermoso pebetero que se fue formando al unirse numerosas antorchas individuales. El fuego olímpico dio paso a un monumental castillo de fuegos artificiales, con Paul McCartney como traca final.
Londres, El País
Gran Bretaña se ofreció al mundo tal como es: un país con más pasado que futuro. En un ejercicio de realismo, Londres 2012 no apostó por apabullar con el despliegue tecnológico y de poderío de Pekín hace cuatro años. Optó por tocar la fibra sensible del espectador. De los miles que abarrotaban el estadio olímpico de Stratford, en el deprimido Este de Londres, y de los miles de millones que lo veían por televisión en el mundo entero. Humanidad frente a tecnología. Pasado frente a futuro.
Entre música, cine, danza y evocaciones bucólicas, atrás quedaron siete años de dudas sobre el sentido de organizar estos Juegos Olímpicos. Y también sobre la capacidad para hacerlo bien de una ciudad y un país que habían fracasado en empresas mucho menores, como el nuevo Wembley, o como el Millenium, ese templo a la modernidad erigido para recibir al año 2000 en North Greenwich, frente a Canary Wharf, la antigua zona portuaria reconvertida en centro financiero. Pero hay pocos pueblos tan capaces como el británico de rechazar y encumbrar la misma cosa. Las dudas se han borraron, al menos durante unas horas, con una ceremonia de apertura que quiso, sobre todo, hacer un cántico a lo que Gran Bretaña le ha dado al mundo, desde su literatura y su música a la revolución industrial. Se echaron en ese recuento contribuciones menos nobles, como la vocación imperial de un país que dominaba el mundo hace no tanto tiempo.
A falta del apabullante despliegue tecnológico de Pekín 2008, con el que China lanzó el mensaje de su poderío actual y futuro, Londres 2012 echó mano de 15.000 voluntarios para llegar allí donde no llegaba la tecnología. Aquí no hubo atletas corriendo en paralelo al suelo a decenas de metros de altura —aunque a última hora un ciclista atravesó el estadio por los aires— pero sí hubo cientos de figurantes desmontando con sus manos y transportando a pie el gigantesco escenario bucólico de la apertura: una evocación del río Támesis, ese que representa al mismo tiempo la campiña del centro de Inglaterra y el poderío económico de la capital.
En estos tiempos de austeridad, la apertura de Londres 2012 echó mano de su inventario intelectual, su rica herencia cultural y su innegable tendencia al espectáculo. A fin de cuentas, ¿hay mejor teatro en el mundo que el británico? ¿Acaso no es teatro en estado puro su manera de hacer política, con el griterío de las sesiones de preguntas al primer ministro? ¿No es teatral la exuberancia de la puesta en escena de su monarquía?
Teatro, sí, pero también cine. Y música, mucha música. Clásica, pero sobre todo moderna, un terreno en el que solo Estados Unidos le puede disputar la medalla de oro. El escenario se fue trasformando poco a poco en una gigantesca pista de baile mientras la música atronaba en el estadio.
Por la ceremonia fueron desfilando, a veces sobre el terreno, a menudo solo en la pantalla, muchos de los mitos culturales que este país ha dado al mundo, desde Mary Poppins a la película Carros de fuego, siempre oportuna en un evento olímpico. No podía faltar James Bond, acompañando en la pantalla a Isabel II y sus perritos por los pasillos del palacio de Buckingham antes de coger un helicóptero que se paseó en la pantalla por el Londres olímpico como prólogo de la llegada de la Reina en carne y hueso al estadio.
Su presencia dio paso al inevitable homenaje a las fuerzas armadas, portadoras de la Union Jack con hombres y mujeres de los distintos cuerpos militares, izada a los sones del Dios Salve a la reina entonado por un coro infantil.
De mito a mito, llegó la hora de homenajear al NHS, el servicio nacional de salud, con la divertida salida a escena de docenas de enfermeras empujando camas con supuestos enfermos en un número que bien podría haber formado parte de un musical del West End. El actor Rowan Atkinson, conocido en España como Míster Bean, hizo reír al público con una de sus geniales interpretaciones sin palabras.
Y así, entre homenajes a los Beatles, a los Rollings, a Charles Chaplin, a David Bowie, a Queen, y a muchos otros, la apertura fue transitando hacia el momento culminante de siempre, el ceremonial de desfile, en el que la euforia desatada por la aparición del equipo británico contrastó con la parsimonia con la que la Reina se arreglaba las uñas en ese momento.
Luego, los discursos, la Reina inaugurando los Juegos, la llegada de la bandera, con la voluntariosa ayuda de un avejentado Muhammad Ali, el himno olímpico, el juramento. Por fin, la siempre emocionante llegada de la antorcha. Al final fueron un grupo de jóvenes deportistas quienes encendieron un hermoso pebetero que se fue formando al unirse numerosas antorchas individuales. El fuego olímpico dio paso a un monumental castillo de fuegos artificiales, con Paul McCartney como traca final.