Holanda, europeísta por necesidad
Los holandeses apuestan por la UE como organización económica y recelan de su papel político.- El país votó en contra de la Constitución europea en 2005
La Haya, El País
Los refranes holandeses suelen proponer hábiles formas de protegerse contra el mar, el peligroso pero también productivo elemento nacional por excelencia. Así que Adriaan Schout, jefe del Programa Europeo del Instituto de Relaciones Internacionales Clingendael, recurre a uno para disipar los errores de percepción sobre su país ante la crisis del euro. “Cuando sube la marea, es mejor estar en un barco grande. O para decirlo en términos más actuales, esta crisis económica debe resolverse a gran escala. Llámese UE o bien G-20”, asegura.
Holanda, fundadora del proyecto comunitario, contribuyente neta y país en el que se halla Maastricht, la ciudad del Tratado de integración europea de 1992, está hoy enfadada. También observa con temor y pesimismo la situación de los socios deudores. “Con todo, damos la impresión de ser anti-Unión Europea, y no es verdad. A pesar del rechazo a la Constitución europea en el referéndum de 2005, nuestra postura no ha variado: apoyamos el mercado interno y somos escépticos ante la cooperación política”.
La comparación entre los sondeos efectuados en 2005 y 2011 le dan la razón. Con algunos matices añadidos por la situación de Grecia. Efectuados por Maurice de Hond, el encuestador más activo del país, muestran cómo un 56% de la población pensaba hace seis años que la UE debería ser una organización eminentemente económica. En 2011 lo cree un 58%. En 2005, un 37% decía que la UE había contribuido al crecimiento económico nacional. A pesar de la crisis, hoy lo apunta un 51%. Pero cuidado: entonces (un 86%) y ahora (un 78%), los holandeses consideran escasa la voz de la ciudadanía en el seno comunitario. A la pregunta de si la UE debió haberse mantenido como un club para el norte y el oeste europeos, la respuesta es afirmativa. Un 52% lo creía hace un quinquenio. Un 69% lo secunda en estos momentos.
El pragmatismo mostrado por las cifras y apuntado por Schout se explica echando un vistazo a la situación geográfica holandesa. Vecina de la poderosa Alemania, y de la hoy atribulada Bélgica (con Francia siempre tan cerca), “llevamos en los genes lo de que somos una economía pequeña necesitada de Europa para funcionar”. “Ser pragmático es vital para nosotros. Cualquier división en la UE puede causar enormes daños a nuestra balanza de pagos, basada en la exportación. Y ya se sabe, una economía saneada es el mejor reclamo político”, añade, para explicar luego las voces disidentes que empiezan a oírse en el Parlamento holandés.
De momento, la más sonora es la de Geert Wilders, el líder antimusulmán, que ha pedido una investigación sobre una posible vuelta al florín, la moneda anterior al euro. “Es interesante, pero Wilders solo parece antieuropeo. La realidad es que apoya a un Gobierno proeuropeo junto al que vota cuando es necesario”, subraya el experto.
La otra llamada de atención es aún más reciente. Salida de las filas liberales, el partido mayoritario en el poder, propone crear una moneda especial, llamada neuro. Destinada a las economías más saneadas de la UE, circularía en una Europa dividida entre deudores y acreedores.
El tercer aviso viene firmado por Bernard Wientjes, presidente de la patronal. Ha pedido un ministro holandés de Comercio Exterior porque “la UE está demasiado ocupada por asuntos internos. Necesitamos un buen empresario que mire por nuestros intereses fuera”.
A pesar de este coro de voces, y de que los holandeses creen que Grecia no devolverá las ayudas recibidas, falta un auténtico debate político sobre la situación actual. Aunque, paradójicamente, en 2005 el Parlamento se mostrara más europeísta que la ciudadanía, y hoy sea al revés. Del hemiciclo, en La Haya, salen estos días las mayores críticas a la UE. “Es que el gran error de Maastricht fue no darle poder a la Comisión. Ella debió vigilar el curso de las economías comunitarias e imponer, si cabía, sanciones. Ahora es Holanda la que ha propuesto la figura de un nuevo comisario que controle el devenir del euro y de las economías de los socios”, recuerda Schout. La propuesta parece contar con el apoyo de Alemania y Francia, los dos grandes. Y también el dúo que, en 2003, quebró el pacto de estabilidad deficitaria, auténtico sostén del Tratado de Maastricht. Un paso que facilitó en cierto modo el descalabro actual. Si ellos vulneraban las normas, los demás relajaron las suyas.
Si paradójico es que Holanda, europeísta por necesidad y convicción, rechazara la Constitución europea, más aún lo es que el futuro de la UE haya pasado a segundo plano. Ocupados con la crítica, descarada y a veces ruda, de las “pésimas y engañosas cuentas griegas e italianas”, los holandeses ya no hablan de la ampliación comunitaria. Los países de los Balcanes entrarán en algún momento, pero nadie los nombra. La llamada de Turquía a la puerta de Bruselas —bestia negra de la extrema derecha y en buena medida causante del no en 2005— sigue oyéndose con sordina. En cuanto a Islandia, que también podría sumarse al club, ni siquiera aparece en el estruendo del euro.
“Lo más probable es que después de estas entradas la UE pare durante largo tiempo. La gente está enfadada, y no solo en Holanda. Es cierto. También lo es que nadie quiere irse. La clave está en el control, y para eso necesitamos una Comisión con autoridad legal”, sentencia el estudioso. Una UE más supranacional y menos política capaz de contener también a Berlín y París. En apariencia, la receta perfecta. Aunque deberá cocinarse en el convulso horno comunitario.
La Haya, El País
Los refranes holandeses suelen proponer hábiles formas de protegerse contra el mar, el peligroso pero también productivo elemento nacional por excelencia. Así que Adriaan Schout, jefe del Programa Europeo del Instituto de Relaciones Internacionales Clingendael, recurre a uno para disipar los errores de percepción sobre su país ante la crisis del euro. “Cuando sube la marea, es mejor estar en un barco grande. O para decirlo en términos más actuales, esta crisis económica debe resolverse a gran escala. Llámese UE o bien G-20”, asegura.
Holanda, fundadora del proyecto comunitario, contribuyente neta y país en el que se halla Maastricht, la ciudad del Tratado de integración europea de 1992, está hoy enfadada. También observa con temor y pesimismo la situación de los socios deudores. “Con todo, damos la impresión de ser anti-Unión Europea, y no es verdad. A pesar del rechazo a la Constitución europea en el referéndum de 2005, nuestra postura no ha variado: apoyamos el mercado interno y somos escépticos ante la cooperación política”.
La comparación entre los sondeos efectuados en 2005 y 2011 le dan la razón. Con algunos matices añadidos por la situación de Grecia. Efectuados por Maurice de Hond, el encuestador más activo del país, muestran cómo un 56% de la población pensaba hace seis años que la UE debería ser una organización eminentemente económica. En 2011 lo cree un 58%. En 2005, un 37% decía que la UE había contribuido al crecimiento económico nacional. A pesar de la crisis, hoy lo apunta un 51%. Pero cuidado: entonces (un 86%) y ahora (un 78%), los holandeses consideran escasa la voz de la ciudadanía en el seno comunitario. A la pregunta de si la UE debió haberse mantenido como un club para el norte y el oeste europeos, la respuesta es afirmativa. Un 52% lo creía hace un quinquenio. Un 69% lo secunda en estos momentos.
El pragmatismo mostrado por las cifras y apuntado por Schout se explica echando un vistazo a la situación geográfica holandesa. Vecina de la poderosa Alemania, y de la hoy atribulada Bélgica (con Francia siempre tan cerca), “llevamos en los genes lo de que somos una economía pequeña necesitada de Europa para funcionar”. “Ser pragmático es vital para nosotros. Cualquier división en la UE puede causar enormes daños a nuestra balanza de pagos, basada en la exportación. Y ya se sabe, una economía saneada es el mejor reclamo político”, añade, para explicar luego las voces disidentes que empiezan a oírse en el Parlamento holandés.
De momento, la más sonora es la de Geert Wilders, el líder antimusulmán, que ha pedido una investigación sobre una posible vuelta al florín, la moneda anterior al euro. “Es interesante, pero Wilders solo parece antieuropeo. La realidad es que apoya a un Gobierno proeuropeo junto al que vota cuando es necesario”, subraya el experto.
La otra llamada de atención es aún más reciente. Salida de las filas liberales, el partido mayoritario en el poder, propone crear una moneda especial, llamada neuro. Destinada a las economías más saneadas de la UE, circularía en una Europa dividida entre deudores y acreedores.
El tercer aviso viene firmado por Bernard Wientjes, presidente de la patronal. Ha pedido un ministro holandés de Comercio Exterior porque “la UE está demasiado ocupada por asuntos internos. Necesitamos un buen empresario que mire por nuestros intereses fuera”.
A pesar de este coro de voces, y de que los holandeses creen que Grecia no devolverá las ayudas recibidas, falta un auténtico debate político sobre la situación actual. Aunque, paradójicamente, en 2005 el Parlamento se mostrara más europeísta que la ciudadanía, y hoy sea al revés. Del hemiciclo, en La Haya, salen estos días las mayores críticas a la UE. “Es que el gran error de Maastricht fue no darle poder a la Comisión. Ella debió vigilar el curso de las economías comunitarias e imponer, si cabía, sanciones. Ahora es Holanda la que ha propuesto la figura de un nuevo comisario que controle el devenir del euro y de las economías de los socios”, recuerda Schout. La propuesta parece contar con el apoyo de Alemania y Francia, los dos grandes. Y también el dúo que, en 2003, quebró el pacto de estabilidad deficitaria, auténtico sostén del Tratado de Maastricht. Un paso que facilitó en cierto modo el descalabro actual. Si ellos vulneraban las normas, los demás relajaron las suyas.
Si paradójico es que Holanda, europeísta por necesidad y convicción, rechazara la Constitución europea, más aún lo es que el futuro de la UE haya pasado a segundo plano. Ocupados con la crítica, descarada y a veces ruda, de las “pésimas y engañosas cuentas griegas e italianas”, los holandeses ya no hablan de la ampliación comunitaria. Los países de los Balcanes entrarán en algún momento, pero nadie los nombra. La llamada de Turquía a la puerta de Bruselas —bestia negra de la extrema derecha y en buena medida causante del no en 2005— sigue oyéndose con sordina. En cuanto a Islandia, que también podría sumarse al club, ni siquiera aparece en el estruendo del euro.
“Lo más probable es que después de estas entradas la UE pare durante largo tiempo. La gente está enfadada, y no solo en Holanda. Es cierto. También lo es que nadie quiere irse. La clave está en el control, y para eso necesitamos una Comisión con autoridad legal”, sentencia el estudioso. Una UE más supranacional y menos política capaz de contener también a Berlín y París. En apariencia, la receta perfecta. Aunque deberá cocinarse en el convulso horno comunitario.