Estados Unidos se queda sin bazas para frenar a Teherán
El Gobierno estadounidense nunca ha descartado oficialmente la adopción de represalias militares contra Irán
Washington, El País
Pese a la denuncia de un complot respaldado por Irán para asesinar al embajador de Arabia Saudí en Washington y cometer otros actos terroristas, Estados Unidos no ha sido capaz hasta el momento de construir una sólida coalición internacional para tomar represalias contra el régimen islámico. El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, aseguró ayer que su país continúa en su empeño por aislar a Irán y que lo hará “concentrado en los instrumentos de carácter económico”.
La inminente retirada militar de Irak hace más urgente para la Administración norteamericana actuar contra Irán para impedir que ese país intente llenar el vacío que EE UU deja y gane peso como potencia regional. Pero los argumentos esgrimidos hasta ahora por Washington no han sido suficientes como para ganar aliados de cara a la aprobación de nuevas sanciones comerciales en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El Reino Unido se ha sumado a las sanciones unilaterales que en su día tomó EE UU contra ciudadanos iraníes presuntamente implicados en el complot contra el embajador saudí, pero otros países europeos ha reaccionado con más frialdad, y Rusia y China, con fuertes intereses económicos en Irán, se han resistido a castigar al Gobierno de Teherán.
El Gobierno estadounidense nunca ha descartado oficialmente la adopción de represalias militares contra Irán, aunque esta es una posibilidad que actualmente se ve muy remota por razones estratégicas, económicas y políticas. Así pues, Washington se ve por el momento incapaz de responder enérgicamente a la eventual amenaza que puede representar Irán.
Esa amenaza podría hacerse más visible en las próximas semanas si, como se espera, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) presenta un informe en el que dé verosimilitud a las sospechas de que el régimen islámico podría estar orientando su programa nuclear hacia propósitos militares. El riesgo de que Irán llegue a poseer armas atómicas representa, obviamente, una preocupación de primer orden para EE UU, y también para Europa y Rusia. Una llamada de atención en ese sentido de parte de la AIEA podría significar un cambio considerable de la actitud actual de la comunidad internacional con Irán.
Pero hay otros factores que EE UU tiene en cuenta y que ayudan a mitigar el sentimiento de alarma. Uno de ellos es la lentitud del desarrollo científico en Irán. Incluso aunque el Gobierno haya optado por la creación de un arsenal nuclear, varios expertos han considerado que no estaría en condiciones creíbles de cumplir ese objetivo antes de dos o tres años. Según ese cálculo, Irán ha perdido acceso al material y los técnicos de otros países que podrían ayudarle a progresar en su programa nacional y, al mismo tiempo, las sanciones que se le han impuesto en los últimos años le han limitado enormemente la capacidad para compensar esa pérdida con productos domésticos.
Por otra parte, el régimen iraní ha dado muestras en los últimos meses de una división interna que reduce su capacidad para actuar de forma decisiva en todos los terrenos. Aunque el programa nuclear es responsabilidad de la autoridad religiosa, que tiene la última palabra en los asuntos más trascendentes, las fricciones recientes con el presidente Mahmud Ahmadineyad han debilitado su respaldo popular para actuar con la agresividad que se requiere para construir una bomba atómica.
Debilitado económicamente y dividido políticamente, Irán es hoy, a juicio de EE UU, un peligro algo inferior a lo que era un par de años atrás. Eso no significa que la Administración norteamericana baje la guardia con Teherán o no sea solidaria con la preocupación de Israel respecto a un eventual Irán nuclearizado.
Al contrario, Irán sigue siendo un problema central de la política exterior de EE UU y, probablemente, lo será aún más en la medida en que Washington se vaya liberando de sus responsabilidades en Irak, Afganistán y en la lucha contra Al Qaeda. Irán permanece como el enemigo exterior más visible que le queda a EE UU, al margen de los grupos terroristas islámicos, y será pues objetivo prioritario de cualquier estrategia de seguridad en el futuro.
Pero una confrontación militar directa con Irán no parece algo que esté, de momento, en los planes de un presidente, como Barack Obama, que trata de construir una política exterior más multilateral y con menor ingrediente militar que la que se siguió en años anteriores. Además, Obama acudirá pronto a las urnas precisamente para tratar de refrendar ese giro.
Washington, El País
Pese a la denuncia de un complot respaldado por Irán para asesinar al embajador de Arabia Saudí en Washington y cometer otros actos terroristas, Estados Unidos no ha sido capaz hasta el momento de construir una sólida coalición internacional para tomar represalias contra el régimen islámico. El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, aseguró ayer que su país continúa en su empeño por aislar a Irán y que lo hará “concentrado en los instrumentos de carácter económico”.
La inminente retirada militar de Irak hace más urgente para la Administración norteamericana actuar contra Irán para impedir que ese país intente llenar el vacío que EE UU deja y gane peso como potencia regional. Pero los argumentos esgrimidos hasta ahora por Washington no han sido suficientes como para ganar aliados de cara a la aprobación de nuevas sanciones comerciales en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El Reino Unido se ha sumado a las sanciones unilaterales que en su día tomó EE UU contra ciudadanos iraníes presuntamente implicados en el complot contra el embajador saudí, pero otros países europeos ha reaccionado con más frialdad, y Rusia y China, con fuertes intereses económicos en Irán, se han resistido a castigar al Gobierno de Teherán.
El Gobierno estadounidense nunca ha descartado oficialmente la adopción de represalias militares contra Irán, aunque esta es una posibilidad que actualmente se ve muy remota por razones estratégicas, económicas y políticas. Así pues, Washington se ve por el momento incapaz de responder enérgicamente a la eventual amenaza que puede representar Irán.
Esa amenaza podría hacerse más visible en las próximas semanas si, como se espera, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) presenta un informe en el que dé verosimilitud a las sospechas de que el régimen islámico podría estar orientando su programa nuclear hacia propósitos militares. El riesgo de que Irán llegue a poseer armas atómicas representa, obviamente, una preocupación de primer orden para EE UU, y también para Europa y Rusia. Una llamada de atención en ese sentido de parte de la AIEA podría significar un cambio considerable de la actitud actual de la comunidad internacional con Irán.
Pero hay otros factores que EE UU tiene en cuenta y que ayudan a mitigar el sentimiento de alarma. Uno de ellos es la lentitud del desarrollo científico en Irán. Incluso aunque el Gobierno haya optado por la creación de un arsenal nuclear, varios expertos han considerado que no estaría en condiciones creíbles de cumplir ese objetivo antes de dos o tres años. Según ese cálculo, Irán ha perdido acceso al material y los técnicos de otros países que podrían ayudarle a progresar en su programa nacional y, al mismo tiempo, las sanciones que se le han impuesto en los últimos años le han limitado enormemente la capacidad para compensar esa pérdida con productos domésticos.
Por otra parte, el régimen iraní ha dado muestras en los últimos meses de una división interna que reduce su capacidad para actuar de forma decisiva en todos los terrenos. Aunque el programa nuclear es responsabilidad de la autoridad religiosa, que tiene la última palabra en los asuntos más trascendentes, las fricciones recientes con el presidente Mahmud Ahmadineyad han debilitado su respaldo popular para actuar con la agresividad que se requiere para construir una bomba atómica.
Debilitado económicamente y dividido políticamente, Irán es hoy, a juicio de EE UU, un peligro algo inferior a lo que era un par de años atrás. Eso no significa que la Administración norteamericana baje la guardia con Teherán o no sea solidaria con la preocupación de Israel respecto a un eventual Irán nuclearizado.
Al contrario, Irán sigue siendo un problema central de la política exterior de EE UU y, probablemente, lo será aún más en la medida en que Washington se vaya liberando de sus responsabilidades en Irak, Afganistán y en la lucha contra Al Qaeda. Irán permanece como el enemigo exterior más visible que le queda a EE UU, al margen de los grupos terroristas islámicos, y será pues objetivo prioritario de cualquier estrategia de seguridad en el futuro.
Pero una confrontación militar directa con Irán no parece algo que esté, de momento, en los planes de un presidente, como Barack Obama, que trata de construir una política exterior más multilateral y con menor ingrediente militar que la que se siguió en años anteriores. Además, Obama acudirá pronto a las urnas precisamente para tratar de refrendar ese giro.