Vivir en democracia es gozar de la libertad
Armando Mariaca
Desde octubre de 1982 en que vivimos en permanente democracia y alejados de gobiernos dictatoriales o de facto, podemos decir los bolivianos que hemos superado muchos males del pasado en lo que se refiere a gozar de los derechos humanos, sentirnos libres de persecuciones político-partidistas y comprobar que bien podemos conducirnos por rutas que nos hagan un país libre en el pensar, sentir y obrar; fuerte en preservar sus valores; esperanzado en mejores días; capaces de superar los diferentes males que nos lastiman; conscientes de que podríamos vencer los altos grados de pobreza y subdesarrollo; pero, sobre todo, que podríamos entender que el país es bien y derecho de todos los habitantes y estantes y que nuestro deber es servirlo y no servirnos de él.
Esos estados ideales de vida serían los más convenientes y apropiados para nuestra vida; pero, parece que a nivel de las nuevas corrientes político-partidistas que funcionan y que gobiernan el país, nada de ello sería importante y, para su propio mal actúan en sentido contrario perjudicando su propio accionar. Desde enero de 2006 en que asumió el mando de la nación el gobierno del MAS, subsiste el sentimiento de que es posible cambiar viejos moldes y costumbres que nos hicieron daño; sin embargo, parece que seguiremos embarcados en ellos porque no hay decisión alguna por cambiar en quienes deberían ser ejecutores de esos cambios, por ser diferentes, por trocar su soberbia y petulancia en un mínimo de humildad para administrar el Estado con la sindéresis, la honestidad y la responsabilidad necesarios.
Vivimos en democracia porque entendemos que no puede haber otro modo de vida y forma de gobierno especialmente en niveles en que hay poder político, económico y social en que si bien se cree en la democracia no se entiende que el vivir bajo sus principios es amar la libertad y este amor contiene condiciones para un actuar acorde con las urgencias y necesidades del pueblo; que la libertad hecha democracia es desterrar todo lo mal que se hizo en el pasado desde la fundación de la República que es Patria de todos. La democracia implica amar a la libertad para actuar con sentido común y en aras de los intereses generales del pueblo. Sentir las libertades que permite la democracia es buscar el destierro de todo mal que las corroe.
¿Cuánto hemos avanzado en democracia viviendo las libertades de que disponemos? ¿Qué ha significado la vigencia democrática en un país libre, cuando aún estamos engrillados a la pobreza y el subdesarrollo? ¿Qué hicimos para liberarnos de esas cadenas por no cambiar como debimos haberlo hecho? ¿Creamos, trabajamos, producimos, crecimos para ser mejores? ¿Cuánto hemos desterrado de nuestros propios valores el sentido de unidad, de orden y producción en bien del bien común? Mucho de este conjunto de interrogantes le corresponde al gobierno, un régimen que se inició con los mejores auspicios pero que negó aplicar el valor de sus propios principios e intenciones.
Defectos de vida como son la soberbia y la petulancia; la ineficiencia y la irresponsabilidad; la carencia de educación y valores; la ninguna conciencia de país son causales más que suficientes para que quienes gobiernan y por más “buena voluntad que querrían tener”, casi siempre fracasan por no tener la capacidad en formación y virtudes para enfrentar lo mucho mal que se hizo en el pasado y que se acrecentó en los últimos seis años al extremo de resultar muy doloroso referirse a ello porque lastima los sentimientos más íntimos para dar paso a una pregunta: ¿Tan malos fuimos en el pasado que pagamos con lo que hoy sufrimos?
Muchas veces los pueblos al no haber vivido en democracia tienen como resultado el libertinaje y, al contrario, viviendo bajo sus irregularidades, recién valoran la libertad porque la convicción de que anarquía y libertinaje son sinónimos como instrumentos del mal para lastimar y postergar a los pueblos; en otras palabras, no se puede ser libre sin democracia y tampoco se puede administrar o gobernar al pueblo y pedirle que sea demócrata si esta democracia no es parte de nuestros sentimientos y pensamientos inmersos en una vocación de servicio. Por ello, vivir en democracia es amar la libertad, especialmente cuando se tiene poder, amalgamando poder con libertad que resulten un crisol donde se funden las mejores esperanzas de pueblos amantes de la libertad, la justicia, la fraternidad y la igualdad en el disfrute de la democracia que es síntesis de los derechos humanos.
Desde octubre de 1982 en que vivimos en permanente democracia y alejados de gobiernos dictatoriales o de facto, podemos decir los bolivianos que hemos superado muchos males del pasado en lo que se refiere a gozar de los derechos humanos, sentirnos libres de persecuciones político-partidistas y comprobar que bien podemos conducirnos por rutas que nos hagan un país libre en el pensar, sentir y obrar; fuerte en preservar sus valores; esperanzado en mejores días; capaces de superar los diferentes males que nos lastiman; conscientes de que podríamos vencer los altos grados de pobreza y subdesarrollo; pero, sobre todo, que podríamos entender que el país es bien y derecho de todos los habitantes y estantes y que nuestro deber es servirlo y no servirnos de él.
Esos estados ideales de vida serían los más convenientes y apropiados para nuestra vida; pero, parece que a nivel de las nuevas corrientes político-partidistas que funcionan y que gobiernan el país, nada de ello sería importante y, para su propio mal actúan en sentido contrario perjudicando su propio accionar. Desde enero de 2006 en que asumió el mando de la nación el gobierno del MAS, subsiste el sentimiento de que es posible cambiar viejos moldes y costumbres que nos hicieron daño; sin embargo, parece que seguiremos embarcados en ellos porque no hay decisión alguna por cambiar en quienes deberían ser ejecutores de esos cambios, por ser diferentes, por trocar su soberbia y petulancia en un mínimo de humildad para administrar el Estado con la sindéresis, la honestidad y la responsabilidad necesarios.
Vivimos en democracia porque entendemos que no puede haber otro modo de vida y forma de gobierno especialmente en niveles en que hay poder político, económico y social en que si bien se cree en la democracia no se entiende que el vivir bajo sus principios es amar la libertad y este amor contiene condiciones para un actuar acorde con las urgencias y necesidades del pueblo; que la libertad hecha democracia es desterrar todo lo mal que se hizo en el pasado desde la fundación de la República que es Patria de todos. La democracia implica amar a la libertad para actuar con sentido común y en aras de los intereses generales del pueblo. Sentir las libertades que permite la democracia es buscar el destierro de todo mal que las corroe.
¿Cuánto hemos avanzado en democracia viviendo las libertades de que disponemos? ¿Qué ha significado la vigencia democrática en un país libre, cuando aún estamos engrillados a la pobreza y el subdesarrollo? ¿Qué hicimos para liberarnos de esas cadenas por no cambiar como debimos haberlo hecho? ¿Creamos, trabajamos, producimos, crecimos para ser mejores? ¿Cuánto hemos desterrado de nuestros propios valores el sentido de unidad, de orden y producción en bien del bien común? Mucho de este conjunto de interrogantes le corresponde al gobierno, un régimen que se inició con los mejores auspicios pero que negó aplicar el valor de sus propios principios e intenciones.
Defectos de vida como son la soberbia y la petulancia; la ineficiencia y la irresponsabilidad; la carencia de educación y valores; la ninguna conciencia de país son causales más que suficientes para que quienes gobiernan y por más “buena voluntad que querrían tener”, casi siempre fracasan por no tener la capacidad en formación y virtudes para enfrentar lo mucho mal que se hizo en el pasado y que se acrecentó en los últimos seis años al extremo de resultar muy doloroso referirse a ello porque lastima los sentimientos más íntimos para dar paso a una pregunta: ¿Tan malos fuimos en el pasado que pagamos con lo que hoy sufrimos?
Muchas veces los pueblos al no haber vivido en democracia tienen como resultado el libertinaje y, al contrario, viviendo bajo sus irregularidades, recién valoran la libertad porque la convicción de que anarquía y libertinaje son sinónimos como instrumentos del mal para lastimar y postergar a los pueblos; en otras palabras, no se puede ser libre sin democracia y tampoco se puede administrar o gobernar al pueblo y pedirle que sea demócrata si esta democracia no es parte de nuestros sentimientos y pensamientos inmersos en una vocación de servicio. Por ello, vivir en democracia es amar la libertad, especialmente cuando se tiene poder, amalgamando poder con libertad que resulten un crisol donde se funden las mejores esperanzas de pueblos amantes de la libertad, la justicia, la fraternidad y la igualdad en el disfrute de la democracia que es síntesis de los derechos humanos.