Siria desafía el ultimátum de la Liga Árabe
Damasco acepta el envío de observadores, pero dice que “compromete su soberanía”. El Asad insiste en que el organismo busca “un pretexto” para una intervención occidental
Damasco, El País
Siria trata de evitar que la Liga Árabe le cierre completamente la puerta después de que esa organización rechazara hoy los cambios que Damasco quería introducir en su plan de paz. El ministro de Exteriores, Walid al Muallem, ha minimizado el alcance de esos cambios insistiendo en que su Gobierno aceptaba el envío de observadores, pero que la misión comprometía su soberanía nacional y que iba a pedir “aclaraciones”. De no alcanzarse un arreglo antes de su reunión del jueves, la Liga impondrá sanciones a Siria e incluso podría llevar el asunto al Consejo de Seguridad.
“Las modificaciones que propusimos no tienen nada que ver con la naturaleza de la tarea de los observadores ni con su libertad de movimiento”, ha asegurado el jefe de la diplomacia siria durante una conferencia de prensa. Al Muallem ha explicado que su país quería estar informado de los movimientos de los delegados para ofrecerles protección. En su opinión, la Liga Árabe ponía “condiciones imposibles” al hacer al Estado responsable de la seguridad de la misión y no establecer coordinación alguna.
Sin embargo, esa organización no lo ha estimado así. En un comunicado difundido ayer, afirmaba que “las enmiendas y apéndices propuestos por Siria afectan a la esencia del documento y cambiarían radicalmente la naturaleza de la misión, que es supervisar la puesta en práctica del plan árabe para acabar la crisis y proteger a los civiles”. Según la ONU, 3.500 han muerto en la represión de las protestas. En una entrevista con el semanario británico Sunday Times, el presidente Bachar el Asad acusa a la Liga Árabe de querer crear un “pretexto” para una intervención occidental en Siria. “Provocaría un seísmo en la región”, advierte.
El plan de acción que la Liga Árabe acordó a principios de este mes pedía a Siria el cese inmediato de los ataques contra civiles, la retirada de los carros de combate de las calles, la liberación de los presos políticos y la aceptación de observadores. Aunque Damasco accedió en principio, la situación sobre el terreno no ha cambiado, lo que ha motivado la suspensión de Siria en ese foro. Mientras, continúa el goteo diario de víctimas (ayer se contabilizaron otros nueve en Ibleb y Homs), mientras la naturaleza del conflicto se está transformando.
La contestación popular ha sacado a la superficie la fragilidad de un estado policial cuyos múltiples aparatos de seguridad (hasta 17 según los analistas) fueron incapaces de detectar lo que se les venía encima. Fuera de su radar, o más probablemente amparados por la corrupción de sus responsables, funcionaban también redes de contrabandistas y otras bandas que ahora están aprovechando la situación, sobre todo en las regiones fronterizas.
“No estaban ahí al principio cuando el régimen empezó a denunciar la existencia de bandas armadas para justificar su brutalidad contra los manifestantes pacíficos, pero como en una profecía autocumplida han terminado por hacerse presentes y eso complica la ecuación”, estima un observador occidental. Incluso si los responsables sirios aceptaran el cese de las hostilidades, nadie puede garantizar que esos grupos parásitos del levantamiento popular no intenten sacar partido.
Aun así, fuentes diplomáticas europeas se agarran como a un clavo ardiendo al plan de la Liga Árabe. “La alternativa es un escenario balcánico; aquí los bandos no están uno al Este y otro al Oeste como en Libia, sino que las comunidades conviven en los mismos pueblos como en Bosnia”, advierten.
Sin embargo, en Damasco existe la impresión de que Estados Unidos ya ha dado por fracasada la iniciativa árabe. Durante una entrevista el sábado con este periódico, el ministro de Información, Adnan Mahmud, exhibió como prueba del respaldo estadounidense a una insurrección armada que un portavoz del Departamento de Estado pidiera a los opositores que no entregaran las armas cuando recientemente el Gobierno sirio ofreció una amnistía. A pesar de la poca credibilidad del anuncio, observadores occidentales consideraron poco afortunada la declaración.
El jefe de la diplomacia siria denunció ayer las palabras de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien el pasado viernes dijo que “podría haber una guerra civil, con una oposición muy determinada, bien armada y finalmente bien financiada”. Al Muallem rechazó esa posibilidad como “una proyección de los deseos” de Clinton. Todos los portavoces oficiales la descartan. Sin embargo, hasta que el riesgo de un conflicto civil se ha hecho evidente eran precisamente ellos quienes agitaban esa amenaza. Lo único seguro es que el régimen sirio se está quedando sin cartas y la única respuesta que es capaz de ofrecer es una nueva manifestación de apoyo al presidente Bachar por el centro de Damasco.
Damasco, El País
Siria trata de evitar que la Liga Árabe le cierre completamente la puerta después de que esa organización rechazara hoy los cambios que Damasco quería introducir en su plan de paz. El ministro de Exteriores, Walid al Muallem, ha minimizado el alcance de esos cambios insistiendo en que su Gobierno aceptaba el envío de observadores, pero que la misión comprometía su soberanía nacional y que iba a pedir “aclaraciones”. De no alcanzarse un arreglo antes de su reunión del jueves, la Liga impondrá sanciones a Siria e incluso podría llevar el asunto al Consejo de Seguridad.
“Las modificaciones que propusimos no tienen nada que ver con la naturaleza de la tarea de los observadores ni con su libertad de movimiento”, ha asegurado el jefe de la diplomacia siria durante una conferencia de prensa. Al Muallem ha explicado que su país quería estar informado de los movimientos de los delegados para ofrecerles protección. En su opinión, la Liga Árabe ponía “condiciones imposibles” al hacer al Estado responsable de la seguridad de la misión y no establecer coordinación alguna.
Sin embargo, esa organización no lo ha estimado así. En un comunicado difundido ayer, afirmaba que “las enmiendas y apéndices propuestos por Siria afectan a la esencia del documento y cambiarían radicalmente la naturaleza de la misión, que es supervisar la puesta en práctica del plan árabe para acabar la crisis y proteger a los civiles”. Según la ONU, 3.500 han muerto en la represión de las protestas. En una entrevista con el semanario británico Sunday Times, el presidente Bachar el Asad acusa a la Liga Árabe de querer crear un “pretexto” para una intervención occidental en Siria. “Provocaría un seísmo en la región”, advierte.
El plan de acción que la Liga Árabe acordó a principios de este mes pedía a Siria el cese inmediato de los ataques contra civiles, la retirada de los carros de combate de las calles, la liberación de los presos políticos y la aceptación de observadores. Aunque Damasco accedió en principio, la situación sobre el terreno no ha cambiado, lo que ha motivado la suspensión de Siria en ese foro. Mientras, continúa el goteo diario de víctimas (ayer se contabilizaron otros nueve en Ibleb y Homs), mientras la naturaleza del conflicto se está transformando.
La contestación popular ha sacado a la superficie la fragilidad de un estado policial cuyos múltiples aparatos de seguridad (hasta 17 según los analistas) fueron incapaces de detectar lo que se les venía encima. Fuera de su radar, o más probablemente amparados por la corrupción de sus responsables, funcionaban también redes de contrabandistas y otras bandas que ahora están aprovechando la situación, sobre todo en las regiones fronterizas.
“No estaban ahí al principio cuando el régimen empezó a denunciar la existencia de bandas armadas para justificar su brutalidad contra los manifestantes pacíficos, pero como en una profecía autocumplida han terminado por hacerse presentes y eso complica la ecuación”, estima un observador occidental. Incluso si los responsables sirios aceptaran el cese de las hostilidades, nadie puede garantizar que esos grupos parásitos del levantamiento popular no intenten sacar partido.
Aun así, fuentes diplomáticas europeas se agarran como a un clavo ardiendo al plan de la Liga Árabe. “La alternativa es un escenario balcánico; aquí los bandos no están uno al Este y otro al Oeste como en Libia, sino que las comunidades conviven en los mismos pueblos como en Bosnia”, advierten.
Sin embargo, en Damasco existe la impresión de que Estados Unidos ya ha dado por fracasada la iniciativa árabe. Durante una entrevista el sábado con este periódico, el ministro de Información, Adnan Mahmud, exhibió como prueba del respaldo estadounidense a una insurrección armada que un portavoz del Departamento de Estado pidiera a los opositores que no entregaran las armas cuando recientemente el Gobierno sirio ofreció una amnistía. A pesar de la poca credibilidad del anuncio, observadores occidentales consideraron poco afortunada la declaración.
El jefe de la diplomacia siria denunció ayer las palabras de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien el pasado viernes dijo que “podría haber una guerra civil, con una oposición muy determinada, bien armada y finalmente bien financiada”. Al Muallem rechazó esa posibilidad como “una proyección de los deseos” de Clinton. Todos los portavoces oficiales la descartan. Sin embargo, hasta que el riesgo de un conflicto civil se ha hecho evidente eran precisamente ellos quienes agitaban esa amenaza. Lo único seguro es que el régimen sirio se está quedando sin cartas y la única respuesta que es capaz de ofrecer es una nueva manifestación de apoyo al presidente Bachar por el centro de Damasco.