ANÁLISIS / Un pulso contra siglos de historia
Generaciones de políticos han evitado enfrentarse a los intereses de las asociaciones profesionales
Madrid, El País
En el año 1295, para poder participar en la vida política de Florencia, Dante Alighieri tuvo que afiliarse a la Cofradía de los Médicos y Especieros, una de las siete principales corporaciones de oficios de la ciudad. Claro está, Dante no tenía ni idea de medicina, pero pertenecer a una corporación era la única manera de poder acceder a un cargo público en el municipio. La ascendiente burguesía local había logrado imponer esa precondición que le permitía controlar la situación. Un hombre de la inteligencia y cultura de Dante necesitaba esa afiliación para poder hacer política.
La historia no es un episodio anecdótico. Siete siglos después, Italia sigue siendo un país vertebrado y dominado por una galaxia de corporaciones, castas, colegios, asociaciones que representan toda clase de grupos (desde los notarios hasta los taxistas) y condicionan la vida colectiva en un grado mucho mayor que sus homólogas en otras sociedades europeas.
Conscientes de su gran fortaleza y radicación social, generaciones de políticos se han mantenido lo más lejos posible de atacar los intereses de esos colectivos. La pasividad de los gobernantes ha perjudicado generaciones de ciudadanos/consumidores, que han pagado tarifas y precios mayores por la falta de competencia real, y los outsiders del sistema, que no logran entrar en él, debido a las barreras de autoprotección levantadas por las castas.
Esta situación se ha ido consolidando durante siglos de fragmentación política en la península, de falta de una creíble autoridad central, de invasiones y cambios de régimen. Ello, quizá, ha fomentado la confraternidad y búsqueda de protección fundamentada en intereses socioeconómicos compartidos.
Sea como fuere, hasta el esfuerzo centralizador y unificador del fascismo hizo hincapié en esa realidad. El parlamento fantoche montado por el régimen se llamaba precisamente la Camera dei Fasci e delle Corporazioni, y en él estaban representadas las distintas categorías de trabajadores y empresarios.
Es mirando a contraluz de ese pasado como hay que sopesar el valor del amplio paquete de medidas liberalizadoras propuestas por el Gobierno de Mario Monti. A primera vista, puede parecer un grupo de pequeñas decisiones sectoriales, en materia de taxis, farmacias, notarios, transportes, etc. Sin duda varias críticas son razonables; sin duda podrían haber sido más atrevidas. Pero, en conjunto, la acción tiene cierto sabor a un pulso echado a siglos de historia. La protesta de taxistas y camioneros es solo el primer síntoma de una batalla que, previsiblemente, será larga y dura. Monti no reculó cuando, como comisario europeo, se enfrentó a gigantes como Microsoft y General Electric.
Madrid, El País
En el año 1295, para poder participar en la vida política de Florencia, Dante Alighieri tuvo que afiliarse a la Cofradía de los Médicos y Especieros, una de las siete principales corporaciones de oficios de la ciudad. Claro está, Dante no tenía ni idea de medicina, pero pertenecer a una corporación era la única manera de poder acceder a un cargo público en el municipio. La ascendiente burguesía local había logrado imponer esa precondición que le permitía controlar la situación. Un hombre de la inteligencia y cultura de Dante necesitaba esa afiliación para poder hacer política.
La historia no es un episodio anecdótico. Siete siglos después, Italia sigue siendo un país vertebrado y dominado por una galaxia de corporaciones, castas, colegios, asociaciones que representan toda clase de grupos (desde los notarios hasta los taxistas) y condicionan la vida colectiva en un grado mucho mayor que sus homólogas en otras sociedades europeas.
Conscientes de su gran fortaleza y radicación social, generaciones de políticos se han mantenido lo más lejos posible de atacar los intereses de esos colectivos. La pasividad de los gobernantes ha perjudicado generaciones de ciudadanos/consumidores, que han pagado tarifas y precios mayores por la falta de competencia real, y los outsiders del sistema, que no logran entrar en él, debido a las barreras de autoprotección levantadas por las castas.
Esta situación se ha ido consolidando durante siglos de fragmentación política en la península, de falta de una creíble autoridad central, de invasiones y cambios de régimen. Ello, quizá, ha fomentado la confraternidad y búsqueda de protección fundamentada en intereses socioeconómicos compartidos.
Sea como fuere, hasta el esfuerzo centralizador y unificador del fascismo hizo hincapié en esa realidad. El parlamento fantoche montado por el régimen se llamaba precisamente la Camera dei Fasci e delle Corporazioni, y en él estaban representadas las distintas categorías de trabajadores y empresarios.
Es mirando a contraluz de ese pasado como hay que sopesar el valor del amplio paquete de medidas liberalizadoras propuestas por el Gobierno de Mario Monti. A primera vista, puede parecer un grupo de pequeñas decisiones sectoriales, en materia de taxis, farmacias, notarios, transportes, etc. Sin duda varias críticas son razonables; sin duda podrían haber sido más atrevidas. Pero, en conjunto, la acción tiene cierto sabor a un pulso echado a siglos de historia. La protesta de taxistas y camioneros es solo el primer síntoma de una batalla que, previsiblemente, será larga y dura. Monti no reculó cuando, como comisario europeo, se enfrentó a gigantes como Microsoft y General Electric.