El Asad se prepara para arrasar Alepo
-Helicópteros del régimen comenzaron anoche a atacar barrios de la ciudad
-Los rebeldes afrontan el asalto con pocas armas y mucho coraje
Álvaro de Cózar
Alepo, El País
La de Siria, como lo fue antes la de Libia, es una guerra que se hace en chanclas, con Kaláshnikov al hombro, Alá en los cánticos y grandes dosis de coraje. En esta ocasión no hay frentes claros, se lucha calle a calle y el conflicto se ha extendido por todo el país. Será en Alepo, sin embargo, donde, según ansían los rebeldes, se libre la batalla decisiva. Al caer la noche, los helicópteros del Ejército Sirio empezaron a sobrevolar la zona del cuartel del Ejército Sirio Libre (ESL). “Nos están atacando pero resistimos”, dijo por teléfono uno de los portavoces. Los disparos de los helicópteros se oyeron muy cerca del barrio de Sajur, a tiro de piedra del colegio donde se acuartelan los rebeldes. Los vecinos que aún no habían abandonado la zona se metieron en sus casas. Se esperaba una dura noche.
Una brigada de unos 1.200 hombres al mando de Husein Assaf y Abdel Kar el Sale, dos tipos que no tenían más conocimientos militares antes de las revueltas que los adquiridos en un año y medio de mili, ocuparon hace una semana un colegio en el barrio de Sajur, en los suburbios del este de Alepo. Así que en el cuartel general del ESL hay murales de Mickey Mouse y Bob Esponja. El edificio es un continuo trasiego de jóvenes soldados alimentados a base de galletas y dátiles. La mayoría está entre los 25 y los 35 y dejaron sus pueblos, sus trabajos y sus estudios para luchar contra el régimen de Bachar el Asad. Esta es la banda de desarrapados, sin armas pesadas pero con todo el valor en los ojos, que se va a jugar en Alepo la supervivencia de la revolución comenzada en marzo del año pasado en Siria.
En el antiguo despacho del director del colegio, los dos comandantes aseguran que tienen el apoyo de los ciudadanos de Alepo y que la toma de la capital económica del país servirá para ahogar al régimen. Los dos hombres parecen sinceros al analizar la situación. Reconocen que no pueden defenderse de los ataques aéreos y que solo disponen de cinco de los siete tanques apresados a sus enemigos esta semana y algunos lanzacohetes para tratar de destruir la artillería pesada.
La conquista de un 60% de la ciudad les ha dado la confianza suficiente para planear nuevos ataques y para desdeñar algunas de las noticias que llegan. Esas noticias, consideradas creíbles por el Departamento de Estado de Estados Unidos, hablan de grandes columnas avanzando hacia Alepo. “Mi preocupación es que se produzca una masacre”, dijo ayer la portavoz del Departamento de Estado, Victoria Nuland.
“Sabemos que hay 83 tanques dirigiéndose en este momento hacia aquí por el suroeste. Pero tenemos tácticas para enfrentarnos a ellos”. ¿Cuáles? No dan detalles, pero a tenor del éxito que tuvieron a principios de la semana cabe deducir que el asunto consiste en acercarse mucho a los tanques y lanzarles un cohete que impacte en el depósito de fuel. Eso es lo que hizo el soldado Hanzi Zoa, de 24 años, que destruyó dos tanques él solo. A su lado, otro combatiente, Osam Gannan, de 30 años, se presenta como conductor de tanques. Está impaciente por conducir uno de ellos pese a que no lo ha hecho desde que terminó el servicio militar, hace cinco años. No tienen munición pero dice que la conseguirán pronto.
Así es la batalla de Alepo. La antigua ciudad, patrimonio de la Unesco, ha vivido mil enfrentamientos de todos los imperios. En este nuevo combate, la aparente desorganización y falta de armas se sustituyen por fe. En su despacho, los dos comandantes dicen actuar por su cuenta y afirman que no tienen contacto con los militares que han desertado y huido a Turquía desde que se inició la revuelta. Son ellos mismos los que toman las decisiones. Aseguran que habrá compasión con los vencidos, que se les juzgará y no se saciará la sed de venganza.
Horas después, un grupo de hombres llega en una furgoneta a las puertas del cuartel. Llevan a un tipo enorme atado con las manos a la espalda. Es un shabiha, un matón del régimen pagado para reprimir a los disidentes. El hombre entra con la cabeza alta y gritando una frase en árabe: “¡Alá es grande y Mahoma su profeta!”. Lo mismo ocurre minutos después, solo que esta vez el shabiha llega con los ojos vendados y no grita ni dice nada. Pasado un rato, se escuchan gritos y golpes que vienen de una de las habitaciones. En otro lugar, un pequeño habitáculo con una puerta de acero, también se oyen golpes. Esta vez es un rebelde, casi un niño, acusado de trabajar como espía para el régimen. Luego le liberan y el joven sale llorando gritando: “No he hecho lo que dicen de mí”.
La mañana transcurre sin más sobresaltos hasta la una de la tarde. A esa hora, tras el rezo, centenares de hombres salen de la mezquita de Nur Asuhada (la luz de los mártires) en cuya entrada se lee: “La victoria está llegando para los que luchan en Alepo”. La muchedumbre toma la calle en unos segundos y comienza una manifestación que se prolonga durante dos horas y media en la que se gritan cánticos contra Bachar el Asad, en favor de la libertad y, por supuesto, el tradicional Alahu Akbar (Alá es grande) en todas sus formas y melodías posibles. Es un ambiente festivo al que se unen algunos padres con sus hijos. Casi no hay presencia de mujeres. La algarada acaba cuando un grupo de hombres trae el cuerpo de un mártir envuelto en una bandera siria.
“Todos los comerciantes teníamos que pagar al régimen. Si no hacíamos lo que decían nos quemaban las fábricas y los negocios. Por eso nos hemos unido al ESL”, afirma Mustafa Habil Shaba, un constructor asistente a la manifestación. Cerca de allí, todavía arde la comisaría de policía que tomaron los rebeldes en sus primeros ataques. Les costó cinco horas acabar con los 11 policías que habían resistido. Todos murieron.
Un grupo de estudiantes ríe con algunas letras de canciones en las que sugieren a Bachar el Asad lo que hacer con sus proyectiles. Veinte personas murieron ayer tras las explosiones de bombas de mortero en el barrio de Al Ferdus, según las tropas rebeldes.
-Los rebeldes afrontan el asalto con pocas armas y mucho coraje
Álvaro de Cózar
Alepo, El País
La de Siria, como lo fue antes la de Libia, es una guerra que se hace en chanclas, con Kaláshnikov al hombro, Alá en los cánticos y grandes dosis de coraje. En esta ocasión no hay frentes claros, se lucha calle a calle y el conflicto se ha extendido por todo el país. Será en Alepo, sin embargo, donde, según ansían los rebeldes, se libre la batalla decisiva. Al caer la noche, los helicópteros del Ejército Sirio empezaron a sobrevolar la zona del cuartel del Ejército Sirio Libre (ESL). “Nos están atacando pero resistimos”, dijo por teléfono uno de los portavoces. Los disparos de los helicópteros se oyeron muy cerca del barrio de Sajur, a tiro de piedra del colegio donde se acuartelan los rebeldes. Los vecinos que aún no habían abandonado la zona se metieron en sus casas. Se esperaba una dura noche.
Una brigada de unos 1.200 hombres al mando de Husein Assaf y Abdel Kar el Sale, dos tipos que no tenían más conocimientos militares antes de las revueltas que los adquiridos en un año y medio de mili, ocuparon hace una semana un colegio en el barrio de Sajur, en los suburbios del este de Alepo. Así que en el cuartel general del ESL hay murales de Mickey Mouse y Bob Esponja. El edificio es un continuo trasiego de jóvenes soldados alimentados a base de galletas y dátiles. La mayoría está entre los 25 y los 35 y dejaron sus pueblos, sus trabajos y sus estudios para luchar contra el régimen de Bachar el Asad. Esta es la banda de desarrapados, sin armas pesadas pero con todo el valor en los ojos, que se va a jugar en Alepo la supervivencia de la revolución comenzada en marzo del año pasado en Siria.
En el antiguo despacho del director del colegio, los dos comandantes aseguran que tienen el apoyo de los ciudadanos de Alepo y que la toma de la capital económica del país servirá para ahogar al régimen. Los dos hombres parecen sinceros al analizar la situación. Reconocen que no pueden defenderse de los ataques aéreos y que solo disponen de cinco de los siete tanques apresados a sus enemigos esta semana y algunos lanzacohetes para tratar de destruir la artillería pesada.
La conquista de un 60% de la ciudad les ha dado la confianza suficiente para planear nuevos ataques y para desdeñar algunas de las noticias que llegan. Esas noticias, consideradas creíbles por el Departamento de Estado de Estados Unidos, hablan de grandes columnas avanzando hacia Alepo. “Mi preocupación es que se produzca una masacre”, dijo ayer la portavoz del Departamento de Estado, Victoria Nuland.
“Sabemos que hay 83 tanques dirigiéndose en este momento hacia aquí por el suroeste. Pero tenemos tácticas para enfrentarnos a ellos”. ¿Cuáles? No dan detalles, pero a tenor del éxito que tuvieron a principios de la semana cabe deducir que el asunto consiste en acercarse mucho a los tanques y lanzarles un cohete que impacte en el depósito de fuel. Eso es lo que hizo el soldado Hanzi Zoa, de 24 años, que destruyó dos tanques él solo. A su lado, otro combatiente, Osam Gannan, de 30 años, se presenta como conductor de tanques. Está impaciente por conducir uno de ellos pese a que no lo ha hecho desde que terminó el servicio militar, hace cinco años. No tienen munición pero dice que la conseguirán pronto.
Así es la batalla de Alepo. La antigua ciudad, patrimonio de la Unesco, ha vivido mil enfrentamientos de todos los imperios. En este nuevo combate, la aparente desorganización y falta de armas se sustituyen por fe. En su despacho, los dos comandantes dicen actuar por su cuenta y afirman que no tienen contacto con los militares que han desertado y huido a Turquía desde que se inició la revuelta. Son ellos mismos los que toman las decisiones. Aseguran que habrá compasión con los vencidos, que se les juzgará y no se saciará la sed de venganza.
Horas después, un grupo de hombres llega en una furgoneta a las puertas del cuartel. Llevan a un tipo enorme atado con las manos a la espalda. Es un shabiha, un matón del régimen pagado para reprimir a los disidentes. El hombre entra con la cabeza alta y gritando una frase en árabe: “¡Alá es grande y Mahoma su profeta!”. Lo mismo ocurre minutos después, solo que esta vez el shabiha llega con los ojos vendados y no grita ni dice nada. Pasado un rato, se escuchan gritos y golpes que vienen de una de las habitaciones. En otro lugar, un pequeño habitáculo con una puerta de acero, también se oyen golpes. Esta vez es un rebelde, casi un niño, acusado de trabajar como espía para el régimen. Luego le liberan y el joven sale llorando gritando: “No he hecho lo que dicen de mí”.
La mañana transcurre sin más sobresaltos hasta la una de la tarde. A esa hora, tras el rezo, centenares de hombres salen de la mezquita de Nur Asuhada (la luz de los mártires) en cuya entrada se lee: “La victoria está llegando para los que luchan en Alepo”. La muchedumbre toma la calle en unos segundos y comienza una manifestación que se prolonga durante dos horas y media en la que se gritan cánticos contra Bachar el Asad, en favor de la libertad y, por supuesto, el tradicional Alahu Akbar (Alá es grande) en todas sus formas y melodías posibles. Es un ambiente festivo al que se unen algunos padres con sus hijos. Casi no hay presencia de mujeres. La algarada acaba cuando un grupo de hombres trae el cuerpo de un mártir envuelto en una bandera siria.
“Todos los comerciantes teníamos que pagar al régimen. Si no hacíamos lo que decían nos quemaban las fábricas y los negocios. Por eso nos hemos unido al ESL”, afirma Mustafa Habil Shaba, un constructor asistente a la manifestación. Cerca de allí, todavía arde la comisaría de policía que tomaron los rebeldes en sus primeros ataques. Les costó cinco horas acabar con los 11 policías que habían resistido. Todos murieron.
Un grupo de estudiantes ríe con algunas letras de canciones en las que sugieren a Bachar el Asad lo que hacer con sus proyectiles. Veinte personas murieron ayer tras las explosiones de bombas de mortero en el barrio de Al Ferdus, según las tropas rebeldes.