Peña Nieto parte como favorito para ser el nuevo presidente de México
El candidato del PRI mantiene ventaja sobre la aspirante del partido en el poder
México, El País
El viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI), que dominó la política mexicana durante 70 años, parece tener al alcance de la mano su regreso al poder. Su joven y telegénico candidato a la presidencia en las elecciones del 1 de julio, Enrique Peña Nieto, parte como claro favorito al comenzar el viernes los 90 días de campaña oficial. El ex gobernador del Estado de México, el más poblado de la federación, sale con una ventaja de 15 puntos, según la mayoría de las encuestas, sobre su principal rival, Josefina Vázquez Mota, del Partido Acción Nacional (PAN) —en el poder en los últimos 12 años— y casi del doble sobre el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador.
El PRI busca una victoria por amplia mayoría y el fortalecimiento del presidencialismo, devaluado tras dos sexenios panistas. “De lograrlo, el equipo de Peña Nieto podría imponer el modelo de Putin, acotando los espacios de libertad”, afirma el escritor y periodista Jorge Zepeda, quien sostiene que otra facción del partido, encabezada por el senador Manlio Fabio Beltrones, es partidaria de “una reforma política que relegitime y de estabilidad al sistema”. “Habrá que esperar los resultados para ver qué corriente de opinión se impone”, añade.
Pero la larga y carísima campaña electoral mexicana —hay que sumarle casi seis meses de precampaña oficiosa— aún puede deparar sorpresas. De hecho, los indecisos rondan el 20%. Sin embargo, Peña Nieto ha mantenido la distancia sobre sus adversarios en todo este tiempo y el PRI, que gobierna en 20 de los 32 Estados, se presenta como un partido cohesionado con una maquinaria electoral perfectamente engrasada.
El PRI ha trabajado a fondo sus listas de candidatos —además de a la presidencia, hay elecciones al Congreso y en varios Estados— y preparado un aluvión de vídeos electorales de mucha mayor calidad que sus rivales. El equipo de campaña de Peña Nieto ve en el presidente Felipe Calderón —que no ha parado de inaugurar obras públicas por todo el país en los últimos meses— un enemigo mucho más peligroso que Vázquez Mota. Temen el lanzamiento de misiles por parte de Los Pinos, dosieres que impliquen en casos de corrupción a figuras del partido, y se resienten especialmente de la idea propagada por el Gobierno de que votar PRI significa connivencia con el narco.
Atrás parecen haber quedado los deslices de Peña Nieto —la confusión de autores y obras o ignorar la cuantía del salario mínimo— y la dimisión del presidente del partido, Humberto Moreira, por su implicación en el escándalo de la deuda del Estado de Coahuila cuando era gobernador. “Aquello fue lo mejor que pudo pasarle al PRI porque eliminó la idea de que las elecciones estaban ganadas”, afirma Zepeda, que prevé una campaña de “escaso riesgo” por parte del candidato.
La aspirante del PAN se encuentra estancada en los sondeos. El partido de centroderecha, más de opinión que de militantes, está dividido en algunos Estados y también se ha visto envuelto en casos de corrupción. La herencia de Calderón —las casi 50.000 víctimas de la guerra contra el narco y el incumplimiento de promesas realizadas en 2006, como la creación de empleo— así como la percepción popular de que el PAN ha copiado los defectos del PRI, convirtiéndose en parte del sistema en lugar de representante del cambio, son dos pesados fardos sobre su espalda.
Hasta ahora Vázquez Mota se ha presentado como una política de consenso, identificada con los problemas de la familia media mexicana y ha hecho valer la novedad de ser la primera mujer candidata a presidenta con opciones. Sin embargo, sus críticos le achacan falta de visión política. “Su equipo es débil, su campaña no tiene tesis y no logra marcar la agenda”, afirma Rubén Aguilar, profesor y exportavoz del presidente Vicente Fox (2000-2006). “Cuesta encontrar en ella materia de jefa de Estado”, dice Zepeda.
López Obrador repite candidatura al frente del Partido de la Revolución Democrática (PRD) tras perder en 2006 por tan solo el 0,56% de los votos frente a Calderón, derrota que nunca aceptó. Ha abandonado su imagen de líder radical y furioso, se ha reconciliado con sus enemigos y emprendido una cruzada por recuperar los valores —su “República del amor”— como solución a los problemas de México. El esfuerzo no ha dado frutos aún. Para Zepeda, su estrategia es equivocada. “No conecta con sus votantes que esperaban un discurso indignado y para otros ese giro de 180 grados parece una simulación”.
La campaña se jugará en televisión y en las redes sociales, cuya influencia es cada vez mayor, con más de 10 millones de tuiteros, lo que puede derivar en un juego de demolición de personalidades. Hasta ahora ninguno de los tres candidatos ha anunciado propuestas concretas y sorprende la ausencia de una aproximación técnica a los problemas de México. Por ello, 48 intelectuales —entre ellos, Sergio Aguayo, Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañeda, Santiago Levy, Carlos Elizondo Mayer-Serra y Roger Bartra— han publicado en la prensa nacional un anuncio urgiendo a los presidenciables a “responder a preguntas centrales para el futuro de México” e invitándoles a un debate en un foro universitario. Les piden su opinión sobre el papel del Ejército en el combate a la violencia, su modelo de reforma laboral y fiscal, las medidas que adoptarán ante los monopolios públicos y privados y la proyección exterior del país, entre otros temas. Ninguno ha respondido de momento.
“Habrá un tsunami de spots que van a costar una millonada cuando los debates son infinitamente menos caros y mucho más provechosos para los ciudadanos. Son la única manera de salir de esta Babel”, afirma el historiador Enrique Krauze, a quien le resulta “escandaloso y lamentable” que tras 12 años de democracia solo hayan sido autorizados dos.
“Esta debería ser la campaña electoral del cómo”, dice Aguilar, “de las soluciones para poner a México en la buena dirección”. “Vivimos una contrarreforma. Nunca fue tan fuerte la presencia de los poderes fácticos, desde el narco a los monopolios, ni tan grande la incapacidad del sistema. De la primavera política de finales de los noventa hemos pasado a un otoño democrático”, concluye Zepeda, recogiendo el desengaño de millones de votantes.
México, El País
El viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI), que dominó la política mexicana durante 70 años, parece tener al alcance de la mano su regreso al poder. Su joven y telegénico candidato a la presidencia en las elecciones del 1 de julio, Enrique Peña Nieto, parte como claro favorito al comenzar el viernes los 90 días de campaña oficial. El ex gobernador del Estado de México, el más poblado de la federación, sale con una ventaja de 15 puntos, según la mayoría de las encuestas, sobre su principal rival, Josefina Vázquez Mota, del Partido Acción Nacional (PAN) —en el poder en los últimos 12 años— y casi del doble sobre el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador.
El PRI busca una victoria por amplia mayoría y el fortalecimiento del presidencialismo, devaluado tras dos sexenios panistas. “De lograrlo, el equipo de Peña Nieto podría imponer el modelo de Putin, acotando los espacios de libertad”, afirma el escritor y periodista Jorge Zepeda, quien sostiene que otra facción del partido, encabezada por el senador Manlio Fabio Beltrones, es partidaria de “una reforma política que relegitime y de estabilidad al sistema”. “Habrá que esperar los resultados para ver qué corriente de opinión se impone”, añade.
Pero la larga y carísima campaña electoral mexicana —hay que sumarle casi seis meses de precampaña oficiosa— aún puede deparar sorpresas. De hecho, los indecisos rondan el 20%. Sin embargo, Peña Nieto ha mantenido la distancia sobre sus adversarios en todo este tiempo y el PRI, que gobierna en 20 de los 32 Estados, se presenta como un partido cohesionado con una maquinaria electoral perfectamente engrasada.
El PRI ha trabajado a fondo sus listas de candidatos —además de a la presidencia, hay elecciones al Congreso y en varios Estados— y preparado un aluvión de vídeos electorales de mucha mayor calidad que sus rivales. El equipo de campaña de Peña Nieto ve en el presidente Felipe Calderón —que no ha parado de inaugurar obras públicas por todo el país en los últimos meses— un enemigo mucho más peligroso que Vázquez Mota. Temen el lanzamiento de misiles por parte de Los Pinos, dosieres que impliquen en casos de corrupción a figuras del partido, y se resienten especialmente de la idea propagada por el Gobierno de que votar PRI significa connivencia con el narco.
Atrás parecen haber quedado los deslices de Peña Nieto —la confusión de autores y obras o ignorar la cuantía del salario mínimo— y la dimisión del presidente del partido, Humberto Moreira, por su implicación en el escándalo de la deuda del Estado de Coahuila cuando era gobernador. “Aquello fue lo mejor que pudo pasarle al PRI porque eliminó la idea de que las elecciones estaban ganadas”, afirma Zepeda, que prevé una campaña de “escaso riesgo” por parte del candidato.
La aspirante del PAN se encuentra estancada en los sondeos. El partido de centroderecha, más de opinión que de militantes, está dividido en algunos Estados y también se ha visto envuelto en casos de corrupción. La herencia de Calderón —las casi 50.000 víctimas de la guerra contra el narco y el incumplimiento de promesas realizadas en 2006, como la creación de empleo— así como la percepción popular de que el PAN ha copiado los defectos del PRI, convirtiéndose en parte del sistema en lugar de representante del cambio, son dos pesados fardos sobre su espalda.
Hasta ahora Vázquez Mota se ha presentado como una política de consenso, identificada con los problemas de la familia media mexicana y ha hecho valer la novedad de ser la primera mujer candidata a presidenta con opciones. Sin embargo, sus críticos le achacan falta de visión política. “Su equipo es débil, su campaña no tiene tesis y no logra marcar la agenda”, afirma Rubén Aguilar, profesor y exportavoz del presidente Vicente Fox (2000-2006). “Cuesta encontrar en ella materia de jefa de Estado”, dice Zepeda.
López Obrador repite candidatura al frente del Partido de la Revolución Democrática (PRD) tras perder en 2006 por tan solo el 0,56% de los votos frente a Calderón, derrota que nunca aceptó. Ha abandonado su imagen de líder radical y furioso, se ha reconciliado con sus enemigos y emprendido una cruzada por recuperar los valores —su “República del amor”— como solución a los problemas de México. El esfuerzo no ha dado frutos aún. Para Zepeda, su estrategia es equivocada. “No conecta con sus votantes que esperaban un discurso indignado y para otros ese giro de 180 grados parece una simulación”.
La campaña se jugará en televisión y en las redes sociales, cuya influencia es cada vez mayor, con más de 10 millones de tuiteros, lo que puede derivar en un juego de demolición de personalidades. Hasta ahora ninguno de los tres candidatos ha anunciado propuestas concretas y sorprende la ausencia de una aproximación técnica a los problemas de México. Por ello, 48 intelectuales —entre ellos, Sergio Aguayo, Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañeda, Santiago Levy, Carlos Elizondo Mayer-Serra y Roger Bartra— han publicado en la prensa nacional un anuncio urgiendo a los presidenciables a “responder a preguntas centrales para el futuro de México” e invitándoles a un debate en un foro universitario. Les piden su opinión sobre el papel del Ejército en el combate a la violencia, su modelo de reforma laboral y fiscal, las medidas que adoptarán ante los monopolios públicos y privados y la proyección exterior del país, entre otros temas. Ninguno ha respondido de momento.
“Habrá un tsunami de spots que van a costar una millonada cuando los debates son infinitamente menos caros y mucho más provechosos para los ciudadanos. Son la única manera de salir de esta Babel”, afirma el historiador Enrique Krauze, a quien le resulta “escandaloso y lamentable” que tras 12 años de democracia solo hayan sido autorizados dos.
“Esta debería ser la campaña electoral del cómo”, dice Aguilar, “de las soluciones para poner a México en la buena dirección”. “Vivimos una contrarreforma. Nunca fue tan fuerte la presencia de los poderes fácticos, desde el narco a los monopolios, ni tan grande la incapacidad del sistema. De la primavera política de finales de los noventa hemos pasado a un otoño democrático”, concluye Zepeda, recogiendo el desengaño de millones de votantes.