Desengaño social a flor de piel
Alberto Zuazo
La lectura mayor que no está realizando el gobierno de Evo Morales es que por sus desatinos y autoritarismo ha suscitado un desengaño social impresionante, que en estos días se pone a flor de piel en las calles y en los caminos.
Se equivoca al suponer que puede controlar a la fuerza el malestar existente. El desencanto, la frustración, se han arraigado en los sentimientos, en las entrañas más profundas de los seres humanos. Y esto es muy peligroso.
El régimen tuvo buenas oportunidades de negociar cuanto planteamiento se le presentó. Del diálogo abierto y honesto derivan las concesiones recíprocas. Es decir, que nadie gana ni pierde, se encuentran siempre las soluciones pacíficas de medio camino.
Con el autoritarismo se pretende prevalecer; no hay disposición a ceder, sino a imponer. Este accionar puede conducir al oficialismo a situaciones tan críticas que, al paso que va, no habrá opción a la media vuelta, a revertir lo que se hace ahora de forma tan desaprensiva.
Efectivamente, el gobierno cuenta con el respaldo de la fuerza, pero en lo que no acierta es en la gestión. En unos casos, carece de la autoridad moral suficiente; en otros, actúa con dobleces que pronto se ponen en evidencia.
En las crisis es cuando afloran las insuficiencias gubernamentales y sobre todo el ánimo de sólo imponer, como si esto no tuviera costos, a menos que se suponga que se tiene a disposición un pueblo sumiso y cobarde.
Aquel comportamiento únicamente se produce en los casos en los que la ideología y las tácticas extremistas no ven más allá de la precariedad de sus percepciones y visiones de futuro.
Los agravios, las injusticias y las intenciones -de ostensible perversidad- están prevaleciendo en las circunstancias actuales. Sus perfiles se han tornado ya dramáticos, con huelgas de hambre masivas, tapiados y coseduras de labios de profesionales de alto rango.
Tales hechos expresan mucho. La tolerancia ha sido colmada. Parece que de forma deliberada se han abierto los cauces de la confrontación. En palabras y acciones. Los resultados pueden inevitablemente desatar una beligerancia abierta en el país.
Cuando se hieren sentimientos sociales, la ira se apodera de las víctimas. En tales instancias, se agota la posibilidad del diálogo. Lo que queda es que desde una y otra posición, el imperativo sea vencer.
Desgraciadamente, en una de las dos posiciones está el poder público. Un gobierno que hacía alarde de estar imbuido de buenas intenciones, proclive al populismo, en la realidad está demostrando que tales posturas eran demagógicas, engañosas y hasta insidiosas.
Es fácil identificar que los orígenes de los conflictos actuales provinieron del gobierno.
La construcción de una carretera atravesando una reserva de biodiversidad, sin estudios de pre factibilidad y factibilidad y con un costo que suscita denuncias de corrupción, va a la cuenta del oficialismo.
Pretender resolver las enormes insuficiencias en la salud con sólo aumentar horas de trabajo a los médicos, peor violando derechos sociales adquiridos hace 40 años, también es obra gubernamental.
En cambio, durante un sexenio no se hizo casi nada por mejor los servicios de salud, dotándoles de los angustiosos requerimientos de infraestructura que padece, de equipamiento actualizado, de insumos y de buenos salarios.
No atender el reajuste salarial planteado por la COB, acorde con el alto costo de vida, igualmente es de su responsabilidad. Unos y otros se preguntan cómo se gasta a manos llenas en publicidad y en prebendalismo político y no se quiere mejorar el ingreso de los bolivianos.
La represión policial, la organización de bloqueos para impedir la salida de la marcha indígena, el accionar de grupos adictos al oficialismo, muy probablemente financiados con recursos fiscales, son demostrativos del exceso de poder en que se incurre.
El malestar social es contagioso y no suele tener límites. ¡Cuidado con las consecuencias y responsabilidades!
La lectura mayor que no está realizando el gobierno de Evo Morales es que por sus desatinos y autoritarismo ha suscitado un desengaño social impresionante, que en estos días se pone a flor de piel en las calles y en los caminos.
Se equivoca al suponer que puede controlar a la fuerza el malestar existente. El desencanto, la frustración, se han arraigado en los sentimientos, en las entrañas más profundas de los seres humanos. Y esto es muy peligroso.
El régimen tuvo buenas oportunidades de negociar cuanto planteamiento se le presentó. Del diálogo abierto y honesto derivan las concesiones recíprocas. Es decir, que nadie gana ni pierde, se encuentran siempre las soluciones pacíficas de medio camino.
Con el autoritarismo se pretende prevalecer; no hay disposición a ceder, sino a imponer. Este accionar puede conducir al oficialismo a situaciones tan críticas que, al paso que va, no habrá opción a la media vuelta, a revertir lo que se hace ahora de forma tan desaprensiva.
Efectivamente, el gobierno cuenta con el respaldo de la fuerza, pero en lo que no acierta es en la gestión. En unos casos, carece de la autoridad moral suficiente; en otros, actúa con dobleces que pronto se ponen en evidencia.
En las crisis es cuando afloran las insuficiencias gubernamentales y sobre todo el ánimo de sólo imponer, como si esto no tuviera costos, a menos que se suponga que se tiene a disposición un pueblo sumiso y cobarde.
Aquel comportamiento únicamente se produce en los casos en los que la ideología y las tácticas extremistas no ven más allá de la precariedad de sus percepciones y visiones de futuro.
Los agravios, las injusticias y las intenciones -de ostensible perversidad- están prevaleciendo en las circunstancias actuales. Sus perfiles se han tornado ya dramáticos, con huelgas de hambre masivas, tapiados y coseduras de labios de profesionales de alto rango.
Tales hechos expresan mucho. La tolerancia ha sido colmada. Parece que de forma deliberada se han abierto los cauces de la confrontación. En palabras y acciones. Los resultados pueden inevitablemente desatar una beligerancia abierta en el país.
Cuando se hieren sentimientos sociales, la ira se apodera de las víctimas. En tales instancias, se agota la posibilidad del diálogo. Lo que queda es que desde una y otra posición, el imperativo sea vencer.
Desgraciadamente, en una de las dos posiciones está el poder público. Un gobierno que hacía alarde de estar imbuido de buenas intenciones, proclive al populismo, en la realidad está demostrando que tales posturas eran demagógicas, engañosas y hasta insidiosas.
Es fácil identificar que los orígenes de los conflictos actuales provinieron del gobierno.
La construcción de una carretera atravesando una reserva de biodiversidad, sin estudios de pre factibilidad y factibilidad y con un costo que suscita denuncias de corrupción, va a la cuenta del oficialismo.
Pretender resolver las enormes insuficiencias en la salud con sólo aumentar horas de trabajo a los médicos, peor violando derechos sociales adquiridos hace 40 años, también es obra gubernamental.
En cambio, durante un sexenio no se hizo casi nada por mejor los servicios de salud, dotándoles de los angustiosos requerimientos de infraestructura que padece, de equipamiento actualizado, de insumos y de buenos salarios.
No atender el reajuste salarial planteado por la COB, acorde con el alto costo de vida, igualmente es de su responsabilidad. Unos y otros se preguntan cómo se gasta a manos llenas en publicidad y en prebendalismo político y no se quiere mejorar el ingreso de los bolivianos.
La represión policial, la organización de bloqueos para impedir la salida de la marcha indígena, el accionar de grupos adictos al oficialismo, muy probablemente financiados con recursos fiscales, son demostrativos del exceso de poder en que se incurre.
El malestar social es contagioso y no suele tener límites. ¡Cuidado con las consecuencias y responsabilidades!