Nacional B boliviano: Wilstermann superó a Happ y encarriló su ilusión


José Vladimir Nogales
Wilstermann estaba perdido en los primeros minutos, y cedía espacios a Enrique Happ, que subía una y otra vez al área transmitiendo sensación de peligro. Pero en esto del fútbol lo que importa es la efectividad de cara al marcador y al cuadro rojo le bastó llegar una vez para anotar. Christian Vidal (el sub-18 misteriosamente relegado por Chacior) interceptó un balón a la deriva y, con un sorpresivo cabezazo colocado, consiguió el primer gol de Wilstermann. El que abrió la ruta del triunfo (2-0), el que disipó la borrasca de una tarde brumosa.

Wilstermann tiene un buen número de muy competentes futbolistas. Kilo por kilo, su plantilla es superior a la mayoría de los participantes del Nacional B. Otra cosa es que los jugadores se sientan abandonados por la directiva, la prensa y los aficionados. No es el mejor escenario para buscar el ascenso. Tampoco han recibido la ayuda de su entrenador, que ha dudado demasiado en el curso de la temporada. O ha sido demasiado sensible a las negativas respuestas de algunos jugadores, o ha tardado demasiado en tocar las teclas adecuadas. Pero tiene buen equipo, mucho mejor de lo que sugieren actuaciones tan polvorientas. La cuestión es que Chacior duda mucho e improvisa demasiado y de esa conjunción brota la inestabilidad que genera inseguridad en el grupo. Y con inseguridad cuesta cuajar un proyecto.

EL PARTIDO

El primer tiempo fue uno de los más pobres y sin contenido de todos los jugados en el Capriles en la B Nacional. Happ (consciente de la escasa diferencia de puntuación sobre los rojos) tenía miedo de perder y acumuló gente cerca de su arquero. Con dos líneas de cuatro muy marcadas para esperar. Con Hugo Rojas (sorpresivo núcleo generador) bien tirado a la derecha y sin asumir nunca la conducción del equipo (salvo ensayos de profundidad sobre la raya). Y con Dardo Ríos y Martínez desconectados arriba, inoperantes para capturar los pelotazos que venían desde atrás. Pero a los jugadores del cuadro “tricolor” les quemaba la pelota en los pies; nos les duraba ni diez segundos en su poder; no podían dar dos pases seguidos. Todo era puro pelotazo para los piques de Ríos. Ni siquiera tuvieron la viveza de aprovechar la carencia de marca de los rojos en el centro de campo, donde el índice de recuperación era alarmantemente bajo, debido a que no tiene volantes centrales de oficio. Sánchez ni Villarroel, hombres de corte ofensivo, no lo son. No sienten esa función.

Ante ese panorama, a Wilstermann no le costó tomar la iniciativa que gentilmente le cedió Happ durante el primer tiempo. Porque Zubieta fue intrascendente. Hugo Sánchez y Romero estaban programados para pelear antes que para jugar. Y a Hugo Rojas le quedó grande (en parte por una soledad inducida) el papel protagónico de conductor. Así, ni Ríos ni Martínez eran abastecidos con propiedad.

Con el balón en su poder, Wilstermann no estuvo lúcido. Sin espacios y taponeado en el eje, ahondó sus desequilibrios. Ante la presión, se reveló incapaz de ofrecer una salida limpia, tornándose turbulento el traslado ante la ausencia de un eje creativo. Bloqueado Amilcar Sánchez, se desactivó el juego de los rojos.

Wilstermann ha ganado más partidos (tanto en la B Nacional como en la Asociación) por atropellamiento que por buen juego. Derriba a sus rivales impactando en el momento justo, pero no consigue dominar los partidos en el medio campo. Con lo que tiene le basta para transitar por la competencia doméstica, pero si las cosas se complican carece de la inventiva y la sutileza necesarias (y no por falta de recursos). Necesita un enganche, un órgano rector. Godoy suele ser la solución natural, pero Chacior (propenso a la subutilización del material humano) volvió a dejarlo sentado. Y sin el argentino, el cuadro rojo carburó mal. Sin un jugador que inventara pases entre líneas, los delanteros no consiguieron activarse en toda la primera mitad. No se les hizo fácil ganar profundidad porque Happ, con dos líneas de cuatro muy juntas, achicó los espacios alrededor de sus volantes centrales.
Enredado en el medio, Wilstermann fue demasiado plano, inocuo en exceso. Cualquier arrebato de Ríos o Martínez (aún escasos y extremadamente espaciados) le resultaba sísmico. Para contener, a Happ le bastaba con el doble pivote (Hugo Sánchez y Romero), siempre con la manguera ante cualquier sofoco. No lo fue Oliver Fernández (improvisado como extremo izquierdo), empeñado en fagocitar el juego se encuentre donde se encuentre. Tampoco dio muchas pistas Amilcar Sánchez (el llamado a desdoblarse para ocupar el eje), de liviana presencia en las zonas templadas del campo e inexpresivo en la zona de fuego.

Cuando los dos equipos marcharon a los vestuarios, la producción ofensiva de Wilstermann se resumió en el gol de Vidal y algún disparo de distancia. Happ, obligado a buscar, expuso mayor conjunción colectiva pero acompañada de proporcional tibieza. Para remediar las cosas, Chacior hizo lo que clamaba la afición: quitó a Fernández (ingresó Melgar), pero obvió a Godoy. La apuesta tampoco cambió el paisaje. El problema era más agudo. De la turbación inicial (sin elaboración ni profundidad) a un exceso de horizontalidad, sin término medio. Volvió a fallar en el toque, y sin toque se desordenó, desaprovechó los espacios. Enfrente, un equipo desprovisto de sus armaduras, aseado, a gusto con la posesión y también manso, falto de malicia y de pegada.

Poco a poco, el embotellamiento en el medio tuvo consecuencias. El peso del partido se trasladó a los defensas y a los laterales. Happ intentó progresar por la banda, vertiendo más juego sobre la posición de Hugo Rojas, cuya habilidad resultaba indescifrable para los defensas. Se lució Machaca con sus desplazamientos en largo. En Wilstermann gravitó Bengolea cerrando y progresando. Se destacó Arana desbaratando los contragolpes. No hubo noticias de Olmedo ni de Juárez, incapaces de desmarcarse por afuera, sedientos de balón, desconectados de sus pasadores.

A Wilstermann le faltaba el hombre del pase quirúrgico. Le faltaba un Godoy que manejara la pelota y orientase productivamente el flujo. Olmedo recibía mal, de espaldas y lejos de la zona donde inquieta a los defensas. Mientras los jugadores de Happ tuvieron energía, los despliegues de los puntas rojos resultaron estériles (incluido Martin, que ingresó con ímpetu y terminó en la misma invisibilidad que consumió a Juárez).

Con Godoy en la cancha como enganche (y el consecuente cambio de dibujo, que transmutó el 4-4-2 en un 4-3-1-2), Wilstermann no sólo tuvo más la pelota. También la distribuyó con sentido. Proliferaron las asociaciones y Happ empezó a agrietarse. La posesión fue más consistente y fructífera, más allá de los infecciosos brotes de imprecisión que nacieron en las botas de un Melgar que, en las últimas jornadas, ha visto erosionada su confianza.

Ante un contexto de necesidad, la respuesta de Happ fue tan simple que, por momentos, pareció indecente para un equipo con aspiraciones de ascenso. Buscó en largo a Ríos, su delantero más confiable, un punta sagaz, pletórico de potencia, pero que tiene una inquietante capacidad para tomar malas decisiones con la pelota en los pies. Este sábado bastante tenía con cazar alguna, pero, cuando lo consiguió, buscó de manera pertinaz el uno contra uno. Sus compañeros le ahogaron con balones imposibles y él les devolvió el favor, incapaz de temporizar para darles salida. Se generó así un bucle en el que Happ nunca abandonaba su hibridez.

Pero más allá de la inconsistencia y escasa peligrosidad del ataque de Happ, la escualidez del marcador exponía a Wilstermann a cualesquier perturbación, azarosa o no. Y su falta de pegada (para liquidar el pleito) le condenó a una nerviosa coexistencia con las impredecibles consecuencias de sus errores (de conjunción y precisión) y el usufructo de ellos (igualmente impredecible) por parte del rival. Pero Happ no disponía de material para explotar los desperfectos ajenos sin antes ahondar los propios que, proporcionalmente, proveían de ingentes oportunidades a un rival igualmente propenso al despilfarro. Wilstermann dilapidó un ramillete de contragolpes (incluido un disparo de Martin al travesaño) por elegir mal o moverse inadecuadamente para fabricar el espacio (un reflejo de la falta de entendimiento colectivo que, a su vez, es fruto de la volátil inestabilidad de la nómina). Recién en el ocaso de la batalla, encontró alivio. Bengolea, con un magistral tiro libre, dibujó un 2-0 balsámico, que restituye ilusiones, que vaporiza temores y entierra algunas sombras.

Wilstermann: Machado, Taboada, Arana, Carballo, Bengolea; Vidal, Villarroel (Godoy), Sánchez, Fernández (Melgar), Juárez (Martin) y Olmedo.

Enrique Happ: Issa, Machaca, Viviani, Pinto, Via; Rojas, Sánchez, Romero, Zubieta, Ríos y Martínez (De Souza).

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