Por qué en Brasil todo es gigante menos los bikinis
Por: Juan Arias
La Amazonia con sus rios gigantes
Los minimalistas que no vengan a Brasil. Aquí todo es grande, superlativo. El “menos es más” no es la filosofía de estos trópicos. Aquí todo es gigantesco, hiperbólico. Hijo de este estilo brasileño de abundancia, lo es como ninguno, el extornero y expresidente de la República, Lula da Silva, cuyo lema era que en Brasil todo es mayor que en el resto del mundo.
Característico de la política de Lula es el superlativo: “Nunca antes en la historia de este país”, era su frase favorita ante lo que acontecía en su gobierno. Conoce como nadie esa mayusculonidad del brasileño y llegó a pedir a las fábricas de condones que los hicieron mayores porque, a su parecer, “resultaban pequeños para los brasileños”.
Se dice que los niños italianos nacen con el arte en sus cromosomas porque en cuanto abren los ojos no ven a su alrededor más que arte. Según la ONU, en efecto, el país de Dante posee hoy el 36% del arte del mundo. De los niños brasileños se podría decir que nacen con el sentido de la inmensidad en sus ojos.
Inmensas son sus plantas y árboles, algunos los mayores de la Tierra. La famosa estrella de Navidad, en nuestros tiestos de Nochebuena aquí es un árbol frondoso. Inmensas son sus selvas. Sóla lo Amazonia tiene siete mil kilómetros cuadrados y sus playas vírgenes ocho mil. Y Brasil posee la friolera de 436.000 especies de plantas y la mayor biodiversidad del Planeta.
El árbol mayor de Brasil (Samaúma)
Sus plantaciones de soja se pierden en el horizonte como sus rebaños de ganado. Son enormes los animales. Aquí nuestras mariposas tienen dos nombres: la borboleta, que es las mariposa diurna con sus colores infinitos, y mariposa, las de la noche, parda, capaz de cubrirte la cara. Nunca olvidaré una noche que dormí en Mato Grosso, en la pequeña ciudad de São Felix de Araguaya, donde era obispo el famoso Pedro Casaldaliga, un verdadero santo. Me tumbé a dormir, junto con otros ocho periodistas en unos barracones donde solían descansar los campesinos cuando veían a escuchar sus charlas. Eran jergones viejísimos de hojas de maíz. No había luz. Mientras dormía, sentí que un bicho se había posado en mi cara cubriéndola por completo. Di un salto y busqué mi pequeña linterna. Pude ver por primera vez aquella mariposa gigante que más bien parecía un pajarraco.
Mariposa nocturna
Ahora ya me he acostumbrado a ver lagartos de más de un metro y a tener que parar el coche para dejar atravesar una boa con su paso lento y majestuoso. Y no vivo en la Amazonia. Vivo aquí, a dos pasos de Rio, en la playa. Jiboia (boa)
Cuando llegué a Brasil van a hacer ahora 14 años, lo que más me chocó fue ver los letreros totalmente desproporcionados de las tiendas, generalmente mayores que la misma tienda. Cuando escriben, los brasileños suelen hacerlo con letras grandes, muchas veces con mayúsculas.
Aquí prácticamente no existen periódicos tabloide, son todos de esos que no puedes abrirlos en un autobús o en el metro. Es superlativa la burocracia, los títulos de los diputados, senadores y jueces. Se usa muy poco el tu.
Son gigantescos sus carnavales: los de los sambódromos y los de la calle. Este año en el de Bola Preta desfilaron en Rio dos millones y medio de personas, en paz y masticando la fiesta.
Desfile de Bola Preta en Rio ( 2.5 millones de personas)
Es grande, aquí la generosidad y grande aún la pobreza. Enormes las diferencias sociales; inmenso el número de diputados, de partidos, de concejales (acaban de autorizar siete mil más) de empleados en las tiendas. He visto hasta diez en un pequeño comercio de pueblo que vendía ropa de cama y 24 en un bar del mismo pueblo.
Es inmensa la simpatía en las tiendas. Hasta te indican donde puedes encontrar lo mismo más barato. Nunca tienen prisa. Mi hija, aquí de vacaciones, en una de esas tiendas no aguantó más y les dijo: “¿Pero aquí son todos siempre tan amables como ustedes?”. Lo son.
Inmensas sus carencias e inmensas sus posibilidades.
Son enormes los intereses que hay que pagar a los bancos: hasta el 140% anuales si te pasas en la tarjeta de crédito. Y enormes los intereses que te pagan por tu dinero depositado: un 11%. Es grande la creatividad de estas gentes. Se las arreglan como pueden para salir adelante y ganarse un dinero: venden cosas en la calle, abren un bar al abierto en la puerta de casa, venden ropa que van a comprar a los mercadillos de la región y hasta en Paraguay.
Es superlativa su resignación: no se desesperan ante las tragedias. Cuando estas explotan, nunca he visto escenas espectaculares de llanto, maldiciones a los políticos. Sólo exponen sus llagas con una atávica resignación. En las filas de kilómetros atrapados en el tránsito de las carreteras, lo mismo. A veces hasta bromean.
Es grande la exposición y la importancia que se le da al cuerpo, que para ellos no es vista sólo como erotismo. También su sexualidad es exuberante siempre. Y ahora llego a los bikinis, lo único mínimo en este país. Aquí nació el famoso bikini llamado ‘hilo dental”, para dejar bien a la vista esa reina de los brasileños que es la “bunda”, simpática palabra de origen africano, casi objeto de culto.
Los bikinis, que a pesar de atraer por su estética y colorido a las mujeres europeas, acaban no comprándolos porque dicen: “Eso yo no me lo puedo poner en España”. Demasiado invisibles.
Es lo único pequeño en Brasil porque necesitan exponer el máximo de su cuerpo como algo natural heredado quizás de sus raíces indígenas y africanas más que europeas. Y el bikini es eso, es nada. Es más un símbolo. ¿Entonces por qué en Brasil las mujeres no pueden aún ir a la playa con los pechos al aire? Muy sencillo: porque esos bikinis minimalistas son muchos más sexuales así, dejando ver y no ver. Son más eróticos.
Y para acabar, también la política y la justicia son hiperbólicas, complicadas con más de 40 partidos. Son desorbitados las diferencias de sueldos que pueden llegar hasta a 140 veces de diferencia entre, por ejemplo un diputado y un maestro de escuela.
Son inmensas las riquezas de Brasil: sus yacimientos de petroleo y minerales, su ganadería que se mide por millones de cabezas, sus plantaciones de miles de hectáreas de cereales. Es todo tan grande que hay una ley que hasta cien hectáreas de tierra no tienes ni que justificarlas. Es una nimiedad. Aquí, uno que se respete debe tener una finca por lo menos de mil hectáreas. Qué menos.
Inmensas sus carencias e inmensas sus posibilidades.
Inmensa también la destrucción de la selva
No existe nada que quepa en una caja de cerillas ni nada tan grande capaz de crear admiración.
Ah, sí, menor aún que los bikinis, es en Brasil la ausencia de soledad. En la calle, en el autobús, en cualquier lugar puedes hablar con el mayor desconocido como si fuera tu viejo amigo que acabas de encontrar. Y todos te saludan al pasar.
Esa sensación de no soledad es quizás lo más gigantesco de Brasil. Es eso lo que más he apreciado desde que puse pie en esta tierra de contrastes. También ellos enormes.