Independencia económica, ¿eterna ficción del país?
Armando Mariaca
Como en todos los regímenes “revolucionarios” (de izquierdas, derechas o centros) que nos tocó vivir a los bolivianos desde la fundación de la República, el anhelo de conseguir independencia económica fue objetivo y espejismo a ser realidad, ficción alcanzable por cualquier medio, anhelo traspasado de generación en generación; pero…. Siempre tropezamos con las mismas verdades: no contamos con la formación en valores y no tenemos conciencia de país, factores que permitirían hacer realidad todos los anhelos y uno de ellos sería conseguir la independencia económica real y efectiva en base a la educación y a lo que el país tiene en riquezas a ser explotadas, trabajadas, industrializadas, con los valores agregados que corresponda y un desarrollo armónico y sostenido.
El gobierno “revolucionario” del MNR -de facto del 9 de abril de 1952 al 6 de agosto de 1956 y constitucional del 6 de agosto de 1956 al 4 de noviembre de 1964 (el aditamento del 6 de agosto hasta el 4 de noviembre fue debido a la reelección que decidió el jefe de ese partido)- estuvo en el gobierno con el fin de conseguir la independencia económica y así lo pregonó con la nacionalización de las minas que fue el gran fracaso; la reforma agraria, que no fue cumplida por obra del propio partido; las transformaciones sociales, que no se cumplieron porque “había asuntos más importantes de la revolución”; y otras medidas populistas que no lograron sus objetivos.
El proceso de “independencia económica” determinó que las mismas que de alguna manera proporcionaban divisas al Estado, se conviertan en receptor del TGN para sobrevivir; el país importó papas de Holanda (pudiendo hacerlo del Perú, Argentina y hasta Chile, pero, como así convenía a la “célula de importadores”, se importó de ultramar); se vivió una de las crisis más grandes porque se hacían colas desde las cuatro de la mañana para comprar algunos panes delante de los hornos; la inflación atacó en forma galopante. La “revolución” había cumplido sus objetivos: destruir la economía nacional. Posteriormente, a partir de agosto de 1985, se decidió corregir esas políticas “salvadoras” (cabe destacar que en los años 50 se dio el título de “libertador económico” a su autor). El 29 de agosto de 1985 se aprobó el decreto 21.060 que frenó el proceso hiperinflacionario y se dio pasos correctos para conseguir salvar en algo la economía nacional. Rememorar todo lo ocurrido en más de doce años de la “revolución nacional” sería largo y amargo, decepcionante y frustrante, pese a que quienes alaban a esos dos sexenios lo tienen hoy como ejemplo de lo que “puede hacer la izquierda en bien del país”. Ese bien se ha trocado hasta ser peor de lo que había sido antes, porque hoy, a seis años de otra “revolución” con tinte socialista de extrema izquierda, los resultados de la “liberación o independencia económica” son desastrosos y así lo presenta el propio INE que es dependencia del gobierno: Las importaciones el año 2011 sobrepasaron con $us. 2.200 millones a las del año 2010; las importaciones de carburantes sufrieron incremento de $us. 409 millones o sea que de $us. 615 millones gastados el año 2010 se subió a $us. 1.025 millones el año 2011; la importación de alimentos subió excesivamente en relación con el pasado y simplemente porque se puso frenos irresponsables a la producción nacional y tan sólo las importaciones de trigo, maíz, envasados, etc. subieron de $us. 385 millones en 2010 a $us. 564 millones en el año 2011, una subida de $us. 179 millones. El rubro de importaciones el año 2011 subió a $us. 7.600 millones o sea el 41% (de los cuales casi la mitad fue en combustibles) más que el año 2010; en cambio, las exportaciones subieron tan sólo el 29 por ciento y debido a los precios internacionales del petróleo y del gas. Estas son, “grosso modo”, las realidades numéricas de nuestra “independencia económica” alcanzada con el gobierno que busca reimplantar el socialismo marxista.
Vivimos tiempos en que importamos alimentos y combustibles cuando una mínima lógica económica nos dice que deberíamos consumir lo que produzcamos y lograr, además, remanentes importantes para las exportaciones; pero, para ello, habría que reponer una justicia jurídica y crear condiciones para producir, atraer inversiones y dar garantías al capital privado nacional para crear riqueza y generar empleo. ¿Cuándo será posible esto?
No podemos hablar, pues, de libertad o independencia económica cuando somos más dependientes, cuando estamos pendientes de que si tendremos siempre compradores para nuestro gas o si lograremos los pagos oportunos por los contratos que tenemos suscritos. Vivimos como capitalistas pregonando el socialismo comunista; creemos estar a la altura de la economía de Suiza cuando estamos a la cabeza de los países pobres y subdesarrollados del Tercer Mundo o, tal vez, en las listas del Cuarto Mundo porque así conviene a las políticas “de cambio” que tanto se pregonan y que jamás significan un cambio en quienes deberían cambiar conductas y tener conciencia de país.
No vivamos de fantasías; seamos realistas y actuemos conforme a lo que tenemos y somos; evitemos los gastos dispendiosos y los lujos innecesarios porque ahora “aunque vistamos de seda”; seguiremos siendo pobres y dependientes. El país necesita vivir realidades, precisa que gobernantes y gobernados tomemos conciencia de país y actuemos con honestidad y responsabilidad de otro modo, las pendientes que nos muestran más pobreza se harán más peligrosas hasta llegar a una sima que, parece, no conocemos cuando los muchos procesos “revolucionarios” nos arrastraron a ellos y hoy sufrimos las consecuencias.
Como en todos los regímenes “revolucionarios” (de izquierdas, derechas o centros) que nos tocó vivir a los bolivianos desde la fundación de la República, el anhelo de conseguir independencia económica fue objetivo y espejismo a ser realidad, ficción alcanzable por cualquier medio, anhelo traspasado de generación en generación; pero…. Siempre tropezamos con las mismas verdades: no contamos con la formación en valores y no tenemos conciencia de país, factores que permitirían hacer realidad todos los anhelos y uno de ellos sería conseguir la independencia económica real y efectiva en base a la educación y a lo que el país tiene en riquezas a ser explotadas, trabajadas, industrializadas, con los valores agregados que corresponda y un desarrollo armónico y sostenido.
El gobierno “revolucionario” del MNR -de facto del 9 de abril de 1952 al 6 de agosto de 1956 y constitucional del 6 de agosto de 1956 al 4 de noviembre de 1964 (el aditamento del 6 de agosto hasta el 4 de noviembre fue debido a la reelección que decidió el jefe de ese partido)- estuvo en el gobierno con el fin de conseguir la independencia económica y así lo pregonó con la nacionalización de las minas que fue el gran fracaso; la reforma agraria, que no fue cumplida por obra del propio partido; las transformaciones sociales, que no se cumplieron porque “había asuntos más importantes de la revolución”; y otras medidas populistas que no lograron sus objetivos.
El proceso de “independencia económica” determinó que las mismas que de alguna manera proporcionaban divisas al Estado, se conviertan en receptor del TGN para sobrevivir; el país importó papas de Holanda (pudiendo hacerlo del Perú, Argentina y hasta Chile, pero, como así convenía a la “célula de importadores”, se importó de ultramar); se vivió una de las crisis más grandes porque se hacían colas desde las cuatro de la mañana para comprar algunos panes delante de los hornos; la inflación atacó en forma galopante. La “revolución” había cumplido sus objetivos: destruir la economía nacional. Posteriormente, a partir de agosto de 1985, se decidió corregir esas políticas “salvadoras” (cabe destacar que en los años 50 se dio el título de “libertador económico” a su autor). El 29 de agosto de 1985 se aprobó el decreto 21.060 que frenó el proceso hiperinflacionario y se dio pasos correctos para conseguir salvar en algo la economía nacional. Rememorar todo lo ocurrido en más de doce años de la “revolución nacional” sería largo y amargo, decepcionante y frustrante, pese a que quienes alaban a esos dos sexenios lo tienen hoy como ejemplo de lo que “puede hacer la izquierda en bien del país”. Ese bien se ha trocado hasta ser peor de lo que había sido antes, porque hoy, a seis años de otra “revolución” con tinte socialista de extrema izquierda, los resultados de la “liberación o independencia económica” son desastrosos y así lo presenta el propio INE que es dependencia del gobierno: Las importaciones el año 2011 sobrepasaron con $us. 2.200 millones a las del año 2010; las importaciones de carburantes sufrieron incremento de $us. 409 millones o sea que de $us. 615 millones gastados el año 2010 se subió a $us. 1.025 millones el año 2011; la importación de alimentos subió excesivamente en relación con el pasado y simplemente porque se puso frenos irresponsables a la producción nacional y tan sólo las importaciones de trigo, maíz, envasados, etc. subieron de $us. 385 millones en 2010 a $us. 564 millones en el año 2011, una subida de $us. 179 millones. El rubro de importaciones el año 2011 subió a $us. 7.600 millones o sea el 41% (de los cuales casi la mitad fue en combustibles) más que el año 2010; en cambio, las exportaciones subieron tan sólo el 29 por ciento y debido a los precios internacionales del petróleo y del gas. Estas son, “grosso modo”, las realidades numéricas de nuestra “independencia económica” alcanzada con el gobierno que busca reimplantar el socialismo marxista.
Vivimos tiempos en que importamos alimentos y combustibles cuando una mínima lógica económica nos dice que deberíamos consumir lo que produzcamos y lograr, además, remanentes importantes para las exportaciones; pero, para ello, habría que reponer una justicia jurídica y crear condiciones para producir, atraer inversiones y dar garantías al capital privado nacional para crear riqueza y generar empleo. ¿Cuándo será posible esto?
No podemos hablar, pues, de libertad o independencia económica cuando somos más dependientes, cuando estamos pendientes de que si tendremos siempre compradores para nuestro gas o si lograremos los pagos oportunos por los contratos que tenemos suscritos. Vivimos como capitalistas pregonando el socialismo comunista; creemos estar a la altura de la economía de Suiza cuando estamos a la cabeza de los países pobres y subdesarrollados del Tercer Mundo o, tal vez, en las listas del Cuarto Mundo porque así conviene a las políticas “de cambio” que tanto se pregonan y que jamás significan un cambio en quienes deberían cambiar conductas y tener conciencia de país.
No vivamos de fantasías; seamos realistas y actuemos conforme a lo que tenemos y somos; evitemos los gastos dispendiosos y los lujos innecesarios porque ahora “aunque vistamos de seda”; seguiremos siendo pobres y dependientes. El país necesita vivir realidades, precisa que gobernantes y gobernados tomemos conciencia de país y actuemos con honestidad y responsabilidad de otro modo, las pendientes que nos muestran más pobreza se harán más peligrosas hasta llegar a una sima que, parece, no conocemos cuando los muchos procesos “revolucionarios” nos arrastraron a ellos y hoy sufrimos las consecuencias.