Fukushima lucha contra la radiación
La contaminación de la central nuclear dañada por el terremoto que hace un año sacudió el noreste de Japón se extiende más allá de la zona de exclusión
Fukushima, El País
El tambor resuena con un ritmo pausado. El aire es fresco. La nieve cubre el patio rodeado de edificios de tejados curvos. Una sensación de paz envuelve el templo budista Jeonji, situado en la falda de la montaña en las afueras de Fukushima. Pero en este lugar de silencio y meditación ya no solo hay sitio para la oración y el recogimiento. El monje zen Koyu Abe libra una batalla contra la radiactividad que desde el terremoto y el tsunami del 11 de marzo del año pasado se escapa de la central nuclear de Fukushima 1.
Abe ha emprendido una cruzada contra la radiación, en respuesta a lo que considera la desidia del Gobierno local. El valle, dominado por lo que solían ser fértiles campos de arroz, está a unos 50 kilómetros de la planta dañada, pero la contaminación en algunos puntos es mucho más alta que la que existe en muchas partes de la zona de exclusión de 20 kilómetros alrededor de la central e incluso en esta. Son los llamados hotspots, puntos calientes creados al ser diseminada la radiactividad por el viento y la nieve y que suponen un riesgo para la salud de los habitantes.
Un total de 80.000 personas fueron forzadas a evacuar sus pueblos en torno a la planta de Fukushima después de que se produjeran varias explosiones y fusiones en los reactores, desencadenando la peor crisis nuclear que ha sufrido el mundo desde Chernóbil, en 1986. Pero muchas otras continúan viviendo en zonas donde, según algunos académicos y grupos de voluntarios, los niveles de radiación son altos.
Abe se calza unas botas de caucho, sube al coche y conduce hasta una estrecha carretera a unos minutos del templo. Detiene el vehículo en el arcén, se enfunda unos guantes y coloca un dosímetro sobre la tierra. El detector comienza a emitir pitidos, marca 46,5 microsieverts a la hora.
Aunque disminuye rápidamente cuando se aleja el aparato del suelo, es un valor extremadamente alto. “No podemos permanecer mucho tiempo aquí”, dice mientras regresa al coche. “Por esta carretera pasan niños camino del colegio y las autoridades no hacen nada. Ni siquiera miden los niveles. Es imposible limpiar esto. La única posibilidad es extraer la tierra hasta un metro de profundidad y llevarla a otro sitio”, dice.
Alguien que se viera expuesto continuamente a este nivel de radiación alcanzaría en menos de un día la dosis máxima anual acumulada recomendada por la Comisión Internacional de Protección Radiológica. Se considera que una dosis de 100 milisieverts al año es el umbral a partir del cual es evidente el incremento del riesgo de sufrir cáncer.
Abe ha organizado un grupo de voluntarios que miden la radiactividad y han encontrado varios puntos calientes en diferentes zonas alrededor de la ciudad. En algunos sitios, han sacado la tierra con excavadoras, que luego depositan en un terreno perteneciente al templo. En él, se acumulan decenas de barriles azules llenos con bolsas de tierra contaminada. El monje abre la tapa de uno de los depósitos e introduce el dosímetro. Señala 23,45 microsieverts a la hora.
Los voluntarios han trazado un mapa con los puntos calientes. Uno de ellos se encuentra junto a un gimnasio en el centro de la ciudad. Abe conduce el coche hasta el aparcamiento de la instalación deportiva y sitúa el medidor en un par de lugares donde se ha acumulado el agua de la nieve. “Los niños suelen jugar aquí”, dice. El aparato marca valores superiores a 12 microsieverts a la hora. “Hoy el nivel es más bajo debido al efecto de dilución del agua. Informamos a las autoridades de nuestras mediciones, pero no hacen nada”, afirma. Abe ha llegado a encontrar puntos con 60 y 80 microsieverts a la hora. El grupo realiza también labores educativas para promover el conocimiento científico sobre la radiactividad, y cuando detectan un lugar con altos niveles de contaminación advierten a los niños que no vayan a jugar allí.
Abe explica que acumulan la tierra en la colina detrás del templo porque ni el Gobierno local ni Tokyo Electric Power (Tepco), la empresa propietaria de la nuclear, ayudan con la limpieza. “El problema de la radiactividad es que no se ve, pero está ahí. Muchos se preguntan si pueden seguir viviendo aquí, pero el Gobierno dice que es seguro. Cómo podemos creerlo cuando ni siquiera hacen mediciones. Están poniendo en peligro la vida de la gente”.
El verano pasado, Abe plantó y distribuyó girasoles y otras plantas que contribuyen a eliminar la radiación. Pero cree que no es seguro vivir en Fukushima y que “si fuera posible, habría que decir a la población que se fuera, limpiar y que luego regresaran”.
En el Gobierno de Fukushima, un portavoz que no da su nombre explica que los vecinos pueden llamar para solicitar en todo momento mediciones de radiactividad. “Hemos comprobado el nivel en mil puntos delante de los residentes. Además, controlamos regularmente lugares públicos tales como escuelas primarias, oficinas, gimnasios y los parques donde juegan los niños”, afirma. También asegura que una vez que es descontaminado un lugar anuncian oficialmente los datos.
Yoichi Tao, un experto nuclear en la Universidad Kogakuin, en Tokio, coincide en que las autoridades no realizan suficientes mediciones. “En Itate (un pueblo 40 kilómetros al noroeste de la central), el Gobierno solo registra datos una vez al día y en muy pocos puntos", dice Tao, que ha creado una asociación para ayudar a los habitantes de esta localidad. En abril del año pasado, las autoridades ordenaron a los alrededor de 6.000 vecinos de Itate que evacuaran el pueblo —a pesar de que se encuentra fuera de la zona de exclusión de 20 kilómetros—, debido a los altos niveles de radiactividad. La práctica totalidad de la gente lo hizo, y casi un año después siguen sin poder regresar a sus hogares, en medio de una frustración creciente. “Nosotros estamos midiendo por todo el término municipal, en algunos lugares 24 horas al día. Hemos encontrado puntos con 60 a 80 microsieverts a la hora en la superficie del suelo y la media es de 10 a 20 microsieverts. La gente en el Gobierno son solo burócratas sentados en el Parlamento. Deberían ir a ver la realidad. Todo el mundo debería visitar la zona. La catástrofe de Fukushima no es un problema únicamente de Japón”.
De vuelta en el templo, Abe dice que la limpieza de la tierra se intensificará esta primavera, cuando espera contar con varios centenares de voluntarios. La financiación llega, según afirma, de donaciones recibidas de templos de todo Japón. “El Gobierno debería simplemente mirar las cosas con los mismos ojos que la gente normal, ser honesto y hacerse cargo de todo el proceso de descontaminación”. En el exterior, la tarde cae sobre el valle en silencio.
Fukushima, El País
El tambor resuena con un ritmo pausado. El aire es fresco. La nieve cubre el patio rodeado de edificios de tejados curvos. Una sensación de paz envuelve el templo budista Jeonji, situado en la falda de la montaña en las afueras de Fukushima. Pero en este lugar de silencio y meditación ya no solo hay sitio para la oración y el recogimiento. El monje zen Koyu Abe libra una batalla contra la radiactividad que desde el terremoto y el tsunami del 11 de marzo del año pasado se escapa de la central nuclear de Fukushima 1.
Abe ha emprendido una cruzada contra la radiación, en respuesta a lo que considera la desidia del Gobierno local. El valle, dominado por lo que solían ser fértiles campos de arroz, está a unos 50 kilómetros de la planta dañada, pero la contaminación en algunos puntos es mucho más alta que la que existe en muchas partes de la zona de exclusión de 20 kilómetros alrededor de la central e incluso en esta. Son los llamados hotspots, puntos calientes creados al ser diseminada la radiactividad por el viento y la nieve y que suponen un riesgo para la salud de los habitantes.
Un total de 80.000 personas fueron forzadas a evacuar sus pueblos en torno a la planta de Fukushima después de que se produjeran varias explosiones y fusiones en los reactores, desencadenando la peor crisis nuclear que ha sufrido el mundo desde Chernóbil, en 1986. Pero muchas otras continúan viviendo en zonas donde, según algunos académicos y grupos de voluntarios, los niveles de radiación son altos.
Abe se calza unas botas de caucho, sube al coche y conduce hasta una estrecha carretera a unos minutos del templo. Detiene el vehículo en el arcén, se enfunda unos guantes y coloca un dosímetro sobre la tierra. El detector comienza a emitir pitidos, marca 46,5 microsieverts a la hora.
Aunque disminuye rápidamente cuando se aleja el aparato del suelo, es un valor extremadamente alto. “No podemos permanecer mucho tiempo aquí”, dice mientras regresa al coche. “Por esta carretera pasan niños camino del colegio y las autoridades no hacen nada. Ni siquiera miden los niveles. Es imposible limpiar esto. La única posibilidad es extraer la tierra hasta un metro de profundidad y llevarla a otro sitio”, dice.
Alguien que se viera expuesto continuamente a este nivel de radiación alcanzaría en menos de un día la dosis máxima anual acumulada recomendada por la Comisión Internacional de Protección Radiológica. Se considera que una dosis de 100 milisieverts al año es el umbral a partir del cual es evidente el incremento del riesgo de sufrir cáncer.
Abe ha organizado un grupo de voluntarios que miden la radiactividad y han encontrado varios puntos calientes en diferentes zonas alrededor de la ciudad. En algunos sitios, han sacado la tierra con excavadoras, que luego depositan en un terreno perteneciente al templo. En él, se acumulan decenas de barriles azules llenos con bolsas de tierra contaminada. El monje abre la tapa de uno de los depósitos e introduce el dosímetro. Señala 23,45 microsieverts a la hora.
Los voluntarios han trazado un mapa con los puntos calientes. Uno de ellos se encuentra junto a un gimnasio en el centro de la ciudad. Abe conduce el coche hasta el aparcamiento de la instalación deportiva y sitúa el medidor en un par de lugares donde se ha acumulado el agua de la nieve. “Los niños suelen jugar aquí”, dice. El aparato marca valores superiores a 12 microsieverts a la hora. “Hoy el nivel es más bajo debido al efecto de dilución del agua. Informamos a las autoridades de nuestras mediciones, pero no hacen nada”, afirma. Abe ha llegado a encontrar puntos con 60 y 80 microsieverts a la hora. El grupo realiza también labores educativas para promover el conocimiento científico sobre la radiactividad, y cuando detectan un lugar con altos niveles de contaminación advierten a los niños que no vayan a jugar allí.
Abe explica que acumulan la tierra en la colina detrás del templo porque ni el Gobierno local ni Tokyo Electric Power (Tepco), la empresa propietaria de la nuclear, ayudan con la limpieza. “El problema de la radiactividad es que no se ve, pero está ahí. Muchos se preguntan si pueden seguir viviendo aquí, pero el Gobierno dice que es seguro. Cómo podemos creerlo cuando ni siquiera hacen mediciones. Están poniendo en peligro la vida de la gente”.
El verano pasado, Abe plantó y distribuyó girasoles y otras plantas que contribuyen a eliminar la radiación. Pero cree que no es seguro vivir en Fukushima y que “si fuera posible, habría que decir a la población que se fuera, limpiar y que luego regresaran”.
En el Gobierno de Fukushima, un portavoz que no da su nombre explica que los vecinos pueden llamar para solicitar en todo momento mediciones de radiactividad. “Hemos comprobado el nivel en mil puntos delante de los residentes. Además, controlamos regularmente lugares públicos tales como escuelas primarias, oficinas, gimnasios y los parques donde juegan los niños”, afirma. También asegura que una vez que es descontaminado un lugar anuncian oficialmente los datos.
Yoichi Tao, un experto nuclear en la Universidad Kogakuin, en Tokio, coincide en que las autoridades no realizan suficientes mediciones. “En Itate (un pueblo 40 kilómetros al noroeste de la central), el Gobierno solo registra datos una vez al día y en muy pocos puntos", dice Tao, que ha creado una asociación para ayudar a los habitantes de esta localidad. En abril del año pasado, las autoridades ordenaron a los alrededor de 6.000 vecinos de Itate que evacuaran el pueblo —a pesar de que se encuentra fuera de la zona de exclusión de 20 kilómetros—, debido a los altos niveles de radiactividad. La práctica totalidad de la gente lo hizo, y casi un año después siguen sin poder regresar a sus hogares, en medio de una frustración creciente. “Nosotros estamos midiendo por todo el término municipal, en algunos lugares 24 horas al día. Hemos encontrado puntos con 60 a 80 microsieverts a la hora en la superficie del suelo y la media es de 10 a 20 microsieverts. La gente en el Gobierno son solo burócratas sentados en el Parlamento. Deberían ir a ver la realidad. Todo el mundo debería visitar la zona. La catástrofe de Fukushima no es un problema únicamente de Japón”.
De vuelta en el templo, Abe dice que la limpieza de la tierra se intensificará esta primavera, cuando espera contar con varios centenares de voluntarios. La financiación llega, según afirma, de donaciones recibidas de templos de todo Japón. “El Gobierno debería simplemente mirar las cosas con los mismos ojos que la gente normal, ser honesto y hacerse cargo de todo el proceso de descontaminación”. En el exterior, la tarde cae sobre el valle en silencio.