IndigNation contra Wall Street

A diferencia de España, los indignados de Nueva York aceptan el apoyo de los sindicatos y de los famosos. Pero no quieren líderes y cuestionan a los partidos y al propio Obama

Nueva York, El País

He sido diplomático durante 15 años. He asistido a decenas de reuniones del Consejo de Seguridad de la ONU, me he sentado con jefes de Estado de todo el mundo, he visto cómo los Gobiernos se dejan corromper por los bancos y las empresas y al final, me convertí en un cínico. Pero durante las últimas dos semanas he recuperado mi pasión por la política, que alimento desde niño. Una de las conversaciones más interesantes que he vivido en los últimos años la tuve sentado en la plaza de la Libertad".

Carne Ross no es un joven romántico, hippie o perrofláutico. A muchos de los integrantes del 15-M se les trataba de encasillar ahí y ahora ocurre lo mismo con su réplica estadounidense, los que apoyan al movimiento Occupy Wall Street, nacido hace tres semanas en Nueva York y contagiado ya, en pequeñas dosis, al resto de Estados Unidos. Ross es la prueba de que esos movimientos incluyen a gente heterogénea, desde estudiantes a personas con larga trayectoria profesional. Ross era parte del cuerpo diplomático de Gran Bretaña hasta 2004, en que renunció a su puesto ante la ONU, un año después de la invasión de Irak, "por problemas de conciencia ante una guerra que justificamos creando pruebas inexistentes".

Él habla de la Plaza de la Libertad, el nombre con el que se ha rebautizado el parque Zucotti, en las inmediaciones de la zona cero, el lugar de Nueva York donde se mantiene el movimiento de protesta. Carne Ross, cerca de los cincuenta, define así la plaza: "Quienes afirman que solo hay un puñado de idealistas trasnochados no tienen ni idea de lo que está pasando. Allí se está construyendo el futuro, cada tarde, con la voz y la participación de todos. Sé que cuesta entenderlo cuando has vivido creyendo que la democracia de partidos es la mejor forma de gobierno posible. Pero somos muchos los que hemos dejado de creer en el voto y ahora buscamos nuevos caminos a través de la participación ciudadana". Hoy dirige Independent Diplomat, una organización que da "asesoramiento diplomático" a aquellos que apenas tienen voz, como el Frente Polisario. Para él, entrar en la plaza de la Libertad, donde se desarrolla la protesta contra el poder financiero que encarna Wall Street, ha significado poder escuchar un crisol de propuestas que se construyen día a día en las asambleas abiertas y grupos de trabajo independientes, sin líderes ni mayorías, solo con decisiones consensuadas.

¿Quiénes están realmente en el corazón de la protesta? Lo que arrancó "con bastante gente antisistema, en el sentido tradicional de la palabra", se ha abierto deprisa a "un crisol muy amplio de ciudadanos, incluida mucha gente que pasaba de política o sindicatos, organizaciones que aquí no se ven con recelo como ocurría en España, sino como una forma de hacer crecer el movimiento". Lo explica Antonio, un español implicado en la indignación neoyorquina, que pide ser llamado simplemente así.

Robert Grodt, uno de los jóvenes pioneros de la plaza, lo confirma. "Yo estoy a favor de todos los que se quieran unir. Los sindicatos son bienvenidos, siempre que entiendan que aquí no queremos líderes. Y los famosos, igual. Muchos son muy majos. Y nos traen más gente, así que está bien que se sigan sacando fotos por aquí. Este lugar está abierto a todos", asegura Grodt, californiano, de 24 años.

Lla idea de que la protesta podría convertirse en una amenaza para la reelección de Obama forma parte de discusiones y grupos de trabajo, como lo son muchas otras. "La política estadounidense está obsesionada con las elecciones y aún falta un año. Aquí lo que importa son los problemas a resolver. El resultado de las elecciones ahora da igual", declara a EL PAÍS la activista y analista política Naomi Klein, expresando un sentimiento muy compartido en la plaza.

En ese nuevo ágora en ebullición, cada uno sigue sus inquietudes. Carne Ross ahora busca una cosa: crear un sistema bancario alternativo. "El actual está en la raíz de esta crisis económica y es necesario otro diferente. Queremos generar formas participativas de gestionar el dinero y la política y por eso estamos recopilando propuestas, como los bancos-cooperativa".

La protesta en Wall Street arrancó el pasado 17 de septiembre con una tímida manifestación de apenas 2.000 personas. Los participantes apuntaron con el dedo al culpable genérico de la crisis económica: el poder financiero, ese 1% que posee el 40% de la riqueza de un país en el que 46 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza, 50 millones carecen de seguro médico y el índice de desempleo no baja del 9% -muy alta para la historia laboral de Estados Unidos-. Solo 110 millones de electores, de los más de 230 millones que podrían haberlo hecho, ejercieron su derecho al voto en las últimas elecciones presidenciales.

Esas cifras podrían extrapolarse a la situación que se vive en otros países democráticos, donde la crisis económica ahoga y la participación electoral se reduce. "Creo que el 15-M destapó una España secuestrada por el voto útil, dio un puñetazo sobre la mesa y dejó claro que en una democracia bipartidista, cuando ambos partidos son fagocitados por corporaciones y bancos, incluso ese voto deja de servir y hay que buscar otras vías. En Estados Unidos creo que va a pasar lo mismo que en España".

Otros sostienen que el discurso del líder político ha muerto. "Barak Obama era el más preparado, el más inteligente, el más guapo... y no ha hecho nada de lo que prometió. Seamos benevolentes y digamos que no le han dejado los republicanos. No importa. Solo demuestra que votar y luego irte a tu casa y esperar a que los políticos te resuelvan la vida ya no funciona. Por eso hay que valorar el movimiento político Occupy Wall Street. La alternativa al poder somos nosotros, todos los ciudadanos". Todo esto lo explica Antonio, filólogo, que participó en la marcha en apoyo a la Spanish Revolution del 21 de mayo pasado en Nueva York, de la que se escindió un grupo que apostó por la internacionalización del movimiento 15-M.

Integrado por una decena de profesores, doctorandos, o artistas, este grupo conectó a lo largo del verano con otros colectivos ciudadanos. Y cuando la revista Adbusters llamó de forma simbólica a la ocupación de Wall Street "el Diecisiete de Septiembre" -denominación que no se ha consolidado-, ese grupo de varias nacionalidades recogió el guante e hizo correr la voz. Hoy, esos españoles se ocupan del Open Forum, una cita diaria para el debate económico en la plaza "que busca producir conocimiento e intercambio de ideas", en palabras de Vicente Rubio. Allí han acudido el Nobel de Economía Joseph Stieglitz, Jeffrey Sachs y Naomi Klein, pero también dirigentes de comunidades latinas y afroamericanas fuertemente afectadas por la crisis.

La anómala condición legal del parque Zuccotti, (alternativa improvisada a un Wall Street en que la policía les impidió quedarse) ha facilitado la permanencia de los manifestantes. Al ser de propiedad privada, pero de uso público, no se rige por las normas vigentes en los parques gestionados por el Ayuntamiento, que se cierran a las diez de la noche. "Nosotros haremos valer la ley cuando el dueño nos pida que les echemos", declaraba a los pocos días un portavoz policial. Aún no ha ocurrido y, mientras tanto, el paso de estrellas mediáticas como el cineasta Michael Moore o la actriz Susan Sarandon, más las detenciones masivas de cientos de personas el anterior fin de semana, han dado visibilidad a una acampada que ha evolucionado de débil enclave ignorado por la prensa a pequeño "poblado de Astérix", con su farmacia, biblioteca, cocina...

Muchos no conocen una de las mayores paradojas de esta ocupación: Brookfield Properties, la inmobiliaria propietaria del parque, también gestiona un edificio enemigo: el 245 de Park Avenue, la antigua residencia de Bearn Stearns, la primera institución financiera que alcanzó el colapso en Estados Unidos, en marzo de 2008, y que fue adquirida a precio de saldo por JP Morgan Chase, uno de los grandes beneficiarios de la crisis.

La casualidad quiso que un día antes de iniciarse la protesta, el alcalde Michael Bloomberg, hablando de la situación económica, advirtiera: "El público sabe que algo no funciona en este país. Y es cierto. Y están enfadados. Hay un montón de jóvenes que se gradúan y no encuentran trabajo. Eso es lo que ha pasado en El Cairo. Eso es lo que ha pasado en Madrid. Y nosotros no queremos ese tipo de protestas en Nueva York". El alcalde prácticamente no ha dicho más sobre lo sucedido posteriormente y no ha dejado claro si permitirá que continúe la acción de protesta en curso. El presidente Obama, a las tres semanas de iniciado el movimiento, reconocía la "frustración ante la crisis" de los indignados estadounidenses, mientras su vicepresidente los definía como "un grupo con mucho en común con el Tea Party", la corriente de extrema derecha surgida tras el rescate bancario de 2008.

El jueves de esta semana, Naomi Klein contestaba en la abarrotada plaza de la Libertad: "Occupy Wall Street no es una respuesta al Tea Party. Es la respuesta al partido Demócrata". Jessica Stickler, una portavoz de Moveon.org, que agrupa a cinco millones de jóvenes que fueron clave en la elección de Obama, se mostraba cauta. Su colectivo aún no ha decidido si apoyará al actual presidente. "De momento no vamos a apostar por nadie", indica. Habla de "la decepción" de sus integrantes con el rumbo que ha tomado "la política de Washington", mientras enarbola los 10 puntos del Contrato por el Sueño Americano, cuyo principal representante es Van Jones, primer caído de la administración Obama (fue su zar verde) al que se le atribuía un pasado "demasiado radical". Jones lidera un movimiento cercano al partido Demócrata que, entre otras cosas, también pide un impuesto sobre el flujo de capitales -como la mayoría de los que se encuentran en la plaza. El grupo sí nació en respuesta al Tea Party, según han proclamado ellos mismos. "Pero Occupy Wall Street aspira a más. Aspira a separar el poder político del económico, como se separó hace siglos el religioso del político. Desde fuera nos piden propuestas concretas, una obsesión que corre paralela a la falta de exigencias a los políticos", explica Antonio, con más de una década en la ciudad.

No obstante, para los afroamericanos es difícil renegar de su primer presidente negro. "Él advirtió que tardaría dos legislaturas en cumplir sus promesas. Le han dado muchos golpes. Yo le volveré a votar", comentaba un músico de hip hop de tamaño XL, involucrado en la Coalition for Public Education, dirigida a mejorar la educación de los de su minoría. Ben, un neoyorquino veinteañero embarcado en la creación de un videojuego "para explicarle al mundo de qué discutimos en la plaza", también piensa igual. Y es que Obama para muchos aún representa un sueño agridulce difícil de abandonar.

Tres semanas después de nacer, el movimiento sigue creciendo tras el apoyo recibido en una marcha de 20.000 personas organizada por los sindicatos para sellar su compromiso con Occupy Wall Street. Jackie di Salvo, una profesora universitaria implicada en la organización, fue la que buscó su apoyo. "Ya no tienen tanto peso como antes pero agrupan y defienden a miles de personas en este país que representan a la clase trabajadora, la que sufre la crisis. Sabía que su apoyo era fundamental para impulsar este movimiento, aunque aquí nadie quiera líderes". En el seno de esos sindicatos, incluido el de ella, el debate sobre Obama está candente, según confirman a este diario miembros de diversos colectivos.

El tejido de organizaciones civiles estadounidenses, fuerte hasta 1968, fue aniquilado poco después: asesinados o encarcelados sus líderes políticos, se eliminó la educación gratuita universitaria, se encareció la vivienda y el seguro médico, y los jóvenes dejaron de tener tiempo para implicarse políticamente: había que ganar dinero para pagar los estudios. En Nueva York, uno de los bastiones progresistas del país junto a California, la ley Taylor penalizó las huelgas de empleados públicos, reduciendo así el poder de los sindicatos de forma radical. Las protestas antiglobalización de Seattle marcaron un renacer de los movimientos sociales a finales de los noventa. Pero el 11-S los abortó, transformando a todo activista en sospechoso de terrorismo. "Perecimos bajo la ola de patriotismo y militarismo que siguió a los ataques (a las Torres Gemelas) y nos hizo desaparecer completamente", recordaba Naomi Klein.

El movimiento contra Wall Street marca una nueva etapa en ese sentido, que simbólicamente también grita "la imaginación al poder", pero de momento, y sobre todo, "banqueros a la cárcel", "políticos, a casa" y "ciudadanos al ágora, a crear una nueva democracia". En la plaza de la Libertad les bendice desde el primer día una escultura a la que muchos se refieren como "ese chisme rojo". La firma el expresionista abstracto Mark di Suvero y su título es Alegría de vivir. Es el sentimiento que de momento se respira entre los indignados por haber ocupado las calles y abrazado el debate de ideas. Y es posible que eso también sea una paradoja. Alegría e indignación nunca fueron de la mano. ¿Hasta ahora?

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