ANÁLISIS / Horas decisivas en Damasco
El Asad ya no puede negar ante los sirios la evidencia de que su régimen se tambalea
Ana Carbajosa
Jerusalén, El País
Son horas decisivas. Lo dice hasta Serguéi Lavrov, el ministro de Exteriores ruso, el hombre encargado de mostrar al mundo la inquebrantable alianza de su país con el régimen sirio. El atentado en Damasco ha tocado de lleno a la guardia pretoriana del régimen. Ha matado al ministro de Defensa, y a su número dos, cuñado del presidente Bachar el Assad. Dos hombres, pero sobre todo dos símbolos. Su muerte disparará sin duda la moral de los opositores, que corrieron a atribuirse la autoría del ataque suicida. En concreto, ha sido un grupo islamista, Liwa al islam, y el Ejército Libre Sirio se han apuntado el tanto de la voladura del cuartel general de la seguridad nacional en Damasco.
El presidente El Asad podrá ahora incidir a través de los medios estatales en sus teorías conspirativas y profundizar en su retórica de que la rebelión no es tal, de que es todo obra de terroristas islamistas y de los países extranjeros que los apoyan. Pero lo que no podrá negar ya El Asad es la evidencia de que su régimen se tambalea. Que la guerra de la propaganda hace tiempo que la perdió y que sobre el terreno tal vez vaya camino de también de perderla. O que al menos, su superioridad militar y su falta de escrúpulos no le están resultando suficientes para asestar una victoria clara a unos rebeldes divididos y malarmados.
Nadie es capaz de predecir cuánto durará el régimen de Damasco; el que ha mantenido amedrentados a los sirios durante décadas y que ahora les aterroriza a golpe de blindado. Es muy difícil saber cómo respiran a estas alturas los círculos concéntricos de militares, empresarios y figuras influyentes que apuntalan al presidente. Las señales entrecortadas que llegan desde Damasco en los últimos días, apuntan sin embargo a que las lealtades comienzan a flaquear.
Habrá que esperar a ver qué deparan los próximos días y horas, que políticos y analistas consideran decisivas. La espera no será paciente. Muchos civiles morirán en vano en la operación Volcán que ha incendiado Damasco, en su contraofensiva y en las que vengan después. La llamada comunidad internacional asistirá mientras a la sangría desde la impotencia que le confieren los mimbres diplomáticos en los que se enreda.
Porque, a pesar de que la situación en Siria no ha dejado de agravarse desde que estallara la revuelta hace ahora 17 meses, la noria diplomática no ha dejado de dar vueltas volviendo una y otra vez a su punto de partida. El energético enviado internacional Kofi Annan salta de una capital a otra –Damasco– incluida sin aparente progreso más que la liquidación de su escaso capital político. China y Rusia apenas han acercado posiciones en estos meses con los países occidentales, que piden para Siria una transición política sin El Asad a la cabeza. Parece imposible ponerse de acuerdo en nada. Pero como pasa en estas ocasiones, no seremos capaces de valorar la verdadera magnitud del fracaso diplomático hasta que se imponga la distancia que trae consigo el paso del tiempo. Entonces será evidentemente demasiado tarde.
Ana Carbajosa
Jerusalén, El País
Son horas decisivas. Lo dice hasta Serguéi Lavrov, el ministro de Exteriores ruso, el hombre encargado de mostrar al mundo la inquebrantable alianza de su país con el régimen sirio. El atentado en Damasco ha tocado de lleno a la guardia pretoriana del régimen. Ha matado al ministro de Defensa, y a su número dos, cuñado del presidente Bachar el Assad. Dos hombres, pero sobre todo dos símbolos. Su muerte disparará sin duda la moral de los opositores, que corrieron a atribuirse la autoría del ataque suicida. En concreto, ha sido un grupo islamista, Liwa al islam, y el Ejército Libre Sirio se han apuntado el tanto de la voladura del cuartel general de la seguridad nacional en Damasco.
El presidente El Asad podrá ahora incidir a través de los medios estatales en sus teorías conspirativas y profundizar en su retórica de que la rebelión no es tal, de que es todo obra de terroristas islamistas y de los países extranjeros que los apoyan. Pero lo que no podrá negar ya El Asad es la evidencia de que su régimen se tambalea. Que la guerra de la propaganda hace tiempo que la perdió y que sobre el terreno tal vez vaya camino de también de perderla. O que al menos, su superioridad militar y su falta de escrúpulos no le están resultando suficientes para asestar una victoria clara a unos rebeldes divididos y malarmados.
Nadie es capaz de predecir cuánto durará el régimen de Damasco; el que ha mantenido amedrentados a los sirios durante décadas y que ahora les aterroriza a golpe de blindado. Es muy difícil saber cómo respiran a estas alturas los círculos concéntricos de militares, empresarios y figuras influyentes que apuntalan al presidente. Las señales entrecortadas que llegan desde Damasco en los últimos días, apuntan sin embargo a que las lealtades comienzan a flaquear.
Habrá que esperar a ver qué deparan los próximos días y horas, que políticos y analistas consideran decisivas. La espera no será paciente. Muchos civiles morirán en vano en la operación Volcán que ha incendiado Damasco, en su contraofensiva y en las que vengan después. La llamada comunidad internacional asistirá mientras a la sangría desde la impotencia que le confieren los mimbres diplomáticos en los que se enreda.
Porque, a pesar de que la situación en Siria no ha dejado de agravarse desde que estallara la revuelta hace ahora 17 meses, la noria diplomática no ha dejado de dar vueltas volviendo una y otra vez a su punto de partida. El energético enviado internacional Kofi Annan salta de una capital a otra –Damasco– incluida sin aparente progreso más que la liquidación de su escaso capital político. China y Rusia apenas han acercado posiciones en estos meses con los países occidentales, que piden para Siria una transición política sin El Asad a la cabeza. Parece imposible ponerse de acuerdo en nada. Pero como pasa en estas ocasiones, no seremos capaces de valorar la verdadera magnitud del fracaso diplomático hasta que se imponga la distancia que trae consigo el paso del tiempo. Entonces será evidentemente demasiado tarde.