Fútbol Cochabambino: El Wilstermann "muletto" cumplió con dificultades
José Vladimir Nogales
El Wilstermann de Claudio Chacior pudo entregarse en el Capriles a un ejercicio exploratorio de los que tanto le gustan. Es como jugar con fuego. Pero Nueva Cliza es demasiado insignificante para apear al equipo rojo del alambre del que se columpió durante largo rato. Tuvo Wilstermann a Guzmán, lo que resultó bastante para cubrir el expediente en una tarde de ensayos (con el equipo titular jugando en Sucre), y anduvo escaso de dinamita porque replicó a la temerosa puesta en escena del grupo de Cliza con un manojo de oportunidades desaprovechadas, lo que le pudo suponer algún disgusto. Pero este equipo provinciano exhibió detalles interesantes: maneja con propiedad el balón, es picante en ofensiva y peligroso con espacios en el último cuarto. Le faltó, eso sí, mordiente y una dosis de atrevimiento en algún pasaje de la batalla, cuando Wilstermann emitía señales de alarma. En esa coyuntura tan sólo fue capaz de amagar.
Al equipo “muletto” que dejó Chacior le alcanzó un bufido para tumbar a Nueva Cliza (3-1), cuyos problemas estructurales resultaron más sangrantes que los del improvisado equipo rojo. El cuadro visitante se quebró con la expulsión de un defensa y se quedó tieso, falto de agresividad defensiva, de dinámica y combinación en la divisoria y de malicia en el ataque. Exactamente lo inverso de lo hecho en la primera mitad, cuando usufructuó la escasa asimilación colectiva del rival para, con un férreo dispositivo de marcas y mucha presión en la divisoria, lograr inutilizarle y plasmar una impensada ventaja.
Gol arriba, Nueva Cliza se abandonó a la especulación. Olvidó la pelota y echó mano de la teatralización para consumir segundos. Acosó a Wilstermann con un espíritu impetuoso que tuvo un efecto contagioso en la escasa hinchada. Era el típico ambiente de los duelos bravos, de los que a veces los rojos dimiten sin avisar. Esta vez, no.
Pero, por lo que ofrecía futbolísticamente, Wilstermann parecía estar en un estado comatoso. Así le había dejado Nueva Cliza tras un gran combate táctico. O así se había dejado realmente Wilstermann a sí mismo, que fue revelándose inoperante con el paso de los minutos. Como es obvio (con la escuadra principal lejos de casa), el cuadro rojo estaba obligado a probar con otros nombres, con Llanos de volante central y Oliver Fernández de punta principal para liberar al Juárez, pero muy pronto se vio atrapado y encogido por el galimatías táctico del rival. Nueva Cliza repetía el atasco que, una semana atrás, había propuesto Universidad en todos los rincones tácticos del campo. En la presión en banda, en la defensa adelantada y en la rapidez con la que se montaban las contras. Y así hizo daño. Ante ese panorama, Wilstermann no gravitó con la pelota. Porque Fernando Castellón fue intrascendente. Guzmán ganaba y perdía. Y a Llanos le quedó grande el papel protagónico de conducir la salida, máxime sin el apoyo eficiente de laterales que se sumaban con criterio al ataque. Así, ni Juárez ni Fernández eran abastecidos, como lo fueron en la segunda etapa.
Wilstermann tardó un buen rato (toda una etapa) en reivindicarse como el equipo a batir de la competencia doméstica. Más que del juego colectivo, que le sirvió para cerrar su portería, intimidó por la presencia en el flanco izquierdo de Guzmán, por donde siempre creyó que tenía abierta la senda del triunfo. Nueva Cliza sangró reiteradamente por el lateral derecho, con las marcas desbordadas a menudo en jugadas de dos contra uno, falto de ayudas, incapaz en el uno contra uno. No fue casualidad que gran parte de las situaciones de gol llegaran por esa vía, aunque la mayoría resultasen desaprovechadas.
La noticia estuvo, precisamente, en la gravitación de Guzmán. No es titular, ni suplente, o las dos cosas a la vez. No se trata además de un jugador cualquiera. Es uno de los más hábiles de Wilstermann, con todos los cuestionamientos que se le hagan a su carácter. En cuanto a recursos futbolísticos no admite dudas: a Guzmán le sobran. Su actuación fue irreprochable. Manejó el juego con claridad y precisión, a uno o dos toques, sin distraerse. Eficaz en la distribución, encontró tiempo para sacar unos cuantos pases de categoría.
La reacción de los rojos coincidió con la imprudente expulsión de Soliz, que fracturó definitivamente un módulo visitante que, bajo presión, comenzaba a exhibir grietas.
Instalado en campo rival, Wilstermann hizo valer su peso específico y manejó los hilos del desarrollo, pero sin demasiado brillo. Desbordó por los dos flancos sin acertar el último pase, aquél que antecede a la estocada. Hasta que apareció Bruno Juárez (minuto 63) para clavar el empate tras un rebote cedido por el golero. El 2-1 llegó casi de inmediato, en medio de la nebulosa de confusión que envolvía a Nueva Cliza.
A falta de un cuarto de hora, Nueva Cliza abandonó la trinchera y archivó sus prácticas teatrales para intentar una igualdad que, en lo potencial, era plausible. La defensa de Wilstermann, sujeta con alfileres, exhibía debilidad cuando le movían la pelota y la encaraban en velocidad. Pero la visita no sacó provecho de aquella debilidad por pecados propios (escasa puntería, dilación y precipitación). Y si bien su ofensiva mantuvo latente la posibilidad de concretar un segundo gol, dependía en grado sumo del índice de recuperación de pelota (muy bajo como para dar cabida a un caudaloso suministro) y de la fluidez de circulación (la excesiva imprecisión en la zona de tránsito conspiró contra sus posibilidades).
El cabezazo de Bruno Juárez (tras preciso centro de Guzmán) cerró las cifras de una batalla que resultó más pareja de lo presumible y que se desagarró en la segunda mitad, cuando los rojos encontraron claridad. La claridad que irradió Javier Guzmán.
El Wilstermann de Claudio Chacior pudo entregarse en el Capriles a un ejercicio exploratorio de los que tanto le gustan. Es como jugar con fuego. Pero Nueva Cliza es demasiado insignificante para apear al equipo rojo del alambre del que se columpió durante largo rato. Tuvo Wilstermann a Guzmán, lo que resultó bastante para cubrir el expediente en una tarde de ensayos (con el equipo titular jugando en Sucre), y anduvo escaso de dinamita porque replicó a la temerosa puesta en escena del grupo de Cliza con un manojo de oportunidades desaprovechadas, lo que le pudo suponer algún disgusto. Pero este equipo provinciano exhibió detalles interesantes: maneja con propiedad el balón, es picante en ofensiva y peligroso con espacios en el último cuarto. Le faltó, eso sí, mordiente y una dosis de atrevimiento en algún pasaje de la batalla, cuando Wilstermann emitía señales de alarma. En esa coyuntura tan sólo fue capaz de amagar.
Al equipo “muletto” que dejó Chacior le alcanzó un bufido para tumbar a Nueva Cliza (3-1), cuyos problemas estructurales resultaron más sangrantes que los del improvisado equipo rojo. El cuadro visitante se quebró con la expulsión de un defensa y se quedó tieso, falto de agresividad defensiva, de dinámica y combinación en la divisoria y de malicia en el ataque. Exactamente lo inverso de lo hecho en la primera mitad, cuando usufructuó la escasa asimilación colectiva del rival para, con un férreo dispositivo de marcas y mucha presión en la divisoria, lograr inutilizarle y plasmar una impensada ventaja.
Gol arriba, Nueva Cliza se abandonó a la especulación. Olvidó la pelota y echó mano de la teatralización para consumir segundos. Acosó a Wilstermann con un espíritu impetuoso que tuvo un efecto contagioso en la escasa hinchada. Era el típico ambiente de los duelos bravos, de los que a veces los rojos dimiten sin avisar. Esta vez, no.
Pero, por lo que ofrecía futbolísticamente, Wilstermann parecía estar en un estado comatoso. Así le había dejado Nueva Cliza tras un gran combate táctico. O así se había dejado realmente Wilstermann a sí mismo, que fue revelándose inoperante con el paso de los minutos. Como es obvio (con la escuadra principal lejos de casa), el cuadro rojo estaba obligado a probar con otros nombres, con Llanos de volante central y Oliver Fernández de punta principal para liberar al Juárez, pero muy pronto se vio atrapado y encogido por el galimatías táctico del rival. Nueva Cliza repetía el atasco que, una semana atrás, había propuesto Universidad en todos los rincones tácticos del campo. En la presión en banda, en la defensa adelantada y en la rapidez con la que se montaban las contras. Y así hizo daño. Ante ese panorama, Wilstermann no gravitó con la pelota. Porque Fernando Castellón fue intrascendente. Guzmán ganaba y perdía. Y a Llanos le quedó grande el papel protagónico de conducir la salida, máxime sin el apoyo eficiente de laterales que se sumaban con criterio al ataque. Así, ni Juárez ni Fernández eran abastecidos, como lo fueron en la segunda etapa.
Wilstermann tardó un buen rato (toda una etapa) en reivindicarse como el equipo a batir de la competencia doméstica. Más que del juego colectivo, que le sirvió para cerrar su portería, intimidó por la presencia en el flanco izquierdo de Guzmán, por donde siempre creyó que tenía abierta la senda del triunfo. Nueva Cliza sangró reiteradamente por el lateral derecho, con las marcas desbordadas a menudo en jugadas de dos contra uno, falto de ayudas, incapaz en el uno contra uno. No fue casualidad que gran parte de las situaciones de gol llegaran por esa vía, aunque la mayoría resultasen desaprovechadas.
La noticia estuvo, precisamente, en la gravitación de Guzmán. No es titular, ni suplente, o las dos cosas a la vez. No se trata además de un jugador cualquiera. Es uno de los más hábiles de Wilstermann, con todos los cuestionamientos que se le hagan a su carácter. En cuanto a recursos futbolísticos no admite dudas: a Guzmán le sobran. Su actuación fue irreprochable. Manejó el juego con claridad y precisión, a uno o dos toques, sin distraerse. Eficaz en la distribución, encontró tiempo para sacar unos cuantos pases de categoría.
La reacción de los rojos coincidió con la imprudente expulsión de Soliz, que fracturó definitivamente un módulo visitante que, bajo presión, comenzaba a exhibir grietas.
Instalado en campo rival, Wilstermann hizo valer su peso específico y manejó los hilos del desarrollo, pero sin demasiado brillo. Desbordó por los dos flancos sin acertar el último pase, aquél que antecede a la estocada. Hasta que apareció Bruno Juárez (minuto 63) para clavar el empate tras un rebote cedido por el golero. El 2-1 llegó casi de inmediato, en medio de la nebulosa de confusión que envolvía a Nueva Cliza.
A falta de un cuarto de hora, Nueva Cliza abandonó la trinchera y archivó sus prácticas teatrales para intentar una igualdad que, en lo potencial, era plausible. La defensa de Wilstermann, sujeta con alfileres, exhibía debilidad cuando le movían la pelota y la encaraban en velocidad. Pero la visita no sacó provecho de aquella debilidad por pecados propios (escasa puntería, dilación y precipitación). Y si bien su ofensiva mantuvo latente la posibilidad de concretar un segundo gol, dependía en grado sumo del índice de recuperación de pelota (muy bajo como para dar cabida a un caudaloso suministro) y de la fluidez de circulación (la excesiva imprecisión en la zona de tránsito conspiró contra sus posibilidades).
El cabezazo de Bruno Juárez (tras preciso centro de Guzmán) cerró las cifras de una batalla que resultó más pareja de lo presumible y que se desagarró en la segunda mitad, cuando los rojos encontraron claridad. La claridad que irradió Javier Guzmán.