Cazorla silencia el Bernabéu
Madrid, As
Real Madrid y Málaga regalaron un encuentro de esos que se disfrutan de principio a fin, agotador por el ritmo al que se vivió, por ese continuo ir y venir. En un partido intenso y emocionante hasta el final, los dos pusieron las cartas boca arriba de inicio y se dispusieron a resolver el duelo a campo abierto, pero en vez de intercambiar golpes se retaron con un pincel en la mano para dibujar sobre el césped una respuesta a las obras pintadas por el rival.
Entre los dos crearon una obra preciosa, de esas que entra por los ojos y uno nunca se cansa de disfrutar. Hasta casi el final, la diferencia no había estado ni en el trazo, ni en los colores elegidos, fue simplemente en la habilidad para poner la firma. Y ese arte, pocos lo dominan como el Madrid. El Málaga puso la música durante la mayor parte de la velada y el Madrid, más pragmático, se dispuso a cobrar los derechos de autor. Se vio con el dinero en el bolsillo, con los tres puntos ganados, hasta que en el tiempo añadido apareció Cazorla para transformar una falta de forma magistral y cerrar así un duelo de altos vuelos.
Al Madrid, que ya no parece tan fresco físicamente, le abandonó esta vez la pegada, ese golpe demoledor con el que tumba rivales y gana partidos. El alto rendimiento ofrecido por Cristiano y Benzema no fue suficiente. Como tampoco estuvieron de su lado las decisiones del árbitro, Ayza Gámez, que no señaló un penalti de Camacho a Marcelo cuando en el marcador mandaba el 1-0.
El Madrid apareció de inicio con ese aire distraído que le ha invadido de repente, extrañamente desaliñado y como si el inicio del partido le hubiera encontrado a medio vestir. Nunca estuvo a gusto, como si sus jugadores tuvieran las botas cambiadas de pie. La culpa fue tanto de los desajustes que atacan al Madrid, y que le han convertido en un equipo demasiado largo, previsible, asustadizo atrás y poco lúcido en el centro del campo, como del Málaga, que exhibió sus enormes virtudes en la elaboración.
El equipo de Manuel Pellegrini se presentó en el Bernabéu con un tremendo descaro, dispuesto a exprimir al máximo sus virtudes en la elaboración, su facilidad para crear, pero acabó condenado por su débil pegada, por su incapacidad para traducir en gol cualquier jugada, por más brillante que fuera.
Cazorla, Isco y Joaquín formaron una línea de creación de altos vuelos, capaz de construir acciones de enorme brillantez. Especialmente inspirado estuvo Joaquín, que jugó vestido de smoking, con una varita mágica en la mano y retrató a Kaká cada vez que encaró al brasileño, al que llegó a hacer un verdadero lío en las piernas. Detrás de ellos, Camacho y Demichelis ejercieron de diques de contención, aunque por momentos les costó controlar sus impulsos, mientras que Welligton, magnífico y que sobrevivió a un choque brutal con Cristiano, fue el líder de una defensa que sólo se despistó una vez, suficiente para que Cristiano conectara con Benzema para fabricar el gol del Madrid.
Al juego colectivo del Málaga sólo fue capaz de responder Cristiano, muy activo, rapidísimo y generoso. De nuevo se vio a ese futbolista que sabe poner sus virtudes al servicio del grupo. No encontró ningún socio hasta que Mourinho se decidió a retirar al errático Kaká para dar entrada a Callejón. El movimiento situó a este en la banda derecha y empujó a Özil hasta el centro, justo por detrás de Benzema y mucho más cerca de Cristiano. A partir de ahí el partido fue otro. Özil, más liberado, comenzó a inventar y las ocasiones se multiplicaron a favor del Madrid, que recuperó la inspiración.
Si hasta entonces el Málaga había disfrutado con la posesión del balón, desde que Özil formó sociedad con Cristiano cada ataque del Madrid fue casi una ocasión de gol. Unas las malgastaron y otras las anuló Caballero, que lució reflejos y agilidad. La verticalidad del Madrid empezó a ahogar a un Málaga al que no mejoraron nada los cambios. La salida de Van Nistelrooy, Eliseu y Seba por Rondón, Isco y Joaquín pareció dejar al Málaga sin esa inspiración que le había acompañado, pero, curiosamente, fue ahí cuando encontró el premio a su fútbol. Nació todo en una falta cometida por Granero, sustituto de Özil, y que, como ya ha quedado apuntado, convirtió Cazorla de forma brillantísima. Fue la última pincelada genial de una gran obra.