Sócrates, mediocampista de seda, héroe de la democracia
Lideró la gran 'canarinha' de 1982 y luchó contra la dictadura
Brasilia, El País
Por ahí llega el doctor Sócrates, la cabeza alta y el balón pegado, la cabellera rizada y la barba negra, orgulloso de representar un fútbol de taconazos, regates y pases picados: comienza el espectáculo. Tan elegante y sobrado, desprende arrogancia sobre el campo. Sócrates Brasileiro Sampaio, fallecido ayer a los 57 años tras un choque séptico de origen intestinal, fue el capitán de un equipo inolvidable, Brasil en España 82, una de las tres selecciones que, junto a Hungría en 1954 y Holanda en 1974, enamoraron al mundo sin haber ganado nada. Un héroe romántico. Fumador empedernido y gran bebedor de cerveza, sufrió en los últimos meses una hemorragia digestiva y esperaba un trasplante de hígado. Deja mujer y seis hijos.
Su padre fue un autodidacta que les dio a sus tres primeros hijos nombres de filósofos griegos. Sócrates nació en 1954 en Belém, aunque empezó a jugar en el Botafogo (1974-1978) al desplazarse a Ribeiro Prato, a 280 kilómetros de São Paulo. La mayor parte de su carrera la desarrolló en el Corinthians (1978-1984). Siempre distinto, al principio no le gustaba celebrar los goles (172 en 297 partidos) y los aficionados se quejaron de ello al presidente del Corinthians.
"Soy el antiatleta", declaró para explicar un cuerpo demasiado espigado, 1,93 metros, y unos pies demasiado pequeños, calzaba un 37. Le gustaba trotar, pero aceleraba por sorpresa y se plantaba en el área contraria con facilidad. Ante el portero, el italiano Dino Zoff en los cuartos de final del Mundial de España, lo batió raso por el palo corto. Ese duelo dramático, en Sarrià, marcó su carrera. Un centro del campo formado por Sócrates, Zico, Falcao, Cerezo, Junior arrancando desde el lateral izquierdo, y Eder, un misil desde el extremo zurdo, sucumbió ante el instinto goleador de Paolo Rossi, que marcó un triplete (2-3). A ese Brasil exquisito, dirigido por el paladar de Telê Santana en el banquillo, le faltó un delantero y un portero. A pesar del golazo de Sócrates frente a la URSS: Dassaev bajo palos vio volar un obús del dorsal ocho desde la frontal tras sortear a dos defensores soviéticos.
Esa derrota rompió el hechizo del fútbol brasileño y, en México 86, la canarinha ya apostó por otro estilo menos atractivo, degradando a Sócrates, que perdió la capitanía en favor de Edinho. Aun así, el doctor le marcó a España en el primer partido en Guadalajara, en fuera de juego tras un remate el palo de Careca (1-0); y volvió a anotar de penalti frente a Escocia (4-0). Pero Brasil cayó en la tanda de penaltis ante la Francia de Platini, otra vez en cuartos de final. Se retiró de la canarinha con 22 goles en 60 partidos. Sin haber ganado nada. Tan solo el cariño y la admiración universal. Su hermano Raí, con mucho menos talento, fue campeón del mundo en Estados Unidos en 1994.
Poderoso en el juego aéreo y de fuerte disparo con la derecha, su especialidad fue pegarle a la pelota de tacón, hasta en los penaltis. Pelé dijo que Sócrates jugaba mejor hacia atrás que la mayoría hacia delante. Probó el calcio en el Fiorentina (1984-1985), aunque regresó un año después a Río de Janeiro, al Flamengo, antes de volver a São Paulo, esta vez al Santos. Quiso alargar su carrera hasta los 50 años y se retiró en el Garforth Town, en la Liga Norte inglesa, en una especie de cameo ante el Tadcaster Albion.
Médico cualificado, Sócrates poseyó un intelecto de acuerdo con su nombre, según cuenta el periodista inglés Brian Granville, una autoridad en los Mundiales, que lo entrevistó en 2002. Granville lo recuerda como un pozo de "sabiduría y humor". Devoto del Che Guevara, mantuvo una reunión surrealista con el coronel Gadafi en el desierto.
Para los brasileños que sufrieron 21 años de dictadura militar, Sócrates fue mucho más: un activista social y un luchador por la democracia. Mientras jugaba en el Corinthians, fundó un movimiento, junto a su compañero Wladimir, contra el autoritarismo de los clubes, microcosmos de lo que sucedía en el país.
Cuando el miedo era generalizado, él politizó el fútbol y ayudó a desmantelar la dictadura. Al final de 1982, el Corinthians ganó la Liga con un lema impreso en la espalda de las camisetas de los jugadores. "Democracia". "Fue el momento más perfecto de mi vida", recordó el doctor Sócrates.
Brasilia, El País
Por ahí llega el doctor Sócrates, la cabeza alta y el balón pegado, la cabellera rizada y la barba negra, orgulloso de representar un fútbol de taconazos, regates y pases picados: comienza el espectáculo. Tan elegante y sobrado, desprende arrogancia sobre el campo. Sócrates Brasileiro Sampaio, fallecido ayer a los 57 años tras un choque séptico de origen intestinal, fue el capitán de un equipo inolvidable, Brasil en España 82, una de las tres selecciones que, junto a Hungría en 1954 y Holanda en 1974, enamoraron al mundo sin haber ganado nada. Un héroe romántico. Fumador empedernido y gran bebedor de cerveza, sufrió en los últimos meses una hemorragia digestiva y esperaba un trasplante de hígado. Deja mujer y seis hijos.
Su padre fue un autodidacta que les dio a sus tres primeros hijos nombres de filósofos griegos. Sócrates nació en 1954 en Belém, aunque empezó a jugar en el Botafogo (1974-1978) al desplazarse a Ribeiro Prato, a 280 kilómetros de São Paulo. La mayor parte de su carrera la desarrolló en el Corinthians (1978-1984). Siempre distinto, al principio no le gustaba celebrar los goles (172 en 297 partidos) y los aficionados se quejaron de ello al presidente del Corinthians.
"Soy el antiatleta", declaró para explicar un cuerpo demasiado espigado, 1,93 metros, y unos pies demasiado pequeños, calzaba un 37. Le gustaba trotar, pero aceleraba por sorpresa y se plantaba en el área contraria con facilidad. Ante el portero, el italiano Dino Zoff en los cuartos de final del Mundial de España, lo batió raso por el palo corto. Ese duelo dramático, en Sarrià, marcó su carrera. Un centro del campo formado por Sócrates, Zico, Falcao, Cerezo, Junior arrancando desde el lateral izquierdo, y Eder, un misil desde el extremo zurdo, sucumbió ante el instinto goleador de Paolo Rossi, que marcó un triplete (2-3). A ese Brasil exquisito, dirigido por el paladar de Telê Santana en el banquillo, le faltó un delantero y un portero. A pesar del golazo de Sócrates frente a la URSS: Dassaev bajo palos vio volar un obús del dorsal ocho desde la frontal tras sortear a dos defensores soviéticos.
Esa derrota rompió el hechizo del fútbol brasileño y, en México 86, la canarinha ya apostó por otro estilo menos atractivo, degradando a Sócrates, que perdió la capitanía en favor de Edinho. Aun así, el doctor le marcó a España en el primer partido en Guadalajara, en fuera de juego tras un remate el palo de Careca (1-0); y volvió a anotar de penalti frente a Escocia (4-0). Pero Brasil cayó en la tanda de penaltis ante la Francia de Platini, otra vez en cuartos de final. Se retiró de la canarinha con 22 goles en 60 partidos. Sin haber ganado nada. Tan solo el cariño y la admiración universal. Su hermano Raí, con mucho menos talento, fue campeón del mundo en Estados Unidos en 1994.
Poderoso en el juego aéreo y de fuerte disparo con la derecha, su especialidad fue pegarle a la pelota de tacón, hasta en los penaltis. Pelé dijo que Sócrates jugaba mejor hacia atrás que la mayoría hacia delante. Probó el calcio en el Fiorentina (1984-1985), aunque regresó un año después a Río de Janeiro, al Flamengo, antes de volver a São Paulo, esta vez al Santos. Quiso alargar su carrera hasta los 50 años y se retiró en el Garforth Town, en la Liga Norte inglesa, en una especie de cameo ante el Tadcaster Albion.
Médico cualificado, Sócrates poseyó un intelecto de acuerdo con su nombre, según cuenta el periodista inglés Brian Granville, una autoridad en los Mundiales, que lo entrevistó en 2002. Granville lo recuerda como un pozo de "sabiduría y humor". Devoto del Che Guevara, mantuvo una reunión surrealista con el coronel Gadafi en el desierto.
Para los brasileños que sufrieron 21 años de dictadura militar, Sócrates fue mucho más: un activista social y un luchador por la democracia. Mientras jugaba en el Corinthians, fundó un movimiento, junto a su compañero Wladimir, contra el autoritarismo de los clubes, microcosmos de lo que sucedía en el país.
Cuando el miedo era generalizado, él politizó el fútbol y ayudó a desmantelar la dictadura. Al final de 1982, el Corinthians ganó la Liga con un lema impreso en la espalda de las camisetas de los jugadores. "Democracia". "Fue el momento más perfecto de mi vida", recordó el doctor Sócrates.