El final de un inmenso error
El saldo negativo de la guerra se ve en EEUU ligeramente mitigado por su desenlace. Obama trata de reclamar el mérito de haber cerrado el conflicto
Washington, El País
Estados Unidos ha puesto oficialmente fin este jueves a la guerra de Irak, la más impopular operación militar desde Vietnam y un fracaso, mitigado por su aceptable desenlace, que condicionará para siempre la intervención norteamericana en otros países. Probablemente, EE UU deja Irak mejor de lo que lo encontró hace cerca de nueve años, pero en el camino se ha pagado un precio, en vidas, prestigio y credibilidad, que difícilmente justifica una aventura emprendida con fines ideológicos y desarrollada de la forma más caótica.
Barack Obama, a quien le ha tocado concluir lo que George Bush empezó, ha conseguido reparar algunos de los daños causados. La retirada se hace en circunstancias relativamente tranquilas, con cierta dignidad y entregando el poder a un Gobierno que representa con bastante legitimidad la soberanía nacional iraquí. La Liga Árabe celebrará su próxima cumbre en Bagdad como prueba de que ese país está ya plenamente reincorporado a la comunidad a la que pertenece. Liberado de Sadam Husein y la dictadura que él dirigió, Irak tiene hoy más posibilidades que otros países de la región de sumarse a la ola democratizadora que comenzó hace un año en Túnez.
Pero, como ha reconocido hoy el secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, en la ceremonia de Bagdad, esa posibilidad está peligrosamente en riesgo. “Irak será puesto a prueba en los próximos días por el terrorismo, por aquellos que intentan dividirlo, por las dificultades económicas y sociales”, advirtió.
EE UU ha prometido seguir ayudando a Irak a estabilizar su democracia, y no hay duda de que este país tiene una deuda moral con una nación que invadió ilegalmente y a la que condujo a una guerra civil que puede haber causado cerca de 100.000 muertos. Pero la realidad es que en EE UU importa ya poco lo que suceda a partir de ahora en Irak, excepto en lo que pueda afectar a la expansión de la influencia de Irán.
Irak y EE UU han separado sus caminos y cada uno tendrá ahora que sacar las consecuencias adecuadas de los años pasados. Para EE UU se trata, fundamentalmente, de olvidar lo ocurrido. Guantánamo, Abu Ghraib son nombres que pasarán a la historia de la infamia norteamericana en la misma categoría que My Lai. Faluya o Bagdad se incorporan a la lista de batallas libradas hasta ahora por el Ejército norteamericano, pero con bastante más pena que honra.
Obama decía el miércoles a las tropas que regresaban de Irak que “es más fácil acabar una guerra que empezarla”. En algún sentido eso puede ser verdad. Obama ha puesto a fin a una guerra que los norteamericanos no apoyaban desde hacía años y trata ahora de reclamar electoralmente el mérito por ello. Pero no se acaba una guerra cuando el último soldado vuelve a casa. La guerra de Irak es una lección que EE UU tiene todavía que aprenderse a fondo y que condicionará actuaciones futuras. Panetta admitió al asumir su cargo que es muy improbable que EE UU vuelva a actuar en Oriente Próximo en la forma en que lo hizo en Irak, con el despliegue masivo de fuerzas de ocupación.
Irak dejó, en el plano de la política doméstica, otra serie de mensajes que todavía no han sido suficientemente digeridos. La utilización de los servicios secretos a favor de intereses ideológicos y la manipulación de la ley para proteger actuaciones criminales fueron algunas de las consecuencias de la guerra de Irak que en su día avergonzaron a los norteamericanos y que, en parte, explican la victoria electoral de Obama. Pero esa vergüenza no ha sido suficiente como para crear una sólida conciencia nacional de protección del Estado de derecho. Guantánamo sigue hoy abierto porque un sector de la clase política, apoyado por los votantes, pone aún los intereses de seguridad sobre las obligaciones democráticas.
Todavía pueden pasar muchos años hasta que la huella de Irak se borre por completo en EE UU. La de Vietnam aún se mantiene en varios aspectos. Pero, como en cada guerra sin gloria, todo el mundo trata de olvidarla cuanto antes. Los veteranos de Vietnam encontraron a su regreso un país que les daba la espalda y los condenaba a la marginación. Los veteranos de Irak han recibido un acogida más calurosa, pero igualmente su reincorporación a la sociedad será difícil. El monumento a la guerra de Vietnam es subterráneo y triste. El de Irak quizá no sea levantado jamás.
Washington, El País
Estados Unidos ha puesto oficialmente fin este jueves a la guerra de Irak, la más impopular operación militar desde Vietnam y un fracaso, mitigado por su aceptable desenlace, que condicionará para siempre la intervención norteamericana en otros países. Probablemente, EE UU deja Irak mejor de lo que lo encontró hace cerca de nueve años, pero en el camino se ha pagado un precio, en vidas, prestigio y credibilidad, que difícilmente justifica una aventura emprendida con fines ideológicos y desarrollada de la forma más caótica.
Barack Obama, a quien le ha tocado concluir lo que George Bush empezó, ha conseguido reparar algunos de los daños causados. La retirada se hace en circunstancias relativamente tranquilas, con cierta dignidad y entregando el poder a un Gobierno que representa con bastante legitimidad la soberanía nacional iraquí. La Liga Árabe celebrará su próxima cumbre en Bagdad como prueba de que ese país está ya plenamente reincorporado a la comunidad a la que pertenece. Liberado de Sadam Husein y la dictadura que él dirigió, Irak tiene hoy más posibilidades que otros países de la región de sumarse a la ola democratizadora que comenzó hace un año en Túnez.
Pero, como ha reconocido hoy el secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, en la ceremonia de Bagdad, esa posibilidad está peligrosamente en riesgo. “Irak será puesto a prueba en los próximos días por el terrorismo, por aquellos que intentan dividirlo, por las dificultades económicas y sociales”, advirtió.
EE UU ha prometido seguir ayudando a Irak a estabilizar su democracia, y no hay duda de que este país tiene una deuda moral con una nación que invadió ilegalmente y a la que condujo a una guerra civil que puede haber causado cerca de 100.000 muertos. Pero la realidad es que en EE UU importa ya poco lo que suceda a partir de ahora en Irak, excepto en lo que pueda afectar a la expansión de la influencia de Irán.
Irak y EE UU han separado sus caminos y cada uno tendrá ahora que sacar las consecuencias adecuadas de los años pasados. Para EE UU se trata, fundamentalmente, de olvidar lo ocurrido. Guantánamo, Abu Ghraib son nombres que pasarán a la historia de la infamia norteamericana en la misma categoría que My Lai. Faluya o Bagdad se incorporan a la lista de batallas libradas hasta ahora por el Ejército norteamericano, pero con bastante más pena que honra.
Obama decía el miércoles a las tropas que regresaban de Irak que “es más fácil acabar una guerra que empezarla”. En algún sentido eso puede ser verdad. Obama ha puesto a fin a una guerra que los norteamericanos no apoyaban desde hacía años y trata ahora de reclamar electoralmente el mérito por ello. Pero no se acaba una guerra cuando el último soldado vuelve a casa. La guerra de Irak es una lección que EE UU tiene todavía que aprenderse a fondo y que condicionará actuaciones futuras. Panetta admitió al asumir su cargo que es muy improbable que EE UU vuelva a actuar en Oriente Próximo en la forma en que lo hizo en Irak, con el despliegue masivo de fuerzas de ocupación.
Irak dejó, en el plano de la política doméstica, otra serie de mensajes que todavía no han sido suficientemente digeridos. La utilización de los servicios secretos a favor de intereses ideológicos y la manipulación de la ley para proteger actuaciones criminales fueron algunas de las consecuencias de la guerra de Irak que en su día avergonzaron a los norteamericanos y que, en parte, explican la victoria electoral de Obama. Pero esa vergüenza no ha sido suficiente como para crear una sólida conciencia nacional de protección del Estado de derecho. Guantánamo sigue hoy abierto porque un sector de la clase política, apoyado por los votantes, pone aún los intereses de seguridad sobre las obligaciones democráticas.
Todavía pueden pasar muchos años hasta que la huella de Irak se borre por completo en EE UU. La de Vietnam aún se mantiene en varios aspectos. Pero, como en cada guerra sin gloria, todo el mundo trata de olvidarla cuanto antes. Los veteranos de Vietnam encontraron a su regreso un país que les daba la espalda y los condenaba a la marginación. Los veteranos de Irak han recibido un acogida más calurosa, pero igualmente su reincorporación a la sociedad será difícil. El monumento a la guerra de Vietnam es subterráneo y triste. El de Irak quizá no sea levantado jamás.