México aprende del terremoto de 1985
El país mejoró los sistemas de prevención y acción después de la catástrofe de hace 27 años
México, El País
Al escuchar los testimonios de algunos habitantes del DF que ayer se vieron sacudidos por el terremoto, uno puede creer que están describiendo una escena de película en la que se aproxima una catástrofe de grandes dimensiones: los edificios moviéndose, la tierra temblando, la gente incapaz de caminar por la calle. Sin embargo, las consecuencias fueron menores – apenas una decena de heridos sin gravedad y daños materiales sin mucha importancia– y para nada comparables al terremoto de 1985, que el martes estaba en la cabeza de los mexicanos. Es cierto que el seísmo fue aproximadamente la mitad de intenso que el de 1985. Pero también que la ciudad poco tiene que ver con la que era entonces.
México aprendió muchas lecciones de lo que ocurrió hace 27 años que le han servido para afrontar temblores como el del martes. Después de enfrentarse a miles de muertos, el país tuvo que reconstruirse y no solo arquitectónicamente. “Aquello fue un parteaguas en muchos sentidos”, asegura el doctor Arturo Iglesias Mendoza, investigador del Departamento de Sismología de la UNAM. Entre las cosas que cambiaron está uno de sus objetos de estudio: los códigos de construcción.
Una de las imágenes más impactantes del terremoto del martes fue la de los edificios balanceándose por el temblor del suelo. Ninguno se derrumbó y no ha habido grandes desperfectos. “El reglamento de construcción se modificó después de aquello. Ahora hay muchos más obligaciones que cumplir cuando se levanta un edificio aunque a veces el sistema de verificación no sea muy eficiente”.
Además de modificar los estándares para asegurar que los edificios pueden resistir a los seísmos, uno de los principales avances fue el cambio de mentalidad: “En ese momento fue cuando empezamos a entender que México debía prepararse para escenarios incluso peores a los de un terremoto de 8,2 grados (como el de 1985). Ahora los edificios nuevos deberían resistir hasta casi nueve”, afirma Víctor Hugo Espíndola, del Servicio Simológico Nacional de México.
El cambio de mentalidad al que se hacía referencia el doctor Iglesias Mendoza afectó a todos los niveles de la población. Desde el gobierno se promovió la creación de instituciones que ayudaran a prevenir y mitigar los efectos de una catástrofe natural. Una de las primeras consecuencias fue la creación del Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED). “Es un órgano que nació por el seísmo, pero lo realmente importante es que ahora se encarga también de estudiar los riesgos hidrometeorológicos (inundaciones, ciclones) o químicos. Todos los aspectos que suponen un riesgo”, explica Carlos Gutiérrez Martínez, director de Investigación del CENAPRED. Además de este organismo, también se creó un sistema de Protección Civil. Su titular, Laura Gurza, ha sido la encargada de informar sobre el balance de los daños del martes y sus efectivos han recorrido la ciudad para evaluar los daños.
El otro gran avance fue la información que llega a los ciudadanos. El martes, los mexicanos salieron de sus casas y se reunieron en el centro de la calle, alejándose de posibles riesgos, tal y como dicen los letreros que cuelgan de cada edificio y que explican qué hacer en estos casos. “La población civil ha recibido una serie de conocimientos donde se les explica qué hacer antes, durante y después de una situación así y eso ayuda a reducir los daños”, asegura Gutiérrez. Un ejemplo: a la misma hora en la que se producía el temblor, en el estado de Chiapas se llevaba a cabo el simulacro de un terremoto prácticamente igual al que se produjo.
"Sin duda hay más herramientas que entonces", resume el doctor Arturo Iglesias. "Y no hablo solo de sismógrafos, que también se instalaron después del 85. También de investigadores. Sin duda, muchos miembros de mi generación que nos dedicamos a esto estamos marcados por aquel terremoto".
México, El País
Al escuchar los testimonios de algunos habitantes del DF que ayer se vieron sacudidos por el terremoto, uno puede creer que están describiendo una escena de película en la que se aproxima una catástrofe de grandes dimensiones: los edificios moviéndose, la tierra temblando, la gente incapaz de caminar por la calle. Sin embargo, las consecuencias fueron menores – apenas una decena de heridos sin gravedad y daños materiales sin mucha importancia– y para nada comparables al terremoto de 1985, que el martes estaba en la cabeza de los mexicanos. Es cierto que el seísmo fue aproximadamente la mitad de intenso que el de 1985. Pero también que la ciudad poco tiene que ver con la que era entonces.
México aprendió muchas lecciones de lo que ocurrió hace 27 años que le han servido para afrontar temblores como el del martes. Después de enfrentarse a miles de muertos, el país tuvo que reconstruirse y no solo arquitectónicamente. “Aquello fue un parteaguas en muchos sentidos”, asegura el doctor Arturo Iglesias Mendoza, investigador del Departamento de Sismología de la UNAM. Entre las cosas que cambiaron está uno de sus objetos de estudio: los códigos de construcción.
Una de las imágenes más impactantes del terremoto del martes fue la de los edificios balanceándose por el temblor del suelo. Ninguno se derrumbó y no ha habido grandes desperfectos. “El reglamento de construcción se modificó después de aquello. Ahora hay muchos más obligaciones que cumplir cuando se levanta un edificio aunque a veces el sistema de verificación no sea muy eficiente”.
Además de modificar los estándares para asegurar que los edificios pueden resistir a los seísmos, uno de los principales avances fue el cambio de mentalidad: “En ese momento fue cuando empezamos a entender que México debía prepararse para escenarios incluso peores a los de un terremoto de 8,2 grados (como el de 1985). Ahora los edificios nuevos deberían resistir hasta casi nueve”, afirma Víctor Hugo Espíndola, del Servicio Simológico Nacional de México.
El cambio de mentalidad al que se hacía referencia el doctor Iglesias Mendoza afectó a todos los niveles de la población. Desde el gobierno se promovió la creación de instituciones que ayudaran a prevenir y mitigar los efectos de una catástrofe natural. Una de las primeras consecuencias fue la creación del Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED). “Es un órgano que nació por el seísmo, pero lo realmente importante es que ahora se encarga también de estudiar los riesgos hidrometeorológicos (inundaciones, ciclones) o químicos. Todos los aspectos que suponen un riesgo”, explica Carlos Gutiérrez Martínez, director de Investigación del CENAPRED. Además de este organismo, también se creó un sistema de Protección Civil. Su titular, Laura Gurza, ha sido la encargada de informar sobre el balance de los daños del martes y sus efectivos han recorrido la ciudad para evaluar los daños.
El otro gran avance fue la información que llega a los ciudadanos. El martes, los mexicanos salieron de sus casas y se reunieron en el centro de la calle, alejándose de posibles riesgos, tal y como dicen los letreros que cuelgan de cada edificio y que explican qué hacer en estos casos. “La población civil ha recibido una serie de conocimientos donde se les explica qué hacer antes, durante y después de una situación así y eso ayuda a reducir los daños”, asegura Gutiérrez. Un ejemplo: a la misma hora en la que se producía el temblor, en el estado de Chiapas se llevaba a cabo el simulacro de un terremoto prácticamente igual al que se produjo.
"Sin duda hay más herramientas que entonces", resume el doctor Arturo Iglesias. "Y no hablo solo de sismógrafos, que también se instalaron después del 85. También de investigadores. Sin duda, muchos miembros de mi generación que nos dedicamos a esto estamos marcados por aquel terremoto".