Nacional B boliviano: Wilstermann despilfarró una victoria trascendental


José Vladimir Nogales
El fútbol suele tener ironías. Puede transformar, sin mayor trámite, un ángel en demonio, olvidar abruptamente la heroica gesta de un prócer y condenarlo al patíbulo por la vulgaridad de un error. En menos de una semana, Carlos Vargas sufrió esa drástica metamorfosis. De ser el salvador de Wilstermann, con su agónico gol contra Petrolero de Yacuiba, pasó a ser satanizado por dos imperdonables groserías que tuvieron catastrófico efecto en el resultado (1-1) frente a Destroyers, impidiendo que los rojos se quedasen con tres fundamentales unidades. Con seguridad, Wilstermann lamentará más adelante tamaño despilfarro, cuando haga cuentas y, en el balance, le falten los puntos que dejó escapar.

En una austera coyuntura, plagada de urgencias y sin recursos para satisfacerlas, Vargas malversó los escuálidos ahorros.

La ausencia de aptitud ofensiva dificultaba la empresa de puntuar en el Tahuichi. Pero la baja más notable en Wilstermann era intuida por todos antes del comienzo. La ausencia de Ronald Arana (sumada a la de Daniel Garzón), además de suponer un quebradero de cabeza para Chacior (lo intentó solucionar con el joven Gustavo León), infectó a la sala de máquinas, instalando temor por la seguridad del sostén defensivo. A este vital contratiempo hay que añadir la carencia de volantes creadores (sin Gianakis Suárez, el único disponible era Ítalo y se quedó en el banquillo) y en extensión a la falta de puntería de un equipo sobrepasado en la primera mitad por la infecunda posesión de Destroyers. Mucha tenencia y poco daño.

El desarrollo de la brega no sorprendió a nadie. Como era de esperar, Destroyers tomó la posesión del balón, cosa que no agobió para nada a un Wilstermann que, pese a resignar espacio, desde temprano se dedicó a tareas de demolición con un juego aguerrido y ordenado en las labores de presión, pero resignando posibilidades arriba. Fueron unos primeros minutos de hermetismo, sin que Destroyers supiera resquebrajar el orden visitante. Se buscó a Cuellar para fisurar la última línea roja pero el escalonamiento defensivo dejó claro desde el principio que su cometido era comprimir la marca y cerrar caminos. Muchas veces las maniobras fueron más resultado del tumulto que del la rigidez mecánica de su funcionamiento.

Cerradas las vías de acceso al área, desactivados Vaca y Torrico y cortada la línea de pase que podía ofrecer Lacava, el trabajo destructivo de Wilstermann se hizo más asequible. Destroyers se rompía la cabeza para llegar hasta la línea de ataque y la visita bloqueaba todo, aunque sin contar con alguien que aguantase el balón y desahogase a la retaguardia. El equipo rojo crecía por momentos a la vez que el protagonismo de Destroyers menguaba, fruto de la impotencia de no producir algo futbolísticamente valorable con la pelota. Mucho yerro, excesivo traslado, circulación infecunda. Gobernó la nada en una primera etapa sin historia.

El escaso vuelo ofensivo de los rojos (el pelotazo para los puntas constituyó su única fórmula) tuvo inmerecido premio a poco de reanudado el juego gracias al gol de Richard Rojas. En la jugada se vieron más los pecados de Destroyers (flojo en el bloqueo y desorientado en la marca) que las virtudes de Wilstermann (la intuición del rematador para visualizar la oportunidad que brindaría la coyuntura). Sólo un pase de Collantes desde la raya desnudó todas las carencias de la pareja de centrales del local. Rojas entró sin preguntar hasta la cocina y, sin hueco aparente, cruzó el balón ante la estéril estirada de Corradin

Si Wilstermann se agarró, y con resultados fiables, a la intensidad de sus futbolistas para resistir los embates de un rival poco peligroso, Destroyers no abandonó sus creencias en las bondades de la posesión. Al golpe asestado por el centrocampista rojo se le hizo frente con intensidad y hegemónico control de pelota y espacios, pero se achacó a la ineficacia de los atacantes lo que, en realidad, no generaba el colectivo.

El despliegue físico de los futbolistas cruceños supuso un repliegue desordenado de las tropas forasteras a campo propio. Wilstermann contraatacó avanzando las suyas pero le faltó la contundencia necesaria para liquidar un partido trascendental para el futuro de ambos.

Con un Destroyers regalado atrás, Wilstermann dispuso de tierra fértil para progresar en estampida hasta las vecindades de Corradín. Sin embargo, fueron pocas la réplicas que fue capaz de montar. En primer lugar, porque su juego de contención fue más de interrupción (rechazo puro y banal) que de recuperación (quite y tenencia). Y, segundo, porque las pocas pelotas destinadas al contragolpe fueron pobremente utilizadas. Los fallos más clamorosos fueron los de Carlos Vargas (reemplazante de un Olmedo inexpresivo), a quien sus infantiles fallos en la definición le costaron su áurea de héroe. En la primera que tuvo, con una amplia llanura como escenario, apuró el disparo. La distancia (superior a los 20 metros) impedía una resolución certera, salvo que tuviera en los pies el cañón de Roberto Carlos. Y como esa insigne arma se exhibe en algún museo ruso, Vargas quedó en ridículo. Su patada, torpe y mordida, no excedió la potencia que imprime una vulgar onda artesanal para acabar con la existencia de pájaros garrapateros. En la segunda, más clamorosa y no menos ridícula, Vargas encaró a Corradín, pero se hizo un nudo en las piernas y, además de patentizar la cruda diferencia entre los delanteros de élite y los del montón, disparó con la flacidez de un aprendiz. Y, como suele ser ley en el fútbol, aquellos groseros fallos tuvieron "efecto búmerang" en la red de Wilstermann. Cuando el cuadro rojo pudo liquidar una batalla que, desde la mediocridad conjunta, parecía inerte, Destroyers encontró (en la pelota parada, gentilmente cedida por la incombustible torpeza de Carballo) la buscada paridad. Carballo perdió su marca en un corner y el golero Machado quedó a mitad de camino. Cuéllar, delantero sagaz, impactó de cabeza, 1-1 en 88 minutos. De ahí al final fue puro padecimiento para los rojos. Salieron a la luz todas sus inseguridades y lo más oscuro de sus temores ancestrales, que bien pudieron materializarse en un penal cometido por Carballo y obviado por el juez Jordán.

Wilstermann, que desempolvaba su licencia para volver a Primera, debió guardarla y rogar a los dioses del fútbol por la bendición de vientos favorables (que gane Universidad y ganar en la última fecha). Destroyers perdió la suya. En realidad nunca tuvo fútbol para tramitar otra.

Destroyers: Wagner Coradín, Andersen, Carlos Escalante, Mauro Zanotti, Ulises Morón (Castro), Noé Siles (Molina), Daniel Lacaba, Jorge Torrico, Antonio Vaca, Élder Cuéllar, Gróber Cuéllar.

Wilstermann: Mauro Machado, Nicol Taboada, Marcelo Carballo, Gustavo León, Diego Bengolea, Richard Rojas, Luis Carlos Paz (C. Machado), Diego Villarroel (Hinojosa), Francisco Rodríguez, Jesús Collantes, Pablo Olmedo.

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