Colonas con licencia para disparar
Las amas de casa de los asentamientos de Cisjordania se entrenan en el manejo de armas cortas
Ana Garralda, El País
Las amas de casa de los asentamientos de Cisjordania están aprendiendo nuevas habilidades como el manejo de armas cortas y la defensa personal con artes marciales. El objetivo es plantar cara a posibles terroristas palestinos sin tener que esperar a la llegada del ejército.
“¡Cargad…, montad…, disparad!”, ordena el instructor Dudi Ash, un antiguo miembro de las unidades especiales de la Policía Nacional israelí (Yamam). Esta semana, 14 amas de casa son sus alumnas. Es la primera vez que se imparte un curso de tiro solo para mujeres en el campo de entrenamiento Caliber 3 de Efrat, uno de los muchos en manos privadas que se reparten por la Cisjordania ocupada.
Durante cinco intensas jornadas, las mujeres disparan medio centenar de cartuchos en una de las tres garitas de tiro al aire libre. Dudi Ash introduce de forma calculada dosis de humor durante el entrenamiento: “Venga, que mientras cargáis yo ya he cogido el arma y os he disparado a todas”. Es la primera vez que muchas de estas mujeres disparan un arma y surgen los nervios. La mayoría no cumplió con el servicio militar —obligatorio durante dos años para las mujeres y durante tres para los hombres— tras alegar motivos religiosos, lo que las exime de realizarlo. “Es importante que estén preparadas en caso de ser atacadas por terroristas árabes”, explica Dudi, mientras agarra una de las armas cortas, de procedencia checa, austriaca e israelí, utilizadas en las prácticas de tiro.
Los ataques que han aumentado en los últimos años son los
de los colonos israelíes contra los palestinos
Ilana Factor es un ama de casa que ha decidido de forma voluntaria asistir al curso. Asegura que preferiría no tener una licencia de armas ni tener que utilizarlas. “Vengo porque quiero proteger a mi familia”, dice. “Los terroristas siempre vienen por detrás, a por las mujeres y los niños, y tenemos que estar preparadas”. Ilana aún recuerda la psicosis creada en marzo pasado a raíz del asesinato de cinco miembros de la familia Fogel (los padres y tres de sus hijos) en el asentamiento cisjordano de Itamar. El ejército detuvo a dos palestinos de Awarta, el pueblo vecino, como supuestos responsables de una masacre que tuvo lugar en plena noche. “Estábamos muertos de miedo, cerrábamos las puertas de casa incluso de día y no perdíamos de vista ni un momento a los niños”, comenta Ilana.
“La experiencia nos dice que lo que pase entre el minuto uno y el minuto dos de un ataque marca la diferencia. Si hay alguien que pueda responder en ese momento, el daño es mucho menor”, explica Israel Dazinger, fundador de la organización Mishmeret Yesha (La Guardia de Judea y Samaria, como llaman los judíos a Cisjordania) y responsable de la formación de estas brigadas de colonos y de la recaudación de fondos para financiar los entrenamientos.
Dazinger asegura que en los últimos meses se han incrementado los ataques con piedras en las carreteras y los robos en las “comunidades”, como él denomina a las colonias judías ilegales en territorio palestino. Shuli Naftali, una colona de 22 años, lo corrobora a solo unos metros. “Ahora nos lanzan más piedras que antes, y si lo hacen cuando vas a 70 u 80 kilómetros por hora, puedes acabar muerta en la cuneta”, añade. Algo que, sin embargo, solo le ha sucedido a un colono en lo que va de año, según datos del ejército israelí. Tampoco mencionan la detención de siete jóvenes colonas a primeros de diciembre acusadas de quemar olivos palestinos en el pueblo de Qusra, cerca de la ciudad cisjordana de Nablús. Allí, los colonos también quemaron una mezquita en septiembre.
“Venga, que el entrenamiento tiene que continuar”, achucha Dazinger. Llega la segunda ronda de tiro, esta vez le toca el turno al segundo grupo de mujeres. Mientras, se oyen disparos en los otros dos hangares del campo de entrenamiento, cercado por vallas de seguridad y ubicado en un enclave rodeado de pueblos palestinos. En ellos pegan tiros agentes de seguridad del Gobierno israelí, miembros de empresas de seguridad privada y también algunos colonos hombres. Todos ellos con armas mucho más sofisticadas como el M-16 o el tavor, reglamentarias en el ejército israelí. “¡Cuidado, bomba!”, dice en hebreo un instructor ruso (habituales en estos entrenamientos) alertando a los alumnos que se encuentran reduciendo a un supuesto terrorista que tiene una carga explosiva adherida al cuerpo. Los alumnos gritan y se tiran al suelo.
Las mujeres terminan las clases de tiro, recogen las armas y los casquillos. Es hora de pasar al gimnasio y continuar con las sesiones de Krav Magá, un arte marcial inventado por la resistencia judía en la Francia ocupada por la Alemania nazi, desarrollada por los militares franceses y perfeccionada por los israelíes. En una semana, algunas alumnas comenzarán un módulo adicional de conducción evasiva que incluirá aprender a disparar desde un vehículo. Para Dazinger, este aprendizaje es fundamental. “A menudo, las emboscadas suceden en la única carretera de acceso que a menudo hay en las comunidades, cuando las mujeres llevan a sus hijos al colegio o van al supermercado”, explica.
Nadie en el Caliber 3 habla de los ataques perpetrados por los colonos hacia sus vecinos palestinos. Se han incrementado en un 40% respecto de 2010 y un 165% respecto de 2009, según datos de la Oficina de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA, en sus siglas en inglés). ¿Y si una mujer palestina de uno de los pueblos cercanos también quiere recibir entrenamiento para protegerse? Dazinger sonríe. “Este es un campo de entrenamiento privado y nadie se infiltra en sus comunidades y les dispara como sí ha pasado en las comunidades judías”, añade.
Los datos de la OCHA contradicen la versión de Dazinger. Según su último informe del pasado mes de noviembre, los colonos mataron en 2011 a tres palestinos e hirieron de diversa consideración a otros 167. Además destruyeron parcialmente 10.000 olivos de agricultores palestinos, con la consiguiente repercusión en la economía de la Cisjordania rural. Según datos de la ONG israelí de derechos humanos Yesh Din, el 90% de las denuncias interpuestas ante la policía israelí por ataques de colonos a personas o propiedades palestinas quedaron archivadas sin ser investigadas.
Ana Garralda, El País
Las amas de casa de los asentamientos de Cisjordania están aprendiendo nuevas habilidades como el manejo de armas cortas y la defensa personal con artes marciales. El objetivo es plantar cara a posibles terroristas palestinos sin tener que esperar a la llegada del ejército.
“¡Cargad…, montad…, disparad!”, ordena el instructor Dudi Ash, un antiguo miembro de las unidades especiales de la Policía Nacional israelí (Yamam). Esta semana, 14 amas de casa son sus alumnas. Es la primera vez que se imparte un curso de tiro solo para mujeres en el campo de entrenamiento Caliber 3 de Efrat, uno de los muchos en manos privadas que se reparten por la Cisjordania ocupada.
Durante cinco intensas jornadas, las mujeres disparan medio centenar de cartuchos en una de las tres garitas de tiro al aire libre. Dudi Ash introduce de forma calculada dosis de humor durante el entrenamiento: “Venga, que mientras cargáis yo ya he cogido el arma y os he disparado a todas”. Es la primera vez que muchas de estas mujeres disparan un arma y surgen los nervios. La mayoría no cumplió con el servicio militar —obligatorio durante dos años para las mujeres y durante tres para los hombres— tras alegar motivos religiosos, lo que las exime de realizarlo. “Es importante que estén preparadas en caso de ser atacadas por terroristas árabes”, explica Dudi, mientras agarra una de las armas cortas, de procedencia checa, austriaca e israelí, utilizadas en las prácticas de tiro.
Los ataques que han aumentado en los últimos años son los
de los colonos israelíes contra los palestinos
Ilana Factor es un ama de casa que ha decidido de forma voluntaria asistir al curso. Asegura que preferiría no tener una licencia de armas ni tener que utilizarlas. “Vengo porque quiero proteger a mi familia”, dice. “Los terroristas siempre vienen por detrás, a por las mujeres y los niños, y tenemos que estar preparadas”. Ilana aún recuerda la psicosis creada en marzo pasado a raíz del asesinato de cinco miembros de la familia Fogel (los padres y tres de sus hijos) en el asentamiento cisjordano de Itamar. El ejército detuvo a dos palestinos de Awarta, el pueblo vecino, como supuestos responsables de una masacre que tuvo lugar en plena noche. “Estábamos muertos de miedo, cerrábamos las puertas de casa incluso de día y no perdíamos de vista ni un momento a los niños”, comenta Ilana.
“La experiencia nos dice que lo que pase entre el minuto uno y el minuto dos de un ataque marca la diferencia. Si hay alguien que pueda responder en ese momento, el daño es mucho menor”, explica Israel Dazinger, fundador de la organización Mishmeret Yesha (La Guardia de Judea y Samaria, como llaman los judíos a Cisjordania) y responsable de la formación de estas brigadas de colonos y de la recaudación de fondos para financiar los entrenamientos.
Dazinger asegura que en los últimos meses se han incrementado los ataques con piedras en las carreteras y los robos en las “comunidades”, como él denomina a las colonias judías ilegales en territorio palestino. Shuli Naftali, una colona de 22 años, lo corrobora a solo unos metros. “Ahora nos lanzan más piedras que antes, y si lo hacen cuando vas a 70 u 80 kilómetros por hora, puedes acabar muerta en la cuneta”, añade. Algo que, sin embargo, solo le ha sucedido a un colono en lo que va de año, según datos del ejército israelí. Tampoco mencionan la detención de siete jóvenes colonas a primeros de diciembre acusadas de quemar olivos palestinos en el pueblo de Qusra, cerca de la ciudad cisjordana de Nablús. Allí, los colonos también quemaron una mezquita en septiembre.
“Venga, que el entrenamiento tiene que continuar”, achucha Dazinger. Llega la segunda ronda de tiro, esta vez le toca el turno al segundo grupo de mujeres. Mientras, se oyen disparos en los otros dos hangares del campo de entrenamiento, cercado por vallas de seguridad y ubicado en un enclave rodeado de pueblos palestinos. En ellos pegan tiros agentes de seguridad del Gobierno israelí, miembros de empresas de seguridad privada y también algunos colonos hombres. Todos ellos con armas mucho más sofisticadas como el M-16 o el tavor, reglamentarias en el ejército israelí. “¡Cuidado, bomba!”, dice en hebreo un instructor ruso (habituales en estos entrenamientos) alertando a los alumnos que se encuentran reduciendo a un supuesto terrorista que tiene una carga explosiva adherida al cuerpo. Los alumnos gritan y se tiran al suelo.
Las mujeres terminan las clases de tiro, recogen las armas y los casquillos. Es hora de pasar al gimnasio y continuar con las sesiones de Krav Magá, un arte marcial inventado por la resistencia judía en la Francia ocupada por la Alemania nazi, desarrollada por los militares franceses y perfeccionada por los israelíes. En una semana, algunas alumnas comenzarán un módulo adicional de conducción evasiva que incluirá aprender a disparar desde un vehículo. Para Dazinger, este aprendizaje es fundamental. “A menudo, las emboscadas suceden en la única carretera de acceso que a menudo hay en las comunidades, cuando las mujeres llevan a sus hijos al colegio o van al supermercado”, explica.
Nadie en el Caliber 3 habla de los ataques perpetrados por los colonos hacia sus vecinos palestinos. Se han incrementado en un 40% respecto de 2010 y un 165% respecto de 2009, según datos de la Oficina de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA, en sus siglas en inglés). ¿Y si una mujer palestina de uno de los pueblos cercanos también quiere recibir entrenamiento para protegerse? Dazinger sonríe. “Este es un campo de entrenamiento privado y nadie se infiltra en sus comunidades y les dispara como sí ha pasado en las comunidades judías”, añade.
Los datos de la OCHA contradicen la versión de Dazinger. Según su último informe del pasado mes de noviembre, los colonos mataron en 2011 a tres palestinos e hirieron de diversa consideración a otros 167. Además destruyeron parcialmente 10.000 olivos de agricultores palestinos, con la consiguiente repercusión en la economía de la Cisjordania rural. Según datos de la ONG israelí de derechos humanos Yesh Din, el 90% de las denuncias interpuestas ante la policía israelí por ataques de colonos a personas o propiedades palestinas quedaron archivadas sin ser investigadas.