¿Por qué los mercados atacan a España?
Carlos Mulas Granados, El País
Desde hace unos días, los mercados no paran de demostrar que están perdiendo la fe en la economía española. A pesar de la reforma laboral y los recortes que el PP ha puesto en marcha, la confianza está en mínimos y la prima de riesgo vuelve a tocar niveles máximos. Parece que los analistas no se fían de las medidas aprobadas por 3 razones: primero, creen que la reforma financiera es tímida y no servirá para resolver de manera definitiva el problema de nuestros bancos (algunos de los cuáles podrían necesitar más dinero público); segundo, no les convence un presupuesto que ha exprimido al máximo los ministerios, pero ha dejado intactas las pensiones, los subsidios de desempleo, la sanidad y la educación (por eso Guindos ha salido ya avisando que irá por esas partidas en breve); y en último lugar, pero de manera más importante, los mercados no ven de qué forma va a volver el crecimiento económico y el empleo a nuestro país.
En este sentido, los datos que confirman que ya estamos en recesión otra vez (la segunda desde 2009) no ayudan a mejorar el panorama. Con toda lógica, el sentimiento de los ciudadanos es de zozobra. Y en el caso de las empresas, de desconcierto. Ahora la crisis va a dar de lleno a aquellos que lograron superar con cierta dignidad el primer embate de 2009. Entonces los más afectados fueron los trabajadores y empresas ligados al sector de la construcción y los trabajadores temporales del sector servicios. Ahora, los despidos alcanzarán al sector público y el cierre de empresas también se cebará con las medianas y las grandes de otros sectores. Industrias dependientes del apoyo público, como las energías renovables, el automóvil, las industrias culturales o el sector de servicios sociales pasarán un año terrible, y el sector de la construcción no logrará revivir a pesar de los esfuerzos del gobierno por cebar de nuevo la burbuja a base de recuperar la deducción por compra de vivienda. A diferencia del año 96, cuando el PP abonó el terreno para la peor crisis que haya sufrido la economía española, ahora el crédito no fluye a nuestros bancos y los ciudadanos prefieren pagar sus hipotecas pasadas, antes de meterse en otras nuevas. Da igual lo que intente, pero el PP no obtendrá la deseada recuperación económica por la inmobiliaria.
Lo peor de la situación es que nadie es capaz de responder a la pregunta que se hacen todos los ciudadanos, y que también empieza a preocupar a los mercados que financian nuestras deudas. Durante 15 años nos hemos dedicado a construir casas, hacer infraestructuras, a explotar nuestro turismo y a exportar servicios financieros y energéticos a Latinoamérica. Pero, ¿a qué nos vamos a dedicar los próximos 15 años? Cualquier gobierno debería estar más preocupado de responder a esa pregunta, que de cualquier otra cosa. La confianza y el esfuerzo colectivo sólo se multiplican cuando uno tiene claro hacia donde tiene que remar. De lo contrario, la incertidumbre y la melancolía acaban echando por tierra cualquier sacrificio colectivo. Por eso, cuando alguien me pregunta por mi opinión sobre la política económica actual, le respondo que equilibrar el presupuesto y reformar el mercado de trabajo o el sector financiero está bien. Es verdad que son medidas muy necesarias pero no dejan de ser instrumentales. Lo importante es fijar bien los objetivos, imaginar en qué tipo de país queremos convertirnos, y entonces se podrá hacer una narrativa creíble e ilusionante con la que comenzar a subir los duros escalones de la recuperación.
Cuando el gobierno socialista anunció una Estrategia de Economía Sostenible en 2009, intentó dar respuesta a esa pregunta existencial, aunque la pobre Ley que trató de vehicular aquel proyecto terminó deslegitimándolo. El país que aquella estrategia imaginaba era un país en que los vehículos eléctricos sustituirían a los motores contaminantes, los molinos de viento y los techos solares se extenderían hasta nuestros edificios; era un país en el que los contenidos culturales en español se extenderían por la red, y en el que el cuidado de nuestros mayores y nuestros dependientes sería una industria productiva más. En ese modelo, el turismo seguiría siendo una parte importante de nuestra actividad colectiva, pero sería más sostenible, y nuestras multinacionales apostarían también por Asia. Además, los emprendedores tecnológicos tendrían las máximas facilidades y seríamos tan conocidos por nuestros avances en biotecnología y telecomunicaciones como hoy los somos por nuestros deportistas.
Quienes integran hoy el gobierno del PP se rieron de aquello, pero nos están avocando a un esfuerzo sin rumbo. No sabemos si imaginan un futuro alternativo o no saben lo que quieren. Sería bueno que lo aclararan pronto porque los datos dicen que cuando se alumbra un poco de luz al final del túnel, todo el mundo, dentro y fuera, vuelve a creer en la economía española.
Si no, que miren a los datos de inversión extranjera directa que hemos conocido la semana pasada, la misma en que se disparaba otra vez nuestra prima de riesgo. En 2011, las inversiones procedentes del exterior en actividades productivas aumentaron un 18% (cuando la economía no crecía ni un 1%). El dato es realmente impresionante, porque indica que los capitales productivos siguieron confiando en nuestro país a pesar de que los capitales financieros dudaran sobre nuestros títulos de deuda. Los mayores flujos se concentraron en los primeros meses, justo cuando parecía que los brotes verdes se convertirían en tallos consistentes, y se dirigieron al sector aéreo y al de telecomunicaciones. Es cierto, que cuando surgieron de nuevo las turbulencias en la zona euro en verano y la recesión apareció en el horizonte, los flujos de entrada de inversión productiva se ralentizaron.
Pero la señal es lo que importa. En medio de la incertidumbre y el pesimismo se necesitan recortes y reformas, sí, pero como demuestran los datos mencionados, es mucho más importante contar pronto con un dibujo de futuro claro e ilusionante con el que dar sentido al esfuerzo colectivo. Cuando antes recuperemos el debate público en torno “a qué se va a dedicar España”, más cerca estaremos de salir de la crisis, y las dudas de los mercados y de los ciudadanos se acabarán.
Desde hace unos días, los mercados no paran de demostrar que están perdiendo la fe en la economía española. A pesar de la reforma laboral y los recortes que el PP ha puesto en marcha, la confianza está en mínimos y la prima de riesgo vuelve a tocar niveles máximos. Parece que los analistas no se fían de las medidas aprobadas por 3 razones: primero, creen que la reforma financiera es tímida y no servirá para resolver de manera definitiva el problema de nuestros bancos (algunos de los cuáles podrían necesitar más dinero público); segundo, no les convence un presupuesto que ha exprimido al máximo los ministerios, pero ha dejado intactas las pensiones, los subsidios de desempleo, la sanidad y la educación (por eso Guindos ha salido ya avisando que irá por esas partidas en breve); y en último lugar, pero de manera más importante, los mercados no ven de qué forma va a volver el crecimiento económico y el empleo a nuestro país.
En este sentido, los datos que confirman que ya estamos en recesión otra vez (la segunda desde 2009) no ayudan a mejorar el panorama. Con toda lógica, el sentimiento de los ciudadanos es de zozobra. Y en el caso de las empresas, de desconcierto. Ahora la crisis va a dar de lleno a aquellos que lograron superar con cierta dignidad el primer embate de 2009. Entonces los más afectados fueron los trabajadores y empresas ligados al sector de la construcción y los trabajadores temporales del sector servicios. Ahora, los despidos alcanzarán al sector público y el cierre de empresas también se cebará con las medianas y las grandes de otros sectores. Industrias dependientes del apoyo público, como las energías renovables, el automóvil, las industrias culturales o el sector de servicios sociales pasarán un año terrible, y el sector de la construcción no logrará revivir a pesar de los esfuerzos del gobierno por cebar de nuevo la burbuja a base de recuperar la deducción por compra de vivienda. A diferencia del año 96, cuando el PP abonó el terreno para la peor crisis que haya sufrido la economía española, ahora el crédito no fluye a nuestros bancos y los ciudadanos prefieren pagar sus hipotecas pasadas, antes de meterse en otras nuevas. Da igual lo que intente, pero el PP no obtendrá la deseada recuperación económica por la inmobiliaria.
Lo peor de la situación es que nadie es capaz de responder a la pregunta que se hacen todos los ciudadanos, y que también empieza a preocupar a los mercados que financian nuestras deudas. Durante 15 años nos hemos dedicado a construir casas, hacer infraestructuras, a explotar nuestro turismo y a exportar servicios financieros y energéticos a Latinoamérica. Pero, ¿a qué nos vamos a dedicar los próximos 15 años? Cualquier gobierno debería estar más preocupado de responder a esa pregunta, que de cualquier otra cosa. La confianza y el esfuerzo colectivo sólo se multiplican cuando uno tiene claro hacia donde tiene que remar. De lo contrario, la incertidumbre y la melancolía acaban echando por tierra cualquier sacrificio colectivo. Por eso, cuando alguien me pregunta por mi opinión sobre la política económica actual, le respondo que equilibrar el presupuesto y reformar el mercado de trabajo o el sector financiero está bien. Es verdad que son medidas muy necesarias pero no dejan de ser instrumentales. Lo importante es fijar bien los objetivos, imaginar en qué tipo de país queremos convertirnos, y entonces se podrá hacer una narrativa creíble e ilusionante con la que comenzar a subir los duros escalones de la recuperación.
Cuando el gobierno socialista anunció una Estrategia de Economía Sostenible en 2009, intentó dar respuesta a esa pregunta existencial, aunque la pobre Ley que trató de vehicular aquel proyecto terminó deslegitimándolo. El país que aquella estrategia imaginaba era un país en que los vehículos eléctricos sustituirían a los motores contaminantes, los molinos de viento y los techos solares se extenderían hasta nuestros edificios; era un país en el que los contenidos culturales en español se extenderían por la red, y en el que el cuidado de nuestros mayores y nuestros dependientes sería una industria productiva más. En ese modelo, el turismo seguiría siendo una parte importante de nuestra actividad colectiva, pero sería más sostenible, y nuestras multinacionales apostarían también por Asia. Además, los emprendedores tecnológicos tendrían las máximas facilidades y seríamos tan conocidos por nuestros avances en biotecnología y telecomunicaciones como hoy los somos por nuestros deportistas.
Quienes integran hoy el gobierno del PP se rieron de aquello, pero nos están avocando a un esfuerzo sin rumbo. No sabemos si imaginan un futuro alternativo o no saben lo que quieren. Sería bueno que lo aclararan pronto porque los datos dicen que cuando se alumbra un poco de luz al final del túnel, todo el mundo, dentro y fuera, vuelve a creer en la economía española.
Si no, que miren a los datos de inversión extranjera directa que hemos conocido la semana pasada, la misma en que se disparaba otra vez nuestra prima de riesgo. En 2011, las inversiones procedentes del exterior en actividades productivas aumentaron un 18% (cuando la economía no crecía ni un 1%). El dato es realmente impresionante, porque indica que los capitales productivos siguieron confiando en nuestro país a pesar de que los capitales financieros dudaran sobre nuestros títulos de deuda. Los mayores flujos se concentraron en los primeros meses, justo cuando parecía que los brotes verdes se convertirían en tallos consistentes, y se dirigieron al sector aéreo y al de telecomunicaciones. Es cierto, que cuando surgieron de nuevo las turbulencias en la zona euro en verano y la recesión apareció en el horizonte, los flujos de entrada de inversión productiva se ralentizaron.
Pero la señal es lo que importa. En medio de la incertidumbre y el pesimismo se necesitan recortes y reformas, sí, pero como demuestran los datos mencionados, es mucho más importante contar pronto con un dibujo de futuro claro e ilusionante con el que dar sentido al esfuerzo colectivo. Cuando antes recuperemos el debate público en torno “a qué se va a dedicar España”, más cerca estaremos de salir de la crisis, y las dudas de los mercados y de los ciudadanos se acabarán.