Francia extrema la presión para que Alemania dé un respiro a España e Italia
-España asegura que cuenta con el apoyo de Alemania para explorar la vía de la recapitalización directa de la banca
-La Comisión asegura que de la cumbre saldrán soluciones para estabilizar los mercados
-Francia y Alemania debaten hasta el último minuto el diseño a corto y medio plazo de la UE
Claudi Pérez / Miguel Mora
Bruselas / París, El País
La supercumbre, la cumbre del fin del mundo, la madre de todas las cumbres: la inflación de ese tipo de historias amenaza con arruinar la credibilidad de Europa, empeñada en colocarse una y otra vez al borde del precipicio. A razón de una reunión al más alto nivel al mes desde que arrancó la crisis, el euro se enfrenta hoy, otra vez, de nuevo, a algo parecido a un ser o no ser. Cambia el guión, pero algunas cosas se repiten: Alemania dice no; París y cada vez más países elevan la presión sobre Berlín; y algún socio europeo va a estar con el agua al cuello, o incluso más arriba, si no hay soluciones enérgicas, con la crisis entrando en territorio comanche. La diferencia para un lector español es que ese país, esta vez, tiene su capital en Madrid. Pero también Italia está en el disparadero: si su primer ministro, Mario Monti, vuelve de Bruselas con las manos vacías puede detonarse una crisis política en Roma, con un Silvio Berlusconi amenazador.
Para que eso no ocurra, la cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno tiene que recuperar una narrativa creíble acerca del proyecto europeo de medio y largo plazo. Las fuentes consultadas creen posible que eso suceda, tras el ambicioso documento presentado el martes por el Consejo, que marca el camino hacia una unión política. Pero sobre todo se requiere una salida en el cortísimo plazo, ante la sospecha de que la filosofía relativa al diseño del edificio europeo no va a ser suficiente si los mercados siguen oliendo sangre. Hay indicios de que algo se está cocinando. La alternativa es el desastre: sin un acuerdo, la rueda de la crisis volverá a girar con una fuerza endiablada en forma de crisis política italiana, o de una estampida bancaria en el Sur, o del enésimo incendio en los explosivos mercados de deuda.
Francia extremó ayer la presión sobre Alemania para que dé un respiro a España e Italia en ese peligroso corto plazo. Gana fuerza la idea de la recapitalización directa de la banca, en el marco de la unión bancaria europea. Ese será uno de los puntos centrales de la cumbre, según fuentes comunitarias y según varios diplomáticos europeos. Francia e Italia apoyan sin fisuras esa idea. El Gobierno español aseguró ayer a este diario que Alemania está por la labor –aunque con matices: más el ministro de Finanzas, el europeísta Wolfgang Schäuble, que la canciller Angela Merkel—; Berlín no confirmó ese extremo, pero dejó claro que las inyecciones de capital directas en la banca a través de los mecanismos de solidaridad europeos nunca se harán sin estrictas condiciones y sin algún tipo de garantías por parte de los Estados. La clave de la negociación es el plazo: si la cumbre lo deja para dentro de unos meses o incluso unos años, es poco probable que consiga relajar la tensión en los mercados. De ser así, no serviría para España. Madrid es consciente de que el rescate que solicitó formalmente el lunes no le permite acogerse a esa vía de inmediato, pero el Ejecutivo confía en que pese a que los primeros tramos de las ayudas llegarán vía el fondo de rescate bancario español (y por lo tanto engordarán la deuda pública y avivarán los temores de los inversores), los bancos españoles podrán acogerse más adelante a la citada recapitalización directa. Eso aliviaría sobremanera la presión sobre España y permitiría empezar a pensar en romper el círculo vicioso entre deuda pública y deuda bancaria.
La otra opción en el cortísimo plazo es una intervención en el mercado de deuda pública: la compra de bonos a través del Banco Central Europeo (BCE) o de los mecanismos de rescate, una salida abominable desde el punto de vista alemán pero que se debatió en el último G-20. El BCE ha conseguido ya ser, con gran probabilidad, el supervisor bancario europeo: a cambio podría volver a disparar en el mercado de deuda, según varias fuentes, o al menos rebajar los tipos de interés y poner en marcha otras medidas excepcionales. La otra posibilidad es hacerlo a través de los fondos de solidaridad europeos. El vicepresidente de la Comisión, Olli Rehn, dio a entender que esa respuesta, favorable a los intereses italianos –frente a una recapitalización directa de la banca que ayudaría más a España—, se está preparando: “Estamos trabajando junto con los socios de la eurozona para permitir la estabilización a corto plazo de los mercados, especialmente de los Estados bajo más presión”. Rehn no dio pistas sobre “la sustancia de esas medidas a corto plazo”. Pero no hay que devanarse los sesos para identificar a los Estados a los que van dirigidas: los intereses de la deuda española a 10 años rondan el 7%; los de la italiana, el 6%. Ambas cifras son insostenibles. Ambos países requieren tratamiento de choque y llegan a Bruselas acosados por una situación financiera y política muy distinta, pero en ambos casos explosiva.
Alemania y Francia están obligadas a presentarse en Bruselas con un acuerdo convincente y sólido. De lo contrario (y es casi seguro que va a ser de lo contrario) se presume una noche de cuchillos largos, la del jueves. Esta es una cumbre extraña por varios motivos. Están los desacuerdos, está la presión sobre varios países, están los debates de corto y largo plazo, pero sobre todo influye el hecho de que la reunión se interrumpirá el viernes por la tarde para que la canciller Angela Merkel vuelva a Berlín a votar el mecanismo de rescate permanente. Ante ese limitado horizonte temporal que prácticamente aboca a una jornada maratoniana el primer día, François Hollande y Merkel cenaron juntos en el Elíseo con el objetivo declarado de buscar denominadores comunes.
Antes de esa entrevista, el entorno del presidente socialista francés se mostraba totalmente confiado en un acuerdo franco-alemán. “La relación es muy profesional, muy seria, los dos son plenamente conscientes de su responsabilidad, hay entendimiento en casi todo. Merkel y Hollande han hablado con muchísima frecuencia por teléfono y los equipos trabajan de forma muy fluida. Lo que ha cambiado es que el método de tomar decisiones es diferente, más regular y metódico que el anterior”. París se mostró durante todo el día optimista y confiado en que Berlín cederá en sus líneas rojas y compartirá las recetas impulsadas por Hollande: austeridad sí; disciplina y más supervisión también, pero a la vez más crecimiento para salir de la depresión, crear empleo y evitar el auge de los populismos, y más solidaridad para garantizar que los enfermos no serán dejados atrás. Pero Berlín también quiere contrapartidas por parte de París: reformas –a las que Hollande se viene resistiendo— y la posibilidad de ceder soberanía a Bruselas para avanzar en la dirección de la unión política.
Altos funcionarios del Elíseo manifestaron su convicción en que el viernes se sellará “un acuerdo importante y de consenso que se parecerá mucho al documento elaborado por el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy”. Merkel dijo compartir el grueso de ese informe diseñado por los responsables del Consejo, la Comisión y el BCE, para dar pasos en el camino hacia una unión bancaria; una política fiscal común; un marco para armonizar las políticas económicas y de competitividad; y la legitimación democrática de la colaboración reforzada de los Estados de la eurozona.
Pero antes de viajar a París, Merkel enseñó su perfil clásico de negociadora dura. En una declaración ante el pleno de la Cámara baja parlamentaria (Bundestag), la canciller volvió a criticar las propuestas de mutualizar la deuda europea y aseguró que adolecen de “un claro desequilibrio entre responsabilidad y control”. La canciller cree que “se habla demasiado” de “todo tipo de ideas” para emitir deuda europea o colectivizar las garantías, pero “demasiado poco” sobre la necesidad de “controles comunes y reformas estructurales”, en lo que parece un ataque directo a Francia. Los “eurobonos, euroletras o el fondo de amortización de la deuda” son “incompatibles con la Constitución alemana”, reiteró, además de “económicamente equivocados y contraproducentes”.
Merkel, que arrancó los calurosos aplausos de las bancadas de su coalición de Gobierno, no fue sin embargo tan lejos como el día anterior, cuando sugirió –seguramente en tono jocoso- que los eurobonos solo verán la luz cuando ella muera. En todo caso, París recibió esa frase con ironía. Un alto funcionario galo replicó: “Seguramente se refería a su muerte política, no a su muerte clínica”.
En realidad, Berlín y París están de acuerdo en el 95% de las medidas que el Consejo debatirá el jueves y el viernes, sobre todo a medio y largo plazo. Pero la duda es la crisis existencial del euro, y eso se juega aquí y ahora: “Aprobaremos medidas de corto plazo para salir de la crisis”, enfatizaron fuentes cercanas a Hollande. La agenda está clara. Primero se acordarán las medidas urgentes para relanzar la actividad —el llamado paquete de crecimiento presentado en Roma, con 130.000 millones en inversiones y estímulos—; Además habrá un acuerdo, reclamado por Italia, para proteger la producción europea, y se dará el pistoletazo de salida a la tasa financiera que debe entrar en vigor en 2013. Después se verá la propuesta de Van Rompuy para rediseñar el edificio europeo. En la cena del jueves y a lo largo del viernes se discutirá sobre Grecia y España, sobre cómo taponar el agujero en la banca y cómo relajar la tensión en la deuda.
Pero está por ver que la montaña pueda parir algo más que un ratón. Francia advierte que solo aprobará el tratado presupuestario si se dan las condiciones políticas suficientes: es decir, si obtiene las contrapartidas que Hollande considera indispensables. Alemania solo dará su brazo a torcer si ve avances, paso a paso, hacia la Europa que vislumbra Berlín, y con Alemania al mando. En Berlín apenas moja; en Francia el agua llega a los tobillos: pero Madrid y Roma están hasta el cuello.
-La Comisión asegura que de la cumbre saldrán soluciones para estabilizar los mercados
-Francia y Alemania debaten hasta el último minuto el diseño a corto y medio plazo de la UE
Claudi Pérez / Miguel Mora
Bruselas / París, El País
La supercumbre, la cumbre del fin del mundo, la madre de todas las cumbres: la inflación de ese tipo de historias amenaza con arruinar la credibilidad de Europa, empeñada en colocarse una y otra vez al borde del precipicio. A razón de una reunión al más alto nivel al mes desde que arrancó la crisis, el euro se enfrenta hoy, otra vez, de nuevo, a algo parecido a un ser o no ser. Cambia el guión, pero algunas cosas se repiten: Alemania dice no; París y cada vez más países elevan la presión sobre Berlín; y algún socio europeo va a estar con el agua al cuello, o incluso más arriba, si no hay soluciones enérgicas, con la crisis entrando en territorio comanche. La diferencia para un lector español es que ese país, esta vez, tiene su capital en Madrid. Pero también Italia está en el disparadero: si su primer ministro, Mario Monti, vuelve de Bruselas con las manos vacías puede detonarse una crisis política en Roma, con un Silvio Berlusconi amenazador.
Para que eso no ocurra, la cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno tiene que recuperar una narrativa creíble acerca del proyecto europeo de medio y largo plazo. Las fuentes consultadas creen posible que eso suceda, tras el ambicioso documento presentado el martes por el Consejo, que marca el camino hacia una unión política. Pero sobre todo se requiere una salida en el cortísimo plazo, ante la sospecha de que la filosofía relativa al diseño del edificio europeo no va a ser suficiente si los mercados siguen oliendo sangre. Hay indicios de que algo se está cocinando. La alternativa es el desastre: sin un acuerdo, la rueda de la crisis volverá a girar con una fuerza endiablada en forma de crisis política italiana, o de una estampida bancaria en el Sur, o del enésimo incendio en los explosivos mercados de deuda.
Francia extremó ayer la presión sobre Alemania para que dé un respiro a España e Italia en ese peligroso corto plazo. Gana fuerza la idea de la recapitalización directa de la banca, en el marco de la unión bancaria europea. Ese será uno de los puntos centrales de la cumbre, según fuentes comunitarias y según varios diplomáticos europeos. Francia e Italia apoyan sin fisuras esa idea. El Gobierno español aseguró ayer a este diario que Alemania está por la labor –aunque con matices: más el ministro de Finanzas, el europeísta Wolfgang Schäuble, que la canciller Angela Merkel—; Berlín no confirmó ese extremo, pero dejó claro que las inyecciones de capital directas en la banca a través de los mecanismos de solidaridad europeos nunca se harán sin estrictas condiciones y sin algún tipo de garantías por parte de los Estados. La clave de la negociación es el plazo: si la cumbre lo deja para dentro de unos meses o incluso unos años, es poco probable que consiga relajar la tensión en los mercados. De ser así, no serviría para España. Madrid es consciente de que el rescate que solicitó formalmente el lunes no le permite acogerse a esa vía de inmediato, pero el Ejecutivo confía en que pese a que los primeros tramos de las ayudas llegarán vía el fondo de rescate bancario español (y por lo tanto engordarán la deuda pública y avivarán los temores de los inversores), los bancos españoles podrán acogerse más adelante a la citada recapitalización directa. Eso aliviaría sobremanera la presión sobre España y permitiría empezar a pensar en romper el círculo vicioso entre deuda pública y deuda bancaria.
Una solución para la crisis a corto plazo pasa por la compra de bonos a través del BCE
La otra opción en el cortísimo plazo es una intervención en el mercado de deuda pública: la compra de bonos a través del Banco Central Europeo (BCE) o de los mecanismos de rescate, una salida abominable desde el punto de vista alemán pero que se debatió en el último G-20. El BCE ha conseguido ya ser, con gran probabilidad, el supervisor bancario europeo: a cambio podría volver a disparar en el mercado de deuda, según varias fuentes, o al menos rebajar los tipos de interés y poner en marcha otras medidas excepcionales. La otra posibilidad es hacerlo a través de los fondos de solidaridad europeos. El vicepresidente de la Comisión, Olli Rehn, dio a entender que esa respuesta, favorable a los intereses italianos –frente a una recapitalización directa de la banca que ayudaría más a España—, se está preparando: “Estamos trabajando junto con los socios de la eurozona para permitir la estabilización a corto plazo de los mercados, especialmente de los Estados bajo más presión”. Rehn no dio pistas sobre “la sustancia de esas medidas a corto plazo”. Pero no hay que devanarse los sesos para identificar a los Estados a los que van dirigidas: los intereses de la deuda española a 10 años rondan el 7%; los de la italiana, el 6%. Ambas cifras son insostenibles. Ambos países requieren tratamiento de choque y llegan a Bruselas acosados por una situación financiera y política muy distinta, pero en ambos casos explosiva.
Alemania y Francia están obligadas a presentarse en Bruselas con un acuerdo convincente y sólido. De lo contrario (y es casi seguro que va a ser de lo contrario) se presume una noche de cuchillos largos, la del jueves. Esta es una cumbre extraña por varios motivos. Están los desacuerdos, está la presión sobre varios países, están los debates de corto y largo plazo, pero sobre todo influye el hecho de que la reunión se interrumpirá el viernes por la tarde para que la canciller Angela Merkel vuelva a Berlín a votar el mecanismo de rescate permanente. Ante ese limitado horizonte temporal que prácticamente aboca a una jornada maratoniana el primer día, François Hollande y Merkel cenaron juntos en el Elíseo con el objetivo declarado de buscar denominadores comunes.
París afirma que el método de tomar decisiones es diferente, más regular y metódico que el anterior
Antes de esa entrevista, el entorno del presidente socialista francés se mostraba totalmente confiado en un acuerdo franco-alemán. “La relación es muy profesional, muy seria, los dos son plenamente conscientes de su responsabilidad, hay entendimiento en casi todo. Merkel y Hollande han hablado con muchísima frecuencia por teléfono y los equipos trabajan de forma muy fluida. Lo que ha cambiado es que el método de tomar decisiones es diferente, más regular y metódico que el anterior”. París se mostró durante todo el día optimista y confiado en que Berlín cederá en sus líneas rojas y compartirá las recetas impulsadas por Hollande: austeridad sí; disciplina y más supervisión también, pero a la vez más crecimiento para salir de la depresión, crear empleo y evitar el auge de los populismos, y más solidaridad para garantizar que los enfermos no serán dejados atrás. Pero Berlín también quiere contrapartidas por parte de París: reformas –a las que Hollande se viene resistiendo— y la posibilidad de ceder soberanía a Bruselas para avanzar en la dirección de la unión política.
Altos funcionarios del Elíseo manifestaron su convicción en que el viernes se sellará “un acuerdo importante y de consenso que se parecerá mucho al documento elaborado por el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy”. Merkel dijo compartir el grueso de ese informe diseñado por los responsables del Consejo, la Comisión y el BCE, para dar pasos en el camino hacia una unión bancaria; una política fiscal común; un marco para armonizar las políticas económicas y de competitividad; y la legitimación democrática de la colaboración reforzada de los Estados de la eurozona.
Pero antes de viajar a París, Merkel enseñó su perfil clásico de negociadora dura. En una declaración ante el pleno de la Cámara baja parlamentaria (Bundestag), la canciller volvió a criticar las propuestas de mutualizar la deuda europea y aseguró que adolecen de “un claro desequilibrio entre responsabilidad y control”. La canciller cree que “se habla demasiado” de “todo tipo de ideas” para emitir deuda europea o colectivizar las garantías, pero “demasiado poco” sobre la necesidad de “controles comunes y reformas estructurales”, en lo que parece un ataque directo a Francia. Los “eurobonos, euroletras o el fondo de amortización de la deuda” son “incompatibles con la Constitución alemana”, reiteró, además de “económicamente equivocados y contraproducentes”.
A lo largo del viernes se discutirá sobre Grecia y España, cómo taponar el agujero en la banca y relajar la tensión en la deuda
Merkel, que arrancó los calurosos aplausos de las bancadas de su coalición de Gobierno, no fue sin embargo tan lejos como el día anterior, cuando sugirió –seguramente en tono jocoso- que los eurobonos solo verán la luz cuando ella muera. En todo caso, París recibió esa frase con ironía. Un alto funcionario galo replicó: “Seguramente se refería a su muerte política, no a su muerte clínica”.
En realidad, Berlín y París están de acuerdo en el 95% de las medidas que el Consejo debatirá el jueves y el viernes, sobre todo a medio y largo plazo. Pero la duda es la crisis existencial del euro, y eso se juega aquí y ahora: “Aprobaremos medidas de corto plazo para salir de la crisis”, enfatizaron fuentes cercanas a Hollande. La agenda está clara. Primero se acordarán las medidas urgentes para relanzar la actividad —el llamado paquete de crecimiento presentado en Roma, con 130.000 millones en inversiones y estímulos—; Además habrá un acuerdo, reclamado por Italia, para proteger la producción europea, y se dará el pistoletazo de salida a la tasa financiera que debe entrar en vigor en 2013. Después se verá la propuesta de Van Rompuy para rediseñar el edificio europeo. En la cena del jueves y a lo largo del viernes se discutirá sobre Grecia y España, sobre cómo taponar el agujero en la banca y cómo relajar la tensión en la deuda.
Pero está por ver que la montaña pueda parir algo más que un ratón. Francia advierte que solo aprobará el tratado presupuestario si se dan las condiciones políticas suficientes: es decir, si obtiene las contrapartidas que Hollande considera indispensables. Alemania solo dará su brazo a torcer si ve avances, paso a paso, hacia la Europa que vislumbra Berlín, y con Alemania al mando. En Berlín apenas moja; en Francia el agua llega a los tobillos: pero Madrid y Roma están hasta el cuello.