No más infortunios diplomáticos
Manfredo Kempff
Si la Cumbre presidencial de Cartagena terminó tan mal como terminó, no hay razón para que la 42 Asamblea Ordinaria de la OEA a realizarse en Cochabamba vaya a tener mejor suerte. Si los presidentes de América entera no pudieron firmar una declaración, sus cancilleres no irán mucho más allá y el temario de la Organización puede que acabe en papel mojado. Salvo que la picardía de Insulza monte algún escenario para salvar la cara y su pega. Pero la “Asamblea de la Papalisa” no parece que vaya a tener mejor destino que ese picnic presidencial en la bella Cartagena de Indias, donde lo mejor fue ver, por un momento aunque fuera, a la sensual Shakira y admirar a las esculturales morenas cartageneras que, se sabe, distrajeron hasta el embobamiento nada menos que a los expertos guardaespaldas del presidente Obama.
Todos sabemos de la sucesión de fracasos que ha tenido la diplomacia boliviana a lo largo de los últimos seis años, tanto en el asunto marítimo, como en el de la legalización de la coca, la aceptación del acullico, el medio ambiente y la Madre Tierra, ATPDEA, Cuba, el ALBA, para no hablar del debilitamiento de nuestras relaciones diplomáticas con naciones como Estados Unidos y Perú, por citar sólo dos ejemplos. Lo que se viene en la próxima “Asamblea de la Papalisa”, nada menos que en territorio boliviano, puede ser un infortunio más si hoy mismo el Estado Plurinacional no pone los pies sobre la tierra y si cree que va a arrinconar a Chile para lograr una resolución como la de 1979 o 1983; o que se obtendrá algún apoyo decisivo en el tema de la coca, cuando EEUU y ahora Brasil nos están vigilando con mirada de águila.
Malvinas puede ser un tema que Bolivia lidere sin muchos riesgos, porque, con la oposición de EEUU, Canadá, y de alguna isla anglófila del Caribe, se podría conseguir una resolución que consuele a la Argentina. Pero que el canciller Choquehuanca no quiera meterse, ni en broma, en su afán de ayudar a doña Cristina, con el pleito de Repsol-YPF, debido a que eso ya tiene un olorcillo que apesta en todo el mundo civilizado. El MAS ya ha hecho sus propias torerías con las llamadas nacionalizaciones y es mejor que la comunidad internacional las vaya olvidando.
Es muy aconsejable, por lo tanto, para no sufrir un nuevo desencanto diplomático y para no llevar a la amargura más grande al país en la cuestión marítima, que la Cancillería le explique a S.E. que hace años que en la OEA ya no se puede obtener una resolución con respaldo unánime contra Chile. Hay que hacerle saber -claro que alguien tiene que explicárselo a la Cancillería también- que Pinochet se fue de La Moneda hace más de dos décadas, que ahora existe una democracia ejemplar en Chile, que los chilenos tienen muchos más amigos que Bolivia en América, y que lo que podría suceder es que Bolivia, en su casa, reciba un sopapo. Eso se debe evitar a toda costa. S.E. y muchos bolivianos tienen que saber que en 1979, por ejemplo, el apoyo en la OEA no era únicamente en favor del derecho boliviano al mar, sino en contra de la dictadura pinochetista. Es cierto que siempre hubo naciones americanas que apoyaron la causa nacional, pero nunca pasaron de cinco o seis. Antes la diplomacia republicana pescaba respaldos a la causa, uno por uno, en gestiones peliagudas que ahora ya dejaron de lado los cultores de la diplomacia anecdótica, esotérica y naturista.
Por tanto, que Bolivia informe nomás en el seno de la Organización que no ha existido ningún avance con Chile, que las resoluciones de la OEA se las ha llevado el viento, que los chilenos nos toman el pelo con el cumplimiento del Tratado de 1904, como sucedió con eso de los 13 puntos (Agenda del Tonto), que no tienen consideración con una nación mutilada a la que obligaron a firmar su sometimiento, que son unos malos vecinos. Como de costumbre, Chile replicará que los tratados se han hecho para ser cumplidos, que en 1904 nadie obligó a Bolivia a firmar el pacto, que el Tratado fue ratificado por el Congreso boliviano, y que Chile es un fiel observador de lo convenido. Y santas pascuas.
Habrá una exhortación para que ambos países continúen dialogando, y, posiblemente, todo acabará con una ovación pactada, para quedar bien con los dueños de casa y para que a S.E. le lleguen comentarios del “éxito” logrado. Luego, los cancilleres pasarán a un almuerzo donde la papalisa será el plato más solicitado. Ahí sí el Canciller hablará de lo que ha demostrado que sabe: las virtudes de la papalisa para reanimar el sexo desmadejado y triste, así como del “isaño” contra la prostatitis. Dado que casi todos los cancilleres son personas mayores -exceptuando a las “cancilleras”- estarán encantados con la rebosante gastronomía cochabambina y con la esperanza de recuperar la virilidad decadente. En esos temas cruciales, aun cuando la persona tenga sus dudas, nada pierde con probar.
La “Asamblea de la Papalisa” no pasará a la historia por nada bueno que no sean las ocurrencias divertidas de los bisoños y elementales anfitriones, porque hoy, como pocas veces antes, América está muy lejos de una buena vecindad y de poder exhibir resultados reconfortantes en un cónclave.
Si la Cumbre presidencial de Cartagena terminó tan mal como terminó, no hay razón para que la 42 Asamblea Ordinaria de la OEA a realizarse en Cochabamba vaya a tener mejor suerte. Si los presidentes de América entera no pudieron firmar una declaración, sus cancilleres no irán mucho más allá y el temario de la Organización puede que acabe en papel mojado. Salvo que la picardía de Insulza monte algún escenario para salvar la cara y su pega. Pero la “Asamblea de la Papalisa” no parece que vaya a tener mejor destino que ese picnic presidencial en la bella Cartagena de Indias, donde lo mejor fue ver, por un momento aunque fuera, a la sensual Shakira y admirar a las esculturales morenas cartageneras que, se sabe, distrajeron hasta el embobamiento nada menos que a los expertos guardaespaldas del presidente Obama.
Todos sabemos de la sucesión de fracasos que ha tenido la diplomacia boliviana a lo largo de los últimos seis años, tanto en el asunto marítimo, como en el de la legalización de la coca, la aceptación del acullico, el medio ambiente y la Madre Tierra, ATPDEA, Cuba, el ALBA, para no hablar del debilitamiento de nuestras relaciones diplomáticas con naciones como Estados Unidos y Perú, por citar sólo dos ejemplos. Lo que se viene en la próxima “Asamblea de la Papalisa”, nada menos que en territorio boliviano, puede ser un infortunio más si hoy mismo el Estado Plurinacional no pone los pies sobre la tierra y si cree que va a arrinconar a Chile para lograr una resolución como la de 1979 o 1983; o que se obtendrá algún apoyo decisivo en el tema de la coca, cuando EEUU y ahora Brasil nos están vigilando con mirada de águila.
Malvinas puede ser un tema que Bolivia lidere sin muchos riesgos, porque, con la oposición de EEUU, Canadá, y de alguna isla anglófila del Caribe, se podría conseguir una resolución que consuele a la Argentina. Pero que el canciller Choquehuanca no quiera meterse, ni en broma, en su afán de ayudar a doña Cristina, con el pleito de Repsol-YPF, debido a que eso ya tiene un olorcillo que apesta en todo el mundo civilizado. El MAS ya ha hecho sus propias torerías con las llamadas nacionalizaciones y es mejor que la comunidad internacional las vaya olvidando.
Es muy aconsejable, por lo tanto, para no sufrir un nuevo desencanto diplomático y para no llevar a la amargura más grande al país en la cuestión marítima, que la Cancillería le explique a S.E. que hace años que en la OEA ya no se puede obtener una resolución con respaldo unánime contra Chile. Hay que hacerle saber -claro que alguien tiene que explicárselo a la Cancillería también- que Pinochet se fue de La Moneda hace más de dos décadas, que ahora existe una democracia ejemplar en Chile, que los chilenos tienen muchos más amigos que Bolivia en América, y que lo que podría suceder es que Bolivia, en su casa, reciba un sopapo. Eso se debe evitar a toda costa. S.E. y muchos bolivianos tienen que saber que en 1979, por ejemplo, el apoyo en la OEA no era únicamente en favor del derecho boliviano al mar, sino en contra de la dictadura pinochetista. Es cierto que siempre hubo naciones americanas que apoyaron la causa nacional, pero nunca pasaron de cinco o seis. Antes la diplomacia republicana pescaba respaldos a la causa, uno por uno, en gestiones peliagudas que ahora ya dejaron de lado los cultores de la diplomacia anecdótica, esotérica y naturista.
Por tanto, que Bolivia informe nomás en el seno de la Organización que no ha existido ningún avance con Chile, que las resoluciones de la OEA se las ha llevado el viento, que los chilenos nos toman el pelo con el cumplimiento del Tratado de 1904, como sucedió con eso de los 13 puntos (Agenda del Tonto), que no tienen consideración con una nación mutilada a la que obligaron a firmar su sometimiento, que son unos malos vecinos. Como de costumbre, Chile replicará que los tratados se han hecho para ser cumplidos, que en 1904 nadie obligó a Bolivia a firmar el pacto, que el Tratado fue ratificado por el Congreso boliviano, y que Chile es un fiel observador de lo convenido. Y santas pascuas.
Habrá una exhortación para que ambos países continúen dialogando, y, posiblemente, todo acabará con una ovación pactada, para quedar bien con los dueños de casa y para que a S.E. le lleguen comentarios del “éxito” logrado. Luego, los cancilleres pasarán a un almuerzo donde la papalisa será el plato más solicitado. Ahí sí el Canciller hablará de lo que ha demostrado que sabe: las virtudes de la papalisa para reanimar el sexo desmadejado y triste, así como del “isaño” contra la prostatitis. Dado que casi todos los cancilleres son personas mayores -exceptuando a las “cancilleras”- estarán encantados con la rebosante gastronomía cochabambina y con la esperanza de recuperar la virilidad decadente. En esos temas cruciales, aun cuando la persona tenga sus dudas, nada pierde con probar.
La “Asamblea de la Papalisa” no pasará a la historia por nada bueno que no sean las ocurrencias divertidas de los bisoños y elementales anfitriones, porque hoy, como pocas veces antes, América está muy lejos de una buena vecindad y de poder exhibir resultados reconfortantes en un cónclave.