El Partido Republicano se juega en las primarias su forma de hacer política
Iowa vive el primer episodio de la carrera hacia las elecciones presidenciales del próximo noviembre con una lucha entre el extremismo derechista y el pragmatismo
Washington, El País
Con el comienzo de las primarias en Iowa, el Partido Republicano elige algo más que un candidato presidencial. Tiene que decidir también entre su inclinación ideológica hacia el extremo conservadurismo o el pragmatismo que se requiere para recuperar la Casa Blanca. El favorito en todas las encuestas, Mitt Romney, no representa el espíritu actual de la derecha norteamericana, mucho más impetuosa e intransigente que el ex gobernador de Massachusetts, pero reúne las mejores condiciones para disputarle la presidencia a Barack Obama.
Estas elecciones llegan en un delicado momento de definición para los republicanos. Desbordado por la vitalidad del Tea Party tras su derrota en 2009, el partido de la oposición dejó su recuperación en manos de ese movimiento populista y ultra que le dio la victoria en las legislativas de 2010 y le devolvió la fe y la energía para impedir una era de predominio demócrata.
Liderados por el Tea Party, los republicanos consiguieron detener la agenda legislativa de Obama en el Congreso, anularon desde muy pronto el impulso reformista del presidente e incluso ganaron la iniciativa política durante buena parte de los dos últimos años.
A cambio de ese éxito, el establishment tradicional del partido perdió peso en la conducción de la estrategia, se desvaneció su imagen de seriedad y responsabilidad, y los políticos republicanos empezaron a ser vistos como aventureros sin escrúpulos más que como gente de orden y buen gobierno.
Como consecuencia de esa transformación, el Partido Republicano llega a sus primarias sin un solo candidato de peso y, por supuesto, nadie que sea capaz de aglutinar las nuevas fuerzas del Tea Party con la línea tradicional. Un puñado de figuras de segunda fila (Michele Bachmann, Ron Paul, Rick Perry, Rick Santorum) se disputa el cetro del conservadurismo, mientras que Romney intenta confirmarse como un candidato de conciliación que, después de muchos años de actuar como moderado y centrista, intenta ahora negar su pasado para ganarse las bendiciones de la extrema derecha.
Un poco en tierra de nadie queda Newt Gingrich, quien sí es un político experimentado, pero con tan tormentosa personalidad y tan controvertido historial político y personal, que hasta sus propios seguidores admiten que su designación sería entregarle a Obama la presidencia en bandeja de plata. Gingrich busca el respaldo conservador, y alcanzó notoriedad a finales del siglo pasado con el éxito de su revolución conservadora. Pero, más que conservador, Gingrich es de Gingrich, imprevisible y arrogante.
En la esquina izquierda, olvidado por el público y los periodistas está Jon Huntsman, este sí, un verdadero moderado cuya presencia en esta carrera sirve para recordar que aún queda algo del viejo partido de Abraham Lincoln, pero a quien es muy difícil que los votantes republicanos puedan perdonar su pecado de haber servido en la Administración de Obama como embajador en Pekín.
Así pues, si los republicanos optan por el pragmatismo, si piensan en quién es el que más posibilidades tiene de vencer a Obama, Romney será su hombre. Paul o Santorum, ambos con posibilidades de ganar en Iowa, están demasiado lejos del pensamiento del americano medio. Paul puede resultar muy simpático a los extremistas de todo tipo con sus diatribas contra el imperialismo americano o la abolición del Estado, pero su presencia en unas elecciones presidenciales solo puede imaginarse dentro de la política ficción. Santorum no solo se opone a la escuela pública sino a la escuela, punto. Sus siete hijos son educados en casa para protegerlos de las dudosas influencias de los educadores profesionales. Este país no odia tanto a Obama como para preferir a Santorum.
Sólo Romney tiene algo que ofrecer al sector predominante del electorado, el del centro. El problema con este hombre es que deja fríos a todos. No se sabe muy bien como puede perder las primarias, pero tampoco está muy claro por qué tiene que ganarlas. Con sus múltiples cambios de opinión en los últimos meses se ha hecho, más o menos, perdonar por los conservadores, pero todavía no se ha ganado su corazón.
Romney tiene la imagen de político profesional, oportunista e interesado que odian los puristas del Tea Party. Siendo gobernador de Massachusetts aprobó una reforma sanitaria que se parece a la de Obama como una gota de agua a otra, pero ahora lo niega. Durante su carrera en ese Estado progresista, respaldó el aborto y subió los impuestos. Ahora se opone a ambas cosas.
Su designación como candidato podría interpretarse, dado el panorama existente, como una victoria del sentido común, pero supondría el riesgo de desmovilizar al sector más extremista del partido y, precisamente, el que le ha reportado los últimos éxitos electorales. Sus críticos lo han comparado con John Kerry o Michael Dukakis, dos candidatos demócratas que nunca consiguieron capturar el alma de su partido y lo condujeron a sendas derrotas.
Washington, El País
Con el comienzo de las primarias en Iowa, el Partido Republicano elige algo más que un candidato presidencial. Tiene que decidir también entre su inclinación ideológica hacia el extremo conservadurismo o el pragmatismo que se requiere para recuperar la Casa Blanca. El favorito en todas las encuestas, Mitt Romney, no representa el espíritu actual de la derecha norteamericana, mucho más impetuosa e intransigente que el ex gobernador de Massachusetts, pero reúne las mejores condiciones para disputarle la presidencia a Barack Obama.
Estas elecciones llegan en un delicado momento de definición para los republicanos. Desbordado por la vitalidad del Tea Party tras su derrota en 2009, el partido de la oposición dejó su recuperación en manos de ese movimiento populista y ultra que le dio la victoria en las legislativas de 2010 y le devolvió la fe y la energía para impedir una era de predominio demócrata.
Liderados por el Tea Party, los republicanos consiguieron detener la agenda legislativa de Obama en el Congreso, anularon desde muy pronto el impulso reformista del presidente e incluso ganaron la iniciativa política durante buena parte de los dos últimos años.
A cambio de ese éxito, el establishment tradicional del partido perdió peso en la conducción de la estrategia, se desvaneció su imagen de seriedad y responsabilidad, y los políticos republicanos empezaron a ser vistos como aventureros sin escrúpulos más que como gente de orden y buen gobierno.
Como consecuencia de esa transformación, el Partido Republicano llega a sus primarias sin un solo candidato de peso y, por supuesto, nadie que sea capaz de aglutinar las nuevas fuerzas del Tea Party con la línea tradicional. Un puñado de figuras de segunda fila (Michele Bachmann, Ron Paul, Rick Perry, Rick Santorum) se disputa el cetro del conservadurismo, mientras que Romney intenta confirmarse como un candidato de conciliación que, después de muchos años de actuar como moderado y centrista, intenta ahora negar su pasado para ganarse las bendiciones de la extrema derecha.
Un poco en tierra de nadie queda Newt Gingrich, quien sí es un político experimentado, pero con tan tormentosa personalidad y tan controvertido historial político y personal, que hasta sus propios seguidores admiten que su designación sería entregarle a Obama la presidencia en bandeja de plata. Gingrich busca el respaldo conservador, y alcanzó notoriedad a finales del siglo pasado con el éxito de su revolución conservadora. Pero, más que conservador, Gingrich es de Gingrich, imprevisible y arrogante.
En la esquina izquierda, olvidado por el público y los periodistas está Jon Huntsman, este sí, un verdadero moderado cuya presencia en esta carrera sirve para recordar que aún queda algo del viejo partido de Abraham Lincoln, pero a quien es muy difícil que los votantes republicanos puedan perdonar su pecado de haber servido en la Administración de Obama como embajador en Pekín.
Así pues, si los republicanos optan por el pragmatismo, si piensan en quién es el que más posibilidades tiene de vencer a Obama, Romney será su hombre. Paul o Santorum, ambos con posibilidades de ganar en Iowa, están demasiado lejos del pensamiento del americano medio. Paul puede resultar muy simpático a los extremistas de todo tipo con sus diatribas contra el imperialismo americano o la abolición del Estado, pero su presencia en unas elecciones presidenciales solo puede imaginarse dentro de la política ficción. Santorum no solo se opone a la escuela pública sino a la escuela, punto. Sus siete hijos son educados en casa para protegerlos de las dudosas influencias de los educadores profesionales. Este país no odia tanto a Obama como para preferir a Santorum.
Sólo Romney tiene algo que ofrecer al sector predominante del electorado, el del centro. El problema con este hombre es que deja fríos a todos. No se sabe muy bien como puede perder las primarias, pero tampoco está muy claro por qué tiene que ganarlas. Con sus múltiples cambios de opinión en los últimos meses se ha hecho, más o menos, perdonar por los conservadores, pero todavía no se ha ganado su corazón.
Romney tiene la imagen de político profesional, oportunista e interesado que odian los puristas del Tea Party. Siendo gobernador de Massachusetts aprobó una reforma sanitaria que se parece a la de Obama como una gota de agua a otra, pero ahora lo niega. Durante su carrera en ese Estado progresista, respaldó el aborto y subió los impuestos. Ahora se opone a ambas cosas.
Su designación como candidato podría interpretarse, dado el panorama existente, como una victoria del sentido común, pero supondría el riesgo de desmovilizar al sector más extremista del partido y, precisamente, el que le ha reportado los últimos éxitos electorales. Sus críticos lo han comparado con John Kerry o Michael Dukakis, dos candidatos demócratas que nunca consiguieron capturar el alma de su partido y lo condujeron a sendas derrotas.