Alemania percibe la crisis como un efecto del derroche griego
Los alemanes ven en Merkel a una líder que los defiende
Berlín, El País
En Alemania, la crisis de la deuda se percibe como un problema de derroche. El enfado es con Grecia, el socio que falseó sus cuentas para entrar en el euro. Sobre las otras dos economías mediterráneas castigadas por los inversores cunde más bien la desconfianza: ¿Aplicarán las reformas? ¿Cumplirán sus promesas? La canciller, Angela Merkel, insiste en sus manifestaciones de salvar el euro y proteger la eurozona en su composición actual de 17 socios. Sin embargo, el acorazado alemán ha puesto la proa a los dos planteamientos más extendidos entre sus críticos. La democristiana Merkel (CDU) no acepta la emisión de deuda europea conjunta ni que el Banco Central Europeo (BCE) amplíe los límites de su plan de compra de deuda soberana de países en aprietos. La canciller lo descarta tajantemente, igual que el jefe del Banco Central alemán (Bundesbank), Jens Weidmann. Mientras esta semana se agravaban los problemas de los bonos italianos y españoles, Merkel y su antiguo asesor Weidmann se reafirmaban en la doble negativa. El centro-derecha no se ha movido gran cosa en estos dos frentes.
“Europa vuelve a hablar alemán”, según ha pregonado estos días el jefe parlamentario de la CDU, Volker Kauder. Merkel ha conseguido que los alemanes aprecien su posición de fuerza como una defensa implacable de sus intereses económicos. No se trata tanto de euroescepticismo como de preocupación por el dinero. La clase media alemana teme por sus ahorros y cree en gran medida la doctrina oficial: el endeudamiento conjunto y el compromiso del BCE en la compra de bonos solo serían soluciones a corto plazo.
El problema real, dice Merkel, es político. Así que la solución también lo será. Merkel propone “más Europa”, un avance “paso a paso” hacia una mayor integración fiscal y política mediante cambios “limitados” en los Tratados. La CDU ha refrendado masivamente su política europea en el reciente congreso de Leipzig. Las encuestas también revelan un repunte de su popularidad. Los alemanes vuelven a ver en ella a una líder europea que defiende sus intereses.
Han acusado a la canciller de electoralismo en varios episodios de la crisis y, sin embargo, es ahora cuando recupera la confianza de los votantes negándose a lo que aquí se interpreta como un cheque en blanco a modelos económicos fallidos a cargo del contribuyente alemán y proponiendo, al mismo tiempo, “más Europa”. Pero Merkel sabe cambiar de opinión.
Cuando Merkel repite que el futuro de Alemania es el mismo de Europa, está diciendo una obviedad que no se le escapa a nadie en su país. Si Italia quebrara, se llevaría por delante el sistema bancario francés y también el alemán. La inevitable recesión y el empobrecimiento de sus socios comerciales causaría, también aquí, un terremoto económico imprevisible que ya asoma la pata en las desmejoradas previsiones de crecimiento de los próximos años. Pero Merkel habla de 10 años para superar la crisis y con ello da una respuesta los que piden bazucas del BCE o golpes de efecto para acabar de una vez.
La canciller alemana ha tenido que tragar muchos sapos desde que empezaron las turbulencias griegas en el año 2010, pero también ha ido imponiendo una agenda de austeridad acorde con sus puntos de vista sobre gestión pública. El 78% de los alemanes cree que el euro sobrevivirá a la crisis económica.
El Bundesbank se niega a que el BCE amplíe el programa de compra de bonos, porque esto vulnera el mandato del banco emisor. Algunos ven legalismo, intransigencia doctrinaria o tradicionalismo monetario alemán. Pero Merkel ha demostrado una y mil veces su capacidad de revisar convicciones. Si algo la define es el pragmatismo. Por ejemplo, cuando dio marcha atrás a la ampliación de la vida útil de las nucleares. O la semana pasada, cuando impuso contra viento y marea el salario mínimo en el Congreso de la CDU. O cuando abolió el servicio militar obligatorio.
Berlín, El País
En Alemania, la crisis de la deuda se percibe como un problema de derroche. El enfado es con Grecia, el socio que falseó sus cuentas para entrar en el euro. Sobre las otras dos economías mediterráneas castigadas por los inversores cunde más bien la desconfianza: ¿Aplicarán las reformas? ¿Cumplirán sus promesas? La canciller, Angela Merkel, insiste en sus manifestaciones de salvar el euro y proteger la eurozona en su composición actual de 17 socios. Sin embargo, el acorazado alemán ha puesto la proa a los dos planteamientos más extendidos entre sus críticos. La democristiana Merkel (CDU) no acepta la emisión de deuda europea conjunta ni que el Banco Central Europeo (BCE) amplíe los límites de su plan de compra de deuda soberana de países en aprietos. La canciller lo descarta tajantemente, igual que el jefe del Banco Central alemán (Bundesbank), Jens Weidmann. Mientras esta semana se agravaban los problemas de los bonos italianos y españoles, Merkel y su antiguo asesor Weidmann se reafirmaban en la doble negativa. El centro-derecha no se ha movido gran cosa en estos dos frentes.
“Europa vuelve a hablar alemán”, según ha pregonado estos días el jefe parlamentario de la CDU, Volker Kauder. Merkel ha conseguido que los alemanes aprecien su posición de fuerza como una defensa implacable de sus intereses económicos. No se trata tanto de euroescepticismo como de preocupación por el dinero. La clase media alemana teme por sus ahorros y cree en gran medida la doctrina oficial: el endeudamiento conjunto y el compromiso del BCE en la compra de bonos solo serían soluciones a corto plazo.
El problema real, dice Merkel, es político. Así que la solución también lo será. Merkel propone “más Europa”, un avance “paso a paso” hacia una mayor integración fiscal y política mediante cambios “limitados” en los Tratados. La CDU ha refrendado masivamente su política europea en el reciente congreso de Leipzig. Las encuestas también revelan un repunte de su popularidad. Los alemanes vuelven a ver en ella a una líder europea que defiende sus intereses.
Han acusado a la canciller de electoralismo en varios episodios de la crisis y, sin embargo, es ahora cuando recupera la confianza de los votantes negándose a lo que aquí se interpreta como un cheque en blanco a modelos económicos fallidos a cargo del contribuyente alemán y proponiendo, al mismo tiempo, “más Europa”. Pero Merkel sabe cambiar de opinión.
Cuando Merkel repite que el futuro de Alemania es el mismo de Europa, está diciendo una obviedad que no se le escapa a nadie en su país. Si Italia quebrara, se llevaría por delante el sistema bancario francés y también el alemán. La inevitable recesión y el empobrecimiento de sus socios comerciales causaría, también aquí, un terremoto económico imprevisible que ya asoma la pata en las desmejoradas previsiones de crecimiento de los próximos años. Pero Merkel habla de 10 años para superar la crisis y con ello da una respuesta los que piden bazucas del BCE o golpes de efecto para acabar de una vez.
La canciller alemana ha tenido que tragar muchos sapos desde que empezaron las turbulencias griegas en el año 2010, pero también ha ido imponiendo una agenda de austeridad acorde con sus puntos de vista sobre gestión pública. El 78% de los alemanes cree que el euro sobrevivirá a la crisis económica.
El Bundesbank se niega a que el BCE amplíe el programa de compra de bonos, porque esto vulnera el mandato del banco emisor. Algunos ven legalismo, intransigencia doctrinaria o tradicionalismo monetario alemán. Pero Merkel ha demostrado una y mil veces su capacidad de revisar convicciones. Si algo la define es el pragmatismo. Por ejemplo, cuando dio marcha atrás a la ampliación de la vida útil de las nucleares. O la semana pasada, cuando impuso contra viento y marea el salario mínimo en el Congreso de la CDU. O cuando abolió el servicio militar obligatorio.