Bienvenidos a los años treinta
Paul Krugman, El País
Martin Wolf es mordaz (y con razón). “Hasta ahora nunca había comprendido cómo pudo suceder lo de los años treinta”, escribía el columnista de The Financial Times en una tribuna de opinión publicada el 5 de junio (edición de pago). “Ahora sí. Lo único que se necesita son unas economías frágiles, un régimen monetario rígido, un debate intenso sobre lo que hay que hacer, la creencia generalizada de que sufrir es bueno, unos políticos miopes, una incapacidad para cooperar y el no anticiparse a los acontecimientos”.
En el momento justo, el Banco Centra Europeo (BCE) se negó a rebajar los tipos de interés o anunciar otras políticas que pudieran ser de ayuda. Porque, ¿qué razón podía existir para tomar cartas en el asunto?
Los estudios indican que la economía de la eurozona está hundiéndose, y España se encuentra al borde del abismo. ¿Y la inflación? Está cayendo rápidamente, lo cual es malo teniendo en cuenta las circunstancias.
Dudo que la decisión del BCE entrañe una lógica económica concebible. Creo que solo puede interpretarse como una especie de negativa a reconocer, aunque sea implícitamente, que algunas decisiones del pasado fueron erróneas.
Al igual que Wolf, empiezo a ver cómo sucedió lo de los años treinta.
Las ganas de castigar
He oído varios intentos de explicar la extraña negativa del BCE a bajar los tipos de interés pese a la escalada del desempleo y el descenso de la inflación y, por encima de todo, los problemas particulares de una unión monetaria que probablemente no sobrevivirá a menos que la demanda general sea fuerte.
El argumento más popular parece ser que el BCE quiere “tener a los políticos contra las cuerdas”, haciéndoles saber que no serán rescatados a menos que hagan lo necesario (sea lo que sea eso).
Realmente, esto no tiene ningún sentido. Si hablamos de imponer austeridad y recortes salariales en la periferia, ¿cuántos incentivos más necesitan esas economías?
Si hablamos de una unión fiscal más amplia o algo similar, ¿qué parte del inminente desmoronamiento de todo el sistema no entienden supuestamente los alemanes?
¿Es lógico suponer que reducir las tasas de recompra en 50 puntos básicos socavaría en cierto modo medidas que de lo contrario se tomarían?
Lo que a lo mejor sí tiene sentido es una explicación en dos partes.
En primer lugar, el BCE no está dispuesto a reconocer que sus políticas anteriores, sobre todo las subidas de los tipos de interés, fueron un error.
En segundo lugar –y esto es más serio– sospecho que estamos ante la vieja mentalidad del “trabajo de las depresiones” de Joseph Schumpeter: la idea de que todo sufrimiento cumple de algún modo un objetivo necesario y que sería una equivocación mitigar ese sufrimiento aunque solo sea ligeramente.
Esta doctrina tiene un atractivo emocional innegable para la gente que se siente cómoda.
También es una completa locura si tenemos en cuenta todo lo que hemos aprendido sobre economía estos últimos 80 años.
Pero corren tiempos de locura enfundada en trajes caros.
Martin Wolf es mordaz (y con razón). “Hasta ahora nunca había comprendido cómo pudo suceder lo de los años treinta”, escribía el columnista de The Financial Times en una tribuna de opinión publicada el 5 de junio (edición de pago). “Ahora sí. Lo único que se necesita son unas economías frágiles, un régimen monetario rígido, un debate intenso sobre lo que hay que hacer, la creencia generalizada de que sufrir es bueno, unos políticos miopes, una incapacidad para cooperar y el no anticiparse a los acontecimientos”.
En el momento justo, el Banco Centra Europeo (BCE) se negó a rebajar los tipos de interés o anunciar otras políticas que pudieran ser de ayuda. Porque, ¿qué razón podía existir para tomar cartas en el asunto?
Los estudios indican que la economía de la eurozona está hundiéndose, y España se encuentra al borde del abismo. ¿Y la inflación? Está cayendo rápidamente, lo cual es malo teniendo en cuenta las circunstancias.
Dudo que la decisión del BCE entrañe una lógica económica concebible. Creo que solo puede interpretarse como una especie de negativa a reconocer, aunque sea implícitamente, que algunas decisiones del pasado fueron erróneas.
Al igual que Wolf, empiezo a ver cómo sucedió lo de los años treinta.
Las ganas de castigar
He oído varios intentos de explicar la extraña negativa del BCE a bajar los tipos de interés pese a la escalada del desempleo y el descenso de la inflación y, por encima de todo, los problemas particulares de una unión monetaria que probablemente no sobrevivirá a menos que la demanda general sea fuerte.
El argumento más popular parece ser que el BCE quiere “tener a los políticos contra las cuerdas”, haciéndoles saber que no serán rescatados a menos que hagan lo necesario (sea lo que sea eso).
Realmente, esto no tiene ningún sentido. Si hablamos de imponer austeridad y recortes salariales en la periferia, ¿cuántos incentivos más necesitan esas economías?
Si hablamos de una unión fiscal más amplia o algo similar, ¿qué parte del inminente desmoronamiento de todo el sistema no entienden supuestamente los alemanes?
¿Es lógico suponer que reducir las tasas de recompra en 50 puntos básicos socavaría en cierto modo medidas que de lo contrario se tomarían?
Lo que a lo mejor sí tiene sentido es una explicación en dos partes.
En primer lugar, el BCE no está dispuesto a reconocer que sus políticas anteriores, sobre todo las subidas de los tipos de interés, fueron un error.
En segundo lugar –y esto es más serio– sospecho que estamos ante la vieja mentalidad del “trabajo de las depresiones” de Joseph Schumpeter: la idea de que todo sufrimiento cumple de algún modo un objetivo necesario y que sería una equivocación mitigar ese sufrimiento aunque solo sea ligeramente.
Esta doctrina tiene un atractivo emocional innegable para la gente que se siente cómoda.
También es una completa locura si tenemos en cuenta todo lo que hemos aprendido sobre economía estos últimos 80 años.
Pero corren tiempos de locura enfundada en trajes caros.