Nacional B: Un deteriorado Wilstermann apenas pudo con Mariscal
José Vladimir Nogales
COMPLEMENTO
No dudamos del estimulante efecto que tuvo el amenazante discurso de Chacior en el vestuario (dijo que se marchaba), pero es probable que, tras el descanso, el equipo se sintió más estimulado por las dificultades y por el tic-tac del reloj que por las palabras del entrenador. En todo caso, fue el gol de Bryan López (capturó un rebote cedido por el golero Flores ante un disparo de Christian Machado) el factor que cambió el curso de una batalla descompuesta (ocurrió al minuto de la reanudación). ¿Mérito de Chacior? Que los directos implicados en la anotación fuesen los protagonistas de las variantes introducidas en el complemento traslada, a la decisión del adiestrador, toda la fuerza del éxito. Pero, más allá de su participación en la exultante acción que destrabó el partido, ninguno contribuyó decisivamente a resolver, en un contexto más general, las deficiencias de funcionamiento que Wilstermann denotaba. Machado no mejoró la recuperación en mitad de campo (persigue sombras y recupera muy poco) ni López dotó de profundidad a la ofensiva. Fue el gol, como hecho puntual, trascendente (con las alícuotas de responsabilidad que les cabe a técnico y jugadores involucrados), lo que transformó un trámite condenado al sufrimiento. ¿O es posible creer que, con un estado de creciente ansiedad, Wilstermann hubiese hallado, sin aquél oasis, la claridad que nunca tuvo ni consiguió con las variantes?
Gol arriba, Wilstermann encontró cierta serenidad. Intentó mover el balón, pero no tuvo precisión, mucho menos profundidad. Guzmán (ubicado como enganche tras la salida de Godoy) intentó hacerse eje, pero pocos balones circularon por su órbita, minimizando su incidencia. Todo discurría por las bandas, proyectando a un atolondrado Taboada (por derecha) o descargando sobre la izquierda para el estático control de Villarroel. Todo sin vuelo, sin elaboración, sin volumen.
Con sus limitaciones a cuestas, Mariscal se animó a buscar el arco rival. Movió mucho el balón, pero no tuvo proporcional profundidad, víctima de sus desarticulaciones o del tóxico índice de imprecisión en las entregas. Y aunque lo austero del marcador ofrecía la oportunidad de buscar la hazaña, sus posibilidades parecían más alineadas con un accidente que asociadas al uso o explotación de algún recurso, básicamente individual. Y cuanto más le tentaba el arco de Machado, menos custodia tenían sus espacios, expuestos a la vertical filtración de Martins, quien anotó el segundo gol tras una larga corrida a espaldas de una defensa que nunca fue en búsqueda de un balón náufrago. Ahí se apagó el triste duelo del Capriles.
Sin el oficio que le permitió volar alto en la Copa Aerosur, Wilstermann, plano y sin tres de sus jugadores fundamentales (Arana, Melgar y Sánchez), exhibió su más pobre versión ante un limitadísimo Mariscal (2-0). El erosivo calendario de la competencia (excesivamente espaciado entre jornadas y plagado de abruptas interrupciones) ha degradado a tal punto el ritmo y competitividad de los rojos que ya no son reconocibles su fisonomía ni su funcionamiento. Mas, erróneo sería atribuir a aquél factor (exógeno) la exclusiva base causal del perturbador deterioro experimentado. En realidad, el foco infeccioso reside en la inestabilidad que agobia a la plantilla. Chacior no encontró el equipo ni dio con el sistema. A ello debe agregarse el bajo nivel de algunas individualidades. Ante Mariscal, Chacior dio entrada a dos jugadores que llegaron por pedido suyo, pero que, por su pobre rendimiento, casi no vieron acción en la campaña. Ronald Gutiérrez y Jorge Bruno ocuparon los huecos que dejaron libres las ausencias de Arana y Melgar (por lesión y suspensión) y la cesión de Amilcar Sánchez a la selección. El lateral, que inició la temporada como titular, pasó el expediente con baja nota, sin aportar en la salida, rebasado en la marca y denotando exasperante pasividad. De Gutiérrez no hubo noticias, extraviado en la densidad del juego. Desconectado Godoy y desaparecido Olmedo (porque el equipo no les proveía balones útiles), Wilstermann no tuvo presencia ofensiva ante un rival aguerrido, pero sin fútbol.
En el seno de Wilstermann hay defensores y detractores de Chacior. Sus defensores dicen que es un técnico que propugna el fútbol ofensivo. Chacior le pide a sus jugadores que lleven la iniciativa, que toquen, que manejen la pelota y el partido en campo rival. Todo esto está muy bien. Pero cuando los elegidos para llevar a la práctica el ideario son Gutiérrez, Bruno y Taboada todo el discurso se esteriliza. El estilo lo define, ante todo, la elección de hombres, y ahí caben dos posibilidades. O Chacior se bloqueó ante la imposibilidad de encontrar en la plantilla alternativas claras a Melgar (suspendido por expulsión) y Sánchez (en la selección), o, sencillamente, eligió mal, errando en la lectura de lo que podían aportar sus recomendados. El entrenador desechó de entrada a Guzmán y apuntó a dos medios centros. Villarroel y Gutiérrez apenas contribuyeron en la marca, pero fueron incapaces de darle al juego un toque diferenciador (Villarroel siempre tocó para atrás, incapacitado para superar la presión rival). Para colmo, el esquema de Chacior (3-4-1-2) potenció las debilidades propias y favoreció el atasco propuesto por la visita. Al carecer de laterales idóneos para trepar por las bandas, Wilstermann atacó siempre por el medio y ahí se amontonó Mariscal, apretando sobre la turbia salida. Inevitablemente, todas las maniobras acabaron enredándose en las alambradas.
Acostumbrado a la escolta de Sánchez, Godoy notó la falta de sintonía con los volantes centrales, de cuyas botas fluyó un fútbol escuálido, cuando no oscuro. Sin el aprovisionamiento adecuado, el enganche naufragó, arrastrando con él a los puntas, dependientes, ambos, de su abastecimiento. Desde el inicio, Wilstermann sufrió problemas de circulación. La presión de los alteños quebró varias líneas. Primero la de toque: Gutiérrez y Villarroel, minoría entre un ejército de centrocampistas, apenas lograban mover la pelota. Luego la de pase: Martins y Olmedo recibían pocos balones y en inferioridad. Sin salida ni elaboración, los rojos industrializaron el pelotazo infecundo. Por otra parte, aquella exasperante inoperancia animó a Mariscal a alguna que otra aventura, que bien pudo terminar en las redes de Machado.
La expulsión de Olmedo (por doble amonestación) ensombreció más el tenebroso panorama: a las deficiencias con la pelota había que agregarle el padecimiento de la inferioridad numérica y la drástica pérdida de munición. Para compensar la amputación de su goleador, Chacior quitó un defensa (Bruno) para agregar un medio (Guzmán), procurando impedir que el esmirriado volumen de juego se extinguiese.
En el seno de Wilstermann hay defensores y detractores de Chacior. Sus defensores dicen que es un técnico que propugna el fútbol ofensivo. Chacior le pide a sus jugadores que lleven la iniciativa, que toquen, que manejen la pelota y el partido en campo rival. Todo esto está muy bien. Pero cuando los elegidos para llevar a la práctica el ideario son Gutiérrez, Bruno y Taboada todo el discurso se esteriliza. El estilo lo define, ante todo, la elección de hombres, y ahí caben dos posibilidades. O Chacior se bloqueó ante la imposibilidad de encontrar en la plantilla alternativas claras a Melgar (suspendido por expulsión) y Sánchez (en la selección), o, sencillamente, eligió mal, errando en la lectura de lo que podían aportar sus recomendados. El entrenador desechó de entrada a Guzmán y apuntó a dos medios centros. Villarroel y Gutiérrez apenas contribuyeron en la marca, pero fueron incapaces de darle al juego un toque diferenciador (Villarroel siempre tocó para atrás, incapacitado para superar la presión rival). Para colmo, el esquema de Chacior (3-4-1-2) potenció las debilidades propias y favoreció el atasco propuesto por la visita. Al carecer de laterales idóneos para trepar por las bandas, Wilstermann atacó siempre por el medio y ahí se amontonó Mariscal, apretando sobre la turbia salida. Inevitablemente, todas las maniobras acabaron enredándose en las alambradas.
Acostumbrado a la escolta de Sánchez, Godoy notó la falta de sintonía con los volantes centrales, de cuyas botas fluyó un fútbol escuálido, cuando no oscuro. Sin el aprovisionamiento adecuado, el enganche naufragó, arrastrando con él a los puntas, dependientes, ambos, de su abastecimiento. Desde el inicio, Wilstermann sufrió problemas de circulación. La presión de los alteños quebró varias líneas. Primero la de toque: Gutiérrez y Villarroel, minoría entre un ejército de centrocampistas, apenas lograban mover la pelota. Luego la de pase: Martins y Olmedo recibían pocos balones y en inferioridad. Sin salida ni elaboración, los rojos industrializaron el pelotazo infecundo. Por otra parte, aquella exasperante inoperancia animó a Mariscal a alguna que otra aventura, que bien pudo terminar en las redes de Machado.
La expulsión de Olmedo (por doble amonestación) ensombreció más el tenebroso panorama: a las deficiencias con la pelota había que agregarle el padecimiento de la inferioridad numérica y la drástica pérdida de munición. Para compensar la amputación de su goleador, Chacior quitó un defensa (Bruno) para agregar un medio (Guzmán), procurando impedir que el esmirriado volumen de juego se extinguiese.
COMPLEMENTO
No dudamos del estimulante efecto que tuvo el amenazante discurso de Chacior en el vestuario (dijo que se marchaba), pero es probable que, tras el descanso, el equipo se sintió más estimulado por las dificultades y por el tic-tac del reloj que por las palabras del entrenador. En todo caso, fue el gol de Bryan López (capturó un rebote cedido por el golero Flores ante un disparo de Christian Machado) el factor que cambió el curso de una batalla descompuesta (ocurrió al minuto de la reanudación). ¿Mérito de Chacior? Que los directos implicados en la anotación fuesen los protagonistas de las variantes introducidas en el complemento traslada, a la decisión del adiestrador, toda la fuerza del éxito. Pero, más allá de su participación en la exultante acción que destrabó el partido, ninguno contribuyó decisivamente a resolver, en un contexto más general, las deficiencias de funcionamiento que Wilstermann denotaba. Machado no mejoró la recuperación en mitad de campo (persigue sombras y recupera muy poco) ni López dotó de profundidad a la ofensiva. Fue el gol, como hecho puntual, trascendente (con las alícuotas de responsabilidad que les cabe a técnico y jugadores involucrados), lo que transformó un trámite condenado al sufrimiento. ¿O es posible creer que, con un estado de creciente ansiedad, Wilstermann hubiese hallado, sin aquél oasis, la claridad que nunca tuvo ni consiguió con las variantes?
Gol arriba, Wilstermann encontró cierta serenidad. Intentó mover el balón, pero no tuvo precisión, mucho menos profundidad. Guzmán (ubicado como enganche tras la salida de Godoy) intentó hacerse eje, pero pocos balones circularon por su órbita, minimizando su incidencia. Todo discurría por las bandas, proyectando a un atolondrado Taboada (por derecha) o descargando sobre la izquierda para el estático control de Villarroel. Todo sin vuelo, sin elaboración, sin volumen.
Con sus limitaciones a cuestas, Mariscal se animó a buscar el arco rival. Movió mucho el balón, pero no tuvo proporcional profundidad, víctima de sus desarticulaciones o del tóxico índice de imprecisión en las entregas. Y aunque lo austero del marcador ofrecía la oportunidad de buscar la hazaña, sus posibilidades parecían más alineadas con un accidente que asociadas al uso o explotación de algún recurso, básicamente individual. Y cuanto más le tentaba el arco de Machado, menos custodia tenían sus espacios, expuestos a la vertical filtración de Martins, quien anotó el segundo gol tras una larga corrida a espaldas de una defensa que nunca fue en búsqueda de un balón náufrago. Ahí se apagó el triste duelo del Capriles.