Golpe a la línea de flotación de Irán
La caída de Bachar el Asad supondría la pérdida de un aliado estratégico para Teherán
Ángeles Espinosa
Dubai, El País
Fuera de Damasco, en ninguna otra capital se está sintiendo la turbulencia que sacude Siria con la intensidad que en Teherán. Para la República Islámica de Irán, la caída de Bachar el Asad supone no solo la pérdida de su aliado clave en la región, sino un riesgo existencial. Siria era la piedra angular de una política exterior basada en el enfrentamiento a Israel sobre la que todas las facciones del régimen estaban de acuerdo. Alcanzar un nuevo consenso va a resultar especialmente complicado. A las divisiones internas que se evidenciaron en el verano de 2009, se suman ahora unas sanciones internacionales que reducen el margen de maniobra para ofrecer incentivos.
“Siria es la joya de la corona de Irán, su principal valor estratégico. Con la caída de Bachar, el régimen iraní va a perder su mayor inversión de los últimos 30 años en esta región en términos de dinero, armas y estrategia”, resume Abdulá el Shayji, director del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Kuwait.
De ahí que después de meses de negar que su aliado árabe tuviera problemas, Teherán ha cambiado sutilmente su discurso y ahora se ofrece para mediar entre las partes. Aunque jalean las protestas de los chiíes en Bahréin y aplauden el "despertar islámico" de Túnez, Egipto, Libia y Yemen, los medios iraníes (todos bajo control estatal) siguen negando que los sirios se hayan levantado contra sus gobernantes.
"El conflicto sirio debe resolverse mediante negociaciones", ha admitido sin embargo esta semana el ministro iraní de Exteriores, Ali Akbar Salehi, en la cadena iraní en árabe Al Alam. Salehí reiteró la disposición de su país para acoger unas eventuales negociaciones entre el Gobierno sirio y los partidos de oposición, si bien oficialmente Damasco sólo afronta un problema de terrorismo. Pero ese gesto, que tal vez hubiera servido de algo al principio de la crisis el año pasado, llega tarde para todos.
"No creo que la comunidad internacional vaya a permitir la mediación de Irán en el conflicto porque lo ve como parte del problema no como solución", señala Theodore Karasik, director del centro de análisis militar INEGMA, en Dubái. Para este experto, "Irán hipoteca la defensa del régimen sirio".
Desde la revolución que derrocó a la monarquía en 1979, Siria ha sido el más fiel aliado de Irán en el mundo árabe (y en general). Estuvo a su lado incluso durante la guerra con el Irak de Sadam Husein durante los años ochenta del siglo pasado. Y eso a pesar de las enormes diferencias ideológicas que separaban la república islámica del modelo laico instaurado por Hafez el Asad, el padre del actual mandatario. A menudo se ha simplificado esa relación buscando una afinidad religiosa entre el chiísmo iraní y el credo alauí que profesa el clan de los El Asad. Pero fue sobre todo la enemistad con Israel lo que unió a ambos regímenes.
Para los gobernantes iraníes, Siria se convirtió en la vía de acceso a Hezbolá y Hamás, los dos grupos que, desde Líbano el primero y desde los territorios palestinos el segundo, les permitían mantener su pose de defensores de la causa palestina sin derramar una gota de sangre iraní y mantener el conflicto alejado de su territorio. Atendiendo a sus raíces suníes (como la mayoría de los sublevados sirios), Hamás se distanció el año pasado de Damasco y buscó el amparo de Doha. Pero el chií Hezbolá, una criatura de los Guardias de la Revolución iraníes, no tiene otro benefactor al que acudir, y el derribo de Bachar podría ser un golpe mortal.
"Es posible que Israel incluso se arriesgue a atacarlo", apunta Shayji. Por su parte, el director de INEGMA ve mayor riesgo de que al sentirse aislado, Hezbolá "reanude sus actividades terroristas". Es el fantasma que están agitando algunos portavoces iraníes. "Los aliados de Siria no van a permitir un cambio de régimen", advirtió el pasado martes un responsable de los Guardianes de la Revolución antes de precisar que "las fuerzas de la resistencia no han entrado en acción todavía".
"El régimen iraní se da cuenta de que el colapso de El Asad significa que pierde su asidero en el mundo árabe. Por eso está intensificando su actividad en Irak, sobre todo en el Kurdistán, en Yemen…", asegura Karasik.
Sin embargo, el politólogo kuwaití considera que ni Irak ni el Kurdistán pueden sustituir a Siria, con su acceso al Mediterráneo, a Israel y a Hezbolá. "La caída de Bachar el Asad acaba con su grandioso proyecto para la región. Pero no es sólo su presencia regional, incluso el control sobre su propio pueblo se tambalea", interpreta Shayji. En su opinión, "la caída de Bachar será un indicador para los iraníes y permitirá que la Primavera Árabe llegue por fin a Irán".
Ángeles Espinosa
Dubai, El País
Fuera de Damasco, en ninguna otra capital se está sintiendo la turbulencia que sacude Siria con la intensidad que en Teherán. Para la República Islámica de Irán, la caída de Bachar el Asad supone no solo la pérdida de su aliado clave en la región, sino un riesgo existencial. Siria era la piedra angular de una política exterior basada en el enfrentamiento a Israel sobre la que todas las facciones del régimen estaban de acuerdo. Alcanzar un nuevo consenso va a resultar especialmente complicado. A las divisiones internas que se evidenciaron en el verano de 2009, se suman ahora unas sanciones internacionales que reducen el margen de maniobra para ofrecer incentivos.
“Siria es la joya de la corona de Irán, su principal valor estratégico. Con la caída de Bachar, el régimen iraní va a perder su mayor inversión de los últimos 30 años en esta región en términos de dinero, armas y estrategia”, resume Abdulá el Shayji, director del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Kuwait.
De ahí que después de meses de negar que su aliado árabe tuviera problemas, Teherán ha cambiado sutilmente su discurso y ahora se ofrece para mediar entre las partes. Aunque jalean las protestas de los chiíes en Bahréin y aplauden el "despertar islámico" de Túnez, Egipto, Libia y Yemen, los medios iraníes (todos bajo control estatal) siguen negando que los sirios se hayan levantado contra sus gobernantes.
"El conflicto sirio debe resolverse mediante negociaciones", ha admitido sin embargo esta semana el ministro iraní de Exteriores, Ali Akbar Salehi, en la cadena iraní en árabe Al Alam. Salehí reiteró la disposición de su país para acoger unas eventuales negociaciones entre el Gobierno sirio y los partidos de oposición, si bien oficialmente Damasco sólo afronta un problema de terrorismo. Pero ese gesto, que tal vez hubiera servido de algo al principio de la crisis el año pasado, llega tarde para todos.
"No creo que la comunidad internacional vaya a permitir la mediación de Irán en el conflicto porque lo ve como parte del problema no como solución", señala Theodore Karasik, director del centro de análisis militar INEGMA, en Dubái. Para este experto, "Irán hipoteca la defensa del régimen sirio".
Desde la revolución que derrocó a la monarquía en 1979, Siria ha sido el más fiel aliado de Irán en el mundo árabe (y en general). Estuvo a su lado incluso durante la guerra con el Irak de Sadam Husein durante los años ochenta del siglo pasado. Y eso a pesar de las enormes diferencias ideológicas que separaban la república islámica del modelo laico instaurado por Hafez el Asad, el padre del actual mandatario. A menudo se ha simplificado esa relación buscando una afinidad religiosa entre el chiísmo iraní y el credo alauí que profesa el clan de los El Asad. Pero fue sobre todo la enemistad con Israel lo que unió a ambos regímenes.
Para los gobernantes iraníes, Siria se convirtió en la vía de acceso a Hezbolá y Hamás, los dos grupos que, desde Líbano el primero y desde los territorios palestinos el segundo, les permitían mantener su pose de defensores de la causa palestina sin derramar una gota de sangre iraní y mantener el conflicto alejado de su territorio. Atendiendo a sus raíces suníes (como la mayoría de los sublevados sirios), Hamás se distanció el año pasado de Damasco y buscó el amparo de Doha. Pero el chií Hezbolá, una criatura de los Guardias de la Revolución iraníes, no tiene otro benefactor al que acudir, y el derribo de Bachar podría ser un golpe mortal.
"Es posible que Israel incluso se arriesgue a atacarlo", apunta Shayji. Por su parte, el director de INEGMA ve mayor riesgo de que al sentirse aislado, Hezbolá "reanude sus actividades terroristas". Es el fantasma que están agitando algunos portavoces iraníes. "Los aliados de Siria no van a permitir un cambio de régimen", advirtió el pasado martes un responsable de los Guardianes de la Revolución antes de precisar que "las fuerzas de la resistencia no han entrado en acción todavía".
"El régimen iraní se da cuenta de que el colapso de El Asad significa que pierde su asidero en el mundo árabe. Por eso está intensificando su actividad en Irak, sobre todo en el Kurdistán, en Yemen…", asegura Karasik.
Sin embargo, el politólogo kuwaití considera que ni Irak ni el Kurdistán pueden sustituir a Siria, con su acceso al Mediterráneo, a Israel y a Hezbolá. "La caída de Bachar el Asad acaba con su grandioso proyecto para la región. Pero no es sólo su presencia regional, incluso el control sobre su propio pueblo se tambalea", interpreta Shayji. En su opinión, "la caída de Bachar será un indicador para los iraníes y permitirá que la Primavera Árabe llegue por fin a Irán".