Rajoy se esconde y quema su capital político
El presidente del Gobierno decide no comparecer, aunque tiene previsto acudir al partido de hoy de España contra Italia
Toda su política intentó evitar una petición de ayuda. Ahora La Moncloa busca eufemismos para no llamarla rescate
Carlos E. Cué
Madrid, El País
No llegó ni a los seis meses. Todo lo que podía salir mal salió mal. Y Mariano Rajoy, que llegó al Gobierno con la promesa de bajar la prima de riesgo, crear empleo y sobre todo recuperar la confianza en España, ha tenido que pedir un rescate bancario que hizo todo lo posible por evitar.
El presidente tiene una cómoda mayoría absoluta, una oposición debilitada y nadie le tose en el PP. Un poder aparentemente sin límites. Pero en cinco meses se ha desautorizado a sí mismo en casi todo. Ha incumplido la mayoría de sus promesas. Ha convertido a la hemeroteca en un auténtico enemigo. Y lo hizo para tratar de calmar a los mercados y evitar un rescate. Pero finalmente la prima superó los 500 y llegó el rescate, aunque sea de forma suave, provocando en solo cinco meses un enorme derroche de su capital político.
La mayor evidencia de esa debilidad está en su decisión, inaudita en cualquier otro de los países que han recibido ayuda europea, de no comparecer y dejar que sea su ministro de Economía, Luis de Guindos, quien explique este rescate bancario.
Rajoy, obviamente, estuvo todo el día —y todos los últimos días— pendiente de la negociación en el Eurogrupo. El presidente ha hablado con todos los dirigentes europeos clave. Hasta el último momento buscó una inyección directa de capital. No lo consiguió pero sí logró con una fórmula intermedia su obsesión: que no haya condiciones de política económica, solo para los bancos.
Rajoy estaba pues al tanto de todo, aunque negó y negó la evidencia no solo hace 12 días, cuando insistió en que no habría ningún rescate de la banca española, sino solo 48 horas antes de la decisión: el jueves insistió en que estaba esperando a las evaluaciones, esto que no pasaría nada hasta dentro de dos semanas.
El Gobierno, especialista en eufemismos, puso ayer toda su maquinaria a trabajar para luchar contra la palabra “rescate”. Ya antes de que se produjera, por la mañana, el Gobierno insistía en que no se puede considerar como tal. Es la única manera de salvar la cara al presidente. De Guindos desveló la fórmula: “No es un rescate, es una ayuda financiera”.
A pesar de la importancia de la fecha, lejos de convocar un Gabinete de crisis, Rajoy se quedó en Moncloa en su despacho. Cerca tenía a sus principales asesores, entre ellos Álvaro Nadal, jefe de la oficina económica del presidente del Gobierno, Jorge Moragas, su jefe de Gabinete, o Íñigo Méndez de Vigo, secretario de Estado para la Unión Europea.
Mientras, Guindos estaba en el Ministerio de Economía, en el Paseo de La Castellana, resolviendo la negociación con el Eurogrupo y en contacto telefónico con Rajoy. La mayoría de los ministros siguieron las noticias a través de los medios de comunicación y de los mensajes de texto internos del servicio del Gobierno.
En Moncloa sí estaba, pero la mayor parte del tiempo en su propio despacho, Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta y persona de absoluta confianza de Rajoy, la encargada de vender todos los viernes las malas noticias.
Ningún miembro del Gobierno de Rajoy se anima a criticar a su presidente, ni siquiera en privado. La mayoría insiste en que tiene mucho tiempo por delante y será juzgado con perspectiva. Las personas más cercanas admiten que esta viviendo el peor momento de su mandato, pero están convencidos de que su reconocida capacidad de resistencia le hará aguantar todo lo que haga falta. Él confía, señalan, en que el año que viene, si como prevén es mejor que este, le permita cambiar al fin la imagen de su Gobierno.
Solo algunos, sin criticar al presidente, admiten la enorme preocupación que les produce esta situación. Políticamente, señalan, un rescate es muy difícil de vender en España. Aunque si los mercados lo interpretan bien y se relaja la prima de riesgo, apuntan, Rajoy logrará salvar los muebles.
Los más optimistas del Gobierno trasladan su satisfacción por el mecanismo pactado. No es el deseado de inyección directa a los bancos, pero las condiciones son buenas y sobre todo se ha logrado, según el Ejecutivo, que Angela Merkel y otros entendieran que había que establecer unas condiciones menos leoninas de las de Grecia, Irlanda y Portugal y sobre todo lanzar ese mensaje que pedía Rajoy de compromiso claro con el euro.
El Gobierno asegura que muchos, también EE UU, pero sobre todo Francia, han ayudado a España a convencer a los países del Norte de Europa de que había que cambiar la dinámica.
Lo que nadie acaba de entender, ni siquiera entre los suyos, es por qué Rajoy no comparece. Él, que prometió dar la cara y llamar al pan pan y al vino vino. Por eso algunos especulaban ayer con la posibilidad de que hoy, antes de coger un avión para ir a Polonia a la selección española de fútbol, el presidente dé alguna explicación a los ciudadanos.
Toda su política intentó evitar una petición de ayuda. Ahora La Moncloa busca eufemismos para no llamarla rescate
Carlos E. Cué
Madrid, El País
No llegó ni a los seis meses. Todo lo que podía salir mal salió mal. Y Mariano Rajoy, que llegó al Gobierno con la promesa de bajar la prima de riesgo, crear empleo y sobre todo recuperar la confianza en España, ha tenido que pedir un rescate bancario que hizo todo lo posible por evitar.
El presidente tiene una cómoda mayoría absoluta, una oposición debilitada y nadie le tose en el PP. Un poder aparentemente sin límites. Pero en cinco meses se ha desautorizado a sí mismo en casi todo. Ha incumplido la mayoría de sus promesas. Ha convertido a la hemeroteca en un auténtico enemigo. Y lo hizo para tratar de calmar a los mercados y evitar un rescate. Pero finalmente la prima superó los 500 y llegó el rescate, aunque sea de forma suave, provocando en solo cinco meses un enorme derroche de su capital político.
La mayor evidencia de esa debilidad está en su decisión, inaudita en cualquier otro de los países que han recibido ayuda europea, de no comparecer y dejar que sea su ministro de Economía, Luis de Guindos, quien explique este rescate bancario.
Rajoy, obviamente, estuvo todo el día —y todos los últimos días— pendiente de la negociación en el Eurogrupo. El presidente ha hablado con todos los dirigentes europeos clave. Hasta el último momento buscó una inyección directa de capital. No lo consiguió pero sí logró con una fórmula intermedia su obsesión: que no haya condiciones de política económica, solo para los bancos.
Rajoy estaba pues al tanto de todo, aunque negó y negó la evidencia no solo hace 12 días, cuando insistió en que no habría ningún rescate de la banca española, sino solo 48 horas antes de la decisión: el jueves insistió en que estaba esperando a las evaluaciones, esto que no pasaría nada hasta dentro de dos semanas.
El Gobierno, especialista en eufemismos, puso ayer toda su maquinaria a trabajar para luchar contra la palabra “rescate”. Ya antes de que se produjera, por la mañana, el Gobierno insistía en que no se puede considerar como tal. Es la única manera de salvar la cara al presidente. De Guindos desveló la fórmula: “No es un rescate, es una ayuda financiera”.
A pesar de la importancia de la fecha, lejos de convocar un Gabinete de crisis, Rajoy se quedó en Moncloa en su despacho. Cerca tenía a sus principales asesores, entre ellos Álvaro Nadal, jefe de la oficina económica del presidente del Gobierno, Jorge Moragas, su jefe de Gabinete, o Íñigo Méndez de Vigo, secretario de Estado para la Unión Europea.
Mientras, Guindos estaba en el Ministerio de Economía, en el Paseo de La Castellana, resolviendo la negociación con el Eurogrupo y en contacto telefónico con Rajoy. La mayoría de los ministros siguieron las noticias a través de los medios de comunicación y de los mensajes de texto internos del servicio del Gobierno.
En Moncloa sí estaba, pero la mayor parte del tiempo en su propio despacho, Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta y persona de absoluta confianza de Rajoy, la encargada de vender todos los viernes las malas noticias.
Ningún miembro del Gobierno de Rajoy se anima a criticar a su presidente, ni siquiera en privado. La mayoría insiste en que tiene mucho tiempo por delante y será juzgado con perspectiva. Las personas más cercanas admiten que esta viviendo el peor momento de su mandato, pero están convencidos de que su reconocida capacidad de resistencia le hará aguantar todo lo que haga falta. Él confía, señalan, en que el año que viene, si como prevén es mejor que este, le permita cambiar al fin la imagen de su Gobierno.
Solo algunos, sin criticar al presidente, admiten la enorme preocupación que les produce esta situación. Políticamente, señalan, un rescate es muy difícil de vender en España. Aunque si los mercados lo interpretan bien y se relaja la prima de riesgo, apuntan, Rajoy logrará salvar los muebles.
Los más optimistas del Gobierno trasladan su satisfacción por el mecanismo pactado. No es el deseado de inyección directa a los bancos, pero las condiciones son buenas y sobre todo se ha logrado, según el Ejecutivo, que Angela Merkel y otros entendieran que había que establecer unas condiciones menos leoninas de las de Grecia, Irlanda y Portugal y sobre todo lanzar ese mensaje que pedía Rajoy de compromiso claro con el euro.
El Gobierno asegura que muchos, también EE UU, pero sobre todo Francia, han ayudado a España a convencer a los países del Norte de Europa de que había que cambiar la dinámica.
Lo que nadie acaba de entender, ni siquiera entre los suyos, es por qué Rajoy no comparece. Él, que prometió dar la cara y llamar al pan pan y al vino vino. Por eso algunos especulaban ayer con la posibilidad de que hoy, antes de coger un avión para ir a Polonia a la selección española de fútbol, el presidente dé alguna explicación a los ciudadanos.