Sarkozy sale a la caza del voto xenófobo

El presidente pide un examen de francés a los nuevos inmigrantes para garantizar su integración y se reúne de urgencia con su partido para frenar las críticas internas

París, El País

A 12 días de la votación decisiva, la Unión por un Movimiento Popular (UMP) empieza a emitir las típicas señales centrífugas que anteceden a los grandes desastres. Como parecía previsible, la desenfrenada cacería del voto xenófobo lanzada por Nicolas Sarkozy al minuto siguiente de conocer su derrota en la primera vuelta de las presidenciales ha desatado la caja de los truenos en el partido gaullista. El miedo de muchos partidarios ante los sondeos que anticipan una derrota humillante el 6 de mayo; la desazón de docenas de diputados por el avance de la ultraderecha de cara a las legislativas de junio, y el malestar de todos los barones centristas del partido por el giro de tuerca identitario y populista adoptado por el presidente para la segunda vuelta son cada vez más notorios, y Sarkozy se vio forzado a convocar a media tarde una reunión de urgencia con los notables del partido para tratar de frenar la sensación de caos y de fin de ciclo.

El candidato a la reelección había declarado a la televisión pública France 2 que Francia no puede “seguir recibiendo tantos extranjeros”, y que quiere reducir a la mitad el número de foráneos llegados cada año y someter a “un examen de francés a toda persona que quiera venir a Francia” para garantizar que será capaz de integrarse.

El presidente empezó la jornada mandando un recado a Alain Juppé, fundador de la UMP y ministro de Exteriores, que sueña en voz alta con sucederle como candidato al Elíseo y que el lunes había declarado que si el presidente “perdiera”, haría “de todo” para evitar la explosión del partido y garantizar su unidad, porque una vuelta a los orígenes —dos formaciones distintas en el centro-derecha— implicaría una condena a “10 años de oposición”. El presidente, visiblemente molesto, contestó en televisión que Juppé “debería concentrarse en la segunda vuelta” y agregó: “Lo que cuenta no es el futuro de Nicolas Sarkozy y todavía menos el futuro de la UMP, lo que cuenta es el futuro del país”.

Pero los dirigentes y diputados gaullistas están muy preocupados. Creen que la estrategia de seducción de los electores del Frente Nacional es un “todo o nada” que pone en riesgo no ya las presidenciales, que casi todos dan ya por perdidas, sino sobre todo la tercera vuelta, las legislativas del 10 y el 17 junio, en las que Marine Le Pen aspira a competir con la UMP en cientos de circunscripciones.

Los dirigentes más valientes han afirmado en público su convicción de que Sarkozy se está equivocando de plano al renunciar a buscar el centro político, donde históricamente se ganan todas las elecciones nacionales.

La sensación de desconsuelo aumentó, y mientras el profesor Philippe Raynaud advertía desde una tribuna en Le Monde que la UMP deberá “poner en cuestión su propia existencia si la segunda vuelta confirma el mediocre resultado” de la primera, el Twitter francés echaba chispas con la “bronca” (en español en el original) montada en la cúpula del partido. La senadora por París y exministra de Deportes, Chantal Jouanno, dijo en una entrevista a Le Point que “la derechización de Sarkozy es un espejismo doloroso”. Más tarde, en la Red, la senadora explicó que si se le presenta el dilema de tener que elegir entre un candidato del Frente Nacional y uno socialista en las legislativas, no dudaría en votar por el segundo. El primer ministro François Fillon calificó sus palabras como “estúpidas y contraproducentes”, mientras unos militantes aclamaban a Jouanno por su coraje y otros le pedían que devolviera el carné del partido.

Muchos mandarines temen que la tentación del presidente por abrazar la xenofobia y el racismo sea un tiro en el pie que tenga consecuencias nefastas para el partido, para Francia y para Europa. Pero Sarkozy está convencido desde hace tiempo que es preciso abrazar la gran ola populista que recorre el continente. Y por eso mantiene en el Elíseo y como su asesor más preciado al experiodista y ultraderechista Patrick Buisson, viejo amigo íntimo de Jean-Marie Le Pen, y uno de los redactores del tristemente famoso discurso de Grenoble de julio de 2010, que anticipó las expulsiones ilegales de gitanos.

Pensando en los tibios, y tratando de justificar lo que no lo parece, Sarkozy afirmó que “las ideas de Le Pen no son incompatibles con la República” puesto que se ha podido presentar a las elecciones.

La gran paradoja de la estrategia de Sarkozy es que coloca a sus propios partidarios ante una diatriba innoble: si pierde, malo; y si gana, casi peor. Los sondeos afirman que solo el 35% de los franceses “desean” que sea reelegido. Si lo lograra, será a costa de prolongar la cólera de sus opositores y la desilusión de los centristas obligados a renunciar a los valores republicanos para apoyarle. Con Sarkozy en el Elíseo, unos y otros podrían usar las legislativas para conceder una gran mayoría a la izquierda (con Le Pen en segundo plano) que abriría insondables vías de cohabitación.

Pascal Perrineau, director del Centro de Estudios Políticos de Sciences Po, demostró con un artículo de Le Figaro que son los más de tres millones de votantes del centrista François Bayrou quienes decidirán la victoria final, por cuestiones no solo filosóficas sino también aritméticas: la historia enseña que los votantes del Frente Nacional suelen apoyar al candidato de la derecha en la segunda vuelta, pero nunca lo han hecho en proporción mayor al 69%.

Perrineau evoca la remontada de Valerie Giscard d'Estaing contra François Mitterrand en 1974, resuelta por menos de medio millón de votos, como el único precedente positivo para Sarkozy. Pero de momento las noticias no mejoran para el presidente. La última encuesta de IFOP, publicada el martes, afirma que la ventaja de Hollande se mantiene estable en diez puntos: 55% a 45%.

Inasequible al desaliento, Sarkozy remató su gloriosa jornada con una andanada al laicismo, al defender que todos los escolares de Francia deben comer lo mismo en el colegio. La medida está tomada del programa de Marine Le Pen, partidaria, sobra decirlo, de que los niños musulmanes coman cerdo. Francés, claro.

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