Eurocopa: Grecia dio la sorpresa y eliminó a Rusia


Varsovia, As
La sabiduría no es sinónimo de vejez. Y la calidad no equivale al triunfo. Grecia y Rusia saben de qué hablo. Una vez más el fútbol dejó en la cuneta un estilo plástico y dio vida a una propuesta ruda y cargada de arrugas. Pero en esta ocasión no fue la suerte la culpable. Ni un arbitraje para olvidar. Sino el amor propio. El hambre. Grecia dio la sorpresa con una magnífica lectura del partido y pasó por encima de un adversario repleto de talento que no se dio cuenta del problema que la envolvía hasta que no hubo tiempo para encontrar una solución. Rusia debió vencer por ocasiones. Sin embargo, tampoco pareció injusta su derrota. Será por la falta de nervio de sus jugadores. O debido a que nadie se arrastró más que Samaras o gritó como Karagounis. Lo cierto es que Grecia pareció jugarse la vida y Rusia, tan solo un torneo veraniego.

Las actitudes se vieron desde el arranque. Grecia comenzó con fuerza. Sólo le valía morder. Pero, lógicamente, fue perdiendo poderes a medida que el balón buscaba dueño. Un remate de Katsouranis y otro disparo de Torosidis a la salida de un córner completaron su carta de presentación. Hasta el tanto en el descuento de Karagounis no volvió a dar más señales de vida. Únicamente Samaras era capaz de mantener el balón y cabalgar con amenazas. Su partido fue de bandera. Su labor fue oscura. Y clave. A Grecia le pesaban los complejos y las carencias técnicas de sus mediocentros. Replegada atrás sólo esperaba milagros. Inteligente propuesta al reconocer sus carencias, aunque algo valiente al probar de nuevo la suerte cuando en 2004 ya ganó una Eurocopa con tan poco fútbol y parecidas arrugas.

Rusia y la autocomplacencia


Rusia, líder del grupo antes de este duelo, no pareció sentirse agobiada jamás, sabedora de que el desarrollo del partido le proclamaría dominadora. Calidad y gusto tiene de sobra para ello. Los diez primeros minutos le sirvieron de complemento al calentamiento. Lo que ocurrió después fue un monólogo accidentalmente salpicado por un gol que nadie esperaba. Ni siquiera por sus ejecutores. El tanto de Grecia llegó de la única manera posible. Tras una cadena de errores rusa y con un arranque de orgullo por parte helena. Zhirkov fue decisivo. Primero por perder un balón sin que nadie le estorbase. E inmediatamente por vender su espalda en el saque de banda que propicio su gazapo. Karagounis, viejo zorro, pidió a Torosidis un pase profundo al hueco con las manos para emprender una de sus últimas carreras decisivas. El capitán encaró la portería con la chispa que le queda y batió a Malafeev con la picardía de un sabio. Su derechazo tuvo toda la intención posible al colarse por el único ángulo muerto del portero. Ése que se traza entre la mano rumbo al suelo y la pierna levantada.

Rusia dominó siempre a su rival por la gran diferencia de talento y si no marcó algún que otro tanto fue por cuestión de centímetros. Eso sí, le faltó más agilidad en la elaboración, menos voluntarios para pedir siempre el balón al pie y mucha más mordiente a la hora del estoque. Arshavin tuvo una ocasión muy buena con la uña. El exsevillista Kherzakov rozó la escuadra más tarde. Y Zhirkov, en dos ocasiones, avisó con una gran internada y con un disparo envenenado. Dzagoev, en casi todas esas jugadas fraguadas en el primer tiempo, catapultó a sus compañeros. Bien con pases, bien con desmarques. Si es pichichi no es por casualidad.

Mismo guión, idéntico resultado


Con el marcador en contra, Advocaat recurrió a Pavlyuchenko. Un talentoso delantero que Julen Lopetegui tenía en su agenda cuando opinaba en el Madrid y que ha perdido brilló en pocos años. Su incidencia fue nula. Otro que nunca va al espacio. Aun así, Rusia gozó de más ocasiones. Una de Shirkov y la mejor, de Denisov. Karagounis pidió un penalti poco después al reclamar que su pierna y la de su marcador chocaron. Lo que no dijo en sus protestas es quién dio a quién. Vio amarilla y se perderá los cuartos de final. Después, en otra jugada aislada, Tzavelas estrelló una falta a la madera que comenzó a equilibrar la balanza de méritos. El 1-0 ya no era tan injusto.

Rusia se lanzó a la desesperada. Y lo hizo al mismo ritmo de siempre. El único cambio fue tomar riesgos atrás y aglutinar más rematadores en el área. El plan no obtuvo premio. Únicamente Dzagoev pudo empatar con un cabezazo que lamió el poste. El gol salvador no llegaba, y el favor de Polonia en el otro partido del grupo ya nadie lo esperaba. El colegiado pidió y todos los rusos se miraron entre sí relamiendo un ¡cómo es posible! La respuesta es sencilla y no conviene perderla de vista. Sobre todo si su ‘amiga’ Alemania se la cruza en cuartos. Se llama Grecia. No enamora pero es temida. Peina canas y acumula sorpresas.

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