Condenado un soldado de EE UU por asesinar a civiles afganos
El sargento Calvin Gibbs guardaba los restos de sus víctimas como trofeos. Otros tres soldados le ayudaron a matar a civiles en Kandahar
Washington, El País
Culpable de todos los cargos que se le imputaban como líder de un grupo de soldados estadounidenses que mató a tres civiles afganos por simple placer. El sargento Calvin Gibbs consideraba que las bajas norteamericanas se pagaban con la vida del enemigo aunque este no estuviera en el frente y así entre enero de 2010 y mayo de 2011 asesinó a tres afganos en crímenes que hizo pasar por ataques contra su división.
Gibbs ha sido condenado a cadena perpetua pero tendrá la posibilidad de solicitar la libertad condicional en nueve años después de que un tribunal militar de la base de Lewis-McChord (Washington) le declarara culpable de los crímenes cometidos en la provincia de Kandahar tras una semana de juicio.
El vengador escuadrón de la muerte estaba compuesto, además de Gibbs, por otros tres soldados cuyo testimonio ha sido clave para lograr la condena de Gibbs. Esos tres uniformados se declararon con anterioridad culpables y buscaron acuerdos con la fiscalía a cambio de contar con detalle las atrocidades cometidas por Gibbs. En noviembre de 2009, el sargento se convirtió en jefe de la tercera sección de la Quinta Brigada de Asalto de la Segunda División de Infantería del Ejército de Tierra, estacionada en Kandahar. A partir de entonces se dedicó a reclutar a otros tres soldados para llevar a cabo su particular venganza contra el enemigo.
“El sargento Gibbs tiene carisma; tiene una de esas personalidades que todo el mundo sigue”, dijo el militar a cargo de la acusación, Robert Stelle, al presentar su cierre del caso el pasado miércoles. “Pero es todo basura. Tenía su propia misión: asesinato y depravación”.
Asesinato de un joven, casi un niño, en enero de 2010 en un pequeño pueblo. Gibbs lanzó una granada contra el cuerpo de Gul Mudin sin previo aviso cuando este cuidaba un campo de su familia. El sargento se justificó ante sus superiores diciendo que el joven les había atacado antes. El escuadrón de la muerte llegó a tomarse fotos con su "primer trofeo de caza", imágenes que hoy se pueden ver en internet y que son muy cruentas.
A esa brutal muerte le seguirían otras dos. La de un hombre llamado Marach Agha, acribillado con un AK-47, y la de un mulá, Allah Dad, al que reventó con una granada dentro de una fosa tras haberle separado de su mujer e hijos.
De todas sus cacerías, Gibbs guardó trofeos: ya fueran pedazos de las víctimas –dedos, en general- o dientes. En su pierna izquierda lleva tatuadas seis calaveras y al menos tres de ellas pertenecen a víctimas que no pertenecían a ningún Ejército o la insurgencia. Gibbs sucumbió a la tentación de presumir de sus fechorías e impuso a su alrededor un sistema de terror por el que nadie se atrevía a denunciarle. Quien lo intentó sufrió el ostracismo y una brutal paliza. Fue el caso del soldado Justin Stoner, que finalmente superó el pánico y se atrevió a delatarlo, lo que abrió el camino para un consejo de guerra contra Gibbs.
Washington, El País
Culpable de todos los cargos que se le imputaban como líder de un grupo de soldados estadounidenses que mató a tres civiles afganos por simple placer. El sargento Calvin Gibbs consideraba que las bajas norteamericanas se pagaban con la vida del enemigo aunque este no estuviera en el frente y así entre enero de 2010 y mayo de 2011 asesinó a tres afganos en crímenes que hizo pasar por ataques contra su división.
Gibbs ha sido condenado a cadena perpetua pero tendrá la posibilidad de solicitar la libertad condicional en nueve años después de que un tribunal militar de la base de Lewis-McChord (Washington) le declarara culpable de los crímenes cometidos en la provincia de Kandahar tras una semana de juicio.
El vengador escuadrón de la muerte estaba compuesto, además de Gibbs, por otros tres soldados cuyo testimonio ha sido clave para lograr la condena de Gibbs. Esos tres uniformados se declararon con anterioridad culpables y buscaron acuerdos con la fiscalía a cambio de contar con detalle las atrocidades cometidas por Gibbs. En noviembre de 2009, el sargento se convirtió en jefe de la tercera sección de la Quinta Brigada de Asalto de la Segunda División de Infantería del Ejército de Tierra, estacionada en Kandahar. A partir de entonces se dedicó a reclutar a otros tres soldados para llevar a cabo su particular venganza contra el enemigo.
“El sargento Gibbs tiene carisma; tiene una de esas personalidades que todo el mundo sigue”, dijo el militar a cargo de la acusación, Robert Stelle, al presentar su cierre del caso el pasado miércoles. “Pero es todo basura. Tenía su propia misión: asesinato y depravación”.
Asesinato de un joven, casi un niño, en enero de 2010 en un pequeño pueblo. Gibbs lanzó una granada contra el cuerpo de Gul Mudin sin previo aviso cuando este cuidaba un campo de su familia. El sargento se justificó ante sus superiores diciendo que el joven les había atacado antes. El escuadrón de la muerte llegó a tomarse fotos con su "primer trofeo de caza", imágenes que hoy se pueden ver en internet y que son muy cruentas.
A esa brutal muerte le seguirían otras dos. La de un hombre llamado Marach Agha, acribillado con un AK-47, y la de un mulá, Allah Dad, al que reventó con una granada dentro de una fosa tras haberle separado de su mujer e hijos.
De todas sus cacerías, Gibbs guardó trofeos: ya fueran pedazos de las víctimas –dedos, en general- o dientes. En su pierna izquierda lleva tatuadas seis calaveras y al menos tres de ellas pertenecen a víctimas que no pertenecían a ningún Ejército o la insurgencia. Gibbs sucumbió a la tentación de presumir de sus fechorías e impuso a su alrededor un sistema de terror por el que nadie se atrevía a denunciarle. Quien lo intentó sufrió el ostracismo y una brutal paliza. Fue el caso del soldado Justin Stoner, que finalmente superó el pánico y se atrevió a delatarlo, lo que abrió el camino para un consejo de guerra contra Gibbs.