El espionaje alemán destruyó pruebas de la trama neonazi
La banda grabó en vídeo asesinatos de inmigrantes y reivindicaciones
Merkel, sobre las imágenes: "Es lo más pérfido e inhumano que he visto en mi vida"
Juan Gómez
Berlín, El País
La estupefacción general tras conocerse que los servicios secretos internos alemanes (BFV) habían destruido expedientes relacionados con la banda terrorista neonazi NSU queda expresada en una frase del presidente de la Comisión parlamentaria que investiga el caso, el socialdemócrata Sebastian Edathy: “esto no contribuye a desterrar las teorías conspiratorias”.
En noviembre, justo después de que saliera a la luz que los neonazis habían asesinado metódicamente a ocho turcos, un griego y a una agente de policía entre 2000 y 2007, un funcionario del BFV metió en la trituradora de papel diversos expedientes sobre los informantes que el servicio secreto mantiene entre los neonazis del este de Alemania. El responsable del escándalo del confeti declaró este jueves ante la Comisión parlamentaria, pero no aclaró nada. Ni siquiera le obligaron a revelar su nombre verdadero. Que el lunes dimitiera el jefe del BFV, Heinz Fromm, añade más confusión a esta trama de terrorismo nazi en posible trato con miembros del servicio secreto.
Sobre el trío de Jena (en Turingia, al este de Alemania), formado por Uwe Böhnhardt, Uwe Mundlos y Beate Zschäpe, pesaba en 1998 una orden de arresto por posesión de explosivos. El servicio de inteligencia sabía que era gente peligrosa con numerosos apoyos en el extenso ámbito neonazi alemán, pero nadie impidió que pasaran a la clandestinidad. Su desaparición entre 1998 y 2011 es tanto más asombrosa por cuanto permanecieron tranquilamente en Alemania, un país densamente poblado, seguro y ordenado, donde te multan por andar sin luz en bicicleta. En 2000, el trío inició una serie de asesinatos racistas y atentados con bomba que continuó, impune, hasta 2007. Para financiarse atracaban bancos. El patrón de los asesinatos era el siguiente: elegían a un pequeño empresario de origen turco en alguna ciudad alemana y le disparaban en la cara con una rara pistola checa. Grabaron algunos crímenes y confeccionaron vídeos reivindicativos y vejatorios que no llegaron a distribuir. La canciller, Angela Merkel, dice que las imágenes son “lo más pérfido, lo más infame, lo más inhumano” que ha visto en su vida.
Los tres nazis vivían en un coqueto ático de 120 metros cuadrados en Zwickau (en Sajonia, al este). Zschäpe, única mujer del trío, lo hizo saltar por los aires en noviembre al enterarse de que sus dos compinches habían sido hallados muertos en la autocaravana que usaban cuando cometían sus crímenes. Acababan de atracar un banco y la policía mantiene que se suicidaron al verse acorralados. Ella se entregó en Zwickau. Desde entonces han detenido a cinco personas acusadas de colaborar con la banda. Mientras los terroristas neonazis perpetraban los diez asesinatos, tres atentados con bomba y catorce atracos, las perplejas autoridades informaban de supuestas conexiones mafiosas de las víctimas. Nunca llegaron a probarlas, pero se extendió la idea de que la serie criminal era cosa de mafiosos, de extranjeros. En la cima de la simplificación racista, los medios sensacionalistas bautizaron el caso como los asesinatos del döner (kebab).
Uno de los episodios más insólitos de la trama fue la detención policial en el escenario del último asesinato racista del NSU, en 2006. Los neonazis mataron a Halit Yozgat, un joven alemán de 21 años y ascendencia turca, en su cibercafé de Kassel (Hesse, Oeste de Alemania). Había varias personas en la sala de ordenadores. Una de ellas no se presentó como testigo. La policía logró aislar las pruebas de ADN de su teclado y detuvo a un hombre llamado Andreas T. En su pueblo lo recuerdan como el pequeño Adolf, porque de muchacho no disimulaba sus ideas ultraderechistas. A los investigadores se les atragantó enseguida la alegría de haber dado con una pista clave porque Andreas T. era agente del servicio secreto en Hesse. Se encargaba de mantener el contacto con informantes y de pagar sus emolumentos con fondos reservados. Hoy está suspendido del servicio, pero no ha sido imputado.
Uno de los jefes de policía de Kassel, Gerald Hoffman, dijo el jueves al semanario Die Zeit que el sospechoso “se contradijo numerosas veces” tras su detención y que no supo explicar cómo salió del cibercafé sin ver el cadáver o, si Yozgat seguía vivo, a los asesinos. Hoffmann sospechaba que el agente podría haber matado al joven. El BFV bloqueó sus expedientes. La serie de crímenes racistas terminó. La banda asesinaría meses más tarde a una agente de policía en un aparcamiento.
Merkel, sobre las imágenes: "Es lo más pérfido e inhumano que he visto en mi vida"
Juan Gómez
Berlín, El País
La estupefacción general tras conocerse que los servicios secretos internos alemanes (BFV) habían destruido expedientes relacionados con la banda terrorista neonazi NSU queda expresada en una frase del presidente de la Comisión parlamentaria que investiga el caso, el socialdemócrata Sebastian Edathy: “esto no contribuye a desterrar las teorías conspiratorias”.
En noviembre, justo después de que saliera a la luz que los neonazis habían asesinado metódicamente a ocho turcos, un griego y a una agente de policía entre 2000 y 2007, un funcionario del BFV metió en la trituradora de papel diversos expedientes sobre los informantes que el servicio secreto mantiene entre los neonazis del este de Alemania. El responsable del escándalo del confeti declaró este jueves ante la Comisión parlamentaria, pero no aclaró nada. Ni siquiera le obligaron a revelar su nombre verdadero. Que el lunes dimitiera el jefe del BFV, Heinz Fromm, añade más confusión a esta trama de terrorismo nazi en posible trato con miembros del servicio secreto.
Sobre el trío de Jena (en Turingia, al este de Alemania), formado por Uwe Böhnhardt, Uwe Mundlos y Beate Zschäpe, pesaba en 1998 una orden de arresto por posesión de explosivos. El servicio de inteligencia sabía que era gente peligrosa con numerosos apoyos en el extenso ámbito neonazi alemán, pero nadie impidió que pasaran a la clandestinidad. Su desaparición entre 1998 y 2011 es tanto más asombrosa por cuanto permanecieron tranquilamente en Alemania, un país densamente poblado, seguro y ordenado, donde te multan por andar sin luz en bicicleta. En 2000, el trío inició una serie de asesinatos racistas y atentados con bomba que continuó, impune, hasta 2007. Para financiarse atracaban bancos. El patrón de los asesinatos era el siguiente: elegían a un pequeño empresario de origen turco en alguna ciudad alemana y le disparaban en la cara con una rara pistola checa. Grabaron algunos crímenes y confeccionaron vídeos reivindicativos y vejatorios que no llegaron a distribuir. La canciller, Angela Merkel, dice que las imágenes son “lo más pérfido, lo más infame, lo más inhumano” que ha visto en su vida.
Los tres nazis vivían en un coqueto ático de 120 metros cuadrados en Zwickau (en Sajonia, al este). Zschäpe, única mujer del trío, lo hizo saltar por los aires en noviembre al enterarse de que sus dos compinches habían sido hallados muertos en la autocaravana que usaban cuando cometían sus crímenes. Acababan de atracar un banco y la policía mantiene que se suicidaron al verse acorralados. Ella se entregó en Zwickau. Desde entonces han detenido a cinco personas acusadas de colaborar con la banda. Mientras los terroristas neonazis perpetraban los diez asesinatos, tres atentados con bomba y catorce atracos, las perplejas autoridades informaban de supuestas conexiones mafiosas de las víctimas. Nunca llegaron a probarlas, pero se extendió la idea de que la serie criminal era cosa de mafiosos, de extranjeros. En la cima de la simplificación racista, los medios sensacionalistas bautizaron el caso como los asesinatos del döner (kebab).
Uno de los episodios más insólitos de la trama fue la detención policial en el escenario del último asesinato racista del NSU, en 2006. Los neonazis mataron a Halit Yozgat, un joven alemán de 21 años y ascendencia turca, en su cibercafé de Kassel (Hesse, Oeste de Alemania). Había varias personas en la sala de ordenadores. Una de ellas no se presentó como testigo. La policía logró aislar las pruebas de ADN de su teclado y detuvo a un hombre llamado Andreas T. En su pueblo lo recuerdan como el pequeño Adolf, porque de muchacho no disimulaba sus ideas ultraderechistas. A los investigadores se les atragantó enseguida la alegría de haber dado con una pista clave porque Andreas T. era agente del servicio secreto en Hesse. Se encargaba de mantener el contacto con informantes y de pagar sus emolumentos con fondos reservados. Hoy está suspendido del servicio, pero no ha sido imputado.
Uno de los jefes de policía de Kassel, Gerald Hoffman, dijo el jueves al semanario Die Zeit que el sospechoso “se contradijo numerosas veces” tras su detención y que no supo explicar cómo salió del cibercafé sin ver el cadáver o, si Yozgat seguía vivo, a los asesinos. Hoffmann sospechaba que el agente podría haber matado al joven. El BFV bloqueó sus expedientes. La serie de crímenes racistas terminó. La banda asesinaría meses más tarde a una agente de policía en un aparcamiento.