La UE destinará 130.000 millones a un nuevo plan para el crecimiento
Los líderes de Italia, Alemania, Francia y España aceptan la propuesta francesa de dedicar un 1% del PIB a estimular la economía
Pablo Ordaz / Miguel González
Roma, El País
Menos de dos horas duró la reunión que este viernes celebraron en Roma los líderes de las cuatro mayores economías de la zona euro: Alemania, Francia, Italia y España. Casi todo estaba acordado de antemano, pero además la canciller Ángela Merkel había advertido de que no estaba dispuesta a perderse el encuentro entre la selección germana y la griega, más que un partido de fútbol, todo un símbolo de las tensiones entre la Europa opulenta y la deprimida. El anfitrión, el italiano Mario Monti, puso como contrapunto un mensaje de cohesión y solidaridad: los cuatro grandes propondrán a sus socios, en la cumbre del próximo 28 y 29 en Bruselas, el lanzamiento de un programa de estímulo para la economía europea, una especie de Plan Marshall por valor de unos 130.000 millones de euros, equivalentes al 1% de todo el PIB de la UE.
Era una idea del nuevo presidente francés, François Hollande, que aceptaron los otros tres mandatarios y, sobre todo, Merkel, la más reticente. "El tema del crecimiento y del empleo tiene que abordarse más enérgicamente después de que nos hemos ocupado del pacto fiscal", reconoció la canciller, alérgica hasta ahora a apartarse un milímetro de la ortodoxia fiscal. Una vez ingerida la medicina del ajuste presupuestario, parece dispuesta a ocuparse de algunos de sus efectos secundarios más perniciosos, como la recesión y el paro.
En realidad, nadie explicó de donde saldrán esos 130.000 millones. La única vía nueva de ingresos que se mencionó es la creación de una tasa sobre las transacciones financieras, inspirada en la llamada tasa Tobin, con cuya creación todos estuvieron de acuerdo, aunque a Merkel se la haya impuesto su oposición socialdemócrata a cambio de apoyar el pacto fiscal. Pero no parece que la nueva tasa pueda ponerse en marcha a corto plazo, por lo que los recursos deben manar de otra fuente. Además de reasignar partidas no gastadas de los fondos de cohesión, se trata de aprovechar al máximo las capacidades del Banco Europeo de Inversiones (BEI) para financiar proyectos que multipliquen la competitividad de los países europeos (como infraestructuras, energías verdes y tecnologías avanzadas).
La Comisión Europea estima que, aumentando su capital en unos 10.000 millones de euros y recurriendo a la financiación privada mediante avales y otros instrumentos financieros, pueden movilizarse recursos por una cantidad más de diez veces superior. Puede parecer el cuento de la lechera pero tendrá que ser realidad, ya que todos los asistentes a la minicumbre de Roma estuvieron de acuerdo en la necesidad de mantener el equilibrio fiscal y contener el déficit. Incluido Hollande.
La llegada de un nuevo inquilino al Elíseo ha cambiado el tablero de la política europea y ha dado un nuevo aire a los cónclaves preparatorios de las cumbres de la UE. Antes eran Merkel y Sarkozy quienes se lo guisaban y se lo comían ellos solos. Ahora se ha dado entrada en el directorio al italiano Mario Monti y, por vez primera, al español Mariano Rajoy. La presión combinada de los otros tres líderes europeos (además del Fondo Monetario Internacional y el propio Obama) y el hecho de que Hollande tenga unas ideas muy diferentes a las de la canciller alemana —en contraposición a la sintonía con su antecesor— ha obligado a ésta a hacer algunas concesiones. Una de ellas es aceptar la inyección de 130.000 millones de euros para estimular el crecimiento de la economía europea y otra, la futura implantación de la tasa sobre las transacciones financieras.
Pero Hollande también se ha dejado jirones en el camino. Hoy no cuestionó el pacto fiscal europeo, que había prometido revisar durante la campaña electoral, e incluso admitió que Francia tendrá que hacer ajustes en sus cuentas públicas. Volvió a defender los eurobonos, una forma de mancomunar la deuda de los países europeos, pero dejó claro que no son para mañana. Antes, habrá que avanzar en la integración fiscal, económica e incluso política, justo lo que defiende Merkel, quien se niega a asumir la deuda de otros países mientras no tenga forma de controlarla.
Monti se presentó como el gran componedor del acuerdo entre los partidarios del ajuste fiscal y los defensores del crecimiento. "Esto significa dar un paso adelante. Significa reconocer que el crecimiento no puede tener una base sólida sin disciplina presupuestaria y que esta corre el riesgo de no ser sostenible a largo plazo si no hay condiciones satisfactorias de crecimiento y empleo", proclamó.
Los cuatro líderes lanzaron mensajes de tranquilidad a los mercados y enfatizaron el carácter irreversible del euro y del proyecto europeo. "Estamos haciendo todo lo necesario para salvar al euro, del que todos nos beneficiamos", dijo Merkel. Pero dejaron en evidencia que aún faltan por acordar muchos detalles, y el diablo está en los detalles. Y pusieron de manifiesto sus discrepancias cuando los periodistas pudieron preguntarles. Tanto Hollande como Rajoy aseguraron que la UE utilizará todos los recursos a su alcance para garantizar la estabilidad de los mercados —es decir, para frenar el acoso contra la deuda de los países periféricos— pero no pudieron precisar cómo lo hará. Y Merkel se negó de plano a que los fondos europeos recapitalicen directamente a los bancos españoles, sin la intermediación del Estado, tal como pretendía Rajoy.
Más que una reunión del directorio de la UE, la de hoy parecía el estereotipo de un encuentro familiar: a un lado los parientes más ricos y al otro los endeudados; de una parte, los laboriosos y aplicados y del otro, los incumplidores e indisciplinados. Quizá por ello, Monti quiso poner las cosas en su sitio: "En 2003, se permitió a Alemania y Francia, con la autorización y la complicidad de la presidencia de turno de Italia, saltarse las reglas. Ni los portugueses ni los griegos las incumplieron, sino los mayores países del euro. Nos ha costado una década recuperar la credibilidad".
Pablo Ordaz / Miguel González
Roma, El País
Menos de dos horas duró la reunión que este viernes celebraron en Roma los líderes de las cuatro mayores economías de la zona euro: Alemania, Francia, Italia y España. Casi todo estaba acordado de antemano, pero además la canciller Ángela Merkel había advertido de que no estaba dispuesta a perderse el encuentro entre la selección germana y la griega, más que un partido de fútbol, todo un símbolo de las tensiones entre la Europa opulenta y la deprimida. El anfitrión, el italiano Mario Monti, puso como contrapunto un mensaje de cohesión y solidaridad: los cuatro grandes propondrán a sus socios, en la cumbre del próximo 28 y 29 en Bruselas, el lanzamiento de un programa de estímulo para la economía europea, una especie de Plan Marshall por valor de unos 130.000 millones de euros, equivalentes al 1% de todo el PIB de la UE.
Era una idea del nuevo presidente francés, François Hollande, que aceptaron los otros tres mandatarios y, sobre todo, Merkel, la más reticente. "El tema del crecimiento y del empleo tiene que abordarse más enérgicamente después de que nos hemos ocupado del pacto fiscal", reconoció la canciller, alérgica hasta ahora a apartarse un milímetro de la ortodoxia fiscal. Una vez ingerida la medicina del ajuste presupuestario, parece dispuesta a ocuparse de algunos de sus efectos secundarios más perniciosos, como la recesión y el paro.
En realidad, nadie explicó de donde saldrán esos 130.000 millones. La única vía nueva de ingresos que se mencionó es la creación de una tasa sobre las transacciones financieras, inspirada en la llamada tasa Tobin, con cuya creación todos estuvieron de acuerdo, aunque a Merkel se la haya impuesto su oposición socialdemócrata a cambio de apoyar el pacto fiscal. Pero no parece que la nueva tasa pueda ponerse en marcha a corto plazo, por lo que los recursos deben manar de otra fuente. Además de reasignar partidas no gastadas de los fondos de cohesión, se trata de aprovechar al máximo las capacidades del Banco Europeo de Inversiones (BEI) para financiar proyectos que multipliquen la competitividad de los países europeos (como infraestructuras, energías verdes y tecnologías avanzadas).
La Comisión Europea estima que, aumentando su capital en unos 10.000 millones de euros y recurriendo a la financiación privada mediante avales y otros instrumentos financieros, pueden movilizarse recursos por una cantidad más de diez veces superior. Puede parecer el cuento de la lechera pero tendrá que ser realidad, ya que todos los asistentes a la minicumbre de Roma estuvieron de acuerdo en la necesidad de mantener el equilibrio fiscal y contener el déficit. Incluido Hollande.
La llegada de un nuevo inquilino al Elíseo ha cambiado el tablero de la política europea y ha dado un nuevo aire a los cónclaves preparatorios de las cumbres de la UE. Antes eran Merkel y Sarkozy quienes se lo guisaban y se lo comían ellos solos. Ahora se ha dado entrada en el directorio al italiano Mario Monti y, por vez primera, al español Mariano Rajoy. La presión combinada de los otros tres líderes europeos (además del Fondo Monetario Internacional y el propio Obama) y el hecho de que Hollande tenga unas ideas muy diferentes a las de la canciller alemana —en contraposición a la sintonía con su antecesor— ha obligado a ésta a hacer algunas concesiones. Una de ellas es aceptar la inyección de 130.000 millones de euros para estimular el crecimiento de la economía europea y otra, la futura implantación de la tasa sobre las transacciones financieras.
Pero Hollande también se ha dejado jirones en el camino. Hoy no cuestionó el pacto fiscal europeo, que había prometido revisar durante la campaña electoral, e incluso admitió que Francia tendrá que hacer ajustes en sus cuentas públicas. Volvió a defender los eurobonos, una forma de mancomunar la deuda de los países europeos, pero dejó claro que no son para mañana. Antes, habrá que avanzar en la integración fiscal, económica e incluso política, justo lo que defiende Merkel, quien se niega a asumir la deuda de otros países mientras no tenga forma de controlarla.
Monti se presentó como el gran componedor del acuerdo entre los partidarios del ajuste fiscal y los defensores del crecimiento. "Esto significa dar un paso adelante. Significa reconocer que el crecimiento no puede tener una base sólida sin disciplina presupuestaria y que esta corre el riesgo de no ser sostenible a largo plazo si no hay condiciones satisfactorias de crecimiento y empleo", proclamó.
Los cuatro líderes lanzaron mensajes de tranquilidad a los mercados y enfatizaron el carácter irreversible del euro y del proyecto europeo. "Estamos haciendo todo lo necesario para salvar al euro, del que todos nos beneficiamos", dijo Merkel. Pero dejaron en evidencia que aún faltan por acordar muchos detalles, y el diablo está en los detalles. Y pusieron de manifiesto sus discrepancias cuando los periodistas pudieron preguntarles. Tanto Hollande como Rajoy aseguraron que la UE utilizará todos los recursos a su alcance para garantizar la estabilidad de los mercados —es decir, para frenar el acoso contra la deuda de los países periféricos— pero no pudieron precisar cómo lo hará. Y Merkel se negó de plano a que los fondos europeos recapitalicen directamente a los bancos españoles, sin la intermediación del Estado, tal como pretendía Rajoy.
Más que una reunión del directorio de la UE, la de hoy parecía el estereotipo de un encuentro familiar: a un lado los parientes más ricos y al otro los endeudados; de una parte, los laboriosos y aplicados y del otro, los incumplidores e indisciplinados. Quizá por ello, Monti quiso poner las cosas en su sitio: "En 2003, se permitió a Alemania y Francia, con la autorización y la complicidad de la presidencia de turno de Italia, saltarse las reglas. Ni los portugueses ni los griegos las incumplieron, sino los mayores países del euro. Nos ha costado una década recuperar la credibilidad".