Real Madrid campeón en la Catedral


Bilbao, As
El campeón de Liga obtiene, en cierto modo, el premio al marido del año. No hay otro equipo más fiel y constante, ninguno tan serio y familiar. Puede haber amantes más ocurrentes y chisposos, pero no soportan un calendario. El campeón, en muchos sentidos, comparte la filosofía amatoria de Paul Newman, aquel guapo de cine inmune a la infidelidad: "Para qué comer hamburguesa fuera cuando tengo solomillo en casa". Así ha sido el Madrid este año, un devorador de carne roja. Todo lo contrario a un Mad Men. Su persistencia en la virtud ha sido extremista y sus números son de familia numerosa: 115 goles en 35 partidos. Ni una distracción, ni una mala semana. Ni una debilidad.

El Madrid, en su perfecta fortaleza, no sólo ha sido capaz de ganar en las malas tardes. Hasta en esas ha goleado, como ayer. Nadie, que se sepa, había conseguido, hasta ahora, desvincular el fútbol de los goles. Con inspiración o sin ella, con viento a favor o en contra, con mucho o poco juego, los partidos se han cerrado en su mayoría con marcadores escandalosos. Lograr tal cosa es como embotellar vino sin necesidad de pisar las uvas. Un prodigio similar.

Ganar la Liga, y hacerlo con esa caravana de goles y récords, es cuestión de muchísimo mérito. Otra cosa es que el búnker insonorizado Mourinho haya puesto sordina a la felicidad. La perversa distinción entre mourinhistas y pseudomadridistas, ideada por el entrenador y consentida por el club, ha provocado que los aficionados más tímidos pidieran permiso anoche antes de festejar.

El valor del técnico es incuestionable. Haber ganado Ligas en cuatro países diferentes confirma, por si hiciera falta, su aptitud para los idiomas y los largos recorridos. La gigantesca dimensión del Madrid es la que da medida relativa a su formidable récord personal. Mourinho es el 16º entrenador del Real Madrid que gana una Liga, tras Schuster.

El triunfo en San Mamés reúne todos los valores espirituales posibles. No sólo sirvió para proclamarse campeón donde nadie, salvo el Athletic, lo hizo antes. No sólo fue una gesta en la casa de Pichichi, Zarra o Iríbar. La victoria en La Catedral hace que el Madrid se apunte el campeonato con triunfos en los campos de todos los campeones de Liga (Camp Nou, Mestalla, Calderón, Anoeta, Villamarín, Pizjuán, San Mamés), con la única y disculpable excepción de Riazor (el Depor está en tránsito hacia Primera). En total, 22 goles a favor y ocho en contra.

Suspense

Si ayer no asistimos a la intriga esperada es porque el Madrid lo impidió, tan grande es. Algo le ocurrió al Athletic, no obstante. La lesión de Muniain en el calentamiento (añadida a las bajas de Amorebieta, Iturraspe y Ander Herrera) terminó de trastocar al anfitrión, que salió deshilachado, incapaz de cerrar puertas y evitar corrientes de aire.

A los 50 segundos del inicio, Iraizoz ya había salido a los pies de Higuaín. Al minuto Coentrao reclamó penalti (no lo pareció) y a los diez el árbitro lo pitó por manos (las dos) de San José en el área. Cristiano, y esto fue lo único inesperado del partido, falló la pena con un chut indigno de su calidad, mitad Panenka, mitad pitiminí.

El shock visitante duró poco porque al cuarto de hora marcó Higuaín, por si alguien no había advertido su titularidad. Fue un gol de muchísima clase, facilitado por un pase de Özil y culminado con un derechazo fulminante. Quien todavía albergue dudas debería probar con las mil repeticiones sobre encerado verde: Higuaín no tiene nada envidiar a ningún nueve del planeta.

Cristiano aún estaba atormentado cuando trazó un pase que pareció un putt camino del hoyo. La bola dibujó una curva y Özil la empujó a la red con la delicadeza que merecía. Ayer tenía las musas en perfecto estado de revista.

El resultado era engañoso. Son muchos los futbolistas del Athletic con nivel para jugar en el Real Madrid, y por si alguien considera este comentario ofensivo lo plantearemos desde otra perspectiva: algunos jugadores del Madrid (dos o tres, tampoco exageraremos) no tendrían sitio en el once del Athletic. No están tan lejos los equipos, dineros aparte: el Madrid es el presente y el Athletic el futuro inmediato, uno campeón de Liga y el otro aspirante a dos títulos. No le culpemos de tener la cabeza en otra parte.

El Athletic, además, es un equipo adolescente, con todas las ventajas e inconvenientes que eso supone. Le sobra entusiasmo, pero le falta cálculo. Considera cualquier logro posible y con facilidad se siente incomprendido. Bielsa, entretanto, juega el papel de Miyagi, mentor de Karate Kid: "Que te pueda el enemigo, pero que no venza el miedo". El Loco tiene tanta influencia sobre el grupo que podría convencer a los muchachos de viajar al pasado en su Seat Ibiza; no le haría falta un DeLorean tuneado.

Eso, aproximadamente, fue lo que hizo con Javi Martínez al colocarlo como lateral derecho. Le envío a la prehistoria, le alejó del foco y le invitó a la autoexpulsión. Si lo hizo para evitar la tentación madridista, el objetivo está cumplido. No está tan loco entonces.

La diferente motivación resultó decisiva. Por mucho que la grada exija venganza, los futbolistas están poco acostumbrados a girar el cuello y perder tiempo en el pasado. Las alusiones a la historia tampoco funcionan. El siglo de rivalidad es un dato inasumible para el veinteañero que jamás tuteó al Madrid. Al contrario. Cargar a los jugadores con el anhelo de varias generaciones suele provocar un cortocircuito. Ya lo vimos otras veces, las últimas, con Caparrós en el banquillo. Y volvimos a comprobarlo ayer.

Cánticos. El tercer gol, obra de Cristiano, mató el partido y situó a cada equipo en lo siguiente, la celebración inmediata o las finales que vienen. No hubo tregua, pero tampoco interés excesivo en agrandar la victoria o la derrota (sólo lo mantuvo Cristiano y por eso fue abucheado). San Mamés se puso a cantar para no escuchar el alirón madridista, como si fuera posible acallarlo con cincuenta mil tenores.

No hubo escenario más adecuado ni mejor colofón. El Real Madrid es campeón de Liga y todavía está cerca de completar la temporada ideal, la de los cien puntos. Gloria y honor para quien desempeñó el papel más difícil: el de marido perfecto.

Athletic Club: Iraizoz; Javi Martínez, Ekiza, San José (Iraola, min.46), Aurtenetxe; Íñigo Pérez, De Marcos, Muniain; Susaeta, Ibai Gómez y Llorente.

Real Madrid: Casillas; Arbeloa, Pepe, Sergio Ramos, Coentrao; Khedira, Xabi Alonso; Callejón (Marcelo, min.86), Özil (Granero, min.78), Cristiano Ronaldo; e Higuain (Benzema, min.76).

Goles: 0-1, min.15: Higuain. 0-2, min.20: Ozil. 0-3, min.50: Cristiano Ronaldo.

Árbitro: José Antonio Teixeira Vitienes (Comité cántabro). Expulsó a Javi Martínez, en el minuto 72, por doble amonestación. Además, mostró tarjeta amarilla a los locales San José, Toquero e Íñigo Pérez, y a los visitantes Sergio Ramos, Coentrao, Arbeloa, Xabi Alonso y Ozil.

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