La OTAN reconoce que pudo haber matado a 26 soldados paquistaníes
Islamabad convoca al embajador de EE UU y da 15 días a Washington para abandonar la base aérea de Samsi
Washington, El País
El que está resultando el año más negro para las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán ha añadido otra cuenta al rosario de desconfianzas mutuas con la muerte de 28 soldados paquistaníes en un ataque de helicópteros de la OTAN a un puesto fronterizo entre Pakistán y Afganistán.
El general John Allen, jefe de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, dirigida por la OTAN), ha expresado hoy con rapidez a las autoridades de Islamabad su pesar por lo ocurrido. El primer ministro paquistaní, Yusuf Raza Gilani, habló de ataque “inaceptable” y de “violación de la soberanía nacional” mientras fuentes gubernamentales pronosticaban “serias consecuencia para la cooperación entre Pakistán y la OTAN”.
De inmediato, el Gobierno de Pakistán cerró los puestos fronterizos por los que ISAF recibe la mitad de sus aprovisionamientos. Además, ha convocado al embajador estadounidense, Cameron Munter, para expresarle su protesta formal y ha dado 15 días de plazo a Washington para desalojar la base aérea de Shamsi, informa Efe.
La OTAN ha abierto un investigación sobre lo sucedido, pero al contrario que en otras oportunidades esta vez ha sido rauda en considerar “altamente probable” que sus aparatos causaran las muertes y otros 11 heridos. ISAF explicó que el incidente se debió probablemente a un problema de comunicación.
Aunque formalmente de ISAF, ese tipo de operaciones sobre la frontera mal delimitada y extremadamente porosa entre Pakistán y Afganistán -ideal para las operaciones y golpes de mano de los talibanes, que en Pakistán cuentan también con áreas de refugio- las desarrollan soldados de Estados Unidos por lo que el incidente no dejará de profundizar la sima de desconfianza entre Washington e Islamabad.
El ataque es el peor en la década que dura la guerra lanzada contra los talibanes a partir del 11-S, convertida luego en guerra contra el terrorismo y contra Al Qaeda. Tiene la singularidad de culminar un año particularmente difícil en las relaciones bilaterales, que vivió su cénit el pasado mes de mayo, cuando un comando de Estados Unidos tomó al asaltó la residencia de Osama bin Laden en Abbottabad y mató al líder de Al Qaeda, que había vivido allí sin mayores problemas durante años, prácticamente en las puertas de Islamabad.
Aquella acción ya hizo sacar a ambas partes lo cuchillos verbales en un 2011 que también ha visto el encarcelamiento en Pakistán de personal de la CIA y numerosos y mortíferos ataques con aviones no tripulados de Estados Unidos sobre objetivos talibanes en Pakistán.
La gran objeción de Washington es que Pakistán tiene un doble juego con respecto a los talibanes y sus asociados. Hace apenas un mes, Hillary Clinton, la secretaria de Estado norteamericana, declaró en Islamabad que para Estados Unidos “está probado” que en el Ejército paquistaní hay quienes colaboran con los islamistas y que “en Pakistán hay refugios desde donde se planifican y dirigen ataques” contra las fuerzas de Estados Unidos y de Afganistán al otro lado de la frontera.
Algunos analistas en Washington exponen la tesis de que hay que aplicar una política de contención para con Pakistán y que ambos países están en una vía de inexorable choque. Esta misma semana el embajador paquistaní en Estados Unidos fue destituido al trascender que a raíz de la operación de Abbottabad pidió a la Administración de Barack Obama que impidiera un enésimo golpe militar en Pakistán que sería la respuesta de los generales a un Gobierno que había permitido la violación de su integridad territorial por Estados Unidos.
Los analistas mantienen que Islamabad apoya las actividades desestabilizadoras en Afganistán porque quiere un vecino débil y dependiente. Afganistán responde buscando protección en la amistad con India, con la que suscribió recientemente un acuerdo estratégico para frustración de un Pakistán que ve en ello un enésimo de su histórico enemigo indio de ahogarle con una pinza a ambos lados de la frontera.
A la espera de posibles efectos a largo plazo de este último incidente, Pakistán ha tomado la represalia de cerrar los puestos fronterizos por los que ISAF recibe la mitad de su aprovisionamiento, previamente desembarcado en el puerto de Karachi. Ya lo hizo en 2009 ante un incidente de menores proporciones. El cierre duró entonces diez días. Un antiguo embajador paquistaní en Afganistán lo considera todo como un ejercicio pautado. Al cabo de un tiempo “las cosas vuelven a la normalidad”, dice. Salvo el día en que la cuerda de la precaria relación termine por romperse.
Washington, El País
El que está resultando el año más negro para las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán ha añadido otra cuenta al rosario de desconfianzas mutuas con la muerte de 28 soldados paquistaníes en un ataque de helicópteros de la OTAN a un puesto fronterizo entre Pakistán y Afganistán.
El general John Allen, jefe de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, dirigida por la OTAN), ha expresado hoy con rapidez a las autoridades de Islamabad su pesar por lo ocurrido. El primer ministro paquistaní, Yusuf Raza Gilani, habló de ataque “inaceptable” y de “violación de la soberanía nacional” mientras fuentes gubernamentales pronosticaban “serias consecuencia para la cooperación entre Pakistán y la OTAN”.
De inmediato, el Gobierno de Pakistán cerró los puestos fronterizos por los que ISAF recibe la mitad de sus aprovisionamientos. Además, ha convocado al embajador estadounidense, Cameron Munter, para expresarle su protesta formal y ha dado 15 días de plazo a Washington para desalojar la base aérea de Shamsi, informa Efe.
La OTAN ha abierto un investigación sobre lo sucedido, pero al contrario que en otras oportunidades esta vez ha sido rauda en considerar “altamente probable” que sus aparatos causaran las muertes y otros 11 heridos. ISAF explicó que el incidente se debió probablemente a un problema de comunicación.
Aunque formalmente de ISAF, ese tipo de operaciones sobre la frontera mal delimitada y extremadamente porosa entre Pakistán y Afganistán -ideal para las operaciones y golpes de mano de los talibanes, que en Pakistán cuentan también con áreas de refugio- las desarrollan soldados de Estados Unidos por lo que el incidente no dejará de profundizar la sima de desconfianza entre Washington e Islamabad.
El ataque es el peor en la década que dura la guerra lanzada contra los talibanes a partir del 11-S, convertida luego en guerra contra el terrorismo y contra Al Qaeda. Tiene la singularidad de culminar un año particularmente difícil en las relaciones bilaterales, que vivió su cénit el pasado mes de mayo, cuando un comando de Estados Unidos tomó al asaltó la residencia de Osama bin Laden en Abbottabad y mató al líder de Al Qaeda, que había vivido allí sin mayores problemas durante años, prácticamente en las puertas de Islamabad.
Aquella acción ya hizo sacar a ambas partes lo cuchillos verbales en un 2011 que también ha visto el encarcelamiento en Pakistán de personal de la CIA y numerosos y mortíferos ataques con aviones no tripulados de Estados Unidos sobre objetivos talibanes en Pakistán.
La gran objeción de Washington es que Pakistán tiene un doble juego con respecto a los talibanes y sus asociados. Hace apenas un mes, Hillary Clinton, la secretaria de Estado norteamericana, declaró en Islamabad que para Estados Unidos “está probado” que en el Ejército paquistaní hay quienes colaboran con los islamistas y que “en Pakistán hay refugios desde donde se planifican y dirigen ataques” contra las fuerzas de Estados Unidos y de Afganistán al otro lado de la frontera.
Algunos analistas en Washington exponen la tesis de que hay que aplicar una política de contención para con Pakistán y que ambos países están en una vía de inexorable choque. Esta misma semana el embajador paquistaní en Estados Unidos fue destituido al trascender que a raíz de la operación de Abbottabad pidió a la Administración de Barack Obama que impidiera un enésimo golpe militar en Pakistán que sería la respuesta de los generales a un Gobierno que había permitido la violación de su integridad territorial por Estados Unidos.
Los analistas mantienen que Islamabad apoya las actividades desestabilizadoras en Afganistán porque quiere un vecino débil y dependiente. Afganistán responde buscando protección en la amistad con India, con la que suscribió recientemente un acuerdo estratégico para frustración de un Pakistán que ve en ello un enésimo de su histórico enemigo indio de ahogarle con una pinza a ambos lados de la frontera.
A la espera de posibles efectos a largo plazo de este último incidente, Pakistán ha tomado la represalia de cerrar los puestos fronterizos por los que ISAF recibe la mitad de su aprovisionamiento, previamente desembarcado en el puerto de Karachi. Ya lo hizo en 2009 ante un incidente de menores proporciones. El cierre duró entonces diez días. Un antiguo embajador paquistaní en Afganistán lo considera todo como un ejercicio pautado. Al cabo de un tiempo “las cosas vuelven a la normalidad”, dice. Salvo el día en que la cuerda de la precaria relación termine por romperse.