Todo huele a quemado…
Manfredo Kempff
El olor a pólvora es el de la guerra, el de los tiros, los morterazos y las bombas; eso no se huele todavía en Bolivia. Se huele a quemado, a desmoronamiento, a destrucción. Es el olor de la nación incendiada, que arde por los cuatro costados, donde sus pobres habitantes esperan un milagro, ni siquiera que los lleve a tiempos más prósperos, pero, aunque sea, a la República, donde se pasaba mal, pero donde también los gobernantes eran juzgados duramente por el pueblo, a tal extremo que algunos, con razón o sin ella, se tuvieron que ir antes de cumplir con su mandato constitucional. Por supuesto que ninguno de ellos se atrevió a mencionar ni en broma la palabra “reelección” ante el peligro de ser colgados.
Ahora todo huele a quemado, pero la sonrisa de S.E. no cambia, esa sonrisa no está advertida de lo que sucede, es la misma mueca festiva de hace más de seis años o más de veinte, una sonrisa pétrea, de autómata, que vale para las festividades folklóricas, como para la promulgación de leyes insensatas o la que luce para firmar las nacionalizaciones mentirosas. Parece que S.E. no tuviera el olfato suficiente que lo obligara a cambiar de sonrisa en estos tiempos; da la impresión que no advirtiera de que todo huele a quemado, que todo huele, además, muy mal. ¿No se da cuenta que él mismo va a arder en esta hoguera que no deja de atizar?
Con la misma sonrisa con la que cantaba coplas atrevidas en el Carnaval, sonríe en una Cumbre presidencial donde se encuentra perdido entre la gente, o sonríe firmando la nacionalización de la Transportadora de Electricidad española (TDE), o ríe, horas más tarde, cuando visita Margarita y con otros españoles espantados, los de REPSOL, se encuentra a sus anchas anunciando un futuro de grandeza para el país y de seguridad jurídica para las inversiones extranjeras. Claro, los de REPSOL qué van a hacer, callarse nomás, aunque saben que el próximo 1º de mayo estarán anotados en la lista de prioridades de S.E. para ser nacionalizados, es decir, para ser expoliados, desplumados. ¿La explicación? La de siempre: defensa de los recursos naturales ante la voracidad de las empresas trasnacionales.
Hay que echarse a temblar cada 1º de mayo porque la casi totalidad de las nacionalizaciones (estatizaciones, reversiones) no son de provecho para la nación. Por el contrario, son más leña para esa humareda que envuelve a la patria y que, unida al humo de los gases lacrimógenos y los cohetes de los marchistas, que en estos momentos están estallando, provoca esa impresión de que Bolivia está ardiendo, de que el aire ya se ha tornado irrespirable, de que ya no se puede aguantar más. Santa Cruz humea en Pailas y tiene obstruida su comunicación con el Beni y Chiquitos como homenaje de la cultura nacional al festival de música barroca; y humea esporádicamente en La Guardia, donde el MAS ha tumbado, mediante tramoyas, a otro alcalde elegido democráticamente, y eso amenaza el tráfico de la carretera nueva a Cochabamba. Estamos entrampados.
Lo decíamos hace mucho en la prensa: cada vez que se entona el himno nacional en la Asamblea Legislativa es señal de que alguna catástrofe ha sucedido, que se cierne alguna humareda. En cuanto se ve a los señores de sombrero con el puño izquierdo en alto y a las señoras de pollera en la misma actitud cantando voz en cuello, quiere decir que otra calamidad le ha sucedido a Bolivia, que se ha aprobado algún disparate descomunal, que se está quemando algo más de su propia esencia. El himno nacional se ha convertido en el broche de oro con que se cierra toda acción descabellada, todo aquello que viene sucediendo desde hace más de seis años y que pretende prorrogarse por otros muchos.
Si se trata de hacer homenajes a los trabajadores para el 1º de mayo mediante nacionalizaciones, se debe tener en cuenta que, a la larga, se está atentando contra las fuentes de trabajo; es decir que se está creando desocupación. El gobierno garantiza la inamovilidad de los obreros ciertamente, pero nada garantiza que las empresas continúen rentables o cuando menos en producción. Entonces la promesa es falsa.
Y dentro de esta humareda nacional el otro tema peliagudo en las nacionalizaciones es que se comprometa a las Fuerzas Armadas. Desde el día en que los militares irrumpieron armados hasta los dientes y con las caras pintadas en las instalaciones de Petrobras en son de conquista, no han dejado de estar presentes en cuanta nacionalización se ha hecho, lo que, visto con alguna sutileza, significa que el MAS está haciendo cómplice de las nacionalizaciones al Ejército de Bolivia. Que el Alto Mando sea incondicional de S.E., que siempre sonríe feliz, no es suficiente argumento para que la Institución entera tenga que aparecer como garante de los desatinos palaciegos. Además, no sabemos si los mandos medios del Ejército están tan convencidos como sus comandantes sobre las bondades de la política de tierra quemada.
El olor a pólvora es el de la guerra, el de los tiros, los morterazos y las bombas; eso no se huele todavía en Bolivia. Se huele a quemado, a desmoronamiento, a destrucción. Es el olor de la nación incendiada, que arde por los cuatro costados, donde sus pobres habitantes esperan un milagro, ni siquiera que los lleve a tiempos más prósperos, pero, aunque sea, a la República, donde se pasaba mal, pero donde también los gobernantes eran juzgados duramente por el pueblo, a tal extremo que algunos, con razón o sin ella, se tuvieron que ir antes de cumplir con su mandato constitucional. Por supuesto que ninguno de ellos se atrevió a mencionar ni en broma la palabra “reelección” ante el peligro de ser colgados.
Ahora todo huele a quemado, pero la sonrisa de S.E. no cambia, esa sonrisa no está advertida de lo que sucede, es la misma mueca festiva de hace más de seis años o más de veinte, una sonrisa pétrea, de autómata, que vale para las festividades folklóricas, como para la promulgación de leyes insensatas o la que luce para firmar las nacionalizaciones mentirosas. Parece que S.E. no tuviera el olfato suficiente que lo obligara a cambiar de sonrisa en estos tiempos; da la impresión que no advirtiera de que todo huele a quemado, que todo huele, además, muy mal. ¿No se da cuenta que él mismo va a arder en esta hoguera que no deja de atizar?
Con la misma sonrisa con la que cantaba coplas atrevidas en el Carnaval, sonríe en una Cumbre presidencial donde se encuentra perdido entre la gente, o sonríe firmando la nacionalización de la Transportadora de Electricidad española (TDE), o ríe, horas más tarde, cuando visita Margarita y con otros españoles espantados, los de REPSOL, se encuentra a sus anchas anunciando un futuro de grandeza para el país y de seguridad jurídica para las inversiones extranjeras. Claro, los de REPSOL qué van a hacer, callarse nomás, aunque saben que el próximo 1º de mayo estarán anotados en la lista de prioridades de S.E. para ser nacionalizados, es decir, para ser expoliados, desplumados. ¿La explicación? La de siempre: defensa de los recursos naturales ante la voracidad de las empresas trasnacionales.
Hay que echarse a temblar cada 1º de mayo porque la casi totalidad de las nacionalizaciones (estatizaciones, reversiones) no son de provecho para la nación. Por el contrario, son más leña para esa humareda que envuelve a la patria y que, unida al humo de los gases lacrimógenos y los cohetes de los marchistas, que en estos momentos están estallando, provoca esa impresión de que Bolivia está ardiendo, de que el aire ya se ha tornado irrespirable, de que ya no se puede aguantar más. Santa Cruz humea en Pailas y tiene obstruida su comunicación con el Beni y Chiquitos como homenaje de la cultura nacional al festival de música barroca; y humea esporádicamente en La Guardia, donde el MAS ha tumbado, mediante tramoyas, a otro alcalde elegido democráticamente, y eso amenaza el tráfico de la carretera nueva a Cochabamba. Estamos entrampados.
Lo decíamos hace mucho en la prensa: cada vez que se entona el himno nacional en la Asamblea Legislativa es señal de que alguna catástrofe ha sucedido, que se cierne alguna humareda. En cuanto se ve a los señores de sombrero con el puño izquierdo en alto y a las señoras de pollera en la misma actitud cantando voz en cuello, quiere decir que otra calamidad le ha sucedido a Bolivia, que se ha aprobado algún disparate descomunal, que se está quemando algo más de su propia esencia. El himno nacional se ha convertido en el broche de oro con que se cierra toda acción descabellada, todo aquello que viene sucediendo desde hace más de seis años y que pretende prorrogarse por otros muchos.
Si se trata de hacer homenajes a los trabajadores para el 1º de mayo mediante nacionalizaciones, se debe tener en cuenta que, a la larga, se está atentando contra las fuentes de trabajo; es decir que se está creando desocupación. El gobierno garantiza la inamovilidad de los obreros ciertamente, pero nada garantiza que las empresas continúen rentables o cuando menos en producción. Entonces la promesa es falsa.
Y dentro de esta humareda nacional el otro tema peliagudo en las nacionalizaciones es que se comprometa a las Fuerzas Armadas. Desde el día en que los militares irrumpieron armados hasta los dientes y con las caras pintadas en las instalaciones de Petrobras en son de conquista, no han dejado de estar presentes en cuanta nacionalización se ha hecho, lo que, visto con alguna sutileza, significa que el MAS está haciendo cómplice de las nacionalizaciones al Ejército de Bolivia. Que el Alto Mando sea incondicional de S.E., que siempre sonríe feliz, no es suficiente argumento para que la Institución entera tenga que aparecer como garante de los desatinos palaciegos. Además, no sabemos si los mandos medios del Ejército están tan convencidos como sus comandantes sobre las bondades de la política de tierra quemada.