Fútbol cochabambino: Wilstermann recompuso la autoridad de su liderazgo
José Vladimir Nogales
Dubitativo y en plena reconstrucción en medio de una incierta coyuntura sobre la disponibilidad de su personal, Wilstermann ejerce su gobierno incluso en situaciones incómodas. Tampoco es que pasara un mal rato ante Univeristario (venció 2-1), quizás tan débil como los que le precedieron en el curso actual, pero lo mantuvo vivo hasta el final. Poco importó que el cuadro rojo quedara, desde el minuto 24, con un hombre menos por las recurrentes imprudencias de Francisco Rodríguez (empeñado en restar más que en sumar) o que el rival evidenciara su hibridez. Chacior acabó inquieto en el banquillo y la tribuna (cada vez más desolada) enfadada por el lamentable espectáculo del último cuarto de hora, con el equipo acurrucado en su trinchera, repeliendo a los pelotazos las caóticas embestidas de un limitadísimo contrincante. Tan romo fue Universitario, tan poco mostró, que incluso en el descuento, con el signo del partido aún en disputa, apenas llegó una vez con real sensación de riesgo (cabezazo desactivado por Cartagena sobre la raya). Y ante ese rival, caminó sobre el alambre.
Y Wilstermann, a pesar de haber repuesto su ventaja a falta de un ramillete de minutos para el final, exhibió errores e inseguridades. Porque no manejaron la pelota los que saben: Wilstermann es un equipo cuando la pelota pasa por los pies de Gianakis Suárez y se asocia con Brian López y Rodrigo Calancha.
Wilstermann ganó desde el clasicismo y la sencillez, desde la practicidad elemental de someter el esquema a los recursos humanos: si el equipo está lleno de jugadores técnicamente dotados y no es tan fuerte en la recuperación, tener la pelota es una prioridad. Wilstermann la tuvo con Suárez, con Moreno (virtuoso pero lento, más efectista que efectivo), Vidal y hasta con Fernández, se hizo fuerte atrás con Carballo y fue dueño posicional y psicológico del partido. El gol que abrió el partido (sobre 42 minutos) surgió de la presión que los rojos ejercieron con la pelota, induciendo al error rival. El golero erró en una salida y el balón quedó para la cabeza de Calancha.
Para Wilstermann la victoria vale doble. Se sacó de encima el fantasma del último partido (la igualdad con Colcapirhua) y se afirmó en la punta (reunió 20 unidades contra 14 de Colcapirhua, su escolta). Tiene el aura de candidato pero todavía le falta para convertirse en elegido.
Y Wilstermann, a pesar de haber repuesto su ventaja a falta de un ramillete de minutos para el final, exhibió errores e inseguridades. Porque no manejaron la pelota los que saben: Wilstermann es un equipo cuando la pelota pasa por los pies de Gianakis Suárez y se asocia con Brian López y Rodrigo Calancha.
En ese lapso (último cuarto de hora), Wilstermann se metió atrás, no aceleró y aburrió con los repetidos pelotazos buscando los piques de López (sustituto de Fernández) o Calancha, ambos sideralmente distantes del bloque. Antes de eso, cuando Universitario disfrutaba de la efímera fragancia de una consagratoria igualdad, tuvo otra actitud, más convicción y fundamentalmente más juego. Fue parejito Wilstermann en su nivel (para bien –las respuestas individuales son equivalentes- y para mal –no ofrece aristas de alto vuelo-). Y también Universitario en su desnivel.
Para la ocasión, las decisiones más trascendentales que tomó Chacior fueron dos, una ligada a la otra. La primera fue apostar por un esquema convencional (4-4-2) que le ha dado cierta estabilidad al funcionamiento, muy a pesar de su inextirpable –e incomprensible- fobia a la regularidad de las nóminas y su incontenible adicción a periódicas revisiones de la baraja. Y la otra, en lugar de volante zurdo, sumar un delantero (Gianakis Suárez) y, por derecha, un volante con mucha proyección (Christian Vidal) para ganar amplitud y proporcional profundidad.
Con este esquema, no suele verse un equipo desequilibrado, salvo por las deficiencias para recuperar el balón en el centro del campo, donde concentra volantes centrales con más juego que corte, más allá del subsecuente desamparo de la línea defensiva. Ante ese déficit, los defensas centrales (particularmente Carballo) achican hacia adelante, cubren las espaldas y son el respaldo de la dupla de medio centros. En cuanto a los laterales, el brasileño Leo (que recibió el entusiasta aliento de “torcedores” asimilados a la causa) se paró decididamente en posición de ataque, en la línea de los volantes, y Paniagua sólo se sumó por sorpresa en el andarivel izquierdo, consciente de que la frecuencia de sus adelantamientos sólo contribuirían a la sangría de un flanco deficientemente custodiado (por esa vía había llegado la transitoria igualdad a los 49 minutos, obra de Richard Rodríguez con un cabezazo). Así, Wilstermann fue un equipo corto que dio poco espacio al rival.
INICIO
El primer tiempo dejó certezas y realidades. Certeza uno: cuando la pelota pasa por Gianakis Suárez, Wilstermann es más equipo (su intermitencia en la segunda mitad se reflejó en la pérdida de volumen del conjunto). Certeza dos: Al ataque le falta una referencia de área. Los desbordes por la banda o los pelotazos a la ola carecen de un eje cartesiano, un faro que los guíe, pero también un depredador, un atacante con voracidad (Oliver Fernández es goloso y Brian López irresoluto). Certeza tres: el equipo exhibe un saludable gusto por el fútbol elaborado, aquél que privilegia las combinaciones y el juego corto. El problema está en que, para una adecuada puesta en escena, se requiere precisión en las ejecuciones. Y el índice es bajo, básicamente cuando el juego exige resolución en velocidad y mayor cobertura de campo.
Para la ocasión, las decisiones más trascendentales que tomó Chacior fueron dos, una ligada a la otra. La primera fue apostar por un esquema convencional (4-4-2) que le ha dado cierta estabilidad al funcionamiento, muy a pesar de su inextirpable –e incomprensible- fobia a la regularidad de las nóminas y su incontenible adicción a periódicas revisiones de la baraja. Y la otra, en lugar de volante zurdo, sumar un delantero (Gianakis Suárez) y, por derecha, un volante con mucha proyección (Christian Vidal) para ganar amplitud y proporcional profundidad.
Con este esquema, no suele verse un equipo desequilibrado, salvo por las deficiencias para recuperar el balón en el centro del campo, donde concentra volantes centrales con más juego que corte, más allá del subsecuente desamparo de la línea defensiva. Ante ese déficit, los defensas centrales (particularmente Carballo) achican hacia adelante, cubren las espaldas y son el respaldo de la dupla de medio centros. En cuanto a los laterales, el brasileño Leo (que recibió el entusiasta aliento de “torcedores” asimilados a la causa) se paró decididamente en posición de ataque, en la línea de los volantes, y Paniagua sólo se sumó por sorpresa en el andarivel izquierdo, consciente de que la frecuencia de sus adelantamientos sólo contribuirían a la sangría de un flanco deficientemente custodiado (por esa vía había llegado la transitoria igualdad a los 49 minutos, obra de Richard Rodríguez con un cabezazo). Así, Wilstermann fue un equipo corto que dio poco espacio al rival.
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El primer tiempo dejó certezas y realidades. Certeza uno: cuando la pelota pasa por Gianakis Suárez, Wilstermann es más equipo (su intermitencia en la segunda mitad se reflejó en la pérdida de volumen del conjunto). Certeza dos: Al ataque le falta una referencia de área. Los desbordes por la banda o los pelotazos a la ola carecen de un eje cartesiano, un faro que los guíe, pero también un depredador, un atacante con voracidad (Oliver Fernández es goloso y Brian López irresoluto). Certeza tres: el equipo exhibe un saludable gusto por el fútbol elaborado, aquél que privilegia las combinaciones y el juego corto. El problema está en que, para una adecuada puesta en escena, se requiere precisión en las ejecuciones. Y el índice es bajo, básicamente cuando el juego exige resolución en velocidad y mayor cobertura de campo.
En el cielo de Universitario no asoman grandes ilusiones ni aspiraciones. Lo que se busca es salir parado ante este rival, cuya entidad trasciende la coyuntura estadística. No más que eso. Una lectura que se hace apenas se encuentra con un resultado positivo (y el empate lo era). Salvo por el atrevimiento de Pérez (que se buscó la vida a espaldas de la defensa rival), Universitario no ofrece la astucia –ni los recursos- necesarios para dar batalla a este emergente Wilstermann. Carece de manejo, es impreciso para progresar por abajo lo que degenera (y estimula) su adicción por el pelotazo, aquél que libera a sus volantes del engorro de elaborar juego, no estando capacitados para ese menester.
Wilstermann ganó desde el clasicismo y la sencillez, desde la practicidad elemental de someter el esquema a los recursos humanos: si el equipo está lleno de jugadores técnicamente dotados y no es tan fuerte en la recuperación, tener la pelota es una prioridad. Wilstermann la tuvo con Suárez, con Moreno (virtuoso pero lento, más efectista que efectivo), Vidal y hasta con Fernández, se hizo fuerte atrás con Carballo y fue dueño posicional y psicológico del partido. El gol que abrió el partido (sobre 42 minutos) surgió de la presión que los rojos ejercieron con la pelota, induciendo al error rival. El golero erró en una salida y el balón quedó para la cabeza de Calancha.
La realidad, empero, es que los hinchas no le perdonan una a Chacior, ni cuando su equipo va ganando. Le cuestionan nombres de la nómina (la inclusión de Rodríguez), ausencias (Bengolea) y los cambios (la salida de Vidal para equilibrar la defensa tras la expulsión del inefable Rodríguez). Protestan por la lentitud del tránsito, por las dilaciones, los despilfarros, de todo lo que, entienden, el técnico es responsable.