Europa desde Nueva York
Los vientos procedentes del Viejo Continente podrían devolver a EE UU a la recesión
Nueva York, El País
La cinta informativa de la NBC en Rockefeller Plaza habla de la crisis de Europa y de Merkel, sin lograr la atención del público navideño que se afana en comprar en Manhattan estos días. Preocupa el Titanic europeo y Obama explica que solo “los vientos de proa” provenientes del viejo continente y la fusión del euro podrían devolver a EE UU a la recesión. Y a Obama a Chicago. Merkozy podría llevarse por delante al presidente. ¿Tendrá todavía Washington que hacer de Papa Noel de Europa, en una operación de rescate, rascándose el bolsillo directamente, o a través del FMI? ¿Se lo hemos pedido al secretario del Tesoro en su gira europea? Las familias de la América profunda, de las praderas del Medio Oeste, en su visita obligada a Nueva York, se fotografían ante el abeto de Navidad iluminado por 30.000 bombillas plantado en el Rockefeller Center. Son las clases medias y trabajadoras, cada vez más encogidas, cuya defensa convirtió esta semana Obama en el parteaguas de su campaña para lograr un segundo mandato. En un discurso en el perdido pueblo de Osawatomie, en Kansas, zona nacional del Tea Party, describió lo que está en juego. Se trata de saber “si este es un país donde los trabajadores pueden ganar lo suficiente para levantar una familia, obtener unos modestos ahorros, poseer una casa y asegurar su retiro”. Hoy, la respuesta, si no directamente negativa, es al menos dudosa. Si en los próximos 12 meses no consigue darle la vuelta a la situación está perdido. No será reelegido, coinciden los analistas. El paro ha retrocedido del 9% al 8,6%. Ningún presidente, desde Roosevelt en la Gran Depresión, ha repetido mandato con un desempleo superior al 7,2%. Siempre ha sido la economía, estúpido.
La ansiedad que golpea a la sociedad norteamericana se refleja en las librerías, cada vez menos y más difíciles de encontrar en la Gran Manzana. Los libreros se quejan de que los ciudadanos las utilizan mayoritariamente para hojear las novedades que luego compran por internet en Amazon. Dos ideas predominan: el declive de Estados Unidos y la amenaza de China. En el Metropolitan Museum se puede ver una fascinante exposición de arte islámico, cura de humildad, que muestra el formidable esplendor de los imperios asiáticos hace cinco siglos. Ninguna dominación es para siempre. Los declinistas responsabilizan a Obama, el socialista, el blando que continuamente pide perdón. Algunos títulos. “Como América se quedó atrás”, “Inclinándose ante China Obama acelera la decadencia de Estados Unidos”, “Suicidio de una superpotencia”. Como en la era Reagan, la derecha monopoliza el debate de ideas. Y la portada del último Foreign Affairs, “¿América está acabada?”. Concluye que se ha producido la ruptura del sueño americano de la oportunidad para todos. El ex presidente Clinton pronostica, sin embargo, que Estados Unidos se levantará de nuevo. “Después de todo, durante más de 200 años todos los que apostaron contra este país han perdido”.
Viniendo de Europa sorprende cómo ha prendido la gran desilusión con Obama, del que se habla con escaso respeto y al que se considera en gran medida irrelevante. No es el transformador que soñamos, sino el político frío y pragmático incapaz de torcer la mano del Congreso como lo hicieron Reagan y Clinton. Lleva ya tres años en la Casa Blanca y la mayoría de la población sigue sin saber quién es y qué quiere. La creciente brecha de desigualdad entre ricos y pobres amenaza la estabilidad social y política. El capital está siendo sistemáticamente favorecido en detrimento del trabajo. La renta del 1% de la población más rica se ha más que doblado en la última década, mientras que la renta media ha caído un 6%. En menos de un mes comienzan las primarias en Iowa. Los republicanos buscan el candidato que mejor articule la animosidad que suscita Obama. No lo han encontrado todavía. El mormón Romney, supuestamente mejor colocado, no acaba de convencer a los suyos. Sin credenciales conservadoras suficientes para la demolición de lo público, la sacralización de un sistema fiscal rayano en la indecencia e inviable, la satanización de Washington y la devolución del poder federal a los Estados. La biblia de una nostalgia fundamentalista que sueña con recuperar la excepcionalidad de EE UU y su hegemonía mundial. “El pueblo casi escogido por Dios”, del que hablaba Abraham Lincoln. Ha saltado a escena un viejo zorro político, precursor del Tea Party, que protagonizó en los años noventa una fugaz revolución conservadora. Newt Gingrich, que presidió la Cámara de Representantes, ha tomado la delantera aprovechando la insoportable levedad de los aspirantes. Todos los partidos tienen derecho a suicidarse como lo hicieron en 1972 los demócratas nominando a McGovern, que solo ganó su Estado frente a Nixon. Esta es la esperanza que podría salvar a Obama.
Nueva York, El País
La cinta informativa de la NBC en Rockefeller Plaza habla de la crisis de Europa y de Merkel, sin lograr la atención del público navideño que se afana en comprar en Manhattan estos días. Preocupa el Titanic europeo y Obama explica que solo “los vientos de proa” provenientes del viejo continente y la fusión del euro podrían devolver a EE UU a la recesión. Y a Obama a Chicago. Merkozy podría llevarse por delante al presidente. ¿Tendrá todavía Washington que hacer de Papa Noel de Europa, en una operación de rescate, rascándose el bolsillo directamente, o a través del FMI? ¿Se lo hemos pedido al secretario del Tesoro en su gira europea? Las familias de la América profunda, de las praderas del Medio Oeste, en su visita obligada a Nueva York, se fotografían ante el abeto de Navidad iluminado por 30.000 bombillas plantado en el Rockefeller Center. Son las clases medias y trabajadoras, cada vez más encogidas, cuya defensa convirtió esta semana Obama en el parteaguas de su campaña para lograr un segundo mandato. En un discurso en el perdido pueblo de Osawatomie, en Kansas, zona nacional del Tea Party, describió lo que está en juego. Se trata de saber “si este es un país donde los trabajadores pueden ganar lo suficiente para levantar una familia, obtener unos modestos ahorros, poseer una casa y asegurar su retiro”. Hoy, la respuesta, si no directamente negativa, es al menos dudosa. Si en los próximos 12 meses no consigue darle la vuelta a la situación está perdido. No será reelegido, coinciden los analistas. El paro ha retrocedido del 9% al 8,6%. Ningún presidente, desde Roosevelt en la Gran Depresión, ha repetido mandato con un desempleo superior al 7,2%. Siempre ha sido la economía, estúpido.
La ansiedad que golpea a la sociedad norteamericana se refleja en las librerías, cada vez menos y más difíciles de encontrar en la Gran Manzana. Los libreros se quejan de que los ciudadanos las utilizan mayoritariamente para hojear las novedades que luego compran por internet en Amazon. Dos ideas predominan: el declive de Estados Unidos y la amenaza de China. En el Metropolitan Museum se puede ver una fascinante exposición de arte islámico, cura de humildad, que muestra el formidable esplendor de los imperios asiáticos hace cinco siglos. Ninguna dominación es para siempre. Los declinistas responsabilizan a Obama, el socialista, el blando que continuamente pide perdón. Algunos títulos. “Como América se quedó atrás”, “Inclinándose ante China Obama acelera la decadencia de Estados Unidos”, “Suicidio de una superpotencia”. Como en la era Reagan, la derecha monopoliza el debate de ideas. Y la portada del último Foreign Affairs, “¿América está acabada?”. Concluye que se ha producido la ruptura del sueño americano de la oportunidad para todos. El ex presidente Clinton pronostica, sin embargo, que Estados Unidos se levantará de nuevo. “Después de todo, durante más de 200 años todos los que apostaron contra este país han perdido”.
Viniendo de Europa sorprende cómo ha prendido la gran desilusión con Obama, del que se habla con escaso respeto y al que se considera en gran medida irrelevante. No es el transformador que soñamos, sino el político frío y pragmático incapaz de torcer la mano del Congreso como lo hicieron Reagan y Clinton. Lleva ya tres años en la Casa Blanca y la mayoría de la población sigue sin saber quién es y qué quiere. La creciente brecha de desigualdad entre ricos y pobres amenaza la estabilidad social y política. El capital está siendo sistemáticamente favorecido en detrimento del trabajo. La renta del 1% de la población más rica se ha más que doblado en la última década, mientras que la renta media ha caído un 6%. En menos de un mes comienzan las primarias en Iowa. Los republicanos buscan el candidato que mejor articule la animosidad que suscita Obama. No lo han encontrado todavía. El mormón Romney, supuestamente mejor colocado, no acaba de convencer a los suyos. Sin credenciales conservadoras suficientes para la demolición de lo público, la sacralización de un sistema fiscal rayano en la indecencia e inviable, la satanización de Washington y la devolución del poder federal a los Estados. La biblia de una nostalgia fundamentalista que sueña con recuperar la excepcionalidad de EE UU y su hegemonía mundial. “El pueblo casi escogido por Dios”, del que hablaba Abraham Lincoln. Ha saltado a escena un viejo zorro político, precursor del Tea Party, que protagonizó en los años noventa una fugaz revolución conservadora. Newt Gingrich, que presidió la Cámara de Representantes, ha tomado la delantera aprovechando la insoportable levedad de los aspirantes. Todos los partidos tienen derecho a suicidarse como lo hicieron en 1972 los demócratas nominando a McGovern, que solo ganó su Estado frente a Nixon. Esta es la esperanza que podría salvar a Obama.