Contradictorio Evo Morales
El presidente boliviano, aunque mantiene amplios apoyos, vive horas bajas.
El desencanto de sus bases indígenas y de las clases medias erosiona su liderazgo
Cochabamba, El País
Contradictorio. Ese parece ser el término que, hoy por hoy, refleja mejor la personalidad de Evo Morales, uno de los políticos más sorprendentes y polémicos que gobierna un país en ebullición: Bolivia. Su inigualada e histórica popularidad, -casi un 80% de los bolivianos le apoyaba en 2009-, ha comenzado a menguar con persistencia hasta bordear, según las últimas encuestas, el 38% en las ciudades; sus aliados disienten de sus medidas y ante la intolerancia a sus críticas se alejan de él, pero no discuten su estabilidad.
Morales, de 52 años, no deja indiferente a nadie. El pueblo se debate entre la fascinación y el desengaño, justo cuando tiene que remontar su bajada de popularidad para asegurar su reelección el 2014.
Estos días atrás, el mandatario boliviano ha sido noticia de primera página porque con una diferencia de pocas horas ha nacionalizado una empresa española y ha asegurado a otra, la petrolera española Repsol, el respeto a sus inversiones.
Desde 2006, el Día del Trabajo es propicio para la expropiación y así se mantiene viva la reivindicación de los recursos naturales en manos de los bolivianos. Morales decidió revertir al Estado el 99,4% de las acciones que la española Red Eléctrica Internacional SAU poseía en la Transportadora de Electricidad (TDE), con una innecesaria demostración de fuerza militar en la sede de la entidad, en una tranquila calle del centro de Cochabamba. Atribuye la medida a la insuficiente inversión y ejecución de obras de la firma española, que invierte un promedio anual de cinco millones de dólares.
Más tarde, el mismo Morales aseguró al presidente de Repsol, Antonio Brufau, que el Gobierno boliviano garantiza que sus inversiones serán respetadas como las de un socio. “Bolivia necesita inversiones, necesita socios pero no dueños”, ha aclarado. “Quienes inviertan en Bolivia [pueden estar seguros] de que sus inversiones serán reconocidas, siempre”, agregó.
La sorpresiva nacionalización ha sido considerada como un intento gubernamental de aplacar la revuelta de las batas blancas. Miles de médicos, trabajadores sanitarios y universitarios exigen su incorporación a la ley del Trabajo y políticas de atención al precario servicio de salud pública con huelgas y ayunos de 40 días.
La novena Marcha Indígena en defensa del territorio indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), que comenzó la pasada semana, pone en tela de juicio el papel de “Héroe mundial de la Madre Tierra” de Morales. La ONU le otorgó esa distinción en 2009 por su férrea defensa del medio ambiente y sus duras acusaciones hacia el capitalismo por intentar matar a la Pachamama (madre tierra). Ahora, el presidente quiere construir sí o sí una carretera que atraviese el corazón de la reserva. Los habitantes del territorio, de las etnias moxos, chimane y yuracaré se niegan a destruir su hábitat.
El líder boliviano suele decir que no puede creer lo que está viviendo cuando se trata de momentos culminantes en su vida e, inevitablemente, mira en retrospectiva.
Rememora entonces su niñez en Isallavi, cercana a Orinoca, su pueblo natal. “Mi mamá me ponía una camisa y un pantalón que no me sacaba nunca. Si me los sacaba era para buscar piojos o para remendar el codo de la chompa. Sí, tenía piojos. Ducha, no conocía. Me lavaba la cabeza con Ace (detergente para ropa), porque así vivíamos todos”, recuerda.
El ex ministro de Comunicación de Morales, Iván Canelas, confirma la dura vida de Morales: “Nació en una región olvidada y desconocida para todo el país, sin recursos económicos ni elementales servicios básicos; región de campesinos productores de papa y pastores de llamas y ovejas. ¡Quién podría imaginar que de un lugar así, de un páramo, iba a surgir un líder como Evo!”
Panadero, ladrillero, platillero en las bandas de música de Oruro, Morales dejó sus llamas por la ciudad, pero pronto encaminó sus pasos a Cochabamba y a Chapare, donde comenzó cultivando arroz. Allí inició una carrera sindical muy próspera en el plano político, pues desde las seis federaciones del Trópico —que agrupa a unos 30.000 productores de coca— Morales se convirtió en defensor de la hoja y paralizó el país entero con sus temidos bloqueos de carreteras contra la erradicación de la planta.
Llegó al Parlamento como diputado y, más tarde, en 2006, asumió la presidencia de Bolivia en el comienzo de un proceso de cambio que está dando la vuelta al país, pero con demasiados sinsabores y decepciones para quienes lo han apoyado.
El cambio, aparentemente, ha operado modificaciones en el pensamiento de Morales que ha reforzado el control de todos los poderes del Estado, incluidos el Legislativo y el Judicial, además del poder político, el económico y el social, en el convencimiento de que solo así se completará la revolución democrática y cultural, cuyo eje parece ser un indigenismo a ultranza que no concilia con la modernidad.
“El presidente quiere marcar una cercanía al momento transformador postulado por los indígenas y quiere ser su representante”, explica el ex canciller Armando Loayza.
El exministro Canelas está convencido de que Morales es, de lejos, el presidente que ha trabajado más por el país: “Nunca antes ningún presidente le ha dedicado tantas horas y con tanta pasión para devolver al país sus recursos naturales. Ha cambiado las reglas y ningún inversor se ha ido”. Nadie ha entregado tantas obras como Morales, asegura, y alude a 4.000 proyectos ejecutados con apoyo de Venezuela (hospitales, escuelas, coliseos y campos deportivos en el área rural).
Pero, sin desmerecer sus obras y la gobernabilidad de su administración, quienes lo han apoyado están desencantados. Los indígenas, los asalariados y ahora la clase media le están dando la espalda.
La Confederación Indígena de Bolivia (CIDOB), que agrupa a los pueblos originarios de tierras bajas, “está decepcionada”, según el indígena chiquitano Lázaro Tacóo. “La soberbia, el autoritarismo y la terquedad de Evo están poniendo en entredicho a la gente humilde, esa gente que no pisa la escuela pero que es sencilla, educada y pacífica”. Los pueblos indígenas, dice Tacóo, están preocupados ante “la enorme capacidad que tiene para desatar conflictos en los sectores sociales, en lugar de unir a todos los bolivianos”.
El ex Defensor del Pueblo Waldo Albarracín cree que Morales ha cambiado de ideología. “Los ideales de alta sensibilidad humana en defensa de los marginados y los excluidos han sido paulatinamente relegados por su carácter autoritario y una ostensible intolerancia a los criterios alternativos. Quien los emite es inmediatamente reprimido; las organizaciones sociales disidentes son destruidas y reemplazadas por otras entidades paralelas promovidas por el Gobierno y con líderes afines”, explica Albarracín.
El presidente es famoso por sus ocurrencias. Un librito que recogía cien de sus más picantes frases es un superventas, lo que supone un doble mérito en un país donde apenas se lee una media de un libro al año y los autores costean su impresión.
El presidente Morales figura entre las contadas personalidades con más de una distinción académica de doctor honoris causa. Su colección reúne casi veinte títulos de otras tantas Universidades extranjeras y de Bolivia. Con la sinceridad que le caracteriza, acaba de declararse “feliz por no haber ido a la Universidad”.
A fuerza de halagos de su entorno, Morales puede que esté convencido de ser el jefazo de un Gobierno popular, aunque no se haya percatado de la lenta dilución de sus bases, como se diluye la esperanza de “vivir bien” en Bolivia.
El desencanto de sus bases indígenas y de las clases medias erosiona su liderazgo
Cochabamba, El País
Contradictorio. Ese parece ser el término que, hoy por hoy, refleja mejor la personalidad de Evo Morales, uno de los políticos más sorprendentes y polémicos que gobierna un país en ebullición: Bolivia. Su inigualada e histórica popularidad, -casi un 80% de los bolivianos le apoyaba en 2009-, ha comenzado a menguar con persistencia hasta bordear, según las últimas encuestas, el 38% en las ciudades; sus aliados disienten de sus medidas y ante la intolerancia a sus críticas se alejan de él, pero no discuten su estabilidad.
Morales, de 52 años, no deja indiferente a nadie. El pueblo se debate entre la fascinación y el desengaño, justo cuando tiene que remontar su bajada de popularidad para asegurar su reelección el 2014.
Estos días atrás, el mandatario boliviano ha sido noticia de primera página porque con una diferencia de pocas horas ha nacionalizado una empresa española y ha asegurado a otra, la petrolera española Repsol, el respeto a sus inversiones.
Desde 2006, el Día del Trabajo es propicio para la expropiación y así se mantiene viva la reivindicación de los recursos naturales en manos de los bolivianos. Morales decidió revertir al Estado el 99,4% de las acciones que la española Red Eléctrica Internacional SAU poseía en la Transportadora de Electricidad (TDE), con una innecesaria demostración de fuerza militar en la sede de la entidad, en una tranquila calle del centro de Cochabamba. Atribuye la medida a la insuficiente inversión y ejecución de obras de la firma española, que invierte un promedio anual de cinco millones de dólares.
Más tarde, el mismo Morales aseguró al presidente de Repsol, Antonio Brufau, que el Gobierno boliviano garantiza que sus inversiones serán respetadas como las de un socio. “Bolivia necesita inversiones, necesita socios pero no dueños”, ha aclarado. “Quienes inviertan en Bolivia [pueden estar seguros] de que sus inversiones serán reconocidas, siempre”, agregó.
La sorpresiva nacionalización ha sido considerada como un intento gubernamental de aplacar la revuelta de las batas blancas. Miles de médicos, trabajadores sanitarios y universitarios exigen su incorporación a la ley del Trabajo y políticas de atención al precario servicio de salud pública con huelgas y ayunos de 40 días.
La novena Marcha Indígena en defensa del territorio indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), que comenzó la pasada semana, pone en tela de juicio el papel de “Héroe mundial de la Madre Tierra” de Morales. La ONU le otorgó esa distinción en 2009 por su férrea defensa del medio ambiente y sus duras acusaciones hacia el capitalismo por intentar matar a la Pachamama (madre tierra). Ahora, el presidente quiere construir sí o sí una carretera que atraviese el corazón de la reserva. Los habitantes del territorio, de las etnias moxos, chimane y yuracaré se niegan a destruir su hábitat.
El líder boliviano suele decir que no puede creer lo que está viviendo cuando se trata de momentos culminantes en su vida e, inevitablemente, mira en retrospectiva.
Rememora entonces su niñez en Isallavi, cercana a Orinoca, su pueblo natal. “Mi mamá me ponía una camisa y un pantalón que no me sacaba nunca. Si me los sacaba era para buscar piojos o para remendar el codo de la chompa. Sí, tenía piojos. Ducha, no conocía. Me lavaba la cabeza con Ace (detergente para ropa), porque así vivíamos todos”, recuerda.
El ex ministro de Comunicación de Morales, Iván Canelas, confirma la dura vida de Morales: “Nació en una región olvidada y desconocida para todo el país, sin recursos económicos ni elementales servicios básicos; región de campesinos productores de papa y pastores de llamas y ovejas. ¡Quién podría imaginar que de un lugar así, de un páramo, iba a surgir un líder como Evo!”
Panadero, ladrillero, platillero en las bandas de música de Oruro, Morales dejó sus llamas por la ciudad, pero pronto encaminó sus pasos a Cochabamba y a Chapare, donde comenzó cultivando arroz. Allí inició una carrera sindical muy próspera en el plano político, pues desde las seis federaciones del Trópico —que agrupa a unos 30.000 productores de coca— Morales se convirtió en defensor de la hoja y paralizó el país entero con sus temidos bloqueos de carreteras contra la erradicación de la planta.
Llegó al Parlamento como diputado y, más tarde, en 2006, asumió la presidencia de Bolivia en el comienzo de un proceso de cambio que está dando la vuelta al país, pero con demasiados sinsabores y decepciones para quienes lo han apoyado.
El cambio, aparentemente, ha operado modificaciones en el pensamiento de Morales que ha reforzado el control de todos los poderes del Estado, incluidos el Legislativo y el Judicial, además del poder político, el económico y el social, en el convencimiento de que solo así se completará la revolución democrática y cultural, cuyo eje parece ser un indigenismo a ultranza que no concilia con la modernidad.
“El presidente quiere marcar una cercanía al momento transformador postulado por los indígenas y quiere ser su representante”, explica el ex canciller Armando Loayza.
El exministro Canelas está convencido de que Morales es, de lejos, el presidente que ha trabajado más por el país: “Nunca antes ningún presidente le ha dedicado tantas horas y con tanta pasión para devolver al país sus recursos naturales. Ha cambiado las reglas y ningún inversor se ha ido”. Nadie ha entregado tantas obras como Morales, asegura, y alude a 4.000 proyectos ejecutados con apoyo de Venezuela (hospitales, escuelas, coliseos y campos deportivos en el área rural).
Pero, sin desmerecer sus obras y la gobernabilidad de su administración, quienes lo han apoyado están desencantados. Los indígenas, los asalariados y ahora la clase media le están dando la espalda.
La Confederación Indígena de Bolivia (CIDOB), que agrupa a los pueblos originarios de tierras bajas, “está decepcionada”, según el indígena chiquitano Lázaro Tacóo. “La soberbia, el autoritarismo y la terquedad de Evo están poniendo en entredicho a la gente humilde, esa gente que no pisa la escuela pero que es sencilla, educada y pacífica”. Los pueblos indígenas, dice Tacóo, están preocupados ante “la enorme capacidad que tiene para desatar conflictos en los sectores sociales, en lugar de unir a todos los bolivianos”.
El ex Defensor del Pueblo Waldo Albarracín cree que Morales ha cambiado de ideología. “Los ideales de alta sensibilidad humana en defensa de los marginados y los excluidos han sido paulatinamente relegados por su carácter autoritario y una ostensible intolerancia a los criterios alternativos. Quien los emite es inmediatamente reprimido; las organizaciones sociales disidentes son destruidas y reemplazadas por otras entidades paralelas promovidas por el Gobierno y con líderes afines”, explica Albarracín.
El presidente es famoso por sus ocurrencias. Un librito que recogía cien de sus más picantes frases es un superventas, lo que supone un doble mérito en un país donde apenas se lee una media de un libro al año y los autores costean su impresión.
El presidente Morales figura entre las contadas personalidades con más de una distinción académica de doctor honoris causa. Su colección reúne casi veinte títulos de otras tantas Universidades extranjeras y de Bolivia. Con la sinceridad que le caracteriza, acaba de declararse “feliz por no haber ido a la Universidad”.
A fuerza de halagos de su entorno, Morales puede que esté convencido de ser el jefazo de un Gobierno popular, aunque no se haya percatado de la lenta dilución de sus bases, como se diluye la esperanza de “vivir bien” en Bolivia.