Emblemática favela carioca vive una difícil transición hacia la paz
Río de Janeiro, EFE
Los habitantes de la Rocinha, la favela más emblemática de Río de Janeiro, viven una transición difícil hacia la paz desde que la policía arrebató el control de la barriada a las bandas de narcotraficantes a finales del año pasado.
La Rocinha fue ocupada el 13 de noviembre del 2011 por centenares de policías, con el apoyo de blindados y helicópteros del Ejército, en una operación que pretendía poner fin a la violencia relacionada con el tráfico de drogas.
A pesar del gran despliegue de fuerzas de seguridad, la favela, enclavada entre los barrios acomodados de Gávea y San Conrado, ha registrado nueve asesinatos en los últimos dos meses, al parecer por venganzas entre facciones rivales de narcotraficantes.
Una de las víctimas fue un cabo del Batallón de Operaciones Especiales (Bope) de la Policía Militarizada asesinado la semana pasada cuando patrullaba el sector.
El suboficial fue el primer policía muerto en una favela carioca recuperada por las autoridades, proceso llamado coloquialmente "pacificación", que comenzó a finales de 2008.
El recrudecimiento de la violencia llevó a la Policía a anunciar que la Rocinha recibirá un refuerzo de hasta 700 efectivos para consolidar la pacificación.
"Con esto esperamos en poco tiempo tener más proximidad con la población", dijo hoy el mayor Edson Santos, coordinador policial de la Rocinha.
Varios operadores turísticos ofrecen paseos por la barriada a los extranjeros pero esta semana "Jeep Tour", una de esas empresas, suspendió "temporalmente" las excursiones "por seguridad", según explicó hoy a Efe un responsable de la compañía.
Aunque muchos aspectos de la vida diaria de la favela han mejorado, como la recogida de basuras, el asfaltado de calles, los servicios de telefonía, restauración y bancarios, algunos habitantes dicen estar decepcionados con el resultado de la ocupación policial.
Según la Secretaría de Seguridad Pública de Río de Janeiro, en los últimos cuatro meses se detuvo a 61 personas, se decomisaron 59 fusiles, 36 pistolas, nueve carabinas, siete escopetas y nueve ametralladoras, así como casi 500 kilos de cocaína y 20 de marihuana.
En un pequeño puesto armado con placas de metal y plásticos con una gran parrilla repleta de carne y humo, María, vecina del barrio desde hace 20 años, explica a Efe que "ahora no hay en quién confiar".
"Antes nadie robaba y no había asaltos y ahora ni siquiera puedo abrir toda la noche", afirma airada señalando a una patrulla de policía que está en la acera de en frente.
El mediodía en la Rocinha es intenso, caravanas de camiones y autobuses suben y bajan las intrincadas aunque anchas y asfaltadas calles principales.
Centenares de tiendas de ropa, fruterías, hamburgueserías, bares y vendedores ambulantes, incluso agencias de viajes llenan de acción este barrio carioca de casas coloreadas como a cada propietario se le antoja.
En la entrada de la Rocinha, que como la mayoría de las favelas de Río se extiende por la ladera de una montaña, una pareja femenina de policías, fusil en ristre, vigila el paso de los niños que van y vienen a la escuela.
"Nos hacemos respetar, hay mucha gente buena que agradece nuestra presencia y vienen a pedirnos ayuda", dice contenta a Efe una de las agentes.
Otra vecina de la favela, llamada Antonia Pereira Lima, asegura que "al menos ya no hay chicos con armas que ni siquiera están entrenados", en referencia a los traficantes, pero matiza que no consigue acostumbrarse a la presencia continuada de la policía.
Los habitantes de la Rocinha, la favela más emblemática de Río de Janeiro, viven una transición difícil hacia la paz desde que la policía arrebató el control de la barriada a las bandas de narcotraficantes a finales del año pasado.
La Rocinha fue ocupada el 13 de noviembre del 2011 por centenares de policías, con el apoyo de blindados y helicópteros del Ejército, en una operación que pretendía poner fin a la violencia relacionada con el tráfico de drogas.
A pesar del gran despliegue de fuerzas de seguridad, la favela, enclavada entre los barrios acomodados de Gávea y San Conrado, ha registrado nueve asesinatos en los últimos dos meses, al parecer por venganzas entre facciones rivales de narcotraficantes.
Una de las víctimas fue un cabo del Batallón de Operaciones Especiales (Bope) de la Policía Militarizada asesinado la semana pasada cuando patrullaba el sector.
El suboficial fue el primer policía muerto en una favela carioca recuperada por las autoridades, proceso llamado coloquialmente "pacificación", que comenzó a finales de 2008.
El recrudecimiento de la violencia llevó a la Policía a anunciar que la Rocinha recibirá un refuerzo de hasta 700 efectivos para consolidar la pacificación.
"Con esto esperamos en poco tiempo tener más proximidad con la población", dijo hoy el mayor Edson Santos, coordinador policial de la Rocinha.
Varios operadores turísticos ofrecen paseos por la barriada a los extranjeros pero esta semana "Jeep Tour", una de esas empresas, suspendió "temporalmente" las excursiones "por seguridad", según explicó hoy a Efe un responsable de la compañía.
Aunque muchos aspectos de la vida diaria de la favela han mejorado, como la recogida de basuras, el asfaltado de calles, los servicios de telefonía, restauración y bancarios, algunos habitantes dicen estar decepcionados con el resultado de la ocupación policial.
Según la Secretaría de Seguridad Pública de Río de Janeiro, en los últimos cuatro meses se detuvo a 61 personas, se decomisaron 59 fusiles, 36 pistolas, nueve carabinas, siete escopetas y nueve ametralladoras, así como casi 500 kilos de cocaína y 20 de marihuana.
En un pequeño puesto armado con placas de metal y plásticos con una gran parrilla repleta de carne y humo, María, vecina del barrio desde hace 20 años, explica a Efe que "ahora no hay en quién confiar".
"Antes nadie robaba y no había asaltos y ahora ni siquiera puedo abrir toda la noche", afirma airada señalando a una patrulla de policía que está en la acera de en frente.
El mediodía en la Rocinha es intenso, caravanas de camiones y autobuses suben y bajan las intrincadas aunque anchas y asfaltadas calles principales.
Centenares de tiendas de ropa, fruterías, hamburgueserías, bares y vendedores ambulantes, incluso agencias de viajes llenan de acción este barrio carioca de casas coloreadas como a cada propietario se le antoja.
En la entrada de la Rocinha, que como la mayoría de las favelas de Río se extiende por la ladera de una montaña, una pareja femenina de policías, fusil en ristre, vigila el paso de los niños que van y vienen a la escuela.
"Nos hacemos respetar, hay mucha gente buena que agradece nuestra presencia y vienen a pedirnos ayuda", dice contenta a Efe una de las agentes.
Otra vecina de la favela, llamada Antonia Pereira Lima, asegura que "al menos ya no hay chicos con armas que ni siquiera están entrenados", en referencia a los traficantes, pero matiza que no consigue acostumbrarse a la presencia continuada de la policía.