ANÁLISIS / Pensar de otro modo sobre Al Qaeda
La organización está más extendida en el mundo pero es imposible elucidar si su amenaza terrorista es menor, igual o mayor
Fernando Reinares, El País
Un año después de que Osama bin Laden fuese abatido por unidades especiales de la Marina de Estados Unidos en el escondite de la localidad paquistaní de Abbottabad donde se hallaba desde aproximadamente 2006, pueden hacerse al menos dos afirmaciones sobre Al Qaeda y la amenaza que esta estructura terrorista supone para las sociedades occidentales. Primera: Al Qaeda se encuentra hoy más extendida en el mundo de lo que estaba hace 12 meses y tanto o más implicada en actividades de terrorismo, sobre todo en el sur de Asia, Oriente Medio, África septentrional y el este de África. Segunda: no es posible elucidar con el suficiente grado de certidumbre si durante ese periodo de tiempo se ha reducido, mantenido o incrementado la amenaza terrorista que Al Qaeda supone para las democracias de Norteamérica, Europa occidental y Oceanía.
Al hablar de Al Qaeda suele pensarse en una organización confinada al noroeste de Pakistán, epicentro del terrorismo global. Pero lo que se localiza en esa zona es el núcleo central de Al Qaeda. Es decir, su mando general, al cual acompañan responsables y cuadros activos en Afganistán y Pakistán, por lo común colaborando con las organizaciones yihadistas predominantes en ese escenario, que se han fortalecido y siguen ofreciendo protección a los líderes de Al Qaeda. Estos últimos son blanco reiterado de los misiles lanzados desde aeronaves no tripuladas de la inteligencia estadounidense, que tras la muerte de Osama bin Laden han quitado la vida de otros destacados integrantes del núcleo central de Al Qaeda como el libio Atiya Abd al Rahman, el paquistaní Ilyas Kashmiri, el egipcio Abu Miqdad al Masri o el saudí Abu Hafs al Shariri. Pero Al Qaeda son también sus extensiones territoriales, establecidas entre 2002 y 2007: Al Qaeda en la Península Arábiga, Al Qaeda en Mesopotamia y Al Qaeda en el Magreb Islámico. Estas ramificaciones de una misma estructura terrorista global difieren en su composición, articulación y relaciones con el mando general. Adaptan con variable autonomía sus dinámicas a los escenarios en que operan, de Yemen o Irak a Argelia y Malí. Pues bien, Al Qaeda los ha ampliado al este de África, donde mantenía una célula desde los noventa. Al Shabab, la organización yihadista activa en Somalia, aunque también en otros países como Kenia y Uganda, decidió hace poco unirse a Al Qaeda. Su líder juró públicamente, en febrero de 2012, fidelidad al emir de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, quien también públicamente aceptó ese voto solemne de subordinación.
Pese a esta expansión, la imagen de Al Qaeda entre los musulmanes no ha mejorado tras la muerte de Osama bin Laden y su enaltecimiento como mártir por parte del núcleo central y de las tres extensiones territoriales que formaban aquella estructura terrorista global hace un año. Conserva un potencial de movilización más que significativo en algunos países islámicos, pero en la mayoría prevalecen valoraciones negativas de Al Qaeda. Más aún entre musulmanes que viven en sociedades occidentales. Ello bien puede deberse a que, allí donde desarrolla sus prácticas de violencia, mata sobre todo yemeníes, iraquíes, argelinos y otras gentes que se consideraban a sí mismas musulmanas pero a quienes Al Qaeda calificaba de apóstatas y traidoras, básicamente por no someterse al dictado ideológico del salafismo yihadista.
Al Qaeda aspira a instaurar dominios en los cuales se imponga una interpretación rigorista de la ley islámica. Al igual que su común agenda global —compatible con otras regionales o locales que actualmente buscan aprovechar oportunidades derivadas de conflictos y cambios en el mundo árabe— incluye el propósito de atentar contra países occidentales. Al Qaeda no ha materializado la catástrofe que vaticinó como venganza por la muerte de Bin Laden. Pero no debe olvidarse que este seguía obsesionado con un nuevo gran acto de terrorismo en EE UU. Ni que, unos meses antes del asalto a su refugio de Abbottabad, fueron desbaratados los planes del mando general de Al Qaeda para atentar simultáneamente en tres ciudades europeas. Imposible aseverar que esa amenaza sea ahora menor, ni aun cuando Ayman al Zawahiri tenga los días contados.
Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano.
Fernando Reinares, El País
Un año después de que Osama bin Laden fuese abatido por unidades especiales de la Marina de Estados Unidos en el escondite de la localidad paquistaní de Abbottabad donde se hallaba desde aproximadamente 2006, pueden hacerse al menos dos afirmaciones sobre Al Qaeda y la amenaza que esta estructura terrorista supone para las sociedades occidentales. Primera: Al Qaeda se encuentra hoy más extendida en el mundo de lo que estaba hace 12 meses y tanto o más implicada en actividades de terrorismo, sobre todo en el sur de Asia, Oriente Medio, África septentrional y el este de África. Segunda: no es posible elucidar con el suficiente grado de certidumbre si durante ese periodo de tiempo se ha reducido, mantenido o incrementado la amenaza terrorista que Al Qaeda supone para las democracias de Norteamérica, Europa occidental y Oceanía.
Al hablar de Al Qaeda suele pensarse en una organización confinada al noroeste de Pakistán, epicentro del terrorismo global. Pero lo que se localiza en esa zona es el núcleo central de Al Qaeda. Es decir, su mando general, al cual acompañan responsables y cuadros activos en Afganistán y Pakistán, por lo común colaborando con las organizaciones yihadistas predominantes en ese escenario, que se han fortalecido y siguen ofreciendo protección a los líderes de Al Qaeda. Estos últimos son blanco reiterado de los misiles lanzados desde aeronaves no tripuladas de la inteligencia estadounidense, que tras la muerte de Osama bin Laden han quitado la vida de otros destacados integrantes del núcleo central de Al Qaeda como el libio Atiya Abd al Rahman, el paquistaní Ilyas Kashmiri, el egipcio Abu Miqdad al Masri o el saudí Abu Hafs al Shariri. Pero Al Qaeda son también sus extensiones territoriales, establecidas entre 2002 y 2007: Al Qaeda en la Península Arábiga, Al Qaeda en Mesopotamia y Al Qaeda en el Magreb Islámico. Estas ramificaciones de una misma estructura terrorista global difieren en su composición, articulación y relaciones con el mando general. Adaptan con variable autonomía sus dinámicas a los escenarios en que operan, de Yemen o Irak a Argelia y Malí. Pues bien, Al Qaeda los ha ampliado al este de África, donde mantenía una célula desde los noventa. Al Shabab, la organización yihadista activa en Somalia, aunque también en otros países como Kenia y Uganda, decidió hace poco unirse a Al Qaeda. Su líder juró públicamente, en febrero de 2012, fidelidad al emir de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, quien también públicamente aceptó ese voto solemne de subordinación.
Pese a esta expansión, la imagen de Al Qaeda entre los musulmanes no ha mejorado tras la muerte de Osama bin Laden y su enaltecimiento como mártir por parte del núcleo central y de las tres extensiones territoriales que formaban aquella estructura terrorista global hace un año. Conserva un potencial de movilización más que significativo en algunos países islámicos, pero en la mayoría prevalecen valoraciones negativas de Al Qaeda. Más aún entre musulmanes que viven en sociedades occidentales. Ello bien puede deberse a que, allí donde desarrolla sus prácticas de violencia, mata sobre todo yemeníes, iraquíes, argelinos y otras gentes que se consideraban a sí mismas musulmanas pero a quienes Al Qaeda calificaba de apóstatas y traidoras, básicamente por no someterse al dictado ideológico del salafismo yihadista.
Al Qaeda aspira a instaurar dominios en los cuales se imponga una interpretación rigorista de la ley islámica. Al igual que su común agenda global —compatible con otras regionales o locales que actualmente buscan aprovechar oportunidades derivadas de conflictos y cambios en el mundo árabe— incluye el propósito de atentar contra países occidentales. Al Qaeda no ha materializado la catástrofe que vaticinó como venganza por la muerte de Bin Laden. Pero no debe olvidarse que este seguía obsesionado con un nuevo gran acto de terrorismo en EE UU. Ni que, unos meses antes del asalto a su refugio de Abbottabad, fueron desbaratados los planes del mando general de Al Qaeda para atentar simultáneamente en tres ciudades europeas. Imposible aseverar que esa amenaza sea ahora menor, ni aun cuando Ayman al Zawahiri tenga los días contados.
Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano.