NACIONAL B boliviano: A Wilstermann se le escapó la tortuga
José Vladimir Nogales
Durante varios minutos, Wilstermann se columpió temerariamente entre la máxima gloria y la peor de las calamidades. El cielo y el infierno separados por un gol. El título o un ominoso cuarto lugar. El ascenso directo o la nada más absoluta. Sin tener un gramo de fútbol, el amorfo equipo de Chacior quedó muy lejos de lo primero (basó su búsqueda en la ruleta del pelotazo) y, durante eternos siete minutos, se embarrancó en el más insondable oscurantismo futbolístico de su incapacidad, quedando un gol abajo (penal por una grosera mano de Arana) y con el sueño del retorno hecho pedazos. La victoria de Destroyers en Yacuiba (deseada hasta ese minuto) ejercía un impensado efecto destructivo: dejaba a los rojos con las manos vacías, privándolos hasta de la escabrosa opción alterna del ascenso indirecto. Pero, con todo perdido, con las fúnebres sombras invadiendo los más inmundos rincones, Wilstermann regresó de su muerte clínica. Entre los histéricos alaridos de una afición desfalleciente (y un concierto de errores arbitrales), el denostado Carlos Vargas descolgó (con la ayuda de un brazo) el enésimo balón que sus compañeros colocaron en el espacio aéreo y, con acrobática patada de tijera, dejó a un adelantado Carballo en posición de gol. El veterano defensa anotó y la vida volvió, fugazmente, a las gradas. Había pulso. El milagro aún era posible. El título, el ascenso, la gloria, volvía a estar al alcance de un gol. Pero apenas quedaban ideas, fuerzas y recursos para materializar una epopeya homérica digna de perpetuarse en la fértil prosa de la dramaturgia contemporánea. Todo, en aquellos sufrientes minutos de prórroga, se redujo a un fútbol ciego. A echar mano de la fuerza bruta. A industrializar el pelotazo. Pero nada resultó de esa desesperada búsqueda esencialmente adrenalínica (muchos cojones y poco cerebro). Y en nada quedó el eruptivo renacer de las cenizas. Todo fue baldío. El esfuerzo estéril y las esperanzas mustias. El ocaso de la batalla compareció, al caer la tarde, con una dolorosa resignación bajo el neblinoso signo de paridad. Para unos, el dolor de quedar vacíos. Para otros, el infinito drama de la frustración. Nada debe resultar más desolador que morir en la orilla de la hazaña.
EL PARTIDO
A ese frustrante final se condenó Wilstermann por su propia ineptitud. Lidiar con sí mismo fue el mayor desafío del curso. Ante la evidencia de los resultados, queda claro no llevó bien aquella necesaria práctica introspectiva. Midió mal sus carencias y sobreestimó la potencialidad de sus recursos, que eran escasos.
Luego del frustrante empate en su visita a Destroyers (sumada a la inesperada victoria de Petrolero en su duelo con Universidad), Wilstermann no tenía margen de error. Le quedaba una bala en su revólver y se disparó en un pie. Dependiendo de otro resultado, ante un equipo dispuesto a pelear por cada balón hasta el límite y en un campo atestado, le faltó nervio, perdió el control del juego, el balón, el partido y el título en 45 minutos nefastos, expresión perfecta de lo que fue el plantel en esta campaña.
Wilstermann fue un equipo irreconocible desde la alineación, con un único atacante y un centro del campo reconfigurado, en cuya nómina aparecía Javier Guzmán tras una larga proscripción. No mezcló el medio campo con los delanteros ni con la defensa. Chacior recuperó la teórica zaga titular -después de la baja de un partido por lesión, Arana asomó en escena- y apostó en el ataque por la extraviada potencia de Olmedo, curado de sus problemas musculares. Además, usó de entrada a Gianakis Suárez por el flanco derecho del campo, el que mejor estaba y facilitaba el desborde sobre la banda.
No funcionó la innovación porque Wilstermann interpretó mal el partido, atascado desde el primer pase y sin la fluidez que requería el duelo. Salvo una efímera ráfaga al inicio, les costó a los rojos gobernar el partido a partir de la posesión. Jugó tan mal y atacó con tanto desorden y carencia de ideas que en la primera parte apenas llegó con posibilidades, permitiendo un par de contragolpes que encendieron las alarmas de su estabilidad defensiva (particularmente atacando el flanco de Castellón, por donde Wilstermann se desangraba). Transcurridos quince minutos, la compacta formación de los primeros minutos fue descomponiéndose. Ante la presión de Universidad, Wilstermann dividió la pelota y se estiró en exceso, debilitando sus conexiones y desmontando las sociedades que habían sostenido la posesión. Guzmán se desprendió del bloque (esperando muy arriba o quedando muy descolgado de la acción, exageradamente retrasado de la zona de fuego) y el equipo quedó rengo. Ítalo apenas incidía, aún participativo. Adicto a los lujos, despilfarró posesiones que pedían
soluciones menos extravagantes.
El providencial gol de Ítalo de Souza (con el golero rival como cómplice) fue inmediatamente contrarrestado con una generosa retribución de Mauro Machado y su defensa. Gilles ganó por lo alto a una zaga atornillada, impactando sobre el palo que el golero había dejado sin protección, 1-1.
EL PARTIDO
A ese frustrante final se condenó Wilstermann por su propia ineptitud. Lidiar con sí mismo fue el mayor desafío del curso. Ante la evidencia de los resultados, queda claro no llevó bien aquella necesaria práctica introspectiva. Midió mal sus carencias y sobreestimó la potencialidad de sus recursos, que eran escasos.
Luego del frustrante empate en su visita a Destroyers (sumada a la inesperada victoria de Petrolero en su duelo con Universidad), Wilstermann no tenía margen de error. Le quedaba una bala en su revólver y se disparó en un pie. Dependiendo de otro resultado, ante un equipo dispuesto a pelear por cada balón hasta el límite y en un campo atestado, le faltó nervio, perdió el control del juego, el balón, el partido y el título en 45 minutos nefastos, expresión perfecta de lo que fue el plantel en esta campaña.
Wilstermann fue un equipo irreconocible desde la alineación, con un único atacante y un centro del campo reconfigurado, en cuya nómina aparecía Javier Guzmán tras una larga proscripción. No mezcló el medio campo con los delanteros ni con la defensa. Chacior recuperó la teórica zaga titular -después de la baja de un partido por lesión, Arana asomó en escena- y apostó en el ataque por la extraviada potencia de Olmedo, curado de sus problemas musculares. Además, usó de entrada a Gianakis Suárez por el flanco derecho del campo, el que mejor estaba y facilitaba el desborde sobre la banda.
No funcionó la innovación porque Wilstermann interpretó mal el partido, atascado desde el primer pase y sin la fluidez que requería el duelo. Salvo una efímera ráfaga al inicio, les costó a los rojos gobernar el partido a partir de la posesión. Jugó tan mal y atacó con tanto desorden y carencia de ideas que en la primera parte apenas llegó con posibilidades, permitiendo un par de contragolpes que encendieron las alarmas de su estabilidad defensiva (particularmente atacando el flanco de Castellón, por donde Wilstermann se desangraba). Transcurridos quince minutos, la compacta formación de los primeros minutos fue descomponiéndose. Ante la presión de Universidad, Wilstermann dividió la pelota y se estiró en exceso, debilitando sus conexiones y desmontando las sociedades que habían sostenido la posesión. Guzmán se desprendió del bloque (esperando muy arriba o quedando muy descolgado de la acción, exageradamente retrasado de la zona de fuego) y el equipo quedó rengo. Ítalo apenas incidía, aún participativo. Adicto a los lujos, despilfarró posesiones que pedían
soluciones menos extravagantes.
El providencial gol de Ítalo de Souza (con el golero rival como cómplice) fue inmediatamente contrarrestado con una generosa retribución de Mauro Machado y su defensa. Gilles ganó por lo alto a una zaga atornillada, impactando sobre el palo que el golero había dejado sin protección, 1-1.
COMPLEMENTO
El desarrollo de la segunda mitad quedó bastante condicionado por las noticias que llegaban de Yacuiba. La inesperada ventaja de Destroyers (que subió a dos con rapidez) encendió al público y activó la ansiedad del equipo rojo, que empezó a confundir velocidad con apresuramiento. La posesión fue perdiendo vuelo y perspectiva en favor de la precipitación y una irreflexiva vorágine en las maniobras de ataque. Pero como no existía conjunción colectiva y los caminos yacían fracturados, volvió a prevalecer el pelotazo como fórmula. Llovieron estériles centros de todos los rincones para un Olmedo fagocitado por la inexpugnable solidez de la defensa visitante (destacaron Wilfredo Escóbar y Juan Pablo Rioja).
Wilstermann estaba roto, descompuesto y desconectado, tumbado en el barro de la impotencia tras otro partido desastroso, tras otra sesión de simples ganas pero muy poco fútbol. Empatado en el marcador, pero derrotado sobre el campo, con el gol más cerca de Universidad y unos cuantos jugadores agotados por el inútil esfuerzo. Y también superado en el banquillo, con Chacior sin ideas ni soluciones, contemplando el correr de los minutos con los brazos cruzados, sin saber qué demonios hacer. De pronto se le cayó una idea: decidió robustecer la línea de ataque con la inserción de Collantes, pero al precio de debilitar la contención (quitó a Paz, dejando solo a Rojas en la recuperación). El ataque (que ya incluía a Vargas junto a Olmedo) no mejoró en potencia, pese a ofrecer a los lanzadores una cabeza más a la que apuntar, pero se descompensó terriblemente atrás, despejando las vías de acceso a Machado. Además, la modificación tuvo la virtud (si virtud es) de acentuar la ruptura: prescindió definitivamente de la elaboración (con Suárez agotado e Ítalo instalado en la media luna) para dedicarse a la vulgar fórmula de tirar pelotazos. Todos inocuos y controlables.
Ante un rival seco en ataque, vacío en el medio campo y con pinzas en defensa, Universidad encontró una veta para el contragolpe: intensa presión defensiva, transición rápida y llegada con superioridad numérica. La inclusión de Lemos por Guzmán (decidido a atacar la posición de Castellón) expuso la conmovedora desnudez defensiva de un Wilstermann tremendamente descuadernado.
En los últimos diez minutos, la tensión degeneró en drama. Universidad (por el penal de Arana) se anotaba al descenso indirecto, condenando a los rojos a otro año de proscripción. Pero el gol de Carballo (en posición adelantada) devolvió el duelo al convulso estado anterior (agitado por las aberraciones del juez Guery Vargas). Nada habría después. Solo el dolor resignado de ambos. La tristeza de no poder y la desolada congoja de ya no ser.
Wilstermann: Mauro Machado, Gróver Castellón, Ronald Arana, Marcelo Carballo, Diego Bengolea, Gianakis Suárez (Garzón), Luis Carlos Paz (Collantes), Richard Rojas, Javier Guzmán (Vargas), Ítalo De Souza, Pablo Olmedo.
Universidad: Robert Atehortua, Guery García, Wilfredo Escóbar, Juan Pablo Rioja, Erwin Mario Giles, Antonio Guasase, R. Rodríguez (Melgar), Felipe Valdez, Álex Da Paixao,Robert Guzmán (Lemos), Isaías Viruez.
El desarrollo de la segunda mitad quedó bastante condicionado por las noticias que llegaban de Yacuiba. La inesperada ventaja de Destroyers (que subió a dos con rapidez) encendió al público y activó la ansiedad del equipo rojo, que empezó a confundir velocidad con apresuramiento. La posesión fue perdiendo vuelo y perspectiva en favor de la precipitación y una irreflexiva vorágine en las maniobras de ataque. Pero como no existía conjunción colectiva y los caminos yacían fracturados, volvió a prevalecer el pelotazo como fórmula. Llovieron estériles centros de todos los rincones para un Olmedo fagocitado por la inexpugnable solidez de la defensa visitante (destacaron Wilfredo Escóbar y Juan Pablo Rioja).
Wilstermann estaba roto, descompuesto y desconectado, tumbado en el barro de la impotencia tras otro partido desastroso, tras otra sesión de simples ganas pero muy poco fútbol. Empatado en el marcador, pero derrotado sobre el campo, con el gol más cerca de Universidad y unos cuantos jugadores agotados por el inútil esfuerzo. Y también superado en el banquillo, con Chacior sin ideas ni soluciones, contemplando el correr de los minutos con los brazos cruzados, sin saber qué demonios hacer. De pronto se le cayó una idea: decidió robustecer la línea de ataque con la inserción de Collantes, pero al precio de debilitar la contención (quitó a Paz, dejando solo a Rojas en la recuperación). El ataque (que ya incluía a Vargas junto a Olmedo) no mejoró en potencia, pese a ofrecer a los lanzadores una cabeza más a la que apuntar, pero se descompensó terriblemente atrás, despejando las vías de acceso a Machado. Además, la modificación tuvo la virtud (si virtud es) de acentuar la ruptura: prescindió definitivamente de la elaboración (con Suárez agotado e Ítalo instalado en la media luna) para dedicarse a la vulgar fórmula de tirar pelotazos. Todos inocuos y controlables.
Ante un rival seco en ataque, vacío en el medio campo y con pinzas en defensa, Universidad encontró una veta para el contragolpe: intensa presión defensiva, transición rápida y llegada con superioridad numérica. La inclusión de Lemos por Guzmán (decidido a atacar la posición de Castellón) expuso la conmovedora desnudez defensiva de un Wilstermann tremendamente descuadernado.
En los últimos diez minutos, la tensión degeneró en drama. Universidad (por el penal de Arana) se anotaba al descenso indirecto, condenando a los rojos a otro año de proscripción. Pero el gol de Carballo (en posición adelantada) devolvió el duelo al convulso estado anterior (agitado por las aberraciones del juez Guery Vargas). Nada habría después. Solo el dolor resignado de ambos. La tristeza de no poder y la desolada congoja de ya no ser.
Wilstermann: Mauro Machado, Gróver Castellón, Ronald Arana, Marcelo Carballo, Diego Bengolea, Gianakis Suárez (Garzón), Luis Carlos Paz (Collantes), Richard Rojas, Javier Guzmán (Vargas), Ítalo De Souza, Pablo Olmedo.
Universidad: Robert Atehortua, Guery García, Wilfredo Escóbar, Juan Pablo Rioja, Erwin Mario Giles, Antonio Guasase, R. Rodríguez (Melgar), Felipe Valdez, Álex Da Paixao,Robert Guzmán (Lemos), Isaías Viruez.